La sombra de las ballenas

Conocí a Cynthia Matayoshi cuando hice un taller con ella, me apasionó el mundo que puso a mi disposición y comencé a leerla, pequeños artículos, un par de cuentos, hasta llegar a La Sombra de las Ballenas.

Esta escritora argentina, especialista en cultura y literatura japonesa, escribió su primer novela con la madurez despiadada de una mujer, con la magia del animé, la trascendencia de lo eterno y la búsqueda incesante de la humanidad.

Lo hace sin derrochar, su narración precisa no impide la alucinación o la distopía, pero tampoco la fuerza. Las oraciones breves en tercera persona, copulan con párrafos en primera, y muta a la poesía con la naturalidad con que sus personajes pasan de un reino a otro, de un mundo a otro, sin tapujos. A pesar de esa linealidad narrativa, las elipsis se agigantan-como ballenas tal vez- para que la historia se vuelva un infinito complejo, rico, atrapante. Los tentáculos babosos -parafraseando a la autora- de la historia construyen nuevas normas en este universo friccionado, lleno de simbolismos, que crea Matayoshi para permitirse lenguajes propios. Así, lo literal y lo fantástico, en estos mundos que se parecen subjetivamente al nuestro, en estos ambientes cargados de pasiones, amores, recelos, miedos y locura, se funden para que, como lectores, atravesemos membranas hasta comprender lo que sucede.


La historia se cuenta en dos planos. Uno es el mundo real, el barrio chino de Buenos Aires, donde el Deseo Puro es alimento, pero también es criatura, alimaña, procaz o naif, y es vendido por Fantasías que recorren el Barrio. Este deseo, corrupto al fin, es contagioso y peligroso para el orden. Uno de los personajes intenta salvar a su hermana, aislada por consumirlo. Otro plano, el fantástico, alberga dioses y máquinas y seres alucinados producto de la hibridación de reinos y categorías. Los personajes de la novela se nos presentan en un cosmos, pasan al otro, y vuelven al real, solamente para hacernos saber que todo puede retroalimentarse, que somos materia al fin, escualos y dioses, mujeres y máquinas, deseosos, obscenamente maleables y que todo, lo primario y lo complejo, puede suceder.

El universo que me abrió Cynthia en su taller, florece en La sombra de las Ballenas, con una narrativa tan original y poética que nos embriaga. Y sí, puede parecer demasiado, puede resultarnos abrumador, porque se atreve a traspasar muchas puertas blancas, con autoridad, y así atraviesa cultura, mito, creencias y se vuelva en cada oración un mundo desbordado, que se come a si mismo, lame al lector y vuela.

Esta novela oscura, plagada de sentido y sólida, nos obliga a enfrentarnos con la sordidez de los deseos que ocultamos, la categoría de lector va siendo captada, hasta zambullirnos en un Océano, donde Shiva escupirá nuestros huesos si no nos atrevemos a más, después de leerla.
Excelente obra, querida Cynthia Matayoshi, recomiendo tu libro y cierro con tu voz alucinada, en la que la imaginación se vuelve causa:

Marian escucha el canto de las ballenas, en la profundidad del tímpano oye los rugidos en una lengua indescifrable. Las ballenas no cantan palabras, cantan el silencio del mar. No les teme. Sentada en la cama, escuchando la vibración en las paredes del oído, no les teme. Tampoco las comprende. Aprendió a escuchar sin comprender, como los niños antes de hablar. 

Antes del lenguaje, rugidos. Antes del lenguaje, el sentido es la marca de un animal que se arrastra. Una hendidura en la superficie.  

Siempre es distinto. Los cantos de ballenas en las paredes de la boca, pegados a la lengua, tienen forma ovalada, como de luna invertida. Copulan con otras formas en el mar. Una vez, un sonido parecido a un pájaro, extirpado de raíz. Ballenas de pico alargado y ojos cubiertos de dientes, ojos blancos y dientes negros, alas inmaduras. Un pichón de ballena está muerto, eso imagina Marian, se cayó del nido del océano. Lo comerán otros animales o quizás lo devore la corriente. 

Amuleto

“Esta será una historia de terror. Será una historia policía, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz”

Así da inicio Bolaño a su novela, que transcurre en lo cotidiano hasta que, haciendo honor a su propia pluma, se eleva a lo irreal, a lo imposible, hasta vestirse de verdes que son visiones y pasados y futuros ciertos.

Muy Bolaño. Muy bueno.

Los diferentes episodios deshabitan las leyes de la causalidad narrativa para cumplir con el entramado simbólico que el autor propone, y que parece montado a una relajada temporalidad. Esta obra es una oda a la generación de jóvenes latinoamericanos sacrificados por dictaduras, no solo en el país que transcurre la historia, México, sino en el continente, y para ello sus protagonistas tiene diferentes nacionalidades..

Auxilio Lacouture es una musa alegórica y verdadera, amiga de la poesía y de los poetas, tal vez es ella la poesía misma y es quien nos cuenta. El texto tiene concretos significantes (las relaciones de la protagonista con los poetas españoles León Felipe y Pedro Garfias, con la poeta Lilian Serpas, amante del Che, con espacios de una oscura muestra de la homosexualidad de la época); pero son solo hitos donde apoyar otra historia, la que subyace, la que vuela, como cuando hace referenica a Orestes y Erígone, iluminando así fábulas de amor , venganza y muerte.

Los vínculos con su escritura anterior aparecen con Arturo Belano, uno de los dos detectives salvajes de su celebrada novela , y obsesiones que repite en sus obras. La clave de orientación que da en el párrafo inicial Bolaño se explica al final de obra con un crimen que nos queda demasiado tiempo sin llegar, pero todo el libro carga una poética histórica, existencial, tal vez la propia mochila del autor, que necesita exorcizar en este Amuleto.

“Desde el lavabo de mujeres de la cuarta planta de la Facultad de Filosofía y Letras, mi nave del tiempo desde la que puedo observar todos los tiempos” anuncia Auxilio para contarnos que la cronología se rompe en la novela y une el episodio y las muertes que desde el baño de la facultad de Filosofía y Letras vive la protagonista en 1968 en México, hasta la onírica amistad con la muerta Remedios Varo.

La protagonista principal de esta obra es la noche de Tlateltoco. Bolaño reivindica así a las personas muertas en esa noche convirtiendo el canto de esos muertos en su amuleto. “Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer. Y ese canto es nuestro amuleto”.

No es el único autor en literatura hispanoamericana que ha tratado este tema. Elena Poniawtoska tiene titulada La noche de Tlateloco. Pero claro, Bolaño es Bolaño. Y es el autor que da nombre a mi sitio web, ese autor que une como nadie ficción y realidad, para encantarnos con su obra.

No les pienso adelantar más, porque quiero que lean Amuleto, que pasen por sus páginas anecdóticas y que se animen a continuar conociendo una historia, tal vez autobiográfica de este latinoamericano chileno, que en sus obras, se volvió sueño universal.

El árbol de botellas de whisky

Los 21 relatos que conforman El árbol de botellas de whisky, de Katharina Bendixen, brotan página a página para llenarnos de espinas. La economía de sus textos, que no miden a la hora de narrar, se componen de la más vieja de las instituciones: la familia.

Katharina Bendixen nació en Leipzig, Alemania, en 1981. Luego de pasar su infancia en Laos y de finalizar sus estudios secundarios en el colegio Humboldt de Leipzig, Bendixen estudió bibliología y filología hispánica en Alicante y Leipzig. Publicó en revistas literarias y antologías. Actualmente vive en Leipzig y trabaja como autora, traductora de inglés de literatura infantil y juvenil y periodista. Sus dos libros de relatos (Der Whiskyflaschenbaum y Gern, wenn du willst) fueron editados por la editorial Poetenladen en 2009 y 2012 respectivamente. Ha recibido hasta el momento numerosas distinciones y subsidios en Alemania.

En su libro, madres, padres, hijos, hermanos, abuelas, personas sin nombres, son la casta universal que Bendixen nos va mostrando, austera, humana y limítrofe. Pero eso no significa que el contenido se pierda, al contrario, se hace raíz en la voz del lector. Duelen, muestran, nos asfixian, tanto el apilamiento de un joven que engendra hijos sin parar, la incomunicación de El perro come carne fría, la siniestra simpleza de lo inefable en el bebé de El asunto con la Alfombra, la muerte accidental de un hijo en manos del tractor que maneja su padre en La Gramínea, como el miedo a la partida de los hijos y a no tener qué decir en Historia de ciudad…. o en África postal, en las que el silencio se elige para no saber, para no morir, o matar.

Esta autora de breves relatos tiene mucho simbolismos sin metáforas. Es tan cruel su manera de ponernos la historia frente a nuestros ojos que no podemos dejar de hacernos cargo. Ni podemos evitar ver que hay padres que desean que sus hijos vuelen, bebés que nacen para tomar propiedades, mujeres prisioneras de otros y de sí mismas, esposos que elijen su perro aún ante una esposa moribunda. El cuento que le da nombre al libro habla de la familia y sus roles, los que aceptamos y los que disimulamos. Hay mucho femenino en sus cuentos, pero pulula César Aira en los desvaríos de sus personajes, en el desconcierto, la culpa, ese dolor escondido tras la ironía. Sus personajes pasan a la acción y lo hacen de un modo inesperado. Y digo Aira, porque sé que la autora lo ha leído.

Aún en los cuentos más desconcertantes siempre aparece, sin embargo, un mínimo de humanidad, un sentir, algo prohibido pero sensible que nos cala para siempre. Los ambientes que crea, tienen que ver con un halo primigenio que Bendixen implanta en sus historias. Lo objetivo se lo deja a sus seres reales que en cocinas, patios, fábricas o calles de pueblo, accionan siempre.

Lo exterior es normal, lo privado abruma, perturba, incomoda.

Se agradece la buena traducción, que no nos impide la distancia que la autora impone a sus relatos, raros, fríos, únicos.

Yo era una mujer casada

“Por increíble que suene, el infierno sin atenuantes de mi matrimonio… podría haber sido peor. No puedo explicarlo bien, y menos podría describir qué sería eso ‘peor’, pero era algo que sentía cuando contemplaba la clase de violencia que él ejercía sobre mí. Era una violencia puramente física; no quiero decir que me pegara, aunque no creo que se hubiera resistido al impulso en caso de tenerlo…”  César Aira

 La historia la cuenta Gladys, una narradora del espanto irónico del que Aira hace gala. El relato parece asemejarse a una la confesión que la tal Gladys va perfilando sin preámbulos sobre una pareja que se asemeja al supuesto promedio de otras de de cualquier lugar del mundo: ese encierro encuarentenado de la vida doméstica que lleva a la eterna repetición de lo mismo.

Claro que aquí los supuestos abusos continuos a los que la protagonista se ve sometida por parte de un esposo que parece una figura sin tiempo atrapada en este siglo, un tipo distante y sarcástico preso de un embotamiento permanente, de droga y alcohol, tal como los personajes de Burroughs en Naked Lunch.Este drogadicto incierto no sabes si existe o si es una ensoñación propia de una mujer proletaria que no puede con su vida.

Las distorsiones del argumento van desde la claustrofobia hogareña de la protagonista hacia su deriva citadina; desde el descubrimiento de un parricidio que no es tal fraude hasta la extasis observatorio de la lucha alegórica entre La Recomendación y La Compasión en la terraza de un edificio.

Aira pulula sin temor al delirio y juega con la inverosimilitud en su historia descontrolada, de modo tal que en su ficción, no basta la realidad si no es para volverla parte de un laberinto irresoluto o de asombrosa resolución. Las sutilezas exclusivas del autor, sostienen sin temor a la rima poética, la extraña realidad del argumento.

Por momentos uno se siente dentro de una película de Buñuel, en otros, creemos caer en efectos psicotrópicos, pero nunca nos quedamos indiferentes ante este escritor inusual, único, definitorio.

Cierro la recomendación con la voz predominante de una mujer casada:  Ninguna clase de amanecer me era ajeno; con los años había llegado a conocerlos todos, los blancos, los amarillos, los rosados, con agua, nubes, sol, niebla, pesados o livianos, opacos o transparentes, con franjas, manchas, velados por las lágrimas, atorbellinados, llenos, vacíos…

No hay nada para decir, Aira es Aira.

Las Inseparables

“No se nace mujer; se llega a serlo”. Simone de Beauvoir

Esta novela inédita, íntima, de la gran Simone de Beauvoir, escritora galardonada con el Premio Goncourt que es ejemplo del feminismo y que sin dudas produjo muchos de los mejores libros que he leído, fue escrita en 1954, cinco años después de la publicación de El segundo sexo.

Las inseparables narra la amistad apasionada que une a Sylvie y a Andrée -alter ego de la propia Simone de Beauvoir y de Élisabeth Lacoin (Zaza)- desde que, con nueve años se conocen en la escuela.

Andrée es alegre, inteligente y atrevida, y Sylvie, una niña formal que se siente irremediablemente atraída por su personalidad. Para librarse de las normas y las expectativas del entorno, y desconociendo el precio de la libertad, la vida intelectual y las cuestiones de la existencia, traman juntas una forma diferente de vivir.

Simone de Beauvoir vivió su vida como filósofa, una libre y singular, lo que le significaba reflexionar y medir al mundo, el amor, las relaciones con los otros y consigo mismo, por ejemplo decía… “No hay divorcio entre la filosofía y la vida. Cada paso es una elección filosófica”. Y en ese contrapunto juega fuerte la amistad en esta obra, en el de elección o deber.

Para una de las Inseparables, Sylvie , esa amistad se transformó en su primer amor, en la primera vez que sintió pasión por alguien. Años después le confesaría a Andrée que desde el día en que la conoció “lo ha sido todo para mí. Tenía decidido que si se moría, yo me moriría acto seguido”.

Las preguntas filosóficas del libro son algunas de las que universalmente nos seguimos haciendo: ¿Qué pasa si, como le ocurrió a Andrée, las contradicciones entre la personalidad y las reglas sociales comienzan a descuartizar a una persona? ¿Hay que someterse a la voluntad de la familia, de la sociedad o de Dios a costa de olvidarse de uno mismo, o debe imponerse el yo?

Las inseparables no explora a profundidad el mundo de Sylvie que parece tener el papel de darnos como lectores la oportunidad de conocer a la despampanante Andrée, y a su entorno. Se intuye que la sociedad no espera lo mismo de Sylvie que de Andrée, que no tiene la libertad de la primera para ser.

Esta historia sin dudas exorciza a la autora, tal vez por eso no la publicó en vida y recuperarla -junto con algunas fotografías y cartas que sirven de testimonio- nos beneficia como lectores.

Es un gran hallazgo literario que recomiendo disfrutar.

Las Voladoras

«Amar es morder, uno quiere comerse lo que ama, incorporarlo a tu cuerpo aunque eso implique desaparecerlo”

Mónica Ojeda

Las voladoras reúne ocho cuentos que se ubican en ciudades, pueblos, páramos, volcanes. Todos espacios transformados en no lugares, porque en ellos, lo sobrenatural, un cierto terror que tiene que ver con nuestras raíces latinas, la violencia, lo terrenal y lo místico, se unen en el mismo universo ritual e indudablemente poético.

Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) es autora de las novelas La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014), Nefando (2016) y Mandíbula (2018), así como de los poemarios El ciclo de las piedras (2015) e Historia de la leche (2020). Sus cuentos han sido recogidos en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (2014) y Caninos (2017). Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 2017 y premiada con el Next Generation Prize del Prince Claus Fund 2019 por su trayectoria literaria.

En lo personal, la considero una adicción, al nivel de Gabriela Cabezón Cámara, o Selva Almada. Son autoras que nos van envolviendo en sus propios miedos, en sus oscuros deseos hasta que no podemos vivir sin ellas. Sus narraciones son las nuestras, las que no nos animamos a contar.

En Las Voladoras hay criaturas que se suben a los tejados y vuelan, una adolescente que se enamora de la sangre, una profesora que recoge la cabeza de la vecina en su patio y la fotografía, una chica incapaz de separarse de la dentadura de su padre perro, dos gemelas ruidistas en un festival de música experimental con la particular experiencia de una de ellas, sordomuda. Hay mujeres que se lanzan desde lo alto de una montaña, suceden terremotos y hombres chamanes aparecen, conjuros, silencios y la inefable certeza de que todo esto que es ajeno, también es posible.

En varios de los relatos, lo familiar asusta . Es que, como todo lo fundacional, la familia no deja el terror de lado. Sus relatos lo van contando, en ‘Caninos’, con padres que inevitablemente muerden, nos muestra Ojeda la violencia intrínseca del amor. En ‘Slasher’, aparece la estética gore, pero con su particular mirada y utiliza el sonido para que nuestras entrañas se muevan al compás.

Disfruté mucho el cuento ‘Soroche’, que documenta voces femeninas. La voz de Ana duele por su profundo odio, el que produce un mundo cruel con el género, sin embargo, como en la vida, estas mujeres son incapaces de amarse, se lastiman entre ellas. Lo andino está siempre presente en sus historias, pero no es paisaje, es un mundo que no pudo evitar el embate globalizador de la tecnología, a la que no hay chamán que se le resista. En ‘Terremoto’, el apocalipsis de la madre tierra y el incesto se unen para dejarnos sin palabras.

En el ‘El mundo de arriba y el mundo de abajo’, se hace presente la voz masculina. Este cuento de duelo vuelve necesaria la magiam en el afán desesperado por revivir un cuerpo. La conciencia de la finitud, Mónica Ojeda la lleva a una expresión única.

En fin, en Las Voladoras, nos encontramos con una autora que es capaz de unir la mitología tradicional con la andina, hacer sangrar la tierra, desgarrarla, su voz nos obligará a comprender el asesinato de una hermana como una obra en pos de la identidad. Para Ojeda, infierno, paraíso y familia son sinónimos. Y son mundos que narra con fiereza y poesía. Esta autora es alucinada, errante, también es una voz estética y concreta que nos representa, que nos visibiliza y que escribe como la puta madre.

Impresionante.

A veinte años Luz

Los partos siempre nos marcan, y en ésta novela de Elsa Osorio hay varios. Algunos en circunstancias terribles y también nos muestra el parto de la propia Luz, que, a los veinte años, con la llegada de su primer hijo, en una especie de revelación de la memoria, comienza a dudar sobre su identidad.

La memoria emotiva sale a la superficie y siente que debe iniciar una búsqueda, en el camino comienza a pensar que podría ser uno de los niños nacidos en cautiverio en la última dictadura militar argentina.
Es entonces que Luz se lanza a una carrera incesante en pos de la verdad. La autora utiliza la investigación de la protagonista para contar las vidas y las peripecias de muchos personajes, la madre verdadera, una presa política secuestrada en 1976, su padre Carlos exiliado en España, Miriam, la amante de uno de los torturadores, y sin embargo alguien que lucha por ella.

Cada persona formó parte de la construcción tipo rompecabezas de un pasado personal que cuenta la historia argentina de los 70, tal vez sin la rigurosidad necesaria y tornándose por momentos en una densa y laberíntica justificación.

Lo interesante de la novela es ponerle voz a los niños no buscados, atreverse incluso a algunas críticas, que ella le hace al padre biológico en nombre de todos los chicos que nacieron sin que nadie sepa de ellos.
Continuas referencias a Abuelas de Plaza de Mayo y a los derechos humanos nos recuerdan que el amor y la justicia son búsquedas insoslayables.
A veinte años, Luz fue escrita antes de que algún nieto apropiado buscase su origen y fue publicada en España en 1998, al mismo tiempo que en Argentina una joven encontró su propia identidad. Terminó siendo una novela clásica en latinoamérica, por el tema de relevancia extrema, sin embargo, es innegable la escritura con matices de policial que Elsa Osorio logra, y que atrapa más allá de la conciencia social.

Valen la pena sus páginas. Ficción con historia siempre es atrayente. Ficción con historia reciente lo es más.

El Visitante

Supe que, convertida en prejuicio, la fe se descalifica. Ganada por el frenesí de la intolerancia, ya no expresa lo que un hombre tiene sino lo que a un hombre lo detiene, lo avasalla y paraliza su entendimiento.

Si hay en nuestro tiempo una modalidad desfigurada de la fe a la que Occidente aún se aferra con la desesperada tenacidad de un náufrago a su madero es la fe en un progreso ilimitado y aplicable a todos los órdenes de la vida

Santiago Kovadloff.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, Santiago Kovadloff es doctor honoris causa por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurión del Néguev, de Israel. Participó como profesor invitado en la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar de la ciudad de Guadalajara, México, en el año 2013.

Actualmente, es profesor privado de filosofía y conferencista. Es colaborador permanente del diario La Nación de Buenos Aires.

Su obra literaria —ensayo, poesía y cuentos— incluye títulos como Zonas e indagaciones, 1978; Canto abierto, 1979; Ciertos hechos, 1985; Ben David, 1988; El fondo de los días, 1992; El silencio primordial, 1993; República de evidencia, 1993; El tobillo abandonado, 1994; Lo irremediable, 1996; Hombre en la tarde, 1997; Sentido y riesgo de la vida cotidiana, 1998; La nueva ignorancia, 2001; Agustina y cada cosa, 2001; Ensayos de intimidad, 2002; Una biografía de la lluvia, 2004; Natalia y los queluces, 2005;  Los apremios del día, 2007; El enigma del sufrimiento, 2008; Ruinas de lo diáfano, 2009; El miedo a la política, 2010; Líneas de una mano, 2012; La extinción de la diáspora judía, 2013, y Las huellas del rencor, 2015.

Además, es suya la primera versión completa al castellano del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa (2000). Asimismo, es autor de la traducción de Ficciones del interludio (2004), del citado Fernando Pessoa. También tradujo textos de los poetas brasileños Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Ferreira Gullar, João Cabral de Melo Neto y Murilo Mendes, entre otros.

Kovadloff ha recibido las siguientes distinciones: la Faja de Honor en Poesía y Ensayo, concedida en dos oportunidades por la Sociedad Argentina de Escritores; el I Premio Internacional de Ensayo Común Presencia de Bogotá; el I Premio Nacional de Literatura de la República Argentina (1992), como ensayista; el Premio Konex a las Letras Argentinas de la década 1984-1994 en la categoría de ensayo literario; el Premio Esteban Echeverría por su labor como ensayista; el I Premio de Poesía de la ciudad de Buenos Aires (2000), y el VII Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua.

Pero hoy los invito a conocer al poeta en un libro personal, y al decirlo, digo todo. Un libro de poemas que incluyen el detalle, el instante, esa sensación efímera de lo que nos pasa ahí, y nada más. Cada poema nos deja con la anunciación de un final. No sabemos cuando, no sabemos cómo, pero está.

Los convido con este cuadernillo poético de un pensador incorrecto, transcendente, que propone la crítica como modo de vida o como modelo de crecimiento, y que en su voz poética se acerca a nuestros miedos y soledades: les dejo uno de sus textos como aperitivo:

Ante el espejo donde no me miro
el agua lava mis manos. 
Se cierran mis ojos, suspiro;
el martes se acabó.

¿Cumplí con algo, con nada?
¿Qué ha sido de mí en el día?
¿Por dónde anduvo este martes
el alma que tanto pide?

Dije, desoí, propuse temas.
El agua de la noche corre ahora 
por mis manos;
froto, brota espuma, 
una grata lentitud me trae de lejos.

Hubo sueños, nombres 
que ya no son de nadie,
palabras que amé alguna vez 
y hoy golpean a mi puerta. 
Fui mi día como pude, a los tropiezos. 
Un mortal, digamos, ocupado.

El Evangelio según Van Hutten

Llama la atención la desproporción que existe entre la literatura cristiana, la de los Padres, San Agustín o Santo Tomás, con la falta de noticias históricas, fehacientes, sobre la persona humana de Jesús. Los únicos testimonios que existen, los evangelios, apenas dan cuenta de dos o tres años de su vida. Se ha hallado la tumba de San Pedro. Se ha hallado una pared con el nombre de Poncio Pilato. Pero no hay un solo testimonio, fuera de los cuatro evangelios, que hable del paso de Jesús por la tierra. Abelardo Castillo 

Leer a un maestro, requiere una ceremonia, pero releerlo se puede transformar en culto. Por eso cuando decidí tomar el antiguo ejemplar de El Evangelio de Abelardo Castillo, también cambié mi ritmo respiratorio, puse pausa a otras lecturas secundarias y me dediqué más de una semana a descubrir nuevamente la obra.

Es una historia que puede ser leída como una novela, pero Abelardo Castillo, en la voz de Van Hutten, va acumulando a lo largo de la misma, una teoría particular: para él, los evangelios tienen antecedentes que datan de tiempos muy anteriores a los que comúnmente estudiamos o conocemos y además, considera que han sido corregidos, modificados, hasta traicionarlos.

Usa Castillo los mismos evangelios canónicos para demostrar que Jesús y sus apóstoles tuvieron un origen esenio-sectario- y actuaban como tales: el bautismo, la cena sagrada de pan y vino, el rechazo a toda riqueza material, la humildad y la pobreza de espíritu, la venida del Hijo del Hombre, que expiaría por los pecados de los demás.

El tema fundamental es la falsa traición de Judas, cosa que Van Hutten y el autor intentan demostrar desde lo mismos evangelios por todos estudiados.

La novela narrada como solo Abelardo narra, consta de dos partes, y uno puede ir y venir por sus páginas y de ellas a la biblioteca, tomar los Evangelios, profetizar con Van Hutten. No falta nada, todo nos atrapa y nos lleva a repensar, a exculpar a Judas, a cuestionar la palabra, para poder creer en ella.

No es que el autor se haya vuelto místico, es un recurso más del gran escritor argentino que tuve oportunidad de conocer, un recurso histórico que se atreve a cuestionar, que nos invita a investigar. Nos volvemos sus discípulos, mientras los otros discípulos, desconocen el pacto entre Jesús y Judas. Nos permite dudar, nos habla de pastores armados que hablan de Jesús, ¿son esenios?.

La parábola de Abelardo Castillo resulta más interesante que la de Pedro Simón y la búsqueda de una verdad recorre toda la novela. Vida, arqueología, historia, cuestión de fe. Tal vez el suspenso que delata El Evangelio según Van Hutten demuestre que ha sido escrito para ser hallado.

 Abelardo Castillo decía estar «fascinado” por Borges, pero tanto como por «ciertos cristales parecidos a flores. Como la profundidad fastuosa e hipnótica de un acuario o el sueño de un teósofo. Como ciertos teoremas o ciertos pájaros… Pienso, también, en catedrales de estalactitas, en bosques petrificados. En la frialdad.”  Sin embargo, en ésta novela se le parece, en ella mantiene cierta distancia, cierta frialdad, tal vez hoy la discutan en otro tiempo , el de los grandes, porque qué es una ¿reseña para pretender ser verdad?

Es más, ¿Hay una verdad posible?

PD: el encuentro entre el narrador y Van Hutten se da en La Cumbrecita, y no puedo dejar pasar la mirada del autor para narrar cada detalle del lugar, hasta transformarlo en un Edén.

La cultura habita el espacio público.

En el marco del diseño y planificación del Plan Integral de Seguridad Local, autoridades municipales y concejales se juntaron con artistas y representantes culturales de la ciudad en las instalaciones de la Sociedad Española de Socorros Mutuos.

Algunos de los partícipes de la reunión fueron miembros de casas culturales, del Festival de Música Independiente (FEMI), Cultura Emergente, el Corredor Cultural del Noroeste, SADE, artesanos y titiriteras cubanas.

Luego de la conversación, Andrés Rosa, secretario de Seguridad del municipio, expresó: “Quiero agradecer a Soledad (Vignolo) como también a los distintos referentes de la cultura por aceptar nuestra convocatoria para llevar a cabo esta reunión. Teníamos mucho interés en conocer sus miradas, puntos de vista e inquietudes acerca de la seguridad en Junín y así continuar con el enriquecimiento del diseño del nuevo plan”.

“Compartimos en la reunión que el espacio público es el lugar donde se construyen cultura y seguridad, por ende, desde nuestro lugar es muy importante pensar en políticas públicas con la mirada de los representantes culturales a nivel local”, añadió.

Seguidamente, Rosa indicó que “estamos convencidos de que tiene que haber una sinergia entre estos dos campos y que cuanto más posibilidades haya de acceder a la cultura por parte de nuestros vecinos, jóvenes y adultos, seguramente los vamos a quitar de la violencia, el conflicto y el delito”.

“Hubo aportes realmente muy valiosos y que obviamente van a ser integrados y tenidos en cuenta en el diseño de este plan. Contamos con la presencia de representantes de centros culturales, artesanos, compatriotas cubanas titiriteras en lo que fue una convocatoria de lo más variada y rica; estamos muy contentos por eso”, afirmó el funcionario.

En tanto, la escritora local Soledad Vignolo, miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) Filial Junín, manifestó: “Me parece fundamental que se tenga en cuenta a los representantes de la cultura, porque este campo social es el único que puede aportar un cambio de paradigma en la sociedad para volverla menos violenta. Concretamente, eso requiere de cultura y educación y trabajo coordinado”.

“Me encantó la reunión que hemos mantenido porque las autoridades de Seguridad se pusieron a disposición de los actores que invité y se conformó una reunión con buena diversidad y pluralidad de voces”, dijo Vignolo y detalló que “hubo gente de María Cultura que es un centro cultural nuevo que tiene mucha movida de juventud, representantes del FEMI, Alejandro Pietrobón y yo como representantes del Corredor Cultural del Noroeste que empezamos a formar y también gente de Cultura Emergente”.

Luego, la escritora sostuvo que “fue una reunión sumamente positiva en la que se abordaron muchos temas y nos quedamos con ganas de seguir dialogando”. Además, expresó que “como bien dijo Andrés, la cultura habita el espacio público todo el tiempo en las plazas, calles, eventos culturales y los artistas necesitan seguridad para trabajar”.

Por último, aseguró que “se acordó sobre la importancia de trabajar en conjunto y para mí es algo fundamental. Fue un encuentro realmente muy interesante y me gustó mucho que nos hayan tenido en cuenta para este plan de seguridad”.

Fuente: Prensa Municipalidad de Junín.