Aura

Aura es una novela corta escrita por Carlos Fuentes. Tiene todos los recursos que engalanan un texto: ágil, misteriosa, maga. Esta obra, escrita en 1962 es además de referencia, es la novela que vuelvo a releer cada vez que quiero comprender como escribir para que un lector no pueda evitar leer y sorprenderse una y otra vez con una misma historia. Una que se lleva adherida en la piel, para siempre. Aura fue escrita al mismo tiempo que  La muerte de Artemio Cruz  y ambas apelan a lo tangente, a aquello que nos deja incómodos, como tratando de tragar lo leído, de procesarlo.

Es una obra que no quiero contar, porque el autor la narra de tal forma, que deben sorprenderse en cada una de sus páginas, en cada supuesta mirada, hechizada o no, de esos ojos verdes llenos de memoria y de tiempos.

Felipe Montero es un joven historiador al límite en su vida, halla un anuncio de diario que el mismo define como hecho para él, algo predestinado aparece sin que nos extrañe. Cuando llega, siente que es tragado por una oscuridad fría, y una anciana lo guía a su cuarto. Es Consuelo Llorente, la mujer del anuncio, luego conoce a Aura, la joven de la que se enamora y que lo prenda lo suficiente para quedarse a organizar las memorias del esposo muerto de la anciana, el General Llorente.

Todo es subyugante, la casa, los conejos, las ratas, Aura. Pero se enamora, y las memorias del general lo llevarán a su propio futuro. en una vuelta cíclica de la vida que propone Fuentes magistralmente. Lo raro y lo erótico se vuelven objeto de atención, la oscuridad y la luz, excusas. Aura y Consuelo, o debería decir ella, envuelven a Felipe y a nosotros, los lectores, en la brujería más interesante y reflexiva contada nunca. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Qué mirada nos construye?

Novela obligada, en la que el escritor mexicano encarna como nadie el mito y la historia, la vida y la muerte, y ese encuentro con el otro que siempre es uno, en la historia pasada. Exótica, siniestra, incomparable.

El Oficinista

Cuando comencé a leer esta obra de Saccomanno, tuve la sensación de que el personaje me pertenecía, nos pertenecía, porque era uno que como bien guiña el autor, por medio del compañero de oficina, es un ruso. Un ruso típico, en el que la íntima convicción de la insignificancia lo vuelve enorme, duro, increpante. Por momentos, en ese sobretodo doblado con esmero nos asalta el Capote de Gogol, pero decididamente es Dostoievski quien lo asume en sus devaneos existenciales. Es una obra difícil que nos sitúa en un mundo posible, donde todo lo que es noticia hoy, se agolpa en un espacio físico para volvernos secuaces de un estado dictatorial, de terroristas alienados y de perros clonados que se nos asemejan.. El terror mental transita bajo la superficie de una vida común, que no tiene tiempo, porque es lo mismo ayer que mañana, cuando todo está perdido. Lo no dicho es lo que causa pánico y lo que no se dice es que resulta posible llegar a un mundo así. Sin embargo hay belleza en la decadencia escrita por Saccomanno, hay una atrocidad tal que rompe cánones y nos vuelve parte de un concepto estético de la vida. Y de la muerte.

Este hombre, dejado de lado en la ecistencia personal, en la que padece un monstruo que supo ser su mujer, que habita la casa de una prole siniestra de la que solo rescata al débil, el viejito, es un personaje que muestra un elemento social necesario para la maquinaria, pero reemplazable, que tiene la sensación de haber tocado de cerca el amor. Pero su compañera, la secretaria, es también la amante de su jefe. Este mundo que parece vertical no difiere del nuestro donde adaptarse en sobrevivir, descripto en el mismo libro así: “Hombres y mujeres completamente normales avanzan a diario hacia su escritorio en una ciudad arrasada por atentados guerrilleros, amenazada por hordas de hambrientos, niños asesinos y perros clonados, vigilada por helicópteros artillados y bautizada con lluvia ácida”. Y en ese mundo este tipo conoce lo que llama amor, que logra volverlo un superhombre, endiosado por la gloria de lo acontecido, y que luego, en el derrotero que le traza Sacomanno, lo baja de un hondazo al infierno del destierro y el horror.

Capítulos cortos, sentencias concisas, nos marcan el rito de esta historia que puede ser distópica, pero que en realidad es aterradora, y nos interpela hasta los huesos, porque el oficinista, o los hijos, o la mujer o esa secretaria mojigata y voraz, podemos ser o llegar a ser alguno de nosotros. La historia paraliza porque no nos dice todo, porque nos muestra y porque predice, o tenemos la sensación de que lo hace, una de las posibles sociedades que estamos en pos de construir. Hasta donde llegamos para cumplir nuestros deseos: ¿a matar? ¿a morir?, perder todo sería casi lógico, pero no desesperemos, que esto aún no ocurrió, o pasó ayer, pero sin embargo, transcurre en este momento. No nos daremos cuenta, porque la vida nos pasa al lado mientras sacamos números y nos preocupamos por cuidar el pusilánime sitio que nos conseguimos en la cadena de poder. Ahora que lo pienso, es también una obra digna de Ballard más autentico, ese creador de catástrofes que le daba un toque perverso a los motivos de sus personajes.

Muchas inspiraciones, una buena voz la de Saccomanno y un libro para leer y releer.

Los cuerpos del verano

A raíz de un cuento que estoy trabajando, Anahí me recordaba que debía leer Los cuerpos del verano, de Martín Felipe Castagnet, y yo me resistía porque no me gusta leer sobre los temas que escribo. Prejuicios inevitables en nuestro arte. Pero esta semana me lancé a estos cuerpos propuestos, de lectura veloz, que nos interpelan, porque son la concreción de lo soñado, de aquello que no nos atrevemos a decir.

La breve novela es inmensa. Llena de cuestionamientos filosóficos, arrebatada por un montón de problemáticas irresolutas que nos persiguen a diario. Creencias, amor, sexo, alma, constructivismo, traición. Nada queda afuera de la obra, nada podemos hacer después de leerla para esquivar lo que pensamos y es ése el logro primordial del autor.

De quién nos vengaríamos si no estuviésemos obligados a morir. Cómo soportaríamos cuerpos de otro género. Podríamos ver morir a nuestros hijos. Enamorarnos de quienes serían nuestros bisnietos, volvernos animales o reencarnar en la web. La pregunta podría ser si tiene sentido una vida sin muerte obligada. Si elegiríamos un limbo o nos volveríamos carnívoros en un sentido metafórico.

Ramiro, el protagonista de esta historia, vuelve a la vida décadas después pero en el rollizo cuerpo de una abuela, y comprueba que a pesar de la inteligencia artificial las personas siguen igualmente insatisfechas, llenas de dudas y de miedos. Los grandes dilemas no se resolvieron, y los restos de su antigua existencia. sus amores, sus dolores, una hija que solo puede encontrar en internet, en una especie de cielo internauta, y muchas presiones que no cesan con el cambio de cuerpo. Su hijo que prefiere morir para siempre antes que flotar y ser reciclado, como un revolucionario futurista con conciencia de finitud.

El mundo de Catagnet es un mundo que critica al capitalismo, sin embargo se vale de él para poder crearlo, y a pesar de tal crítica, es emocionante la historia, la continua vida de Ramiro, que aunque habite senos sigue siendo un hombre confundido y melancólico. De Azufre que prueba las inequidades de los tiempos y de cada uno de los personajes que sorprenden y nos dejan llenos de incomodidades. Sobre los cuerpos, la eternidad, la memoria, el espacio que ocupamos, los no lugares, pero sobre todo Los cuerpos del verano llega para recordarnos que no tenemos otra cosa que tiempo. Un tiempo propio, que será eterno o efímero de acuerdo a como elijamos vivir.

Reseña de Lamberti

El loro que podía adivinar el futuro

Por mucho tiempo quedó una depresión en el lugar donde habían estado los árboles, algo que hacía difícil el juego, pero después la marca se fue borrando y hoy ya nadie se acuerda de nada..

Luciano Lamberti.

Es muy interesante reseñar este libro porque cada uno de sus relatos me llevó a otros autores que admiro, pero sin que el autor cordobés pierda su esencia, su propio decir. Pasé por momentos donde Roberto Bolaño, quien da origen al nombre de mi página, susurraba los personajes de Lamberti a mi oído, jugueteé con Stephen King en algunos momentos de tensión, me volví una especialista en mundos extraños, en enanos, loros y sentí latir a Dick entre sus páginas, antes de comprender que el autor, sin dudas, quiere dejar claro que el mundo no es blanco y negro, que el espacio y el tiempo le pertenecen a quien narra, a las historias mismas, y a los lectores, que no hay realidad posible sin dejar un lugar a lo extraño, a universos nuevos, con humanoides, miedos, y bosques perversos rodeándola.

El Loro que podía adivinar el futuro contiene seis relatos. Voy a intentar dejar una impresión personal de cada uno de ellos: “Perfectos accidentes ridículos”, es un conjunto de relatos que se nos clavan, como un cristal estallado en el medio del barrio en que sitúa las historias. Lo psicológico y la telekinesis en un pibe con claras dificultades, otro que no para de atraer la mala suerte, y el fantasma del suicidio cotidiano. Todo relatado con una prosa limpia, sin adornos, que hace la lectura llevadera. “La canción que cantábamos todos los días”, me resultó de tal ambigua crudeza que lo leí dos veces. La hermandad percibida desde un hecho que produce una ruptura familiar y genera una extrañeza de la que ninguno puede volver, padre, madre y el protagonista, modifican el ecosistema familiar y la relación de cuatro, deja a uno de los hermanos en otro orden. El suspenso, y las capas que aparecen en los personajes, crean un ambiente único.

Y me atrevo a pensar que allí reside el gran acierto del libro, Luciano Lamberti tiene una propuesta de mundos, de climas subterráneos, acuáticos, fantásticos y aciagos, pero personales. Y lo hace muy bien. “Algunas notas del país de los gigantes” es una obra maestra del esfuerzo por complementar tiempos, historias que corren a la par, diversos géneros, y logra encuentros ficcionales memorables.

Lo más atractivo de leer a Lamberti es reconocer en el autor a un gran lector. Los guiños, las influencias percibidas, son sutilezas que solo pueden resultar de lecturas sublimes. El cuento “La feria integral de Oklahoma” nos pone a prueba, ilumina los bordes de los personajes y los entrelaza con la pureza de su narrativa. No hay remilgos para hablar de un abuelo capaz de comprender a todo tipo de animales, ni en definir a un enano sin escrúpulos, todo es posible en sus historias y todo es a la vez de una rareza que intriga y subyuga, ¿Quién puede desconocer que en una feria o en un circo todo puede suceder?

“La vida es buena bajo el mar”, un nuevo mundo creado por ficción bien escrita, con reglas particulares, que parece contar algo y de golpe se nos escapa, vuela y termina en otra dimensión que no habíamos previsto. Una raza convive con los humanos, son obreros calificados muy capaces, pero que viven con un desasosiego inquietante, extrañando la humedad de su entorno original. Un psicólogo especializado en estos seres, se vuelve adicto a sus disloposibilidades mentales, que son viajes hacia lo líquido, lo materno tal vez. Toda la descripción del placer de esa adicción me remitió al útero. Como broche, “El loro que podía adivinar el futuro” nos cuenta la locura en forma de loro sobrenatural, que es viejo como la peste y puede ver más allá, o justificarnos en misiones obligadas que rompen las leyes de nuestro orden, como si lo ancestral y lo divino tuvieran como aliado a este loro cósmico. El protagonista termina siendo un hombre con cabeza de loro. Y no nos hace ruido, porque Lamberti prueba que con ideas claras, lo real puede ser ambiguo, volverse extraño y atractivo como una atmósfera que pesa pero de la que no queremos escapar.

Un dulce olor a muerte

Voy a comenzar esta reseña hablando de su autor, el novelista mexicano Guillermo Arriaga,un autor polifacético, con aspecto recio, que fue boxeador, futbolista, basquetbolistas y que él mismo se define como un tipo con calle, que no se define como escritor sino como un «cazador que escribe», al que le molestan las etiquetas,  reniega de ser guionista aunque hya ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2005 y ha sigo nominado para Globos de Oro o a los Óscar con películas comoAmores perrosBabel, 21 gramos, o Los tres entierros de Melquíades Estrada lo prueban.

Me atrevo a pensar que Arriaga escribe siempre novelas, historias a las que le dedica tiempo y corrección no importan cual sea su destino final, si un libro o un guión cinematográfico.

Un dulce olor a muerte, que tuvo también su versión cinematográfica, es la narración de los acontecimientos que acontecen indefectiblemente, casi como una premonición inevitable en un lejano y en apariencia tranquilo pueblo mexicano, Loma Grande, cuando una mañana aparece muerta de un cuchillazo un a joven desnuda en medio del cañaveral. Se trata de Adela. Es maravilloso como el autor logra que sus personajes, tras hallar el cuerpo, y con pureza perversa, van generando equívocos, falsos supuestos que el boca a boca transfroma en verdad absoluta, hasta para los propios involucrados que comienzan a dudar de sus propios actos y sentimientos.Todo esto va creando un rara clima donde la venganza adquiere peso. En este juego de falacias todos le otorgan al adolescente Ramón Castaños la calidad de novio de la chica y al Gitano la culpabilidad del hecho. La construcción colectiva de un relato hace relativa a la verdad, y una posverdad profética se eleva como gigante en el pueblo.

No es una novela larga, en especial porque cada personaje es verosímil, y vivo. El autor narra sin dejar la intención a la vista,creyendo en el lector. Toda la acción sucede en un corto período de tiempo donde los personajes se trasladan fluidos de escena en escena, creando el ambiente de una vida pueblerina. El narrador explica poco y solo cuando es necesario para lograr el ambiente.

El clima que logra en el comienzo de la novela le da a Guillermo Arriaga el territorio perfecto para su narración con profundas raices en la vida misma, en las cuestiones lugareñas. Toda su obra mama el paisaje agreste, el habla llena de mexicanismos que aprovecha para contar como Rulfo, la realidad y la otra verdad de esos parajes que no parecen pisados por dios alguno. Toda la novela es la historia de rumores de pueblo, escritos en maravillosa narrativa, cada capitulo nos deja cuenta que la verdad no importa que si o sí tal afrenta y tal culpa, ambas inexistentes, debe vengarse, porque es un “crimen equivocado” (p.105) que llevará a una verdadera locura. El “juicio inobjetable” (p.98) de todo un pueblo, Loma Grande, nos viene a contar como podemos construir una conciencia social ( toda una sociedad creyéndola) basada en una gran mentira, y entonces esa comunidad sospecha, juzga y “da caza” al Gitano, autor de muchas travesuras pero no del crimen.

Tal vez Guillermo Arriaga juegue con la idea de cazadores en sus obras, en esta misma, pero lo cierto es que la ficción que nos cuenta no dista de la lamentable realidad que muchas veces padecemos los latinoamericanos, en hechos más pudientes que la muerte de una Adela en un pueblo perdido.

Gran autor. Para no perderse nada de lo que escriba.

Yo era una mujer casada

“Por increíble que suene, el infierno sin atenuantes de mi matrimonio… podría haber sido peor. No puedo explicarlo bien, y menos podría describir qué sería eso ‘peor’, pero era algo que sentía cuando contemplaba la clase de violencia que él ejercía sobre mí. Era una violencia puramente física; no quiero decir que me pegara, aunque no creo que se hubiera resistido al impulso en caso de tenerlo…”  César Aira

 La historia la cuenta Gladys, una narradora del espanto irónico del que Aira hace gala. El relato parece asemejarse a una la confesión que la tal Gladys va perfilando sin preámbulos sobre una pareja que se asemeja al supuesto promedio de otras de de cualquier lugar del mundo: ese encierro encuarentenado de la vida doméstica que lleva a la eterna repetición de lo mismo.

Claro que aquí los supuestos abusos continuos a los que la protagonista se ve sometida por parte de un esposo que parece una figura sin tiempo atrapada en este siglo, un tipo distante y sarcástico preso de un embotamiento permanente, de droga y alcohol, tal como los personajes de Burroughs en Naked Lunch.Este drogadicto incierto no sabes si existe o si es una ensoñación propia de una mujer proletaria que no puede con su vida.

Las distorsiones del argumento van desde la claustrofobia hogareña de la protagonista hacia su deriva citadina; desde el descubrimiento de un parricidio que no es tal fraude hasta la extasis observatorio de la lucha alegórica entre La Recomendación y La Compasión en la terraza de un edificio.

Aira pulula sin temor al delirio y juega con la inverosimilitud en su historia descontrolada, de modo tal que en su ficción, no basta la realidad si no es para volverla parte de un laberinto irresoluto o de asombrosa resolución. Las sutilezas exclusivas del autor, sostienen sin temor a la rima poética, la extraña realidad del argumento.

Por momentos uno se siente dentro de una película de Buñuel, en otros, creemos caer en efectos psicotrópicos, pero nunca nos quedamos indiferentes ante este escritor inusual, único, definitorio.

Cierro la recomendación con la voz predominante de una mujer casada:  Ninguna clase de amanecer me era ajeno; con los años había llegado a conocerlos todos, los blancos, los amarillos, los rosados, con agua, nubes, sol, niebla, pesados o livianos, opacos o transparentes, con franjas, manchas, velados por las lágrimas, atorbellinados, llenos, vacíos…

No hay nada para decir, Aira es Aira.

Cómo provocar un incendio y por qué

¿Acaso no somos todos iguales? ¿Acaso no nos esforzamos todos por tener lo suficiente?

Jesse Ball

Cuando Luis Mey me recomendó leer a Jesse Ball entre otros autores, no dudé en buscar su novela y comprarla. Jesse Ball- 1978 Port Jefferson (New York, USA)- es novelista y poeta. Ha publicado novelas, volúmenes de poesía, cuentos y dibujos. Sus obras se distinguen por el uso de un estilo sobrio y han sido comparadas con las de Jorge Luis Borges e Italo Calvino. A mi juicio, comparaciones exageradas. Es un autor de calidad y prosa ágil, inteligente, si es que significa algo, y muy creativa, que es lo que más me atrajo de su novela. Lo que dice y como lo muestra, para ir envolviendo la historia en nuestro cuerpos, hasta que le pertenecemos.

Lucía Stanton es demasiado Holden Caulfield como para que una reseña esquive ese bulto, sin dudas hay una ilimitada inspiración en J.D. Salinger al crear la protagonista de la historia que narra Ball, con una voz que no podemos dejar de oír, una voz que la traiciona y todo el tiempo muestra un espíritu que prefiere ocultar. Frases como «La gente tiene muy poca agudeza hoy en día; no pueden siquiera reconocer a una persona digna cuando la tienen enfrente» o «La historia solo es gente portándose mal» se le escabullen a Lucía a lo largo de la narración. También tiene ese lado inexorable del personaje del El club de la pelea, de Chuck Palahniuk, que declara «Así es tu vida, y se consume minuto a minuto». Otra referncia que los relaciona es que existe un club secreto como semblanza, en el caso de la obra de Ball es La Sociedad del Fuego. Una vez señalados mis reparos, que son más filosóficos que reales, voy a reseñar con brevedad la trama:

Lucía Stanton es una adolescente desposeída, con una madre en el loquero, un padre muerto y una tía ácrata con la que vive y que le regala la frase que la define: «No hagas cosas de las que no te sientas orgullosa». Su bien más preciado y el que la sume en pensamientos incendiarios es un Zippo que heredó de su padre, y que le permite sobrevivir a un mundo que para ella, está perdido. Luego de ser expulsada por haberle clavado un lápiz a un compañero que le faltó el respeto, a Lucia la aceptan en un nuevo colegio en donde toma contacto con la Sociedad del Fuego, una misteriosa organización de incendiarios que quiere terminar con las desigualdades y los privilegios. La propuesta la fascina. Como lo ha perdido todo, Lucia está dispuesta a quemarlo todo. Así nos describe la historia la editorial, así de atrapante es.

No puedo dejar pasar el inicio del folleto instructivo para incendios que escribe Lucía: «Cuando tenía nueve años mi amiga y yo nos inventamos un juego. Cada una tenía una capa: capas ridículas que nos habían confeccionado en la víspera de Halloween. Qué tal, dijo ella, si las prendemos fuego y salimos corriendo y la primera en quitarse la capa pierde. En aspiraciones como esa radica la alegría del fuego: sentimos que el fuego nos pondrá a prueba».

¿Cuántas veces pensamos lo mismo? Jesse Ball le da voz a una jovencita de dieciséis años, pero también es la voz inconforme que llevamos dentro, ella descree del capital, pero amaría vivir mejor, ella dice «Ir a la escuela es horrible y aterraría a cualquiera en su sano juicio» pero amaría ser aceptada, o argumente «Odio cómo habla la mayoría de la gente. De solo escucharlos dan ganas de volverse ermitaña», sabiendo que prácticamente lo es, y no le da privilegios ni felicidad. Lucía Stanton somos todos.

No quiero dejar pasar la relevancia otorgada en la novela a los objetos, los que tiene, como el encendedor, y los que faltan, en una búsqueda constante de comprensión sobre la vida, sobre la enfermedad, la soledad y la muerte, que puede desatar en un vestido de novia una tragedia.

Jesse Ball es un escritor atractivo, su prosa ligera, eficaz, tal vez con semejanzas innegables, es sin embargo una piel que se te pega, una rápida vuelta a ideales perdidos, marcados por la sarcástica realidad a la que nos enfrentamos en la adolescencia y que se nos queda hasta la muerte. En especial si no pudimos incendiar nada.

Cómo provocar un incendio y por qué, de Jesse Ball, vale la pena. Aunque queme.