Kryptonita

Kryptonita (2011), de Leonardo Oyola, es una obra con variaciones de género que va y viene entre el realismo y un no realismo al estilo superhéroes americano. No falta nada de lo que un cómic tendría, familia, amigos y enemigos, injusticia, amor, todos los condimentos. La novela tiene una idea interesante, y por momento logra con maestría viajar de un género a otro, de la realidad a la no realidad, incluso en sus diálogos. Hay un hallazgo del autor en la forma de esos pasajes, que no incomodan ni parecen forzados.

Kryptonita entra dentro de la llamada “narración de los márgenes” que algunos autores ubican en el inicio del milenio, siendo un estilo que pretende acercar la realidad al lector saliendo del realismo, en este caso Oyola utiliza una especie de ciencia ficción, ya que produce un choque en el lector, lo estremece, tomando a este mundo ficcional que crea para lograr el extrañamiento y romper con paradigmas que automaticamente aparecen en el lector. La referencia con lo real, el narrador y distintos integrantes de la banda, que nos narran historias secundarias sobre su vida o la de Nafta Súper, la construyen con apelaciones sociológicas, antropológicas e históricas –respecto a lugares o personajes del entorno marginal del conurbano en la década precedente al 2000; lo vemos cuando se refleja la crisis de 2001 y aparencen elementos culturales para ser asociados, como los recitales o la televisión,o el apodo que le ponen al médico del hospital,,“Socolinsky”.

 Kryptonita dialoga con el realismo, se apoya en hechos empíricos, pero postula un mundo propio, con inequidades también, que posee una especie de cofradía justiciera que enfrenta las injusticias del sistema opresor en el que viven los personajes. Éstos sigue tras una justicia equitativa que los iguale a los demás. En Kryptonita, Nafta Súper y sus cófrades tratan de volverse y enfrentar ese sistema social que los expulsa desde la marginalidad en la que se criaron. La novela cuestiona el orden del realismo literario y lo hace desde voces verosímiles. El médico nochero, Nafta súper, el diablo amarillo y cada uno de los personajes aportan a la construcción de una historia marginal, que cada vez queda más cerca de casa.

Para leer de un tirón entre superpoder y superpoder.

El bosque infinitesimal

La trama narra las peripecias de un médico joven, su maestro Blavatski y el mendigo secuestrado Gut, apunta contra la ciencia positivista y con una elocuencia rebuscada, nos regala un experimento Frankesteiniano, en el que se valen del cuerpo del menesteroso para confirmar que solo la ciencia puede mejorar la humanidad. Por supuesto, habrá obstáculos.
La novela transcurre en una ciudad inventada de este europeo, cuentan además con una asistente que viene a mostrar el lugar femenino de esos tiempos, Ávida, personaje que le sirve al narrador para que veamos las obsesiones y neurosis del joven médico, elaborando su deseo lacaniano en la mirada que tiene sobre la mujer. Es sumisa, ayuda con el reo, encerrado en un sótano, a merced de los delirios científicos. Todo resulta válido en pos de la investigación y la ciencia. El saber es mucho más importante que Gut.
En el texto hay un clima reservado a las grandes obras del gótico, y se cuelan en ese vocabulario desde Storni a Lacan, por momentos está logrado y en otros, tal vez por ser de una meticulosidad extrema, se vuelve de artificio. Sin embargo, sólo por el vocabulario excelso y el riesgo que Julián López toma, saliendo de su voz habitual, esta novela merece nuestra lectura, concienzuda, elaborando página a página, la estimulante imaginación de López en ese ir y venir de los tiempos y de las palabras, como significantes en sí mismas.


El bosque infinitesimal es la tercera novela del narrador y poeta argentino Julián López (Buenos Aires, 1965). La prosa de López siempre conmueve, elaborada, elegida, capaz de sintetizar una época, esta novela no escapa a esa norma. Las reflexiones del médico, sus inquietudes, deseos, muestran la poética del autor, su base literaria y deslumbran. El bosque infinitesimal fue escrito antes que sus obras reconocidas, y retomada para su publicación, tiene en su haber las cuestiones que el autor elabora una y otra vez, lo animal, el deseo, la ciencia. Ahora buscando una nueva lengua, que a veces entorpece la lectura, volviéndola densa.


Es exuberante, rebuscada, inquietante, y con una interesante narración oscura, que promueve, tal vez, la necesidad de que la literatura busque nuevos caminos, alejándose del que, ya sabemos, funciona.

Al pie de la escalera

«El frío llegó tarde aquel otoño y a los pájaros cantores los cogió desprevenidos. Cuando la nieve y el viento empezaron a ser intensos, demasiados habían sido engañados para quedarse, y en vez de partir hacia el sur, en vez de haber volado ya hacia el sur, estaban acurrucados en los jardines de las casas, con las alas ahuecadas para conseguir un poco de calor. Yo estaba buscando trabajo. Era estudiante y necesitaba trabajo de canguro, de modo que pasé algún tiempo caminando por esos atractivos pero invernales vecindarios, de entrevista en entrevista, al tiempo que inquietantes multitudes de petirrojos picoteaban la tierra congelada, pardogrisáceos y desvalidos —aunque qué pájaro no parece, incluso en las mejores de las circunstancias, algo des

Moore, Académica de las Letras de América, intenta, en esta novela, mostrar el ser americano promedio en la vida de Tassie, una chica de pueblo del Medio Oeste que vive con sus padres y hermano; se marcha , a la universidad con sus valores a cuesta, quiere madurar y crecer. Allí conoce Sarah, que buscaadoptar a un hijo, la contrata como niñera hasta que el pasado lamentable de la mujer aflora y desestabiliza la adopción y el trabajo de Tassie. Los secretos de los personajes, su empleadora, su esposo, el chico con el que sale, dejan ver más que lo que la propia autora nos permite. Moore dejo claro que pretendía con esta novela “dar un pequeño golpe bajo a la vida estadounidense”. Y lo hace, es terriblemente crítica, con el humor interesante de la autora, tal vez repetitiva en sus descripciones contexturales, pero sin dudas hace pie con un criterio brillante y mordaz en el tema que aturde a la literatura norteamericana, que es el racismo. También utiliza el tema de la adopción y no escatima en dejar posición sobre el comercio subyecente.La peor hipocresía burguesa queda expuesta en la obra realista, descriptiva y concreta y en la magnífica prosa de la escritora que nos permite ver sin velos la miseria de la sociedad. Narra tan bien, utiliza el showing con maestría y así nos muestra escenas memorables.

Es una novela franca, y lastima, pero tiene un cariz humorístico que permite al lector no desfallecer ante la brutalidad de algunas conversaciones que acontecen. Las comparaciones son hitos en el texto y nos muestran como somos los humanos ante los otros de manera brillante. Es de lectura ágil, sin desperdicio, pero aún así siento que Lorrie Moore es mejor cuentista, las historias en sus relatos tienen un peso que no logra de la Sarah y Tassie, a pesar de los dimes y bemoles que las interpelan. Es una buena novela pero lo que muestra ya lo hizo Roth o Carver, la diferencia es su voz irónica, divertida que vuelve menos trágica la negativa realidad.

Un párrafo especial mereces las conversaciones del grupo de apoyo que están tan bien logradas que molestan, y nos interpelan como sociedad. La guerra, la muerte, el amor, la traición y la hipocresía. Tiene todo, Lorrie Moore no decepciona. Una buena lectura para iniciar el otoño.

La tierra hundida ya vuelve a levantarse

La tierra hundida ya vuelve a levantarse, del escritor inglés M. John Harrison (Rugby, 1945) y traducida con la eficacia de Cohen, no es una obra sencilla para ubicar en un género. Pensamos en ciencia ficción pero no lo es, a pesar de sus premoniciones futuras, y además no es de este género porque no cumple con lo que se espera. Es mucho, muchísimo más, porque la historia la vemos según la mirada humana de sus dos personajes principales, Shaw y Victoria.

Shaw se recupera de una crisis nerviosa. Se muda a una pensión, consigue un trabajo en una cocina montada en un barco en ruinas y conoce íntimamente a Victoria, una mujer se presenta como a alguien que vio su primer muerto a los catorce años. Shaw tiene una vida. O algo así, pero su trabajo lo involucrará en una teoría extraña que, en las noches junto al río, parece cada vez más real. Uno de los primeros encargos de su jefe es asistir al juicio público de un hombre que afirma haber visto extrañas criaturas acuáticas en el inodoro de su baño. Victoria, en cambio, abandona Londres y se va a vivir a un pueblo. Quiere renovar la casa que heredó de su madre, vivir en la naturaleza, hacer amigos. Pero el día a día del poblado la atormenta,: qué le ocurrió a su madre? Cómo puede ser que su nueva amiga desaparezca delante de su vista en un estanque de agua? Por qué los vecinos parecen actuar extraños? Shaw y Victoria acumulan. El estado mental de ellos, define la historia, sus manías, sus depresiones, sus manipulaciones incluso, esas psiquis privadas que pueden como un gran tsunami a dúo desarticular cualquier teoría que en la lectura nos vayamos construyendo. Y hablo de tsunami porque el agua sube, nos hunde, nos trae nuevos seres y nos ahoga durante toda la novela, el desastre no puede evitarse, y más leemos, más enigmático se vuelve todo, no hay soluciones, no hay respuestas. Con los vaivenes mentales de los protagonistas, incluso los secundarios, se va escapando el planeta, insalvable, recurrentemente asediado por el agua, como nos enumera Harrison sin escrúpulos, una y otra vez. Y no solo los protagonistas nos lo dicen, el narrador en tercera persona nos plantea un “desteñido paisaje psíquico” y nos muestra con claridad brutal como Shaw o Victoria se sienten y se ven ante esas escenas irracionales a las que a veces tildan de pesadillas. La inundación va a ocurrir, Noé no aparece, los dioses ya nos abandonaron, los supuestos monstruos acuáticos, los peces, las algas, las peceras, las cascadas, todo nos hace tragar agua, de la manera más dolorosa, lo inefable está presente porque no hay respuestas.

La tierra hundida ya vuelve a levantarse, celebrada unánimemente por la crítica, ganó el premio Goldsmith a la ficción innovadora y significó la consagración definitiva de M. John Harrison, maestro indiscutido del fantástico y lo inquietante

La tierra hundida… no logra el cometido, no se alza, la humanidad cae en quimeras, los ríos se alzan, las casas se humedecen y derrumban, las personas pueden desaparecer en charcos -tal vez como siempre- y Londres se vuelve fango, los pueblos también, la destrucción es inherente a la depresión poscapitalista que nos subyuga, y cada vez la incomunicación se vuelve la realidad más concreta, las relaciones no se dan, los encuentros virtuales se cortan, los mails no llegan, las palabras nos mienten. Todo es desasosiego, desesperanza, el título tiene una cita de C. Kingsley: “ya vuelve a levantarse” que viene a confirmar el final, uno no narrado, tal vez temiendo construir una realidad que se viene, no importa que hagamos.  La tierra hundida ya vuelve a levantarse, nos deja como testigos a todos nosotros. Testigos de lo inevitable.

Un Amor

“Fuera el silencio no es como esperaba. De hecho, no es silencio. Hay un rumor lejano, como de carretera… También se oyen grillos, ladridos, el claxon de algún coche, los gritos de un vecino arreando el ganado, ya de recogida”

Sara Mesa (Madrid, 1976) es una autora relevante en la literatura española contemporánea. Su obra, profunda, comprometida, de una exigencia a veces brutal viene rompiendo cánones. Si bien nació en Madrid, pero su familia se trasladó en su infancia a Sevilla, donde se crió,y vive hasta hoy. Estudió Periodismo y Filología hispánica. Siembre fue lectora pero escribe desde los treinta.

En esta novela ultra galardonada, Nat, la protagonista, escapa de la ciudad y de sí. Busca tranquilidad para una traducción en la que trabaja. Pero la paz no llega, y queda enroscada en situaciones incómodas e inquietantes que lastiman su frágil equilibrio emocional. Se deja llevar por el miedo al casero, juzga y es juzgada por sus vecinos; excepto Peter, un personaje que no es tal, construido con maestría en su ambigüedad.

El alemán, un vecino duro y enquistado es con quien se relaciona de una forma atractiva para el lector, aunque llena de vertientes obsesivas para la protagonista. Nat es habitada por cada vecino, es espejo de ellos, y en el caso de Andreas, el alemán, incluso es vulnerada. Es que aún viniendo de un mundo de independencia y cultura, ella se precipita en conductas básicas, rusticas, machistas y hasta promiscuas con tal de pertenecer.

La casa es un protagonista más de la novela, por ella y en ella se juegan miedos, renuncias, secretos y también aparece la inocencia pendenciera de Nat respecto al pueblo, representada en los objetos, las plantas, los movimientos. Cada párrafo dedicado a esa casa nos habla de ella y su vida, de ella y su interior complejo.

Ella es extraña entre extraños, elije a un perro que también se le impone, no logra comprender, no encaja, ¿encajaba antes? ¿en ese mundo ordenado y citadino del que huyó ante el primer error? Tal vez Nat nos representa porque es universal, contradictoria, humana, voluble, neurótica e infeliz como nosotros. Su sumisión también engendra violencia en el lector, lo emociona, lo interpela, y lleva a la trama de tal forma que a veces nos sentimos Nat, nos preguntemos que hacer, como vivir, donde está lo buscado, cómo seguir.

Sara Mesa nos propone una lectura ágil y reflexiva, con un dejo de Lispector en su prosa. Sugiero una lectura intensa y aplicada, para esta novela exquisita, llena de nuevos encuentros y giros que la autora logra en su voz y que la vuelven única.

En verdad quiero verte pero pasará mucho tiempo

“En verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo” es una novela sobre las instituciones a las que asiste un niño de niño y el por qué no asiste otras mejores. Ese niño es Maxi, el de siempre, el de la trilogía, ese niño desgarrado y único que Mey nos caló en la piel, y en ésta novela Maxi está en una búsqueda, sabe que le va a costar ver qué y hacia dónde, pero está al acecho y cuando la vida le ofrezca una mínima oportunidad, en la novela es el ajedrez, los torneos a los que por una casualidad accede, él pisa el acelerador a fondo. Maxi sabe que no tiene muchas oportunidades, por eso las aprovecha, increíble la fuerza del progreso en el cuerpo de un niño. Luis Mey procede con magia y con verdad en esta crítica a lo establecido, a lo que nos toca, a la media intolerante institucional a la que un niño se ve sometido. Maxi está entrando en la adolescencia. Va a la escuela, a catequesis y a los boy scouts. Los días de semana cruza a la plaza para enfrentarse con sus enemigos de toda la vida -Maxi siente una larga vida en su espalda- en partidos de fútbol que le confirman la categoría de perdedor. Sabe que juega para perder. Insiste en eso. Él puede sobrevivir, como lo hace en su familia disfuncional y violenta que se desvive por acceder a la clase media del suburbio empobrecido y noventoso en el que viven. Maxi es un chico lúcido y descubre un juego que le permite brillar, así se refugia en el ajedrez, donde evalúa la capacidad de otros miembros de su familia y crea su cosmovisión. En esta novela, Luis Mey nos habilita a pensarnos como sociedad, y en cada página la sociedad cruda y expuesta muestra sus valores, o la falta de, la amistad, la educación y por su puesto el orden institucional que todo el tiempo atraviesan la historia de Maxi y van construyendo, a veces distorsionando su mirada del mundo. Quién no formó parte de un equipo de fútbol muy malo, pero que se elige igual porque es el de nuestros amigos Esta cuestión de perder por goleada, y todas sus significaciones, está presente hasta el final. La esperanza está en la alegría de hacer ese único gol, uno que les permite enfocarse y vivir. Maxi aprende a perder. Y cuando con el ajedrez gana, no se lo cree, se descoloca. El ajedrez le mostró que hay otra vida, otra escuela, otros valores, todo eso lo modifica, a él y a sus amigos, tal es así que sobre el final logran empatar a quienes les ganaron siempre. En fútbol, claro, el juego que representa la vida mediocre, la de patadas y árbitros, la de faltas y atajadas, la de un córner de vez en cuando. Terminan 15 a 15 y para ellos, para el equipo de Maxi fue un triunfo. Un empate después de novecientas derrotas por goleada los hizo sentir victoriosos. Porque no es tan importante lo que en realidad acontece sino cómo lo sentimos. Todo puede ser victoria, o cualquier cosa puede ser la mayor derrota, por eso En verdad quiero verte pero pasará mucho tiempo es una novela de esperanza sobre lo normal. Lo común puede ser maravilloso, si sabemos mirar. Como siempre leer a Luis Mey es un aprendizaje, de la vida, de la escritura, de la mentira, de los sueños. Es literatura. Una novela que hace honor a la trilogía y que me hizo falta. Mucha. Ahora ya es mía.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

‘Porque los seres humanos están enfermos y podridos y lo saben y fingen por miedo a estar sanos y ser buenos y porque así es más fácil’.

Tatiana Ţîbuleac

Esta ópera prima de una autora moldava, Tatiana Ţîbuleac atraviesa la relación madre e hijo narrada por Aleksy, un joven desquiciado que no se niega a los sentimientos que van confundiendo, atormentando y tal vez enriqueciendo su vida. La orfandad, el desprecio, el odio y su posterior convencimiento de sentir amor, aún sin profesarlo quedan evidenciados en este viaje al interior del adolescente que nos envuelve; interpelándonos en las propias cuestiones de la vida.

La novela está planteada de modo tal que resuelve con herramientas seguras cada tramo, sin embargo abusa de lo contado por sobre lo narrado y hay momentos en que se repite. Tatiana Ţîbuleac nos cuenta un verano apurado por la muerte de una madre, sin embargo no se apura y se detiene en detalles diarios, incluso poéticos: ‘Cogí una libélula y pasé todo el día junto a ella’.

Sin embargo desde el inicio tiene un tono ácido y mordaz: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea.»

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tîbuleac (Moldavia, 1978) narra un verano de Aleksy, este adolescente con problemas psiquiátricos a quien su madre confina a un verano juntos en un pueblo de Francia, mientras está muriendo. Este vínculo complicado madre/hijo se modifica, endurece o se vuelve amoroso mientras el tránsito vida/ muerte se visibiliza. Son inmigrantes polacos que viven en Londres, hay un padre violento que abandona a la madre y al hijo, una hermana muerta, una madre quer no puede con el dolor de su hijo: «alguien que me había apartado de un puntapié como a un perro cuando yo estaba dispuesto a ser un perro solo por sus caricias» y una abuela ciega.

Por momento grotesca, la novela en realidad cuenta la espera de una madre y su hijo. Esperan la muerte para reencontrarse. «Los ojos de mi madre lloraban hacia adentro/ Los ojos de mi madre eran campos de tallos rotos» son algunos de los textos con los que la autora inicia sus capítulos, que abundan en descripciones, y lo digo como crítica, pero que tienen una muy buena elaboración de los personaje. Una madre particular sin dudas construye un hijo capaz de describirla así: «Mi madre parecía una planta de interior sacada al balcón. Yo parecía un criminal lobotomizado. Éramos, al fin, una familia».

Es una novela difícil de leer, dolorosa, con afectos vapuleados. Sin dudas Ţîbuleac nos regala un gran protagonista con buen desarrollo de sus desequilibrios mentalesque nos dan ternura y asco por igual. Aleksy también dejó de existir, sin estar muerto, entre la soledad familiar y la desconsideración del mundo. Hay en la autora destreza y metáfora, sin embargo no puedo decir que, para mi, estuvo a la altura de sus recomendaciones.

Hay que llegar a las casas

Leer este libro es entrar en un ritmo, en una cadencia que trasciende la historia oscura,intrínseca, una historia donde lo gótico va interviniendo la lectura para caer poético, simple, sin estridencias y así invitarnos a acompañar lo narrado.

Cuatro hombres que se multiplican en muertos, muertos vivos, vueltos a morir o a ser muertos, así de complejo, así de simple. Todos ellos pobladores a la vera de un río custodiado por vaya a saber que barco o que bandera ancestral. Y la vida cotidiana entre medio, la historia profunda de padres e hijos, la amistad, la miseria, la enfermedad, como dolores mucho más fuertes que la muerte. Porque en Hay que llegar a las casas la muerte no marca el final. Es aliento, es recurrencia, es una generación perdida, es tanto o más de lo que se dice. Ezequiel Pérez logra ser un poco Bioy, un poco Borges, algo de Rulfo, y Stephen King.

Es emocionante encontrar autores así, que pueden transitar el suspenso y el terror con hidalguía, que logran una lírica justa, que vuelven fondo al mismo pueblo. El único joven de los cuatro hombres, el que regresa por la muerte de su hermano, es al fin de cuentas, el más viejo. Hastiado, consumido por el recuerdo y sin embargo, se amalgama rápido en esa historia callada, entre mates y borracheras, que proponen su padre y dos amigos.

Pérez logra que que lo terrible parezca natural y un hermano en descomposición en elcuarto del fondo puede llamarse amor, paciencia, abrazo pegajoso como la vida que tuvieron. El detalle, los restos, esos residuos que algunos juntan y otros aquerencian en recuerdos son el fondo de cocción de la historia, y resultan importantes, como la vecina vieja o la hija de la dueña de la mercería. Nada es azaroso, porque hay literatura en cada hoja de esta novela.

Un libro que no podés perderte, un autor que merece más libros, una historia de río, vera, camino, zombies y silencios que gritan. Gran novela, quiero volver a leer a Ezequiel Pérez rápido. Me urge.

Salí a comprarlo.

Casas Vacías

Se hablaba de sangre, de asesinatos, de cifras, pero nadie hablaba de nosotras. Nuestros hijos desaparecían al doble, una vez físicamente, otra, con la indolencia de los demás.

Brenda Navarro, Casas Vacías

La primera novela de esta joven autora mexicana, tiene la fuerza necesaria para provocar la lectura de muchos otros textos suyos. Se atreve a temas terribles y a la vez entrañables en su país y en el nuestro, como los desaparecidos, el autismo, la maternidad, las madres dolientes. Y no lo hace con eufemismos, ni cae en pretensiones, es una proclama literaria que nos vuelve parte del dolor y el desamor, los mandatos y la trasgresión inesperada, el agotamiento materno y la búsqueda equivocada. Muchas madres forman parte de la historia, todas únicas, todas terribles. Todas madres.

Una madre pierde a un hijo autista en un parque por textear a su amante. La desesperación y el rencor la carcomen pero la autora no nos cuenta como sigue su vida más allá de un tiempo. ¿Se perdona? ¿lo perdona? ¿es capaz de vivir?

Otra madre roba a un hijo ajeno de un parque sin saber su condición y lo obliga a ser un hijo en el desamor, en la miseria humana, en la violencia per se. ¿ Por qué no devuelve ese niño con fallas? ¿lo ama? ¿lo usa? ¿ es capaz de sentir esa mujer?

Daniel, un niño autista de tres años, se transforma en el nombre de miles de desaparecidos. Daniel, que lloró y no fue oído, o no pudo demostrar que lo robaban, por su incapacidad de expresión es también un símbolo. Leonel, el niño elegido, de mirada azul y lejana, fue parido a los tres años bajo una sombrilla roja. Un mismo cuerpo para dos vidas, pequeñas, mezquinas, con madres patológicas -acaso hay otro tipo de madre-es el objeto de amor de una autora que descose la realidad de su tierra y de latinoamérica toda. Y no es casual que no pueda expresarse, no es casual que no se hable de su historia, que nadie lo busque realmente, que nadie se haga cargo de la madre apropiadora, de la que lo abandona ni de él.

El silencio abrumador de este niño es grito en la lengua de Navarro, que nos embiste con la verdad escondida, esa que barremos para no saber, para no vernos, para callar.

“Ya nos dirán, cuando vuelvan, lo que ha sido para ellos”, dice una desmadrada sobre su hijo desaparecido en un grupo.

El problema es la espera.

Lo terrible es quién vuelve.

O peor aún, la ausencia sin retorno.

Una autora que vamos a leer mucho, porque tiene mucho para narrar.

Salvatierra

«…captar en pocos trazos lo que amaba, como si todo estuviera vivo.»

Salvatierra, de Pedro Mairal

Reseñar esta novela tan renombrada y traducida es un desafío. Primero porque estoy participando de un ciclo de lectura en donde la analizaremos y haremos un encuentro con el propio Mairal y quiero escribirla antes de verme influida por mis colegas o por el autor.

Cuando comencé a leerla sentí que Bolaño estaba en el texto, su interminable 2666 y que Salvatierra era uno de sus personajes. Luego fue migrando a la voz de Mairal, o a la que supongo tiene, ya que es la primera novela que leo del autor. Una novela breve diría, y ágil, que me dejo con un sabor diverso. Por un lado siento que Mairal puede mostrarnos la presencia del río Uruguay con solvencia en la obra, lo retrata como su personaje hace con la vida transitada en una tela. Esta novela tiene una idea espectacular, un pintor que pinta su mundo en un lienzo interminable, construyendo una biografía propia en colores y ensueños transcriptos a los rollos que guarda dentro de un húmedo galpón. Dos hijos, y la muerte que viene a mostrar todo, a dejar al descubierto los bemoles de la relación familiar. No se si eran necesarias las amantes, el medio hermano y las cuestiones del otro lado de la orilla, tampoco me volvieron loca las peripecias del vecino mafioso y el galpón.

La novela pasaba por lo otro.

Por el infinito de una vida pintada sin pensar en reconocimiento, por la creencia de Salvatierra en el proceso más que en la obra, para recordársela a él mismo la recreaba en esas telas de camión.

¿Qué buscaba este hijo en esa la obra de su padre mudo, uno al que creía conocer? ¿ Qué buscamos los hijos en los padres? ¿Por qué Mairal creyó que no bastaba con esa sola cuestión?

Salvatierra es una novela bien escrita, de lectura rápida y con preguntas por resolver. Tal vez el autor nos quería dejar la duda de su propia obra y no la de Salvatierra clavada como espina. Espero tus comentarios, si es que esta reseña te invita a leerla.