La Anunciación

«Entonces me veo a mí misma, Humboldt. Me veo como en una secuencia de fotogramas, de tal modo acoplados, que parece una calesita mágica donde la vida aparece como lo que es, un mecanismo ilusorio que sigue sus propias reglas y trajo lo que tuvo que traer, tantas cosas, tanto ir y venir y volver a empezar inventándolo todo cada vez, el nombre, la biografía, los sueños»

La Anunciación, María Negroni

La anunciación (Seix Barral, 2007), es la segunda novela de la poeta argentina María Negroni, ensayista y traductora. Es muy atractivo el texto de Negroni, con la desaprensión que lo pulsa, directo a nuestro centro ontológico, a esa condición lectora que nos permite seguir esta trama que la autora misma despedaza, desmadeja para que la circularidad Borgeana se vuelva costumbre en sus páginas. «El 11 de marzo de 1976, tiene 22 años”, la fecha que elige, es nada más que un espejismo que nos envuelve y nos lleva y trae desde las paradojas que construye en una Roma propia al presente, al pasado mediano y por qué no, a un futuro que podemos ir construyendo juntos. . Pero nos trae pasado y presente en cada página, futuro tal vez. La novela esta construida con personajes que responden a los nombres de Vida Privada, la palabra casa, el ansia, el alma, lo desconocido o la voluntad, y de golpe nos pone en escena a Huidobro y aEmma,  así La anunciación  se vuelve una obra que nos da“la impresión de estar leyendo un libro en el cual, de buenas a primeras, se instala el sinsentido”. Negroni nos confirma que la verdad no es absoluta y se anima al pasado político de los 70 revolucionarios y la represión dictatorial pero lo hace con la conciencia de que un libro es un hecho estético, y en ese contenido que propone hay lugar para la duda, diría que constante, sobre las posibles verdades históricas. Todo con una prosa poética alucinante que nos lleva de las narices hasta en sus anuncios, como cuando dice: “en mi frente hay un cartel que dice Aquí se piensa. Aquí se piensa en contra. Esto incluye, claro, pensar en contra de mí mismo. Mi mismo es el que sueña; es también el desconfiado del poder, de cualquier bando que sea”. Y eso lo aplica la novela, no solo contra el poder sino contra sí misma, por eso el texto puede abordar la historia moderna de Argentina como un sueño colectivo y tal vez erróneo. María Negroni juega con el sinsentido con la solidez del que sabe de que va la literatura, y en  La anunciación la literatura es la ley. Es escritura pura, pulida, estética, sin que la trama desaparezca está lejos de ser lo trascendente en la obra. El ansia declara: “[p]ara escribir sin escribir, no escribo. Imagínate, quería que me transformara en fotocopiadora, como si lo que se escribe sucediera en algún lado”.

Aparece un homenaje Macedonio Fernández en el museo sin tiempo y netamente filosófico, por ende eterno, asi como reminiscencias a Pedro Páramo de Rulfo, esta obra dista de lo comercial para sostenerse en un ideario, tal vez el de la autora, donde ir y venir, desenlazar y atar, tiempo y destiempo pueden elaborarse entre ellos y silenciarse en sus páginas que uno consume voraz y enceguecido.

La anunciación puede resumirse en “la aparición, el saludo y el coloquio con el ángel”. El personaje femenino que habla en La Anunciación recuerda sin nombre, es una voz infinita que avanza como un poema, habla desde la Roma inconclusa, la que se vuelve salvación, como si el exilio inagotable fuera el beso amoroso de la muerte. La voz de esta mujer que recuerda es interpelada por otros personajes de su pasado, de sus libros, de los poemas de Negroni y desea, memoriza, y habla. Por eso el deseo , la palabra y la memoria no tienen respuestas, y siguen, interminables en esa voz que apunta a Humboldt, el nombre falso con el que un joven de apenas 20 años militó y fue desaparecido.

Negroni sueña esta novela casi como Athanasius, personaje del siglo XVII, fabrica su museo, Emma, vaya nombre, pinta una y otra vez el cuadro de La Anunciación, Humboldt es destinatario y a quien se le dedica el sueño y la voz repite busca un por qué. Nada tendra respuesta. Todo sigue siendo laberinto, expresión íntima del vacío. Silencio en letras, eso escribe María Negroni.

Yoro

Marina Perezagua nació en Sevilla (1978), donde se licenció en Historia del Arte por la universidad pública de su ciudad. Ha sido profesora de lengua y cultura españolas en Lyon y Nueva York. Actualmente se dedica a escribir, y desde hace quince años reside en Queens, New York. Y está trabajando en su doctorado por Stony Brook University. Su primera novela, Yoro (2015), ha obtenido el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el principal galardón literario de literatura escrita por mujeres en lengua española. Ya ha sido publicada en traducción al portugués, y está en curso de traducción al inglés, alemán, italiano, polaco y húngaro. En septiembre de 2016  ha publicado una segunda novela, Don Quijote de Manhattan. Sus primeros libros fueron las colecciones de relatos Criaturas abisales y Leche. En Perú (Ediciones Peso Pluma) y Cuba (Ediciones de La Luz) se han publicado sendas antologías de esos dos volúmenes de cuentos. Y Leche ha sido traducido al japonés con el título de Little Boy. Toda su obra ha sido publicada originalmente por Lince, una editorial independiente de Barcelona.

Marina Perezagua obtuvo el Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2016 con Yoro, su primera novela. Yoro nos zambulle desde su nombre, en lo ambiguo, en aquello que no tiene porque ser lo que creemos. Yoro es una reminiscencia de un nombre japonés, pero también nos remite al verbo llorar, desde su título la novela viaja entre las amplitudes oceánicas que propone la autora, y atrevesamos con ella hechos históricos, países, tiempos, nuevos géneros, identidades, mundos diversos e inexistentes que tal vez sí existan, que quizá no somos capaces de ver. Hay tal unicidad en su obra que llegamos a creer que podemos ser todo lo que deseemos, mezclándonos, fluyendo, primigenios y evolucionados llenos de coronas remanentes, capaces de cambiarnosla en la cabeza del animal que ese día a esa hora, deseamos ser.

La historia iniciad el día en que se lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima. El personaje principal pierde el sexo y a partir de alli su vida tiene una meta concreta: recuperarlo, por medio de operaciones, peregrinaciones, mutaciones, locura. Y a su propia búsqueda le suma otra, que no le pertenece, pero la adopta, tras una hija perdida que tal vez hubiera sido suya, o es ella misma niña, buscándose.

Los nueve capítulos, como la gestación, van desde 1942 hasta 2014. La historia de la humanidad nos violenta en cada uno de ellos, el ser individual pisado, la tortura, el horror contra el hombre y el horror del hombre, y violaciones de todo tipo, degeneraciones, abusos, descomunales trasgreciones hasta llegar a la propia Yoro expuesta en un zoológico, como ese otro raro al que observar. Yoro es un compendio de denuncias sociales, desde las minas de África a México, todas denuncias que arden como Hiroshima, pero escritas con tal talento literario que son homenajes en palabras a cada víctima. Desde el principio sabemos quién es, porque no hace falta principio ni fin, la obra es circular, la tensión de la trama y del texto nos vuela la cabeza para liberarnos, para reconocernos en lo andrógino, en lo hermafrodita, en la conciencia de cuan degradados nacemos y morimos, pero también cuan sagrados somos. La H de humanidad abruma y desconcierta, y nos trae a cuenta la pulsión erótica de la dupla vida y muerte, es difícil, distinta, única.

Es increíble la poesía de la autora para tan desgarrador texo, es un libro que late, está vivo, se atreve a todo, y de lectura obligada si te interesa la buena literatura.

El guardián de los cerdos

¡Qué bien escribe Sebastián Grimberg!

Es imposible no volverse parte de esos mitos en cursiva que nos van llevando adentro de la tierra guaraní. La novela propone una doble lectura en muchos sentidos, habla de amor y desamor, de paternidad deseada y obligada, de violencia y protección, del dolor que nos envuelve evitando que veamos el de los otros. Y además nos introduce en la historia del Caudillo Andrés Guacurarí y Artigas, «Andresito» sin siquiera un respiro.

El fraseo pulido de la novela la vuelve ágil, liviana y eso es difícil si se tratan profundidades como las que el autor propone. La novela es terrenal pero también es mitológica y podría decir que cuenta con un erotismo rural pocas veces logrados. Y ahí hallo el punto de conexión entre el título que propone Sebas Grimberg y las pinturas de Paul Gauguin, El guardián del cerdo, Los cerdos, con toda la simbología que implica la comparación. Las nucas de Gauguin son los ojos como huevos de Grimberg, las espaldas desnudas también fluyen, la libertad es una búsqueda constante.

Uno va leyendo esta novela y se va llenando de exhuberancia, pero no es exagerada, al contrario, tiene el equilibrio justo para sorprender con lo sugerido, con lo mostrado. Los personajes, impecables en su construcción, desde Manuel al Taíta, pasando por Giselle, Carmen, cada uno de los que aparecen, con o sin nombre propio, podemos verlos, tocarlos, son alcanzables.

Recuerdo que en una lectura en Palermo que hicimos juntos Sebastián Grimberg leyó un capítulo y me quedé atrapada pidiendo más, así que apenas hubo pre venta me anoté para comprar la novela. ¡Qué suerte leerla! tiene todos los condimentos para que nos quedemos prendados: buena prosa, gran historia, capas y capas de vidas, la velocidad de la lectura corresponde al deseo, ese que Grimber imprime en su texto, interés constante, tensión necesaria, en fin, literatura.

Busquen El guardián de los cerdos. Debe ser leída.

Vete de mí

“Ubi amor ibi miseria”

Carmina Burana

Alejandra Laurencich nació en Buenos Aires, en 1963. Es narradora y editora. Egresada de Bellas Artes, estudió cinematografía. Fue guionista. Publicó las novelas Las olas del mundo y Vete de mí, los libros de cuentos Lo que dicen cuando callan, Historias de mujeres oscuras (2° Premio de la Ciudad de Buenos Aires), Coronadas de Gloria (3° premio del Fondo Nacional de las Artes) y el libro El taller, Nociones sobre el oficio de escribir . Parte de su obra se tradujo al inglés, alemán, hebreo, esloveno y portugués. Dicta talleres y seminarios de escritura y hace supervisión de obra para narradores. Fundó y dirige la revista La Balandra.

Vete de mí es una novela amasada con el tiempo, se nota en el maravilloso mundo de personajes apasionados y torturados por Luis o “Louis”, el aristocrático y flemático protagonista. Este típico chico de clase alta, corrompe y es deseado, ha sido malquerido, huérfano de madre suicida, con un padre despectivo y una madrastra sin escrúpulos, trató también de atentar con su vida y fue internado.

Luis fue novio de Mariana , ella se está casando con otro, queriéndolo a Luis. Mariana, Black y Pachu, forman un grupo joven y descontrolado que abusó de todo y se atrevió a lo perverso. Pero en un “hoy” sin tiempo, Luis comparte sus días con Ray, un respetado y simbólico doctor amigo de su padre. Y luego, marcado por nuevos abusos de éste hombre, Luis va al casamiento de Mariana, recompone la relación perdida con Black y se esconde en su casa, obligando a su amigo y a Pachu a un aislamiento entre amoroso y siniestro.

El texto va y viene, el narrador también, vemos la historia desde distintos personajes, sabemos poco, lo que ellos nos quieren contar y la única cuestión que hilvana la historia es la certeza de que algo malo va a ocurrir. Narrada alternativamente en primera y en tercera persona, con la visión subjetiva de cada narrador, Laurencich nos muestra la historia de este grupo entrelazado de amigos, amantes y desconocidos, y lo hace con hondura, como quien escarba el dolor de los otros para saber de sí, como quien también goza con ello.

Este Dionisio moderno que construye la autora en Luis, con su aire despreocupado y andrógino es motivo de adoración, todos los protagonistas terminan atraídos por este Dios bilingüe y subdesarrollado que marea y encanta por igual.


El relato verosímil y la trama densa nos ahoga, es una especie tortura creíble donde todo que puede ser: el maltrato, lo ambiguo, las vejaciones, pero lo increíble de este grupo aislado y enfermos es que son creíbles, en la vorágine loca y atrofiada del mundo que se crean, y eso hace que la novela nos atrape y nos haga desear, tanto como a los protagonistas, saber de Louis, de sus modos y de su estela maravillada. Claro que con buena prosa y excelente calidad. A lo Laurencich.

.

El animal sobre la piedra

Tarazona es narradora y ensayista. Estudió la licenciatura en Literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y su trabajo de titulación fue sobre la novela La hora de la estrella de Clarice Lispector. Realizó cursos de posgrado en Vanguardia y postvanguardia en la literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Fue jefa de redacción del suplemento Hoja por hoja del periódico Reforma y ha sido colaboradora de las revistas Luvina, Letras Libres, Crítica y Renacimiento (Sevilla, España) y de los suplementos Laberinto del periódico Milenio Diario y El Ángel del periódico Reforma. En el periodo 1999-2001 fue becaria de la AECID y en el periodo 2006-2007 fue beneficiaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en la categoría novela.2​

Es autora de dos novelas: El animal sobre la piedra, publicada en México por la editorial Almadía (2008) y en Argentina por la editorial Entropía (2011), y El beso de la liebre, publicada por Alfaguara, la cual resultó finalista del premio Las Américas (Puerto Rico) en 2013. En 2009, Nostra Ediciones publicó su ensayo titulado Clarice Lispector, bajo la Colección Para Entender.

Durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2011, fue reconocida como uno de los 25 secretos literarios de América Latina. En el periodo 2011-2013 fue parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte en México.

Pero hablemos de la reseña que nos ocupa, El animal sobre la piedra: Irma, cuando muere su madre comienza un viaje, en el que los cambios de su cuerpo son notorios, extraños, sin explicación, paralelos al dolor tal vez. d

Su piel es diferente, su color, su textura, sus sentidos se vuelven agudos, desarrollados, incluso los jugos cambian, sus extremidades, le crecen cuernos, le asoman bultos, se mueve de otra forma. Ella se extraña hasta que comienza a reconocer el animal en el que se está convirtiendo. La autora nos hace vivir el proceso que va de la extrañeza a la aceptación de una metamorfosis mutante que la transforma a la protagonista en otro animal.

El historia está narrada en primera persona pero además es un diario personal, capitulado, cada capítulo tiene además sus propios intersticios, la protagonista se mueve en el tiempo y espacio entre una y otra página y requiere de los lectores una atención extrema. Hasta que también mutan con ella, se adhieren a sus nuevas formas y la lectura fluye.

En la playa conoce a un hombre que pasa a ser su compañero sin explicaciones y que tiene por mascota un oso hormiguero (también sin más) se hospeda con ellos. La relación con él no es lógica, ni explicable, es.

Un detalle maravilloso son las pequeñas ilustraciones cuando hace mención a algún cambio en su cuerpo, como si nos hicieran falta para entender. Irma es un personaje particular y bien trabajado con una pluma eficaz, las relaciones con su familia están muy logradas, el afrontar la muerte, los pesares y los pensares de la protagonista, el futuro como incógnita, en fin, la vida.

Lo siniestro es el cambio en sí. La profundidad del dolor, la vivencia en lo físico, y deja de importar si es un delirio o es verdad, porque nos invade lo incierto, que también es posible.

Es una obra interesante, fuerte, descriptiva, que no minimiza lo metamórfico ni lo ensalza. Para pensarnos en otra piel, para sentirnos parte de, para ser otros.

Cada día canta mejor

Una nueva apuesta de Factotum Ediciones a la increíble obra de Luis Mey, que en esta novela nos envuelve en una historia hilarante y terrible, como solo Mey puede hacerlo. El espanto y la risa nos atropellan en una prosa inteligente desarrollada con maestría.

Y en su devenir nos cuenta secretos de la vida del ícono del tango, Carlos Gardel, y de la historia misma de nuestro país. El abasto va tomando forma con cada página, a pesar de que la historia transcurre casi todo el tiempo en un cementerio, el barrio late allí y eso es maestría.

Esta vez Mey protagoniza su novela, y lo hace sin esquivarlo, como si fuese necesario que la primera persona nos relate que Gardel, tal vez muerto, tal vez vuelto a una vida, sigue entre nosotros, sigue siendo identidad, ¿nos persigue? con sus letras, con su historia, amores, desencuentros y hasta sus vicios. Y aquí Mey autor y protagonista nos llena de humor y de oscuridad, de suburbios y de canyengues tribulaciones hasta volvernos parte. Y ya no nos resultarán insensatos los viajes detectivescos, las cenizas constantes o los muertos vivos.

Somos argentinos, y como tales, necesitamos héroes que nos rescaten, aunque estén picados, maldigan o maltraten, incluso aunque huelan mal y sean carne renacida para construirnos otra vez. Todo esto el autor lo logra pensando en Volver.

Les dejo el tango de Gardel y Le Pera, les recomiendo el libro.

Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno
Son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor

Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor
La vieja calle donde le cobijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer

Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia
Hoy me ven volver

Volver
Con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir
Que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada
Errante en las sombras, te busca y te nombra

Vivir
Con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve
A enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos
Encadenen mi soñar

Pero el viajero que huye
Tarde o temprano detiene su andar
Y aunque el olvido que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión

Guardo escondida una esperanza humilde
Que es toda la fortuna de mi corazón

Volver
Con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir
Que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada
Errante en las sombras, te busca y te nombra

Vivir
Con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez

Casas Vacías

Se hablaba de sangre, de asesinatos, de cifras, pero nadie hablaba de nosotras. Nuestros hijos desaparecían al doble, una vez físicamente, otra, con la indolencia de los demás.

Brenda Navarro, Casas Vacías

La primera novela de esta joven autora mexicana, tiene la fuerza necesaria para provocar la lectura de muchos otros textos suyos. Se atreve a temas terribles y a la vez entrañables en su país y en el nuestro, como los desaparecidos, el autismo, la maternidad, las madres dolientes. Y no lo hace con eufemismos, ni cae en pretensiones, es una proclama literaria que nos vuelve parte del dolor y el desamor, los mandatos y la trasgresión inesperada, el agotamiento materno y la búsqueda equivocada. Muchas madres forman parte de la historia, todas únicas, todas terribles. Todas madres.

Una madre pierde a un hijo autista en un parque por textear a su amante. La desesperación y el rencor la carcomen pero la autora no nos cuenta como sigue su vida más allá de un tiempo. ¿Se perdona? ¿lo perdona? ¿es capaz de vivir?

Otra madre roba a un hijo ajeno de un parque sin saber su condición y lo obliga a ser un hijo en el desamor, en la miseria humana, en la violencia per se. ¿ Por qué no devuelve ese niño con fallas? ¿lo ama? ¿lo usa? ¿ es capaz de sentir esa mujer?

Daniel, un niño autista de tres años, se transforma en el nombre de miles de desaparecidos. Daniel, que lloró y no fue oído, o no pudo demostrar que lo robaban, por su incapacidad de expresión es también un símbolo. Leonel, el niño elegido, de mirada azul y lejana, fue parido a los tres años bajo una sombrilla roja. Un mismo cuerpo para dos vidas, pequeñas, mezquinas, con madres patológicas -acaso hay otro tipo de madre-es el objeto de amor de una autora que descose la realidad de su tierra y de latinoamérica toda. Y no es casual que no pueda expresarse, no es casual que no se hable de su historia, que nadie lo busque realmente, que nadie se haga cargo de la madre apropiadora, de la que lo abandona ni de él.

El silencio abrumador de este niño es grito en la lengua de Navarro, que nos embiste con la verdad escondida, esa que barremos para no saber, para no vernos, para callar.

“Ya nos dirán, cuando vuelvan, lo que ha sido para ellos”, dice una desmadrada sobre su hijo desaparecido en un grupo.

El problema es la espera.

Lo terrible es quién vuelve.

O peor aún, la ausencia sin retorno.

Una autora que vamos a leer mucho, porque tiene mucho para narrar.

Pequeña flor

José y Laura son los protagonistas de esta historia escrita de un tirón -en un solo párrafo- y que nos permite leerla de corrido, es breve, fantástica y tuerce el destino más de una vez.

José pierde su empleo y Laura vuelve a uno que no desea, tienen una hija Antonia, que queda al cuidado del padre. La construcción amorosa de esa relación me hizo pensar en la novela todo el tiempo en la sublimación del yo. En sublimar deseos, monstruos, pormenores, hasta mandatos. Cuando en las últimas páginas Havilio escribe la palabra, todo adquiere para mí, el sentido contrario.

El autor asesina y ve resucitar a su vecino, cree tener poderes, cree habérselos trasmitido a su hija, supone y proyecta en un juego maravilloso con el lenguaje y los hechos. Es de una construcción tan arriesgada como la historia. Lo cotidiano nos va contando locuras, pasiones, excesos y también el día a día de un matrimonio más.

Sin dudas es un gran relato, con las ambigüedades de la época y con la fuerza retórica de un buen escritor. No creo que el final abierto aporte a la obra, sin embargo reconozco el vértigo que logra en tan pocas páginas.

Recomiendo su lectura, y la búsqueda de Iosi Havilio, autor de Opendoor, Estocolmo y otros buenos libros que he leído y seguramente reseñaré.

Les dejo un párrafo:

No recuerdo bien cuál fue el disco que produjo el clic generándome un irresistible impulso de volver a escuchar. Es probable que haya sido uno de Manal. O las rapsodias de Liszt. El efecto fue inmediato, como un pase de magia. ¡Ahí estaba todo! En esos discos marginados dormía mi potencia. Gracias a la música, de la desidia pasé a la acción, de la depresión a la esperanza, al empleo ideal del tiempo. 

EL VIENTO QUE ARRASA

“El miedo seguía ahí como una comadreja adentro de su cueva, podía ver los ojitos brillosos en la oscuridad.”

Selva Almada

El viento que arrasa es una novela que convierte los silencios en prosa, la escritora Selva Almada (1973), propone en esta obra breve, un ejercicio contra la indiferencia. El vacío se vuelve más que hueco, y así son los personajes que nos trae, estos cuatro cuerpos llenos de desdicha. La trama, un accidente casual y un mecánico en medio de la nada, reúne las almas en ese paraje. No desean hallarse, lo fortuido o lo divino, los dejan allí, enredados en las circunstancias que marcarán un nuevo orden para ellos.

Almada pone el ojo ficcional en las oposiciones para crear un mundo narrativo con su prosa. Y nos va arrasando con cada uno de estos seres solos que ahora se reflejan en otros: Tapioca y Leni, apenas creciendo, el Reverendo Pearson y el Grinco Brauer, padres a la fuerza, las madres, que están a pesar de la ausencia y se respiran, adquieren un peso extraño, son éter y voz en off.

Selva Almada nos cuenta momentos con una poética austera y sin atajos, son distintos, son puntuales. Escenas en el taller, en otro mundo afuera de ese, y el mágico momento de la lluvia redentora. La fé pulula en el paisaje, en los animales, juega con los tiempos pretéritos y viene al ahora para decirnos que tal vez no existe. No son casuales los golpes sobre el final, esos hombres están en puja contra lo natural y lo celestial.

Los hijos, Tapioca y Leni viven sin madres, las santifican, pero esa falta los talla en forma diferente. Leni acepta lo suyo, se amolda, aprendió a convivir con el Reverendo y sus bemoles. Tapioca, por su parte, agradece que lo recogiera Brauer pero necesita más, quiere irse. Tal vez busca a su madre en ese afuera del taller perdido en que lo dejó, y la urgencia religiosa de Pearson le viene desde el cielo como excusa. Leni juega a quedarse, florea la posibilidad pero no es su voluntad, Tapioca parte. Ella se consuela, él se atreve, una de las oposicones en la novela. Se oponen la resignación de ella frente a la osadía de él.

El mecánico asume a Tapioca y lo educa como hijo. No cuestiona a la madre. Se hace cargo de él aún ante la duda. Simple y abierto. El Reverendo, por su parte, vuelve a Leni su reflejo, la pretende moldear a imagen y semejanza . Pero conoce a Tapioca, lo quiere llevar más allá del otro padre, más allá del mismo Tapioca, este supuesto hombre de fé dejó de ser empático y se volvió autoritario, quiere posesiones. El mecánico, más básico y sincero asume su suerte. Dos hombres, dos mundos. Un fanático religioso, hipócrita, miente y se vuelve viudo para dar lástima; Pearson, un pastor indigno que propina sermones interminables pero es incapaz de un diálogo intra familiar. El grindo rudo, no tiene matices. Todo su creer está en la naturaleza, ahí ve a su Dios y lo comparte con su hijo. Las madres son el silencio, de ambas se ven dos escenas y se sabe poco, una deja a su hijo, la otra es echada.

El viento que arrasa  transcurre en el taller y lo que está fuera de él; Brauer vive aislado. La autora deja claro el concepto de exclusión de uno y otro espacio. El taller es el basurero de las cosas que usaron en ese afuera que es incógnita, y que aterra y regocija a la vez. Está en el campo, pero falta aire, como si fuera la memoria de la vida que otros perdieron..

“El paisaje era desolador. Cada tanto un árbol negro y torcido, de follaje irregular, sobre el que se posaba algún pájaro que parecía embalsamado de tan quieto.”

Pesa el aire, pesa y duele hasta la tormenta. La lluvia obliga a los personajes a unirse por refugio, entran, interaccionan, todo se vuelve sombra, encierro y vicio. Los padres dejan de ser solo eso, el Reverendo y el mecánico se miden, y llueve, cae agua del cielo, que no es detalle menor, naturaleza y creencia se manifiestan. El Gringo Brauer, vuelve a quedar solo.

Para contar esta historia, Almada utiliza al mundo animal y llena las páginas de comparaciones, metáforas e idas y vueltas entre hombres y animales, lo hace de maravillas. Nos sitúa y nos afecta su decir. Utiliza un narrador omnisciente, en tercera persona. Pero cada uno de los cuatro personajes tiene una voz propia, pensada, elaborada con paciencia constructiva. Su lenguaje claro, permite identificarlos. Selva Almada se vuelve poética sobre el final, para hacernos oler su historia a través de un perro y todo el tiempo va dejando huella porque es muy eficaz en la construcción de momentos narrativos claves.

Una muy buena novela, gran novela, diría. Para cerrar dejo a la autora con su propio texto:

“Por alguna razón no seguí mirando por encima del nudo si no que volví a los hombros, relajados, los brazos laxos, los puños de la camisa, con sus gemelos de brillantes, cayendo sobre las manos venosas.”

No se la pierdan.

Degenerado

Ariana Harwicz encarna a la escritura despojada, no enjuicia a sus personajes, los narra brutales, monstruosos, poéticos, malditos, y nos deja en guardia, con los puños apretados. Así escribe.

 

 Degenerado es la historia de un acusado, un “perverso”. Y este hombre es un hombre con el cuerpo en juego. La autora argentina, que resiente las normas de la literatura hecha para vender, para encajar, nos convida con emociones desbocadas, nos vuelve metáfora, nos deja sin tiempos. Y lo que propone no es temerario, sino que atraviesa los miedos morales para encender la llama del deseo per se.

En Matate AmorPrecoz o La débil mental, nos dio una punta para comenzar a descifrarla, y en ésta novela, en la que aparece el hombre real, no elige cualquier hombre. Es uno que viola y mata, pero que fue vulnerado. Podemos sentir todo: amor, odio, bronca, lo aciago y lo real, y los sentimientos son tan descontrolados como las vidas de los vecinos tras los muros. Y eso es lo que da el alerta al lector. La culpabilidad deja de ser relevante cuando se cuestiona lo moral. La sociedad hipócrita encarnada en la justicia se nos viene encima y nos obliga a pensar en el actuar del hombre frente a tanta mujer expuesta. ¿Qué desea? ¿Qué hace?

Ariana Harwicz construye a su protagonista en un entorno donde el castigo social es ley, tal vez porque la normalidad es una cuestión difícil de llevar. En un entorno pacífico, que parece de cuento, es el escenario para la explicitación de toda nuestra humanidad y de sus voluptuosidades paganas. Lo pacato se vuelve irresistible para fiscales, jueces, vecinos y el hombre condenado, termina siendo la víctima de un status quo social que trasciende fronteras.

En Degenerado, el peso está puesto en la libertad con que está escrito. Sin culpar ni exonerar, sin preconcebir. Nos cuestiona nuestros gustos privados, nos invita a tocarnos de verdad, para saber también, quienes seríamos de no censurar nuestros deseos con lo político. Este hombre tuvo un padre que lo violentó desde pequeño, ¿eso lo convierte en lo que es o lo vuelve un farsante? Es excusa o prueba, él mismo aparece mintiéndose un cómo y cuestiona su verdad creándose otra, que es historia narrada. En un lenguaje nuevo, quebrado y sustancioso que se aleja de tradiciones literarias, Harwicz fluye, no escribe para norma.

Y acierta en todo, esta historia debía ser escrita así, sin tibiezas: es la historia de un pedófilo que le escupe su asco a la sociedad, para reivindicar el deseo. Ni más ni menos.