¡Qué bien escribe Sebastián Grimberg!
Es imposible no volverse parte de esos mitos en cursiva que nos van llevando adentro de la tierra guaraní. La novela propone una doble lectura en muchos sentidos, habla de amor y desamor, de paternidad deseada y obligada, de violencia y protección, del dolor que nos envuelve evitando que veamos el de los otros. Y además nos introduce en la historia del Caudillo Andrés Guacurarí y Artigas, «Andresito» sin siquiera un respiro.
El fraseo pulido de la novela la vuelve ágil, liviana y eso es difícil si se tratan profundidades como las que el autor propone. La novela es terrenal pero también es mitológica y podría decir que cuenta con un erotismo rural pocas veces logrados. Y ahí hallo el punto de conexión entre el título que propone Sebas Grimberg y las pinturas de Paul Gauguin, El guardián del cerdo, Los cerdos, con toda la simbología que implica la comparación. Las nucas de Gauguin son los ojos como huevos de Grimberg, las espaldas desnudas también fluyen, la libertad es una búsqueda constante.
Uno va leyendo esta novela y se va llenando de exhuberancia, pero no es exagerada, al contrario, tiene el equilibrio justo para sorprender con lo sugerido, con lo mostrado. Los personajes, impecables en su construcción, desde Manuel al Taíta, pasando por Giselle, Carmen, cada uno de los que aparecen, con o sin nombre propio, podemos verlos, tocarlos, son alcanzables.
Recuerdo que en una lectura en Palermo que hicimos juntos Sebastián Grimberg leyó un capítulo y me quedé atrapada pidiendo más, así que apenas hubo pre venta me anoté para comprar la novela. ¡Qué suerte leerla! tiene todos los condimentos para que nos quedemos prendados: buena prosa, gran historia, capas y capas de vidas, la velocidad de la lectura corresponde al deseo, ese que Grimber imprime en su texto, interés constante, tensión necesaria, en fin, literatura.
Busquen El guardián de los cerdos. Debe ser leída.
Interesante 🧐
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