La cultura habita el espacio público.

En el marco del diseño y planificación del Plan Integral de Seguridad Local, autoridades municipales y concejales se juntaron con artistas y representantes culturales de la ciudad en las instalaciones de la Sociedad Española de Socorros Mutuos.

Algunos de los partícipes de la reunión fueron miembros de casas culturales, del Festival de Música Independiente (FEMI), Cultura Emergente, el Corredor Cultural del Noroeste, SADE, artesanos y titiriteras cubanas.

Luego de la conversación, Andrés Rosa, secretario de Seguridad del municipio, expresó: “Quiero agradecer a Soledad (Vignolo) como también a los distintos referentes de la cultura por aceptar nuestra convocatoria para llevar a cabo esta reunión. Teníamos mucho interés en conocer sus miradas, puntos de vista e inquietudes acerca de la seguridad en Junín y así continuar con el enriquecimiento del diseño del nuevo plan”.

“Compartimos en la reunión que el espacio público es el lugar donde se construyen cultura y seguridad, por ende, desde nuestro lugar es muy importante pensar en políticas públicas con la mirada de los representantes culturales a nivel local”, añadió.

Seguidamente, Rosa indicó que “estamos convencidos de que tiene que haber una sinergia entre estos dos campos y que cuanto más posibilidades haya de acceder a la cultura por parte de nuestros vecinos, jóvenes y adultos, seguramente los vamos a quitar de la violencia, el conflicto y el delito”.

“Hubo aportes realmente muy valiosos y que obviamente van a ser integrados y tenidos en cuenta en el diseño de este plan. Contamos con la presencia de representantes de centros culturales, artesanos, compatriotas cubanas titiriteras en lo que fue una convocatoria de lo más variada y rica; estamos muy contentos por eso”, afirmó el funcionario.

En tanto, la escritora local Soledad Vignolo, miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) Filial Junín, manifestó: “Me parece fundamental que se tenga en cuenta a los representantes de la cultura, porque este campo social es el único que puede aportar un cambio de paradigma en la sociedad para volverla menos violenta. Concretamente, eso requiere de cultura y educación y trabajo coordinado”.

“Me encantó la reunión que hemos mantenido porque las autoridades de Seguridad se pusieron a disposición de los actores que invité y se conformó una reunión con buena diversidad y pluralidad de voces”, dijo Vignolo y detalló que “hubo gente de María Cultura que es un centro cultural nuevo que tiene mucha movida de juventud, representantes del FEMI, Alejandro Pietrobón y yo como representantes del Corredor Cultural del Noroeste que empezamos a formar y también gente de Cultura Emergente”.

Luego, la escritora sostuvo que “fue una reunión sumamente positiva en la que se abordaron muchos temas y nos quedamos con ganas de seguir dialogando”. Además, expresó que “como bien dijo Andrés, la cultura habita el espacio público todo el tiempo en las plazas, calles, eventos culturales y los artistas necesitan seguridad para trabajar”.

Por último, aseguró que “se acordó sobre la importancia de trabajar en conjunto y para mí es algo fundamental. Fue un encuentro realmente muy interesante y me gustó mucho que nos hayan tenido en cuenta para este plan de seguridad”.

Fuente: Prensa Municipalidad de Junín.

El populismo avanza: no cedamos

Pensar el populismo como una corriente política o ideología más, es perder el tiempo. Lo característico del populismo es mutar y adaptarse a las ideologías tradicionales sin ideario propio. Eso explica que haya tanto populismo de extrema izquierda, y populismo de extrema derecha parecido a un viejo nacionalismo.

La falta de utilidad de las viejas divisiones conduce a los populistas a recurrir a la oposición “los de arriba”/“los de abajo”, robada a la vieja izquierda revolucionaria, donde naturalmente “abajo” es el espacio del populismo (la gente de bien, según algunos funcionarios actuales) frente a las élites de “arriba” (los gorilas). Pero me gustaría dejar claro que es una identificación que apela a lo emocional, no clasista: no importa cuánto dinero tienes, sino cómo lo usás, o mejor aún, como decís que lo usás. Los populistas no tienen ideas, tiene relatos o consignas que conectan con las preocupaciones de la mayoría social, o eso tratan.

Tenemos que definir al populismo por sus acciones y por como avanza: el populismo es una oratoria (hechos enunciados) y una estrategia de invasión del poder. Absolutamente todos los populistas quieren ocupar el poder del modo más rápido, al menor costo y con el menor respeto posible a las reglas democráticas y sus valores básicos: No respetan a las minorías o la prevalencia de la libertad personal sobre las creencias colectivas, en base a un conjunto de falsedades baratas, que apoyan con rapidez y suenan bien. Por supuesto que la retórica populista es anti-política, la odia, la considera una pérdida de tiempo. Por eso deben apelar a metáforas grandilocuentes que eleven la emoción de los ignorantes: como “somos el pueblo”, “cuidamos a la gente”.

Estas frases se acompañan de cuantiosa “comunicación no verbal” como el reparto de abrazos efusivos, besos y caricias figuradamente francas entre miembros de la comunidad populista, reforzadas ante las cámaras de los medios de comunicación. El drama siempre les suma, lo utilizan sin miedo, pero el juego populista radica en suplantar el discurso político, si disentís te identifico con la grieta, el enfrentamiento, lo antipatria, pero en realidad los populistas son grandes hipócritas que fingen calidez, sinceridad y sentimientos elevados apuntando a las emociones típicas de las personas en pánico, tal como ocurrió este año: la gente con necesidad de protección, afecto y seguridad en un tiempo lleno de peligros. La corporación populista es una colectividad emocional, y la emoción básica que comparten o agitan los populistas es el miedo.

Miedo a las consecuencias más negativas de la globalización, como la deslocalización de empresas y la pérdida de empleos de poca cualificación, logrando que, el capitalismo parezca propio de tecnócratas ajenos a los problemas reales de gente buena, asustada y desprotegida. Apelan a un supuesto patriotismo. Un modo más elegante de describir la labia populista es precisarla como un “significante vacío” es decir, como el uso persistente de palabras vaciadas de sentido cuyo significado queda a gusto del consumidor: pueblo, democracia, patria, política, libertad, derechos, igualdad o cualquier otro vocablo significan lo que usted quiera que signifiquen para usted. Y entonces “democracia” deja de hablar de un sistema político para simbolizar el cumplimiento de un deseo, la negación de una realidad desagradable y el rezongo contra un régimen que frustra.

El maleable populismo halla su razón más profunda en que la clientela política comparte el miedo a la apertura de fronteras y la competencia económica, o dicho de otro modo más genérico, el odio a la globalización.
El discurso populista se basa en el miedo al futuro. Por eso viven del pasado y lo desfiguran como les conviene. El miedo es uno de los mecanismos emocionales más poderosos que existen, es como en una avalancha humana provocada por un incidente particular, en una masa asustada y, menos predecible. La percepción de que algo amenaza nuestra vida es una emoción sustancial para la supervivencia individual y colectiva, pero como estado emocional colectivo permanente pasa a ser una amenaza social.

La historia demuestra que las emociones juegan un papel fundamental en cualquier proceso político, y no digamos en una revolución. La creencia en que la política, la economía, lo social, es básicamente racional es errónea. El miedo a la libertad, el odio al diferente y el gozo de sentirse parte de una masa irresponsable, llámese el pueblo o la clase, constituyeron el apogeo del nacionalismo, del fascismo y del comunismo. La irrupción del populismo ha puesto de nuevo sobre la mesa está verdad que nos incomoda. Pero lo cierto es que hay una conducta extrema y reaccionaria a cualquier cambio o disenso de un orden establecido por el poder que transforma en enemigo al que piensa distinto. Y la caza de brujas no tarda en aparecer.

Podríamos hacer listado de miedos, odios y malestares de las sociedades que alimentan el populismo. Tienen, tenemos, un liderazgo político eficaz, las emociones crean estados emocionales compartidos, es decir, una sociedad emocional donde todos sienten y perciben lo mismo. Los demás son parias indeseables. Por eso utilizan el miedo, la angustia o el rechazo, mucho más que la satisfacción y la liberalidad.

Así estamos llenos de miedos: los trabajadores industriales temen perder sus empleos por la competencia de las economías capitalistas y las nuevas tecnologías; los menos calificados temen ser despedidos del mercado laboral; los jóvenes y universitarios temen que sus carreras no sirvan para obtener un empleo futuro. Y son temores justificados. Porque los políticos siguen ocupándose de una agenda propia, que deja afuera la realidad y aunque crean que metiendo miedo tienen sus bancas y sus espacios asegurados, la verdad es que esta nueva era populista no tranquiliza, alienta el miedo y la sociedad sabe que algo esconden. Hablan de que cuidan nuestra salud, nuestros ingresos, pero baja el consumo y nivel educativo, la ofensiva del miedo pierde poder y la calidad de vida baja.

No dicen la verdad porque los políticos saben que es imposible ganar elecciones diciendo cosas como que habría que recortar el gasto público, atrasar la jubilación para mantener el sistema de pensiones, o advertir del riesgo de burbujas especulativas a causa del consumo ilógico de algunos bienes. Entonces mienten, dan falsas expectativas que los hechos desmienten con fiereza y se pierde el valor de la política.

Pero la política democrática es la resolución negociada de conflictos de intereses, Estado de Derecho y buena gestión de lo público. La felicidad, y la prosperidad es cuestión del individuo si tiene asegurado la igualdad de oportunidades. Los ciudadanos debemos comenzar a madurar y elegir verdad sobre relato.

Es increíble que cualquier opinión tiene para la gente, más crédito que un hecho o un conocimiento. Es simple, populismo y negacionismo de la realidad, de los hechos, van de la mano.

Entonces quienes disentimos, padecemos el rechazo porque se rechaza y desestima todo lo que no encaje en la propia opinión y visión del mundo. Pensadores, culturas y creencias diferentes, países ricos y nuevas ideas o avances científicos caen en el mar de la sospecha, el descrédito y el rechazo activo. Hay un revoltijo de paleo izquierdistas, nostálgicos de una República fantástica, creyentes en terapias alternativas, animalistas, eco fundamentalistas, feministas radicales, tecno raros, proteccionistas económicos y un largo tendal heterogéneo amalgamado por su frustración con el sistema y su rechazo a todo lo que cuestione sus propias creencias o frene la universalización de sus aspiraciones. No quieren mediar, lo que los une emocionalmente es el dogmatismo en su propio territorio de creencias y el relativismo, no menos rígido, para juzgar las ajenas como ideas desechables.

Así, la política democrática y medios de comunicación como instituciones de mediación o representación no son consideradas auténticas. La democracia representativa es rechazada, se prefiere una asamblea popular.
Para protegerse de los efectos mortíferos de la competencia, una de las obsesiones populistas, se nivela para abajo. Del mismo modo que no hay hechos ni conocimientos, sino sólo opiniones, nadie es más que nadie porque nadie sabe más que nadie, ni hace las cosas mejor. La igualación debe hacerse bien abajo: los políticos deberían cobrar el salario mínimo, o mejor, no cobrar nada en absoluto; todos los empleos deben estar garantizados por ley o todos deben ser funcionarios, la iniciativa privada debe limitarse al máximo porque siempre implica explotación, el mercado debe regularse hasta desaparecer.

El populismo se fundamenta también en una actitud intelectual concreta: el rechazo de las explicaciones e ideas complejas y la simpatía por las simplezas. Tomando simpleza como una caricatura mala del problema real. Claro que la simpleza tiene muchas ventajas políticas; unir a personas con preferencias y creencias incoherentes no es la menor. Así, los antisistema, preocupados, jóvenes atemorizados por el empleo precario, desempleados, tradicionalistas y animalistas extremos pueden ponerse de acuerdo en torno a una simpleza bien planteada. Culpar a un grupo -el campo, los funcionarios, los empresarios, la riqueza- es una estrategia de éxito asegurado si se dispone de bocinas mediáticas adecuadas.

El populismo es contrario a la noción liberal de ciudadanía que descansa en el individuo. Es comunitario y anti individualista y, por consiguiente, antiliberal y gregario. Su concepto de “pueblo” es un agregado convertido en sujeto colectivo que sustituye a los individuos que lo forman. Pero para el populismo es consolador sentirse parte de “el pueblo” ,diría Nietzsche que el calor del establo da refugio y protección aparente frente al abandono del individuo en un mundo discrepante. El nacionalismo es populista, y los nuevos populismos conectan de forma tan fácil y natural con la mentalidad nacionalista: basta con ver el éxito de Chávez, llevándose votantes y discurso del viejo nacionalismo, pariente del relato-emocional. Entonces propician el odio, el odio desmedido, a todo lo que consideren élites para poder defender la mediocridad, o favorecer el deseo de someterse a la autoridad e hiperliderazgo sentimental de un líder carismático (Putin, por ejemplo). Pero cuidado, que se desprecian los hechos, y el desprecio de los hechos deriva en desprecio de la ciencia y de las clases educadas. Y el miedo a la competencia y a un mundo enigmático auspicia a líderes protectores (y siempre corruptos).

Es cierto que faltan y perdemos igualdad de oportunidades, pero el populismo no nos protege, por el contrario, nos obliga a pagar el precio de claudicar buena parte de la libertad personal que tanto costo lograr y además vuelve al mundo un lugar más inseguro y lleno de inequidades. Al fin de cuentas, el populismo necesita pobreza, ignorancia y fanatismo. No cedamos.

Soledad Vignolo
Escritora /Gestora Cultural
Miembro de AAGeCu
Posgrado FLACSO en Comunicación.

Educación, educación, educación.

Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo…Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño… Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo, en cada vida, en cada vuelo, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado.
Teresa de Calcuta

Nuestro país se distinguió desde el principio de la pandemia por confinar a su población, dejando sus escuelas primarias, secundarias y universidades cerradas. Hoy, todo el sistema escolar se quiebra mientras en el mundo se reabre o nunca se cerró, incluso países como Suecia no recomienda el uso de mascarillas, ni las prohíbe, pero considera que con otras medidas específicas en cada establecimiento se pudo manejar bien sin cerrar escuelas.

El patio de la Escuela Normal Nacional está vacío. Así estuvieron los patios de todas nuestras escuelas, no hay mascarillas a la vista, ni personas, ni docentes, ni alumnos. Y es así en todo el país, con grandes tapabocas y sin educación, o con una que asegura mayores inequidades. ¿O pensamos que las personas humildes, que socializan en la escuela, incluso comen allí, están recibiendo educación virtual? La hipocresía es sin dudas el peor de nuestros males. Hablamos de pobres, pero creamos una pobreza de aprendizaje que afectará aún más a los sectores sociales más necesitados. Para cuando cumplen los 10 años, la mitad de los niños latinoamericanos no son capaces de leer y comprender un relato simple, entre ellos estarán los argentinos.

Las escuelas nunca debieron cerrar. Así tendríamos niños educados y sociales, sin miedos, con anticuerpos para otros males que no adquirieron encerrados. Manteniendo una distancia, lavándose las manos con frecuencia, como se hizo siempre respecto a los contagios. Pero la verdadera diferencia es que los estudiantes de Latinoamérica, en gran parte, y de argentina en su totalidad se alejaron de las aulas, de los amigos, de los amores, de la vida positiva. Podríamos haber ofrecido la virtualidad para aquellos que por principios personales no deseaban asistir, o por problemas inmunológicos, y continuar la vida educativa. Pero no, un par de sindicalistas y algunos ministros deciden la vida de los ciudadanos. ¿Y la libertad? Paulo Freire dice que La educación es libertad. Coincido, pero agrego: La libertad es nuestra, no debemos pedirla. La tomamos. Y en un mundo de escuelas cerradas, es muy difícil ser libres.

Se pueden tomar muchas medidas para evitar aglomeraciones, horarios, medios alternativos de transporte, espacios abiertos para dictar clases, pero nunca alejar a los niños de las escuelas, a los jóvenes de las universidades, a los adolescentes de sus contactos personales. Esta vida de clausura a la que nos someten, mientras los casinos e hipódromos abren, deja claro donde queda la educación para nuestro país.

La educación es la formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen.

En este momento Argentina se quedó sin normas, y la cultura parece fluir en una sola dirección. La educación es física, mental, social y necesaria. No la rifemos más. Necesitamos escuelas y universidades activas, formando parte de aquello que atraviesa la sociedad, y la realidad es que muchos estudiantes quedaron afuera, casualmente aquellos que más lo necesitaban. Nuestro futuro solo es promisorio si comprendemos que educarnos nos libera y que los problemas se resuelven con más educación, saber hace libre, saber permite elegir, saber es primordial para crecer. Que las escuelas abran, ya se demostró el fracaso rotundo de las políticas de confinamiento en todos los ámbitos: sanitarios, económico y social. Apostar a la educación y a la educación en libertad es necesario si queremos tener un futuro. Como bien dijo Mandela: La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.

No nos resignemos.

Dictadura Sanitaria

OPINIÓN

Dictadura sanitaria

Ahora, si hubiera sido tan claro que cuarentenas totales eran lo correcto, países como Uruguay y Suecia no habrían optado por esquemas más respetuosos de la libertad individual sin sufrir una gran tragedia.

Publicado el 14 noviembre, 2020

PorGrupo La Verdad

  • Por Soledad Vignolo (*)

A fines del 2019 los seres humanos no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Pero a esta altura ya hay una corriente política de dictadura sanitaria que muchos parecen aceptar, una en la que los que deben cuidarnos cuidan más sus bancas y sus comodidades que a la salud real, y parece que el encierro será lo que optarán en la segunda ola también. Ahora, si hubiera sido tan claro que cuarentenas totales eran lo correcto, países como Uruguay y Suecia no habrían optado por esquemas más respetuosos de la libertad individual sin sufrir una gran tragedia.

Resulta más siniestro aun lo que aconteció y continúa sucediendo con los mayores, sometidos a la humillación y discriminación sanitaria y económica, y aislándolos de los afectos. Hemos visto envejecer a quienes son la memoria viva de nuestro pueblo. Ni hablar del análisis sobre el costo alternativo de las cuarentenas tanto en términos económicos como de vidas humanas, los que probablemente sean más altos que la cantidad de muertos que produjo el virus.

Las restricciones a la libertad pueden aceptarse cuando la carga de la prueba por parte de quienes las pretenden es coherente. No fue el caso de esta crisis, en la que se encerró a millones de personas en el mundo, que no corrían ningún riesgo vital, por su juventud y estado de salud, y que con una cuarentena más flexible hubieran tenido una exposición similar al virus. Ni hablar de los males educativos y sociológicos que ya estamos comenzando a ver y a padecer. Ahora bien, si creemos en la libertad, por qué aceptamos que el Estado tome las decisiones sobre nuestra vida, como si no pudiéramos asumir riesgos personales, como el de contagiarnos o no. Y aquí quiero refutar el argumento de que también ponemos en riesgo a, porque cualquiera que prefiera no exponerse puede hacerlo quedándose en su casa o evitando todo contacto con terceros.

Me pareció raro que tantos colectivos que defienden causas no hayan dicho una sola palabra sobre las inequidades con adultos mayores, los abusos económicos a jubilados, la destrucción de la clase media a la que casi todos pertenecíamos, el derecho al trabajo, al libre tránsito, a la vida, a la autonomía. La cuarentena no sirvió. El sistema de salud tampoco. Otro tema que no debe soslayarse es el de la persecución policial de personas tratadas como criminales por ejercer su derecho a movilizarse caminando por las calles sin permiso especial, para salir del deprimente y absurdo encierro al que el gobierno nos sometió. También ahí casi nadie alzó la voz. Nadie se molestó por tanta regla, tanta destrucción de libertades. Me asusta la falta de voces cuidando derechos, en todos los espacios políticos.

No estoy promoviendo que se hubiera dejado todo al libre albedrío, es lógico que el estado tome cartas en una pandemia, pero debemos defender la libertad frente a políticas represivas, irracionales y contraproducentes que nos quitaron meses de vida y de tranquilidad cuando más se necesitaba.

Espero que, para la segunda ola de contagios u otro evento similar, más voces libres aparezcan cuidando la racionalidad de un clima político atraído por el pánico y en el que si callamos, si hay ausencia de voces, corremos riesgos innecesarios.
Ser libres y ser tolerantes y respetuosos de los otros no es un discurso abstracto, es un ejercicio cotidiano.

(*) Escritora
Miembro de AAGECU

La vida en Pedacitos

Esta pandemia es cruel por donde se la mire, pero a los argentinos nos agregaron dolor.

La cuarentena es por mucho, más cruel que lo necesario. Porque no sólo nos coarta libertades, sino que genera una insoportable sensación de culpa constante ante cualquier acto de libertad que nos atrevamos a realizar.

Así nos encontramos en puntas de pie por salir a la vereda sin barbijo. Es que la vecina de enfrente llamó a la policía para denunciar al de al lado porque caminó con el perro sin barbijo la semana pasada. Él, no el perro. Y así fuimos acostumbrándonos a todo aquello que tratamos de quitarnos por años. Señalarnos con el dedo, ese “algo habrá hecho”, “por algo debe ser” y otras yerbas dictatoriales del pasado que parece que ahora debemos considerar normales. Porque nos cuidan.

En este quehacer diario de cuarentena, comencé a escribir todos los días lo que me va pasando en lo cotidiano, mis reflexiones acerca de las cuestiones sociales y políticas que nos rodean y también algunos miedos, cavilaciones propias y de otros, poemas, en fin. Algunos siguen mi diario como un reflejo de vida en cuarentena, otros lo utilizan para mofarse, y habrá quienes lo ignoran.

Pero lo cierto es que lo hago como ejercicio de libertad de expresión. La misma que utilizo en esta nota que no pretende moralizar sino ofrecer una posibilidad de repensarnos como sociedad. Parece que últimamente el ejercicio de la libertad es un delito. Lamentablemente hemos oído de nuestro Jefe de Gabinete decir que gente contraria a su gobierno “No son la gente, no son el pueblo, no son la Argentina” y por más que se explique, es clara su posición. El que no piensa como él no es gente ni pueblo. No sería relevante si no fuera quien comanda nuestros ministros. Y no fue la única expresión deplorable del gobierno sino el ejemplo elegido por lo representativo.

Entonces, en esta forma de ver la vida en pedacitos que tiene llevar un diario de cuarentena, noté que nos estamos quebrando, y que estamos teniendo demasiadas filtraciones en nuestra trama social. Quizá porque el miedo a la muerte, que siempre late en nuestros corazones, se nos ha expuesto y contabilizado a diario para paralizar nuestro hacer.

Junto al drama humano de los muertos, y de los contagiados y su angustia, aparece la sociología o psicosociología de las conductas de la gente en esta crisis inédita. Reflejan lo bueno y lo malo de las personas, el heroísmo y la mezquindad. Y es preocupante. No me resulta interesante censurar lo que haga la gente en esta hora de la historia. Se lo dejo a los ungidos de lo moralmente correcto. Me siento cerca de aquellos que, sin causar ningún perjuicio, sin molestar, tratan de evadirse de la prisión de un confinamiento insoportable.

El pecado hoy es ser libre. Aun contra una autoridad que abusa. Y la verdad es que nació en este tiempo asfixiante la policía de las ventanas, los espías del vecindario, que te denuncian si te atreves a escapar del cautiverio común.
Y te gritan si estás en la calle, si te bajás el barbijo, si esto o lo otro. Te odian si sos joven, con una autoridad delatora que hace cumplir el nuevo sexto mandamiento de no salir de casa. Hay muchas series referidas como La Valla, que representa a estas personas serviles a no se sabe quién. O tan miedosas que azotan a quienes los rodean creyendo ser útiles al bien común.

Tenemos tantas reglas y multas y sanciones, que es difícil respirar. Y todo para nada, porque el único resultado ha sido la destrucción económica y la ruptura de la conciencia social que nos costó años conseguir. En un país alocado, con los derechos adquiridos en juego, donde todo parece estar al revés, pareciera ser que decir la verdad es revolucionario. Aunque esa verdad sea una propia, individual y cuestionable, lograda uniendo los pedazos rotos de la sociedad que alguna vez intentamos construir. Y tendríamos que hacerlo con decencia.

La decencia, que no es moneda corriente, no es un romanticismo, debería ser una aspiración social. La decencia es un valor que tiene que ver con el comportamiento digno. Como valor que es, es un principio rector de la vida, y estos valores dan contenido a nuestra existencia. En la medida en que los carecemos y no los vivimos, nuestra propia vida se vacía. Los valores permiten enriquecer la motivación y, en consecuencia, consolidan las esperanzas que se pueden tener.

Comportarse decentemente significa realizar en actos concretos un comportamiento que refleja la riqueza como persona y el respeto por los demás. Significa saber valorar a los demás y considerarlos en toda su riqueza humana. Ser digno significa ser una persona íntegra, que diga lo que piensa, que actúe de acuerdo con lo que dice, y que se comporte ante el mundo como tal, tal vez si los argentinos comenzamos a valorar la decencia, tendríamos gobiernos que la practique y la vida se volvería una unidad predecible.

Una en la que cualquier pedacito que tomemos encaje en el rompecabezas social.
Como parece que se han dado cuenta que la solución no es aislarnos y encerrarnos y que pronto podremos vivir más libres no olvidemos que, a pesar de un año atroz y desconsiderado, todos los argentinos somos gente, todos somos pueblo, todos somos argentinos.

(*)
Escritora
Gestora Cultural

Qué mal me hace recordar

Los colectivos sociales pasaban por el bien común y la dedicación que los adolescentes de la época le habíamos dado a la política tenía que ver con valores, con ideales, con sueños a conseguir.

Publicado el 28 octubre, 2020 Por Grupo La Verdad

Corría 1983 y sentíamos que lo habíamos logrado. Las bandera, las frases, los sinceros corazones expuestos en la plaza, la cadencia de la libertad en las calles, tantas almas en pos de la grandeza y una sincera vocación republicana al frente del país. No había ganado la persona elegida, pero igual festejé, la democracia era más importante.

Había muchas cosas más importantes que nuestros deseos. Los colectivos sociales pasaban por el bien común y la dedicación que los adolescentes de la época le habíamos dado a la política tenía que ver con valores, con ideales, con sueños a conseguir. Queríamos un país sin dictaduras, sin totalitarismos. Y eso nos hacía brillar en colores diversos tras un mismo fin común.

Para qué vamos a hablar de cosas que ya no existen
Es así, hay cosas que ya no existen. Un populismo despiadado, ejercido por unos y otros las pisó. La degradación de lo político y lo público es tal, que a veces, muchas veces, es mejor no hablar. Llegamos a una situación tal que los vecinos son buchones, los amigos enemigos, nos embanderamos en historias ajenas y perdemos de vista lo importante. Nosotros. Como comunidad, Como sociedad construida sobre sangre, que nos engloba y nos une, pueblos originarios, inmigrantes europeos, inmigrantes latinos, residentes, todos hermanados en una bandera que no debemos pisotear, La celeste y blanca que flamea en los mundiales de fútbol debería flamear hoy cuando tanto está en juego.

Ya no existe el orgullo por nuestra tierra, el sentir que nos une algo que puede más que una bandera política, una sangre vertida, muchas tragedias superadas, divisiones hostiles nos amenazan. No es hora de revolución. Probemos con una revolunión.
Intentemos la empatía, escuchar sin agredir, tomar de cada uno lo mejor, esforzándonos, sí, con esfuerzo, ése que hizo del nuestro un gran país, para comprender antes de criticar, tal vez nuestras cabezas estén sucias de odio partidario, pero podemos barrer asperezas. La política es la única opción para cambiar las cosas, la democracia el mejor sistema, aunque nos duelan sus imperfecciones, y la república necesaria para tener justicia y equidad.

Qué pena me da
Cuando veo ollas populares, se me desgarra el alma, un país productivo, debería tener alimento para gran parte de la humanidad. Cuando veo que vive la mayoría de nuestro pueblo de la asistencia o el salario público, pienso en cuanto nos perdemos, Somos creativos, talentosos, muy rápidos, pero perdimos el amor al trabajo. Fueron desvirtuando las palabras de los líderes que dicen añorar, El trabajo es el motor.

La producción es el combustible y el esfuerzo personal la palanca que accionará el crecimiento. Sin odios de clases, con movilidad social, Sin odios políticos, con diversidad democrática. Sin búsquedas ni persecuciones, con cuidado por el otro, por el planeta, por la salud, que no es solo física, por la libertad.

Qué pena me da, saber que después de 37 años, de toda la fuerza amorosa de ese 1983. ya no queda nada. Pero no me resigno. Tu vecino no es tu enemigo, tu contrincante es otra persona con ideales diferentes, Los verdaderos aliados del desastre nacional son los que proveen al pueblo sin trabajo, los que desprecian los logros, el derecho a lo propio, si no es de ellos, la validez de la justicia debe alzarse o caeremos en un pozo donde perdamos la oportunidad de renacer, hermanos, en una verdadera reVolución.

No quiero quedarme en la pena, no quiero que mi país sea una zamba para olvidar.

República y Ciudadanía

Por: Soledad Vignolo (*)

Publicado el 5 octubre, 2020 Por Grupo La Verdad

En esta época de crisis sistémica, con un gobierno puesto en el punto de mira, un sistema electoral quebrado que beneficia el turnismo de las dos grandes hegemonías, un sistema que desmantela progresivamente el Estado de Bienestar y retrocede varios siglos recortando derechos fundamentales conseguidos a base de miles de luchas de nuestros abuelos y nuestros padres, llega el momento de plantear una alternativa ciudadana que mantenga todo aquello que defiende una sanidad y educación pública de calidad, una alternativa que garantice el derecho al trabajo y a un salario digno y genuino, una alternativa que rompa una institución corrupta como es la casta política eternizada en el poder y construya una nueva sociedad sustentada en valores cívicos, en la que se planteen derechos y también deberes. Esa alternativa se llama República

No existe una forma de gobierno ideal, pero es importante que dentro de las posibilidades sistemáticas a nuestra disposición optemos por una que contemple los derechos de los ciudadanos. Para que un país consiga ordenarse y establecer un gobierno que no fluctúe y que preserve la paz y el normal funcionamiento de los diversos organismos del territorio, debe pasar antes por innumerables desajustes y dificultades. En Argentina se necesitaron muchos años para conseguir un régimen democrático de esta índole; padecimos muchos golpes de estado. Hasta que finalmente se estableció esta democracia republicana que debemos defender y que hoy se mantiene, pese a los muchos problemas que tengamos. Llevamos 37 años de sistema democrático, la mayoría de ellos entre gobiernos peronistas y radicales, a veces atravesados por alianzas, pero con los mismos actores políticos una y otra vez.

Es hora de cambiar como ciudadanos. El ciudadano es la persona que, por su condición natural o civil de vecino, establece relaciones sociales de tipo privado y público como titular de derechos y obligaciones personalísimos e inalienables reconocidos, al resto de los ciudadanos, bajo el principio formal de igualdad. Algunos intelectuales sostenían que ser ciudadano tenía una vinculación política, tal vez estén en lo cierto. Pero ser ciudadano es más que el simple hecho de cumplir 18 años y tener mayoría de edad, de haber nacido en este país y poder votar en las elecciones para elegir a nuestros representantes en el gobierno, o poder ejercer plenamente lo que conocemos como derechos y deberes ciudadanos tales como obtener el DNI, contraer matrimonio civil, poder trasladarnos libremente por el territorio nacional, por ejemplo. Ser ciudadano es sentirse parte de una estructura social y política, y, sobre todo, asumir responsabilidades y obligaciones en la construcción de la sociedad.

La ciudadanía es poder, tenemos la facultad de realizar actividades con plena autonomía, tomando decisiones responsables en el contexto social actual. Todos somos titulares de poder por lo tanto podemos influir e intervenir en la toma de decisiones en diversos espacios de nuestra vida. Pero solo ejercemos la ciudadanía si participamos en los diferentes espacios en los que nos desenvolvemos, en la familia, en el colegio, en el trabajo, en el barrio, opinando sobre temas que referentes al entorno en el que vivimos, tomando decisiones en beneficio de la sociedad o que impliquen una mejora de la calidad humana, la pregunta es cuantos de nosotros estamos realmente comprometidos.

Ser ciudadano es un derecho que conlleva un deber: el civismo; es decir las normas y el comportamiento sociales que nos permiten convivir en colectividad, sustentado en valores como el respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos públicos; la buena educación, la urbanidad y la amabilidad. La ciudadanía ejerce su poder en una república.

Necesitamos la república porque es el sistema que nos puede ofrecer una vida digna a los millones de trabajadores que están desocupados, a los miles de ciudadanos que son desahuciados por los mismos bancos que han sido rescatados con miles de millones de pesos procedentes de fondos públicos, a los jóvenes que trabajan con sueldos basura o que se ven obligados a emigrar para poder vivir, a los jubilados que sobreviven con pensiones miserables. Porque los derechos sociales de la Constitución se vienen vulnerando en este momento donde dejó de importar la división de poderes. La defensa de la República traerá consigo una verdadera ruptura con el populismo que viene arreciando con nuestro país y con la vida lograda por los argentinos con mucho esfuerzo, esa en la que la movilidad de clases es posible.

El estado debe ser un defensor insobornable del poder civil, y lo logra si tiene espíritu republicano, no con un alocado ideario populista. Cuando contemplamos día a día el deterioro creciente de lo público en beneficio de una casta privilegiada, hay que afirmar con toda claridad que únicamente la vuelta a la República podrá garantizar un futuro con una educación y una sanidad públicas y de calidad. La misma que tuvimos y que hoy es un fracaso estrepitoso, producto de muchos gobiernos.

Miles de republicanos manifiestan sus ideas democráticas denostados por otros ciudadanos que parecen descreer de esos ideales, los únicos posibles para asegurar igualdad a la civilidad. Hoy muchos de nuestros derechos inalienables están vulnerados. La justicia no está dando respuesta. Los poderes del estado son tres, deben respetarse y no avasallarse, un gobierno es sólo el administrador momentáneo de los bienes públicos, el verdadero estado es el conjunto de los ciudadanos que elegimos un sistema republicano de vida. No temamos luchar por la salud de la República, es necesario salvarla.

(*) Escritora. Miembro de AAGeCu

Diario La Verdad

4 de Setiembre: Día del Inmigrante

El territorio que hoy día alberga a la República Argentina se caracteriza por una gran tradición inmigratoria en sus doscientos cuatro años de vida independiente.

Publicado el 4 septiembre, 2020

PorGrupo La Verdad

“Nuestras maletas maltrechas estaban apiladas en la acera nuevamente; teníamos mucho por recorrer. Pero no importa, el camino es la vida”.
Jack Kerouac

Argentina ha sido históricamente un país de inmigración. El territorio que hoy día alberga a la República Argentina se caracteriza por una gran tradición inmigratoria en sus doscientos cuatro años de vida independiente, siendo de relevancia a la hora de la conformación de nuestra población. Podemos distinguir tres etapas: las inmigraciones tempranas, desde el siglo XVIII hasta 1880, las inmigraciones de masas, de 1881 a la primera guerra mundial, y las contemporáneas, desde el fin de la primera guerra mundial en adelante.

La inmigración constituye un complejo fenómeno social por sus causas, consecuencias, orígenes y destinos de los migrantes, así como por los desafíos que plantea tanto a las sociedades de donde éstos proceden como a aquellas donde se asientan. No se caracteriza por generar indiferencia, por el contrario, constituye un terreno de intenso debate económico, político, social e ideológico, considerado por los medios de comunicación y objeto de tratamiento político.

Desde la etapa de la independencia los Estados de América del Sur dictaron disposiciones al respecto con el fin de poblar sus territorios. Argentina dicta su primera ley general en 1876 (Ley de Inmigración y Colonización No 817-Ley Avellaneda). Previamente, la Constitución de 1853 había otorgado protección a los extranjeros y les extendía los mismos derechos civiles que a los nacionales, así como impulsaba la inmigración europea. Para la redacción del texto constitucional se sucedieron acalorados debates, en los cuales Alberdi, Sarmiento y otros polemizaron apasionadamente acerca del papel de los extranjeros en la sociedad argentina.

En este artículo intento analizar la población migrante en Argentina y su evolución. La inmigración constituye un complejo fenómeno con múltiples dimensiones. Su evaluación a partir del análisis histórico-demográfico permite mostrar las singularidades que adquiere en cada momento en cuanto a características básicas tales como su tamaño, composición y distribución. Los migrantes plantean desafíos tanto a las sociedades de donde proceden como a aquéllas donde se asientan.

La República Argentina es históricamente un país de inmigración: desde los desplazamientos de población a causa de la Conquista, movimientos desde la Metrópoli con europeos y la transferencia de esclavos de población africana de la época colonial, hasta los actuales desplazamientos regionales. Con el Estado-nación organizado, hacia fines del siglo XIX, el país se constituye en uno de los principales receptores de la inmigración de ultramar.

Este comportamiento se da junto con una serie de dinámicas migratorias muy diversas de acuerdo con el país de origen de los migrantes. Del Centenario al Bicentenario su composición cambia radicalmente, en la cual el peso de los limítrofes sobre el total de extranjeros crece ininterrumpidamente, constituyendo en la actualidad más de la mitad del total. Además, dentro de ese grupo, se aprecian variaciones: los paraguayos y bolivianos toman la delantera por los uruguayos y brasileros de hace 100 años.

En cuanto a su distribución, la Ciudad de Buenos Aires, región pampeana y las zonas de frontera continúan siendo los principales asentamientos que concentran a los inmigrantes.

Entre un Centenario y el otro, lo más destacable es el cambio en la composición de la inmigración -de europea a limítrofe-, la cantidad -de un tercio de la población extranjera en 1914 a menos de cinco por ciento en la actualidad-, y el índice de masculinidad -de 166.7 a 85.4-. Si bien el Centenario encuentra un ambiente pro-europeo, una Argentina volcada hacia Europa, el Bicentenario se presenta con una vuelta a valorizar la región a partir del proceso de integración. El MERCOSUR exige estrechar los lazos con los ciudadanos de los países del cono sur, e integrar los países en un mercado común. Los flujos actuales parecen acompañar este proceso. Independientemente del origen, la inmigración ha jugado y juega un rol importante en la conformación de la población argentina, y debe ser valorada y acogida tal como reza el generoso contenido del «Preámbulo» de la Constitución Nacional de asegurar el bienestar y libertad a «todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino».

El conocimiento de sus características a lo largo del tiempo y su comparación pone en perspectiva un tema actual que sin embargo lleva siendo tratado en el país por más de 200 años. Nuestros inmigrantes, de cualquier corriente migratoria, son parte de nuestra identidad nacional, conforman la estructura de la nación y han dejado sus esfuerzos y sus vidas en nuestra república en pos de construir un estado de bienestar para sus familias, que termina beneficiando a todos. Hoy 4 de Setiembre les rendimos homenaje: ¡Feliz día, Inmigrantes!

Soledad Vignolo
Miembro de AAGECU
Secretaria Asociación de Colectividades de Junín.

La vida no es más que un tejido de hábitos

Publicado

el 28 agosto, 2020

PorGrupo La Verdad

La vida no es más que un tejido de hábitos.
Henri-Frédéric Amiel

Con asiduidad oímos hablar del «Tejido social», es una noción utilizada por todos los que se relacionan con el universo de lo político social, y parece de obvia definición, tanto que muy pocos se ocupan de precisar que significa.

Este vocablo, además, tiene a veces la tarea de explicar situaciones de pobreza, violencia o inseguridad que afectan a nuestro país, y es entonces que se puede oír: «el problema es la ruptura del tejido social». Tal metáfora merece repensarse. De qué hablamos cuando nos referimos al tejido social: ¿de un tejido, una tela, de nuestra propia piel? Sin embargo, el hecho de ser social la aleja de la simpleza para transformarse en trama, una que nos estructura como sociedad.

Este tejido social está compuesto por células latientes que nos conforman socialmente: la comunidad, las instituciones educativas, políticas, culturales, religiosas y fundamentalmente, la familia. «La noción de tejido social hace referencia a la configuración de vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social», dicen los investigadores del tema. Agrego aquí que, en este contexto que acontece la humanidad hoy, 2020, hay una crisis grave en tres indicadores que nos ayudan a ser una malla social: los vínculos sociales, la identidad y los acuerdos.

Los vínculos son más cercanos a nosotros, hablan de la relación entre las personas en las comunidades y las familias, hoy están limitados por cuestiones sanitarias aunque sean discutibles, y no es algo menor porque estos nudos familiares y afectivos son los que nos proporcionan cuidado y confianza, y nos dan el parámetro para que como sociedad logremos construir una ética del cuidado. La identidad, imprescindible y sostén de las sociedades, tiene que ver con los referentes de sentido, con aquellos aspectos simbólicos que nos dan sentido, como los ritos, las fiestas, la cultura cívica y las historias comunes. Esto también lleva más de 160 días de interrupción en nuestro país.

Y no deberíamos subestimarlos. Como sociedad nos construimos en nuestros usos y costumbres, en los derechos culturales, en la libertad religiosa, en los encuentros que afianzan la trama que nos identifica como parte de un todo. Los acuerdos, como cierre de esta trilogía que nos teje, tienen que ver con la participación en las decisiones colectivas, con las estructuras creadas para que la comunidad participe. Y aquí es donde estamos con las carencias al tope. No hay consenso. Se perdió en una vorágine descuidada de medidas de emergencia que no alcanzaron para salvarnos de nada y que, por el contrario, nos quitaron identidad. Las transformaciones sociales que venimos padeciendo, tales como encierro, imposibilidad de trabajar, con lo que eso conlleva, incertidumbre, miseria, algunas se han dado en los últimos meses y otras que venían desde los últimos 30 años, cuanto menos, otorgan una explicación verosímil a la crisis que estamos viviendo.

La primera de ellas puede resultar paradójica, porque tiene que ver con uno de los mejores logros de nuestra historia reciente, que fue la ruptura con regímenes dictatoriales que pisaban nuestros deseos y aspiraciones de estratificarnos como una sociedad democrática. El fin de un sistema de cacicazgos con botas fue maravilloso para la sociedad, pero no fue reemplazado por un sistema superador. La democracia argentina cae una y otra vez en sus vicios, el control clientelar o formas corruptas de control y presión sobre el trabajo y la producción genuina termina teniendo efectos que se suman a la crisis pandémica de hoy. Nos quedamos sin prácticas que generen pertenencia, las instituciones modernas no sustituyeron las del pasado con gestiones transparentes que dieran cohesión y sentido.

Y hoy, estamos otra vez llenos de controles que no obedecen siempre a la lógica de una sociedad que tiene valores, que aún aspira y pretende certezas para poder ligar sus células disgregadas y cargadas de negatividad. La otra paradoja es que, la modernidad y la globalización ha posibilitado el mayor acceso de la población a bienes y servicios, mejores condiciones materiales, mayor acceso a bienes industriales, pero esto no trajo por sí mismo un mejoramiento de los vínculos comunitarios y en general del tejido social, hasta ahora. Así es que vemos como, hoy, todo ese sentido social pasa por lo global, por la conexión a distancia, por cuestiones que parecían snob o de consumo y nos están ayudando a no desfallecer. Por supuesto que no reemplazan los abrazos y las multitudes sociales aunadas en una voz. Siempre consideramos al consumo como generador de conflicto, competencia, o causante de una disminución de la convivencia en el hogar ya que sus miembros se sumergen en redes tecnológicas, sin tener la protección de la verdadera red que es la solidaria.

Hoy nos abalanzamos a la tecnología para sobrevivir.
Pretendo marcar, para repensarnos, algunos puntos de contacto entre lo deseado y lo real. A nivel de identidad comunitaria, hay una carencia de relatos comunes, de espacios de encuentro, de la pérdida de la celebración y la fiesta comunitaria. Si esto lo notamos en una ciudad como la nuestra, y ya nos resulta un problema, en las grandes ciudades urbanas con crecimiento acelerado del virus que nos aqueja, más aumento de desocupación y pobreza, es mucho más grave: las colonias en las márgenes urbanas siempre se forman por desplazados de todas partes, y crecen como hitos aislados que tienen dificultad en construir su tejido. Los vecinos son personas que no comparten su historia, ni sus luchas; vecinos que pueden encontrarse fuera de ese ámbito sin reconocerse.

No es mi intención tener una definición sobre lo que nos aqueja socialmente, sobre la reconstrucción del tejido social, pero si tratar de ahondar a tiempo en la tarea de rescate de nuestra trama. Ahora que se habla tanto del tema, producto de la pandemia, podemos aprovechar los indicadores para revisar lo que estamos haciendo, al menos en Junín, respecto a diferentes parámetros que nos hablan de la necesidad urgente de reconstruir la identidad. Para ello, y a pesar del virus, o por él, debemos favorecer la construcción de nuevos relatos, de nuevas identidades, que pueden nacer de luchas comunes: por los parques, por el transporte, la seguridad, la lucha por espacios de trabajo, la recuperación y cuidado de espacios naturales, la re-vinculación con la tierra, el libre tránsito, la soberanía ciudadana.

No significa ignorar la pandemia, al contrario, hay que incorporarla a nuestras vidas para cuidarnos, con los procedimientos necesarios, pero no podemos perder nuestros referentes identitarios comunes, que no tienen por qué ser de culto o de fiesta, podemos buscar otras formas, ante la situación sanitaria, de festejar la vida: a través del arte, del deporte, y de las idiosincrasias propias de nuestra cultura.

Si hablamos de los vínculos, tenemos que prestar una atención especial a la movilidad. Algo rescato de esta cuarentena obligada y excesiva: las familias no deberían perder tantas horas por asistir a la escuela o el trabajo, y eso requiere reformas de gran escala en la planeación social, en lo referente a urbanismo y a educación. Pensemos, transformemos nuestro futuro.

Mientras tanto, veamos como cambiar los problemas estructurales en las ciudades y concentremos nuestros esfuerzos en los niños y jóvenes que perdieron en pocos meses la espontaneidad del contacto y la relación entre sus pares. Las nuevas tecnologías son un riesgo, y debemos estar atentos, pero también una oportunidad para tejer nuevos vínculos vecinales para el futuro: en torno a la seguridad, a grupos de autoayuda, a la recuperación de espacios naturales, a proyectos interprovinciales o internacionales en red.

Por último y tal vez lo más acuciante y difícil, hablemos de acuerdos. Sin dudas, nuestro sistema representativo, constituido por partidos políticos anquilosados ha contribuido a la ruptura del tejido social, pero no podemos prescindir de los partidos políticos ni de las formas de elección democráticas. Lo que podemos hacer, partiendo de auto diagnósticos comunitarios, con trabajos de campo, como ciudadanos, es crear agendas políticas necesarias. No vamos a reconstruir el tejido social repartiendo frazadas, alimentos o leche y mucho menos distribuyendo recursos en épocas electorales. Hay que apostar a la organización comunitaria y asistir, de ser necesario, las necesidades sentidas y priorizadas por la misma comunidad. Y aquí el fomentismo tiene un rol trascendental.

El de insistir y obligar al Estado y a los partidos a respetar las formas de representación comunitaria, sin utilizarlas con fines electorales para proyectar sistemas de planeamiento basados en la realidad social.

La pandemia nos puso cara a cara con nuestras miserias. La cuarentena descosió totalmente el tejido social. No sirve remendarlo. Hay que tejer nuevas formas de relación, y lo debemos hacer hoy mismo, a partir de los nuevos modelos que la sociedad va adoptando en una vida en constante cambio. De nosotros depende aprovechar como comunidad la crisis. No dejemos en mano de nadie el futuro de nuestros hijos. Construyamos de a poco, un crochet cerrado que nos contenga en los nuevos desafíos.

Mecenazgo Cultural: Que la cultura sea

Desde la antigua Grecia, tal vez antes, el arte y el dinero han mantenido una intensa relación.

PorGrupo La Verdad

Desde la antigua Grecia, tal vez antes, el arte y el dinero han mantenido una intensa relación.

El intercambio de obras de arte por dinero u otros bienes ha sido una constante a lo largo de los siglos, y ha ido evolucionando con la historia. Fue en el Renacimiento cuando el gusto y apoyo a las artes tomó una dimensión diferente.

Algunas de las familias más acaudaladas del momento tomaron la decisión de acoger bajo su protección a artistas que, por su nombre o su talento, destacaban del resto.

Este es el caso de la familia Medici, cuya fortuna fue destinada al apadrinamiento de artistas. valiéndoles para pasar a la historia como unos de los primeros mecenas. Sin embargo, algunos de los motivos por los que los renacentistas realizaban esa labor de mecenazgo siguen vigentes hoy en día, La finalidad del mecenas, en un principio, siempre es altruista; en cambio, es sabido que dicha filantropía viene acompañada de un reconocimiento de sus semejantes, y que reporta el necesitado prestigio, en aquel tiempo, por la nobleza, y hoy el status social derivado del mecenazgo, lo tomaron las empresas, que crean una imagen social con este método.

El arte y la cultura, en general, se convierten, por lo tanto, en “la otra cara de la moneda” de las empresas.

Continuando la historia, la actividad de mecenazgo prosiguió los siglos posteriores, pero, en los siglos XVIII y XIX, se produjeron una serie de acontecimientos que harían cambiar el rumbo histórico y que desembocarían en el siglo XX con variantes en el apoyo a los artistas e, incluso, en el concepto de mecenazgo.

La llegada de los museos y la ruptura de los artistas con la sumisión a crear un arte predeterminado por sus mecenas, trajeron en consecuencia el nacimiento de nuevas figuras: los galeristas.

El galerismo provocó cambios que, marcarían el mundo del Arte. La burguesía, que hasta entonces no había sido tomada en cuenta en sus gustos artísticos, comienza a ostentar un gran poder económico y demanda la existencia de un arte para ellos. Con figuras como Durand-Ruel, Vollard o Kahnweiler, los galeristas empiezan a convertirse en los nuevos mecenas del entrante siglo XX. Este hecho, unido a la democratización del arte, generará un nuevo sentido del mecenazgo, y consolidará el patrocinio. Pero qué significa el término “Mecenazgo”: “En el mecenazgo, al menos en teoría, existe una contribución, o donación sin otra contrapartida que la satisfacción de ayudar a un artista a desarrollar sus capacidades de expresión. No debiera haber una contrapartida directa o cuantificable económicamente”.

En este sentido, el mecenazgo queda encuadrado como una actividad altruista en beneficio de los artistas. Sin embargo, el comentario “al menos en teoría”, indica el hecho de que no siempre el mecenas realiza sin ánimo de lucro su labor, sino que, se busca un reconocimiento o determinados beneficios fiscales. Aun así, el mecenazgo es actualmente una actividad minoritaria en lo que a volumen económico se refiere ya que, generalmente, es realizado por personas físicas cuyo poder adquisitivo es notablemente inferior al de las compañías patrocinadoras.

Ley de Promoción Cultural de la Provincia de Buenos Aires
En la actualidad, la discusión sobre la participación del sector privado en el financiamiento de los proyectos culturales permitió pensar en los alcances y las modalidades para la sanción de una legislación cultural que alentara el Mecenazgo cultural.

El tema, recurrente en algunos países de Latinoamérica como Brasil y Chile, que tienen regímenes de mecenazgo de alcance nacional mientras que, en Argentina y Uruguay los regímenes son regionales o locales. Venezuela, Perú, Colombia, México, Bolivia, Ecuador y Paraguay tienen distintas modalidades de mecenazgo en marcha.

Nuestro país no cuenta con una Ley de Mecenazgo Cultural de alcance nacional, sin embargo, desde el año 2006 la Ciudad Autónoma de Buenos Aires posee una ley que ha beneficiado a varios y diversos proyectos culturales.

Al pensar determinada política cultural se debe atender la necesidad de financiamiento de los proyectos culturales donde esté la presencia del sector privado para ello hay que modificar la mirada sobre el rol del Estado como único proveedor. Es menester, buscar nuevas soluciones que atiendan a la producción cultural desde una perspectiva centrada en la acción del Estado a través del desarrollo de políticas públicas, pero con la suma del aporte privado a la hora de financiarlas.

La provincia de Buenos Aires sancionó en diciembre del año 2016 la Ley Provincial Nº14904/2016 el Régimen de Promoción Cultural en cuyo texto deja expresado el alcance a los fines de: “(…) regular el mecenazgo cultural de la provincia y a estimular e incentivar la participación privada en el financiamiento de todos aquellos proyectos que se enmarquen en las distintas áreas de cultura (…)” y la definición de Mecenazgo sobre la cual se sustenta la Ley. Articulo N.º 2: “A los fines de esta ley, por mecenazgo cultural se entiende la financiación con aportes dinerarios que realizan personas físicas o jurídicas para la realización de todo tipo de proyecto cultural a cambio de un beneficio fiscal y bajo la modalidad de una donación y/o un patrocinio.”

El Régimen de Promoción Cultural llegará a los proyectos culturales sin fines de lucro presentados por personas físicas o personas jurídicas que estén encuadrados en las siguientes categorías: Teatro, Circo-murgas-mímica y afines, Danza, Música, Letras poesía-narrativa-ensayos y toda otra expresión literaria, Artes visuales, Artes audiovisuales, Artesanías, Diseño, Arte digital, Publicaciones, radio y televisión, Sitios de internet con contenido artístico y cultural y finalmente, Patrimonio Histórico Cultural. Mantenimiento, apertura y difusión de establecimientos educativos, museos, monumentos y cualquier sitio que puede ser considerado de interés cultural.

El Mecenazgo se presenta bajo dos formas, que son: a través de los benefactores quienes realicen aportes sin relacionar su imagen con el mismo y los patrocinadores que relacionan su imagen o la de sus productos con el proyecto patrocinado.

La Ley provincial esta promulgada y publicada en el boletín oficial desde el 02 de marzo de 2017 y toma como ejemplo a la Ley N.º 2264/06 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para que se aplique hay que definir los requisitos de operatividad de dicha Ley. Y ése es el desafío con el que los actores de la cultura nos encontramos. La ley tal vez no sea la que nos abarque a todos, es posible que tenga fallas que deban salvarse a medida que la podamos poner en práctica, pero es necesario que se operativice, la cultura lo amerita. Ahora bien: ¿Por qué y para qué es necesario financiar la cultura?

Porque es factor de desarrollo y fuente de identidad, porque es uno de los motores de crecimiento y, además, la cultura es un derecho humano. Necesitamos comprender el valor de la cultura, comprender que el desarrollo cultural de una comunidad se basa en hechos culturales, en patrimonios tangibles y/o intangibles.

Debemos crear nuevas alternativas de financiamiento, que valoren la creación y el talento de los ciudadanos, sumar a la idea de cultura público a privada un nuevo concepto colaborativo, para que más cultura emerja y los nuevos modelos económicos apunten al desarrollo cultural participativo, Qué lugar se le asigna a la cultura desde lo público es lo que se viene, debemos repensarlo, reformularlo e insistir en que esta ley se ponga de pie de una buena vez, para ver el alcance final del Mecenazgo Cultural.

Nuestra ciudad debe apelar a sus legisladores y nuestros colectivos culturales, deberán observar cuán participativos son, si quieren que la acción cultural devenga en construcción de ciudadanía y democracia cultural. Que la cultura sea.

(*) Escritora
Miembro de AAGECU