El origen del mundo

Es un ejemplar sencillo, sin pretensiones, uno accede a su texto en busca de un milagro: y se produce. Michon muestra que no hay temas imposibles para poetizar sobre el cosmos y se lanza a la belleza en su texto que es un climax literario y maduro, que abanica, mece, maravilla. La modernidad, siempre economizando significados, nos invita a una búsqueda en el aislamiento, despojada, corriendo tras la quietud. Por eso Pierre Michon, probablemente el maestro coetáneo en lo que hace a estructuras metafórica, ambienta El origen del mundo en un pueblo de la Dordoña, cerca de Lascaux, con sus cuevas rupestres, y sus grafías primigenias.

Cuando el narrador de esta novela llega a Castelnau, muy cerca de Lascaux, tiene veinte años y encara su primer trabajo. En estas comarcas, donde aún se representa a la manera antigua el origen del mundo, el sexo separa dos universos: el de los hombres, depredadores, frustrados pero terriblemente astutos, y el de las mujeres. Así ha sido la crítica del libro que reseñaré: «Con una prosa a la que la madurez ha llevado a la cima de la precisión carnal, de la sensualidad en sus evocaciones tiernas o brutales, Pierre Michon describe un universo de evidencias y de misterios cuyo recuerdo nos perseguirá» (Jorge Semprún).

«La lujuria, el deseo, son un tema común en la literatura, pero rara vez han sido expresados con tanta poesía y profundidad» (San Francisco Chronicle).

«El poder de la imaginación que sostiene la escritura de Michon no decae jamás» (Roger Shattuck, Harper’s Magazine).

La historia transcurre a principios de los sesenta. Esta década loca de ilusiones no alcanza a Castelnau, donde lo simple es la norma en una paz solo perturbada por la irrupción del profesor protagonista, que cree en el paraíso lento de la localidad, y aquí el autor, maestro absoluto, discurre como nadie en el terreno deseado y nos regala como lectores una experiencia única.

Hay una tendencia literaria que utiliza lo rural para bordear y resumir el universo, donde las personas son casi mitos y las féminas son objeto central de observación. En El origen del mundo la historia ocurre rodeando a tres mujeres. Hélène, la posadera madre constante con la paciencia de los que comprendieron su finitud. Su posada es un espacio de borracheras y consejos escondidos tras las puertas de sus habitaciones.

En una de ellas el profesor profesa intenciones a su compañera ocasional, un goce transitorio para no morir en la espera de su sueño hecho mujer, llamada Yvonne. Ella trabaja en una especie de kiosco donde vende diarios, cigarrillos, y otros placeres, todo lo hace detrás de un mostrador que la potencia, la vuelve intocable y la expone a los ocasionales visitantes. En un texto la voz es todo, pero la escritura contiene, y el autor logra lo propuesto. Transforma a Yvonne en un símbolo de la decadencia. Las frases cortas y vertiginosas, el sistema nervioso a prueba, la pulsión entre Marlboros e incomprobables amenazas.

El profesor, además se perpetúa en sus jóvenes alumnos, el hijo de Yvonne sufre la frustración prolongada de noche en un bosque cercano donde la lujuria cede al rito. Es tan capaz Michon que transforma el deseo momentáneo en poesía. Magnífico, intrigante.

Los simbolismos continúan en Jean el pescador y JeanJean , nombres pensados, elegidos. Uno por su persistencia a sobrevivir, el otro guiando hacia un pasado relacionado al ocio. Los artistas de Montignac pintaban tras ir de caza. También conscientes de su cuota en el mundo, colgaban los animales que dibujaban como prueba de amor, como oda asesina agradecida.

Pierre Michon establece toda una relación con lo pionero, lo antiguo para narrar El origen del mundo, nos lleva desde lo cotidiano a lo épico, sin escala. Nuestros instantes serán calendario, lo que hoy es nimio para cada uno de nosotros será cultura. La astucia del autor es animarse a sublimarlo en un libro que como reza, nos plantea lo más intrínseco de nuestra existencia: el origen.

Mi abandono

 Mi abandono de Peter Rock (Utah, 1967), autor con quien tuve hace unos días la posibilidad de comentar su obra, gracias a la generosidad del Taller Bazterrica Caride, es una novela que nos lleva a una especie de relanzamiento del estilo bucólico, contrario al mundo capitalista, al que aún en esta historia, basada en la vida real, le cuesta esquivar.

Caroline y Padre habitan los bosques de Oregon leyendo diccionarios, caminan y, se preparan como en un ritual para situaciones de escape forzoso. Caroline es una preadolescente que nos cuenta su presente de actividades que componen su día; su mirada es muy particular y es como si tuviera una cámara en la frente que va relatando todo.

Pero día el balance perfecto de esta vida en los bosques se ve intervenido: Mientras Caroline lee sobre un árbol, unas ramas caen y hacen salir de su trance a un corredor que estaba cerca. Este hecho rompe el sistema que mantenía el funcionamiento de éstos dos personajes y comienza una nueva etapa, podría decirse de «civilización» en la que se los detiene y terminan obligados a la sociedad que tanto evitaban.

Rock trabaja en una hipótesis límite entre la domesticación y una forma innombrable de vida en la que el ejercicio, la alimentación y la educación resultan relevantes. Esta comparación criticable de la sociedad actual se viene realizando desdee Thoreau hasta la hoy. El epígrafe del libro “Es notable cuántas criaturas viven libres y salvajes en secreto en los bosques, pero se alimentan en los alrededores de los pueblos bajo la sola sospecha de los cazadores” nos pone en evidencia y nos obliga a comprometernos. De qué lado estamos, podemos aplacar el avance del capital o solo lo atrasamos.

Mi Abandono, está editado por Godot, y es una obra que nos tensiona desde diversos lugares, y esa tensión se sostiene más allá de la página final, es muy interesante la primera parte en el bosque, que no es una vida idílica, sino que es real, que ese bosque lo habitan los personajes en todos los sentidos, y que es utilizado por el autor para poner en evidencia inequidades y cuestiones socioculturales que corrompen la trama de afuera de ese mismo bosque. Los conflictos que cruzan a los personajes no son ajenos a los nuestros, las cuestiones humanas no resueltas de estos personajes, ¿padre? ¿Hija?, el propio autor descree de una relación sanguínea al consultarle al respecto, tienen el común denominador de todos los seres humanos. Lo relativo aparece para interpelarnos y descorrer verdades de perogrullo.

Padre e hija llevan cuatro años viviendo juntos. Durante ese tiempo aprenden de l la naturaleza y le otorgan valor a sus días.. Son vegetarianos y los viernes ayunan, llevan un reloj cada uno marcando la misma hora, que no es la que usa el resto de la sociedad; o usan la ubicación de la luna o el sol. Juegan ajedrez, y Caroline estudia, Padre le enseñó todo hasta esa edad y ahora comienza su auto aprendizaje, a veces, visitan la ciudad.

Todo el libro florece en pequeños relatos, y aún ante el momento de terrible desasosiego, cuando los hallan, la escritura de Rock está trazada sobre un borde en el que la libertad individual y la esclavitud se rozan. La creación de ambientes, las luces que le da al bosque y a las relaciones humanas, los hábitos que narra, nos embadurnan de literatura al punto que al cerrar el libro vamos a tener que tomar contacto con lo natural, y respirar bien hondo, antes de continuar viviendo.

Diario de cuarentena: Todo queda en Casa

«Creo que escribo naturalmente de una manera fácil, sin pensar en que eso tenga que ser fácil» Alice Munro

Como cada domingo dedico el diario a recomendar autores que he leído y que representan lo que considero interesante en la literatura, sin dudas una de mis autoras preferidas es Alice Munro, que se consagrara como una escritora universal gracias al premio Nobel, y en Todo queda en casa la propia narradora canadiense selecciona los que considera sus mejores cuentos. Siendo una gran maestra del género, a quien la crítica señala como una «Chéjov contemporánea», y desde esa mirada, ha elegido los 24 cuentos que configuran ‘Todo queda en casa’ (Lumen), un millar de páginas que invitan a disfrutar del universo de una escritora que ha hecho de las emociones de las vidas sencillas la temática de su obra,maravillosa en las historias cotidianas que nos acercan a sus cuentos, porque nos reflejan.

Es también el resumen de una vida dedicada a la literatura y una suerte de despedida de la gran dama de las letras canadienses, que, con 89 años, cree cerrado su círculo como narradora. La edición incluye, a modo de prólogo, ‘Alice Munro en sus propias palabras’, la entrevista que sirvió de discurso de agradecimiento de la autora a la Academia sueca tras la concesión del Nobel y en la que se presenta como «un ama de casa que aprendió a escribir en los ratos libres». Maravillosa descripción de una escritora increíble que comprende el valor de la vida real a la hora de contar historias. La selección toma el título de un cuento que apareció en ‘Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio’ y abarca toda su carrera con cuentos que se publicaron originalmente en sus libros más celebrados: ‘Mi vida querida’, ‘Demasiada felicidad’, ‘La vida desde Castle Rock’, ‘Escapada’ y ‘El amor de una mujer’.

Munro, como Chéjov jamás dejan ver la estructura que sostienen sus cuentos, con una sencillez solo aparente sostenida en frases precisas y un sentido crítico sin juicios morales. Se centran siempre en las relaciones humanas sobre las que Munro enfoca su lente de la vida cotidiana, un registro en el que la propia escritora se declara deudora de antecesoras como Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Eudora Welty o Carson McCullers.

«Quiero que mis cuentos conmuevan a las personas; no me importa si son hombres, mujeres o niños… Quisiera que el lector, al terminar un cuento, sintiera que es una persona distinta», asegura la autora, que admite no conocía la palabra ‘feminismo’, mientras sin dudas, lo ejercía. Sus relatos los protagonizan gentes sencillas, anónimas y con problemas reconocibles. A menudo madres e hijas, mujeres valientes, y decididas habitantes de pequeñas ciudades. En esos ámbitos despliega un mundo emocional en el que el placer y el dolor se agazapan a menudo bajo el hule de una mesa de cocina. Esas emociones y sentimientos de personajes comunes en parajes lejanos son el alma de unos cuentos que encierran lo mejor y lo peor de nosotros. Lugares como Clinton, en Ontario, y Comox, en la Columbia británica, entre las que hoy reparte su tiempo Alice Munro, voluntariamente alejada de las grandes metrópolis y de los cenáculos literarios. «Pienso que cualquier vida, cualquier entorno, puede ser interesante», afirma Munro, que jamás pensó «en la escritura como un don» y que acaso «no hubiera sido tan osada si hubiera vivido en una ciudad, compitiendo con personas».

Alice Munro nació en 1931 en Wingham (Canadá). Hija de una profesora y un granjero de religión presbiteriana, cursó periodismo y filología inglesa en la universidad de Ontario, aunque abandonó los estudios al casarse en 1951. Madre de tres hijas, abrió junto a su marido una librería en Victoria y escribía en secreto mientras cuidaba de su casa y su familia. Divorciada en 1972 del padre de sus hijas, se casó cuatro años después con Gerald Fremlin. Es autora de de doce volúmenes de relatos, una novela y tres antologías a lo largo de medio siglo, sus relatos se han traducido a una veintena idiomas. Todos caracterizados por su «sutil narración caracterizada por la claridad y el realismo psicológico» a los que la Academia sueca aludió para justificar el premio.

Para mí, como lectora, Alice es una de nosotras, sufre las mismas frustraciones y los mismos sueños, pero elige contar su historia a través de la historia de otros, que se nos parecen, tanto que al leer sus relatos, tomamos conciencia de que Todo queda en casa.

Diario de Cuarentena: Cuac!

Cuando nació cuentan que me escondí detrás de una mesa de luz porque estaba celosa, me protegía de lo nuevo con mis dos años recién cumplidos. Pero eso es lo que cuentan, yo creo recordar su olor. Un olor pequeño, húmedo en llanto, mezclado con perfume a bebé.

La primera infancia fue de juegos y travesuras, llena de alegría y tiradas de pelo, como debe ser. Una de esas hazañas, la que la convirtió en patito, pato, Pathy, es de una ternura tal que merece ser contada. Listas y emperifolladas por mamá para ir un cumpleaños, con vestiditos almidonados y moños de seda, ella llenó de agua el bidet y se metió adentro con zapatos y medias con puntillas incluidas. Ese juego la define.

Transgresora, autodidacta devenida en profesional, es una mujer que no teme ir por sus sueños, aunque le valgan algunos dolores de cabeza, tiene carácter. A veces tan fuerte que cuando vivíamos juntas en Moncho, nuestro departamento de estudiantes en la ciudad capital, que luego eligió como propia, convencía a mis padres que tenía problemas de audición por lo alto que hablaba y resultó ser temperamento.

Pathy, Patito, Pato, psicóloga, cocinera, artesana, guerrera, constructora, precursora, madre, mujer, hoy cumple años. Nos peleamos mucho y muchas veces, porque el amor es así, hierve y se vuelca. Pero la madurez trajo mucha sabiduría a nuestras vidas y nos volvió más calmas y mucho más amigas. Bah, siempre lo fuimos, tenemos tantas anécdotas, viajes, partos, cesáreas, hijos, ahijados, amores, pérdidas, tanta vida compartida que no alcanza decir Feliz cumpleaños. Por eso hermana de mi corazón, te dedico este diario de cuarentena, que sé que te duele tanto como a mí. Libertarias hasta el fin. Hermanas por siempre. Te amo.

Plaza 25 de mayo: donde conviven la memoria y el futuro

Toda ciudad que se precie tiene su origen comercial e institucional en torno a una plaza. Nuestra plaza, aquella a la que nos referimos como “la plaza del centro”, es la 25 de Mayo. En esa manzana verde de la ciudad se encontraba la antigua Plaza de Armas del Fuerte Federación, fundado el 27 de diciembre de 1827 y que nos da origen como urbe. Otrora, alrededor de la plaza se encontraban los cuarteles, la escuela y la capilla. Y hoy sigue estando rodeada por instituciones similares.

Si nos remontamos al siglo XIX, en su centro tenía una pirámide cuyo tope contaba con una escultura que significaba la libertad y que era la primera obra de ese tipo en la ciudad y sus espacios comunes. Pero con el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, nuestra metrópoli comenzó a florecer, y el entorno de la plaza se modificó, sobre Benito de Miguel el Palacio Municipal primero y la actual Iglesia San Ignacio unos años después, generaban un nuevo escenario simbólico y arquitectónico a la plaza.

Cuando se demuele la pirámide central, ya la fisonomía era otra, con calles mejoradas y ciudadanos de pie en la plaza que pasó de ser de armas a ser espacio de manifestación y sociedad. El 17 de agosto de 1940 se inauguró el monumento al General José de San Martín, reemplazando el poliedro y se le agregaron a la plaza los ejes transversales que hoy contiene, algunas pérgolas e iluminaciones y se comenzó a parquizar.

La plaza ya estaba transformándose en eje de la vida de Junín, allí se daban las noticias los amantes, se conocían los progresos políticos y acontecían las cuestiones que cambiaban las vidas personales y políticas de la ciudad. Ya no era de armas, pero seguía defendiendo nuestros intereses. Desde la vida pública, desde la participación. En 1996 se inauguró el Monumento a la Memoria, un homenaje a los desaparecidos durante el gobierno militar de 1976 y pasó definitivamente a representar un espacio democrático que nos ponía de pie ante la defensa de la libertad.

Hoy nuestra plaza 25 de Mayo, cuenta con obras de artistas reconocidos, a fines de 2007 la plaza se sometió a una obra de puesta en valor con la finalidad de mejorar su funcionamiento, revalorizarla desde lo ambiental y reconocerla como nuestra plaza principal, conservando el carácter y la estructura, de manera que hoy conviven la memoria y el futuro en ella. La estatua de la libertad volvió a su seno, tal vez por eso es el lugar que elegimos para manifestarnos. Donde la política se hace presente, sin vergüenza y proponiendo voces plurales, para defender la república o para reclamar derechos, para caminar juntos por la justicia o para gritar a viva voz por nuestros ideales.

Allí realizamos nuestros actos, honramos al libertador, nos resguardamos del sol o respiramos el perfume de los tilos mientras nuestros hijos en bici sueñan volar. En su interior los cedros, las palmeras y el roble, nos recuerdan la importancia de oxigenarnos y la belleza de lo natural. En el contorno, los bancos poblados de historias, nos ofrecen su solidez y su arquitectura sencilla invitando al sosiego. Muchas veces la llamamos plaza “San Martín”, pero que importa. Si sabemos dónde es, si sabemos para qué la usamos, si la vida comercial, política, administrativa, judicial y financiera de Junín se desarrolla en sus alrededores. La región la conoce, nosotros los juninenses la vivimos.

Y el monumento central, que origina la confusión en su nomenclatura, en honor al General José de San Martín, consiste en un pedestal sobre el cual se encuentra la estatua ecuestre, réplica de la que tiene la Plaza San Martín de la ciudad de Buenos Aires, y que realizó el francés Louis Joseph Daumas en 1862. El Banco Nación y su magnífica arquitectura, es el fondo perfecto para una plaza, y se funde con la pirámide trunca de Salvador Roselli. Aunque todos sepamos por el monolito que fue la Plaza de Armas, lo que la diferencia es que si vos necesitás encontrarte, descansar, citar, o marchar es a la plaza 25 de mayo adonde te dirigís, Una plaza que es conciencia de la historia y de los proyectos ciudadanos, que marca el ritmo de la vida local.
Los juninenses sabemos que la plaza 25 de mayo es algo más que la esquina del punto cero, es nuestra cómplice, es la plaza de los sueños y las oraciones, la de las rupturas dolorosas, la del inicio de la vida en comunidad. Es la plaza, nuestra plaza, la que nos pone de pie, en la que entonamos el himno, flameamos banderas, o donde las carpas cobijan reclamos con integridad.
Siempre hay una historia que contar en su ortogonal existencia. Hoy, intenté que ella, nuestra plaza, sea la protagonista.

Plaza del Sesquicentenario: Donde los niños de Junín permanecen eternos

Entre las calles Liliedal, Belgrano, Rivadavia y la Avenida San Martín, los niños de Junín permanecen eternos. Sus gritos alegres, sus manos entrelazadas, las rodillas manchadas y las carreras por el túnel que tenían con los tambores acostados de hace años, no se marchan y al grito de pluma pluma vuelven a quitar la sortija en la calesita perfecta, esa que nos permitió a todos ser felices, disfrutar de un caballo alado y sentirnos Reutemann en un autito, Una calesita que nos incluía, que no diferenciaba clases con sus caramelos regalados, que prometía sorpresas y maravillosas tardes o noches en familia.PUBLICIDAD

Y sigue siendo nuestra esa manzana perfecta, donde los chicos planean y se cuelgan y se ríen sobre toboganes coloridos recién remodelados, con la misma alegría de otras décadas.

El terreno formaba parte del predio del Ferrocarril Central Argentino. Al construirse la Avenida San Martín quedó como un espacio sin urbanizar, que era utilizado por los circos que visitaban a la ciudad y se instalaban allí.

Por 1977 se construyó la plaza, siendo su nombre un homenaje a los 150 años de la fundación de Junín. Una plaza siempre es un proyecto de vida, y ésta que se destinó totalmente a juegos infantiles, es un proyecto de niñez feliz, por eso es conocida por los juninenses como la «plaza de los niños».

Con su remodelación en el 2007, la plaza dejó de lado los giros de la calesita y se avocó a juegos integradores, a símbolos de los nuevos paradigmas de la infancia, que hoy tienen que ver más con la seguridad y el orden. Sin embargo, en alguna esquina, es posible ver la creatividad nacer en una charla ininteligible entre Juancito y Alegra, que proponen que el mundo se vuelva verde y los manche para siempre con sus plantas, o los helados de tierra que sigue fabricando ese Nacho inmortal que trasciende generaciones.

Porque los niños, son niños, no se contaminan fácilmente, no se impregnan de metales que no tienen nada de valioso.

Y en una escalera mágica suena María Elena Walsh para invitarlos a jugar, pero despacito, pluma pluma, sin caerse, subiendo a la nave del futuro con el corazón lleno de pasados que no conocieron aún, gloriosos y perfectos. Juninenses. Nuestros.

Historias de barrio: El Prado Español, raigambre de fomento y ciudadanía

Cada barrio tiene su historia, sus refugios, esos recovecos que la vida va dejando como testimonio de lo que fue. En el Prado Español, ya no queda el magnífico arco que oraba de entrada y que era testigo de fiestas, amores y desdichas de antaño, sus bailes dieron paso a loteos y progreso, y muchos inmigrantes en ese juego interminable con el tiempo, construyeron sus vidas al ritmo de paso doble.
Pero no es la única historia de piedra y cemento que se descolgó del pasado para crear mitos. La loba es todo un hito en el barrio Prado Español, transformándolo en el Monte Platino de Rómulo y Remo. Esa loba, que está en la sede central del Club River Plate, tiene en su haber la fuerza de los obreros que colocaban los adoquines de nuestra ciudad, la sombra de los aromos de Frías y Levalle, donde el obrador se había emplazado; la pérdida del lobo que la acompañaba en aquel predio que posteriormente se dice también que se utilizaba para espectáculos.
La loba hizo famoso al boliche de los Zaccardi cuando la emplazaron en su local de calle Alemania, y ha escuchado historias de los trabajadores de “La Elvira” y de miles de ciudadanos que resumían la historia en un vaso compartido. Los sueños de la antigua Escuela 27 que quedaron truncos. Los actuales proyectos de la pujante Escuela N° 29 que promete futuro.
La placita de los juegos en las que tantos de nosotros supimos divertirnos, y la Biblioteca Esteban Echeverría, que de la mano de Oscar Soulet y su fomentismo epopéyico, otorga sabiduría a la población.
El Prado Español que antaño recibía a los artistas destacados de la ciudad y el país, cubría con su arco desde Eusebio Marcilla presentando su auto hasta la presencia del coronel Juan Domingo Perón.
Siempre fue un barrio de apoyo a sus vecinos, y de raigambre de fomento y ciudadanía, que desde hace años la aporta don Osvaldo Giapor que tiene una frase magnífica que lo pinta “La única forma de progresar es estando todos juntos”, dice convencido y contundente.
Pero el barrio Prado español es también el futbol del fin de semana en la cancha de “La Loba”, es la charla de vecinas queridas, algunas ya cabalgando en un cielo de placeres infinitos, como Viducha y la Pelada, o Doña Nina; que nos dejaron cuentos interminables y recetas de tortas donde la vida tenía sabor a limón.
Hoy otras jóvenes señoras lo pueblan, lo transitan niños protegidos por la Virgen del Rosario de San Nicolás, que bicicletean en el boulevard 12 de Octubre hasta Posadas, convirtiéndose en cometas de un mundo que puede ser mejor.
Ojalá nos trascienda el espíritu de este barrio, y nos embeba de proyectos y de colaboracionismo, y haya muchos Soulet o Giapor en el futuro, para construir con conciencia la vuelta a lo humano, al otro como uno y valor ante la adversidad.

Historias de Barrio: El Picaflor, el guardián del tiempo

Dicen que El Picaflor es un guardián del tiempo, que puede contener en su pequeño cuerpo colorido el pasado, el presente y el futuro, sin dejar de transmitir alegría y amor.
Los que vivimos en El Picaflor, no tenemos dudas. Irigoyen e Yrigoyen, Pellegrini, Tedín, Remedios de Escalada, Gandini, nos van chismeando cuentos y momentos, ocurridos entre sus adoquines y nuestros sueños. La historia misma de Junín puebla este barrio, que se enorgullece a diario de ser.
Podemos también recordar al abuelo del gran Borges, al maestro Sarmiento, al Comandante Escribano, a Quintana, y descubrir por Italia, que la patria es un crisol. Nos embriaga el espíritu de Margarita Colombo y en el hacer cotidiano, Jorge Libonatti nos inspira con su amor por la gestión.
Es un honor pertenecer al barrio del gran Edgar Aramburu que sigue dando clases de fútbol y educación. A un barrio que cuenta con un mago que hacía del baloncesto y del Club los Indios una gloria. Quién no soñó con un mundial de básquet de la mano de Aréjula. Tantos niños formados en la calle Borges y tanta pasión puesta en transmitir el valor de la disciplina y la solidaridad.
No debemos olvidar a las personas comunes, las señoras del barrio, las maestras, las Catas, los Guerriero y su fábrica monumental, la sastrería Malizia, la universalidad.
Un barrio es una sumatoria de vidas suspendidas en el tiempo, son las alumnas de las Parrilli haciendo ballet en el ventanal, es la tía Negra cantando un castillo de arena, los chicos García Bazzano jugando sin cesar. Los Álvarez Rea, las tradiciones, es el gran Hospital San José, que vio nacer a media ciudad. Las vacunas con chupetines, que el tiempo transformó en Tribunal. Las bicis en esa manzana que sirve para aprender, en la que caminamos, sufrimos, nos revisamos, nos casamos y nos juzgan a la vez. Cómo no sorprenderse en El Picaflor.
Los que pueden, recuerdan el entubamiento de calle Italia y lo que significó, recuerdan a los vecinos ilustres que pasaron por el barrio, como don Edgar Calvo, Don Pepe Buono, Miguel Lonegro o la estrella veloz de Eusebio Marcilla que aún transita por la ciudad.
Los que vivimos en el barrio, sabemos de su comunidad. De seguir viendo al vecino a diario y tener su teléfono, de la tristeza por la partida de Don Raúl Capogrosso, que ayudaba a construir realidades, nosotros sentimos que aún nos cruzamos caminando con el increíble Pico Aguiar, que la noche nos trae bochas en el Club Gimnasia y que en Gandini y Dorrego nos encontrábamos para noviar.
La historia de un barrio la componen sus obras, sus calles, sus edificios, sus clubes, sus comercios, sus sedes, sus escuelas, sus capillas y muchos registros materiales del tiempo, que va quedando atrás.
Pero la verdadera historia, es la que cuenta su gente, la que escribe día a día con su accionar. Las tazas de azúcar prestadas, el auto compartido para llevar a los chicos del barrio a estudiar, las conversaciones de a cuatro barriendo la vereda en la mañana, las posibles traiciones; esos amores prohibidos, la paciencia con las obras, la búsqueda de seguridad. La gente viendo a la gente, el hombre siendo humanidad.
El Picaflor, que guarda tiempos, es un barrio que nos puebla y nos ayuda a poblarlo. En el que los nacimientos, las heridas, los triunfos y las partidas, se viven en congregación, protegido por la Virgen Niña, pero sabiendo que todos somos responsables por los demás.
Aquí nacieron mis hijos, y los hijos de tantos otros, inevitable pensar en el barrio como mío. Un barrio que tiene una cortada muy particular. Se llama Fortín Federación. Nuestro primer nombre como ciudad. Allí viven amigos, allí se quiebra la grieta social. Cada vez que pasamos por esa calle, una voz nos invita a reflexionar.
Guardemos el tiempo, protejámoslo, porque el tiempo no para. Seamos como El Picaflor, guardianes de nuestra sociedad.

Historias de barrio: 9 de Julio, la patria en naranjas

El piso de la plaza asombra, porque las naranjas se mezclan con el primer beso de la chica con uniforme y el pibe grandote de guardapolvo blanco, con la pelota de básquet de los otros niños sentados en el pasto cerca del obelisco y con las abuelas que cuidan críos en autitos de goma mientras cuentan que ellas conocieron la casita de Tucumán que había antes allí.
Las casonas reemplazaron a los ranchos del Fuerte Federación fundado un 27 de diciembre de 1877 para defender la tierra, y los modernos edificios minimalistas amenazan hoy a las casonas. La abuela Juana y sus ojos claros despiertan del sueño eterno llamando a Pichón y los Pagella, se ponen los cortos para disfrutar en la esquina de sus amores.
En el Club Social del centro se sueña con un anexo, y cuando gira la ruleta del tiempo, notan que ya hay niños incluidos que nadan en colonias de vacaciones.
La plaza es el centro del universo del barrio 9 de Julio, y es que en sus cercanías se originó nuestra ciudad, la calle XX de setiembre queda hoy como muda testigo del Fuerte, y la plaza de armas a la que llevaba está reemplazada por la 25 de mayo, que origina el centro de la urbe.
Qué hermoso es este barrio, piensa Isabel mientras camina hacia el colegio, y se ríe con sus amigas porque los más chiquitos chupan naranjas agrias, la soga se transforma en GPS y una antigua bici de rueda finita lleva en sus rayos cintas celestes y blancas.
Don Horacio J. de la Cámara sopla un poema al oído de un chico en skate y se trepa a la nube que cubre al Teatro de la Ranchería, inaugurado el 29 de mayo de 1971, imitando la construcción de su antecesor en el país. Como si fuera una ilusión posmoderna, el arte acompaña a la vuelta de la esquina, y se vuelve real de la mano de Rosana Guardia o de Julio Lascano.
Los gallineros de antes son patios familiares y la juventud sigue poblando la plaza entre risas y mates cebados por la historia. La promoción setenta y cinco de la Escuela 24 proyecta el viaje de egresados sin saber aún, que el maestro Lacentra contará la historia, que la señora de León quedará en muchos corazones, que la escuela seguirá siendo la misma y que cuarenta años después se darán cuenta lo felices que fueron.
Porque el barrio es un barrio de patria, de múltiples colegios, como el industrial y el comercial, paisaje de estatuas libertarias y de casas históricas, de bancos y sueños, un barrio que como su nombre lo enuncia habla de independencia. De rupturas y encuentros, de albores de un Junín que se puebla de sueños y de puertas de acceso a la posteridad. El aroma emplazado a naranjas caídas no puede definirlo ni es arrabal completo, sin tu mano o las nuestras, unidas en un obelisco propio, agitando libertad.