Historias de Barrio El Molino, los fuelles, las letras, la bohemia y el fútbol

El barrio “El Molino” conlleva una historia forjada por nombres que quedaron sellados en el alma de los habitantes de su arrabal. Los hermanos Ernesto y Fortunato Tassara, inmigrantes italianos, instalaron un pequeño molino de piedra llamado San José. Con el tiempo y el trabajo, las tres bolsas iniciales se transformaron en exportaciones y empleo para muchos juninenses. Pero no era un sector que solo hablara de trabajo.
Los fuelles, las letras, la bohemia y el fútbol lo marcaban. La epopeya lo señala como particular entre otras barriadas de la ciudad. Supo de gloria deportiva en los pies de los grandes de Mariano Moreno, los Tablada, Fito Inglese, Orlando Giménez, los Gnazzo, Nuncio Cadile, Marchesse, los Zamparollo, Abel Pardini, Guzmán, Néstor Caporaletti, Ángel Tomeo, Rebecco, Reinaldo Caramelo, y los que batallaron el ascenso al Nacional de la AFA como Romero, Valdivia, Cabrera, López y Pondal. Los versos de Saborido lo vocean: “yo soy del barrio malevo y canyengue, más apartado de nuestra ciudad, que tiene historia de funyi y de lengue y fuera nido de un criollo zorzal… En este barrio las gauchas guitarras cantan de noche su triste canción en homenaje de aquellos muchachos que nos legaron a Moreno, el campeón”.
Pero El Molino, entre otras, también contiene a la plaza L.N. Alem, tradicional e histórica para nuestra ciudad, en ella remataba el Fuerte Federación que nos dio origen y se encontraba el cementerio. Durante años se la denominó Plaza de la Cruz porque había quedado una cruz de madera su antiguo rol. En el año 1900 por ordenanza municipal pasó a llamarse Leandro N. Alem, en homenaje al fundador de la Unión Cívica Radical. Y un monumento de bronce de una sola pieza, obra del gran escultor juninense Ángel María de Rosa, la enaltece.
La risa y el juego de los niños en la otra plaza les cuentan a Negreti historias, y se animan juntos a sortear la alcantarilla de la calle Chile, que es monumento de tradición y suburbio. Los Calderone, los Petraglia, los Rucci, los Stamboni, los Rusailh, y más nombres pasan por ella cantando sueños. Dicen que por la calle Uruguay, las noches de verano, se puede ver a Juan Ayala girando al compás del dos por cuatro, mientras se hace cargo de las cuestiones vecinales sin chistar.
Es un barrio de plazas, como la que recuerda a los Presidentes Constitucionales Argentinos, en clara referencia a la importancia de la república. Y las que perpetúan a Destéfani y el mencionado Negreti. Es un barrio que proletario y real, se erige creciente y temerario, consciente que la vida y la muerte están al lado, cuidando de mantener el equilibro. Nos recuerda el crecimiento y nos aloja en sus entrañas, se confunde con cada transeúnte que lo pisa.
Hoy los comercios cotidianos, esos que nos permiten el día a día, Hotel Colón, la Ferretería de Nalino y un par de bares mistongos, lo visten de modernidad adquirida.
Sin embargo, la cuenta regresiva de la historia siempre desgarra su quehacer en esas calles y en la Plaza del Sesquicentenario juegan de incógnito las nuevas generaciones juninenses con las voces del pasado.

Historias de Barrio: 11 de Julio, la magia de la diversidad

Desde 1980, el 11 de Julio es el Día Mundial de la Población. Y una población se define como el conjunto de seres vivos que habitan en un lugar determinado. Porque hay algo que los une, algo que los conecta, que mantiene en un hilo conductor en ese sector habitacional que lo hace único. Sin dudas el barrio 11 de Julio tiene esa característica.
Es un barrio aguerrido, de cuestionamientos, capaz de sostener un Centro de Formación Profesional en su sede fomentista, de conservar el juego de los pibes en la vereda, de transitar el presente sin miedo al futuro. Es un barrio de arribos y de nuevos sueños. Un barrio barrio, ese en el que los vecinos saben quién es quién y en el que el antiguo Junín y el nuevo se funden entre San José Obrero y la plazoleta Héroes de Malvinas, para dar cuenta que la historia es de aquellos que la escriben. El 11 de Julio traza historia, y se amplió para adquirir otras, teñidas del verde Junín.
El verde Junín es un sentimiento, una cuestión de honor, una escuela de vida, no es solo un matiz. El verde Junín son Pocha y la tía Coca riendo a carcajadas por un chisme barrial, es el aroma a choripán de los sábados o domingos, o la familia vestida de verde Junín por la calle. La murga bullanguera que toma Gandini cantando para alentar al campeón. Es el Gallo Melillo, la fuerza de Cristian en Metrópoli, las ganas de llegar.
El verde Junín es Sarmiento, Club Atlético Sarmiento, nacido como Sarmiento Football Club en 1912 y que lleva su actual nombre desde 1933.
Casualmente también en 1980, consigue llegar a la Primera División del fútbol argentino, fue un día histórico. La ciudad festejó y agradeció vistiendo como nunca de verde; era un plantel de glorias del balompié: Toti Iglesias, Peremateu, Luciano Polo, Lorant y muchos más. Pero ese logro no hubiera sido posible sin su barrio, sin la comunidad. Una historia que se empezó a escribir con Coco Pelli, con Heber Pérez, que tuvo a Pasarella y a Funes como protagonistas, que brilló con el Tigre Gareca, que luchó la garra de Fito Pezzatti, que llevó al gran fútbol al Pocho Cerutti.
Sin embargo, es la población del club Sarmiento la que lo confirma, esa que construye cada peldaño de la tribuna, la que pisa su suelo, el socio, el simpatizante, los cientos de chicos juninenses que pueblan su escuelita y luego sus inferiores. La magia de la diversidad.
Imposible dejar fuera del barrio 11 de Julio al Estadio Eva Perón, el único que lleva el nombre de “esa mujer”, como diría Walsh, en la República. Un estadio que reúne a la ciudad, que crea lazos, y entre fútbol y formación, transcurre el barrio. Los Paggi, los Jonson, los Ogna, Bermúdez y su labor, la alegría rubia de Silvia Baldi y el aroma de los alfajores La Malocha.
En un rincón de la sociedad de fomento 11 de Julio, se encuentra agazapado el futuro, esperando por uno de los nuevos pobladores. Esos que compraron el terrenito de Arias para darse cuenta de que la casa propia no era quimera y hoy detectan que los años pasan y los chicos crecen, como el barrio, como la ciudad, y no es fácil crecer, hay tragedias, hay esfuerzo como siempre en la vida, pero descubrieron que se puede, con esperanza, con una ilusión verde. De ese increíble verde Junín.

Historias de barrio: El Prado Español, raigambre de fomento y ciudadanía

Cada barrio tiene su historia, sus refugios, esos recovecos que la vida va dejando como testimonio de lo que fue. En el Prado Español, ya no queda el magnífico arco que oraba de entrada y que era testigo de fiestas, amores y desdichas de antaño, sus bailes dieron paso a loteos y progreso, y muchos inmigrantes en ese juego interminable con el tiempo, construyeron sus vidas al ritmo de paso doble.
Pero no es la única historia de piedra y cemento que se descolgó del pasado para crear mitos. La loba es todo un hito en el barrio Prado Español, transformándolo en el Monte Platino de Rómulo y Remo. Esa loba, que está en la sede central del Club River Plate, tiene en su haber la fuerza de los obreros que colocaban los adoquines de nuestra ciudad, la sombra de los aromos de Frías y Levalle, donde el obrador se había emplazado; la pérdida del lobo que la acompañaba en aquel predio que posteriormente se dice también que se utilizaba para espectáculos.
La loba hizo famoso al boliche de los Zaccardi cuando la emplazaron en su local de calle Alemania, y ha escuchado historias de los trabajadores de “La Elvira” y de miles de ciudadanos que resumían la historia en un vaso compartido. Los sueños de la antigua Escuela 27 que quedaron truncos. Los actuales proyectos de la pujante Escuela N° 29 que promete futuro.
La placita de los juegos en las que tantos de nosotros supimos divertirnos, y la Biblioteca Esteban Echeverría, que de la mano de Oscar Soulet y su fomentismo epopéyico, otorga sabiduría a la población.
El Prado Español que antaño recibía a los artistas destacados de la ciudad y el país, cubría con su arco desde Eusebio Marcilla presentando su auto hasta la presencia del coronel Juan Domingo Perón.
Siempre fue un barrio de apoyo a sus vecinos, y de raigambre de fomento y ciudadanía, que desde hace años la aporta don Osvaldo Giapor que tiene una frase magnífica que lo pinta “La única forma de progresar es estando todos juntos”, dice convencido y contundente.
Pero el barrio Prado español es también el futbol del fin de semana en la cancha de “La Loba”, es la charla de vecinas queridas, algunas ya cabalgando en un cielo de placeres infinitos, como Viducha y la Pelada, o Doña Nina; que nos dejaron cuentos interminables y recetas de tortas donde la vida tenía sabor a limón.
Hoy otras jóvenes señoras lo pueblan, lo transitan niños protegidos por la Virgen del Rosario de San Nicolás, que bicicletean en el boulevard 12 de Octubre hasta Posadas, convirtiéndose en cometas de un mundo que puede ser mejor.
Ojalá nos trascienda el espíritu de este barrio, y nos embeba de proyectos y de colaboracionismo, y haya muchos Soulet o Giapor en el futuro, para construir con conciencia la vuelta a lo humano, al otro como uno y valor ante la adversidad.

Historias de Barrio: El Picaflor, el guardián del tiempo

Dicen que El Picaflor es un guardián del tiempo, que puede contener en su pequeño cuerpo colorido el pasado, el presente y el futuro, sin dejar de transmitir alegría y amor.
Los que vivimos en El Picaflor, no tenemos dudas. Irigoyen e Yrigoyen, Pellegrini, Tedín, Remedios de Escalada, Gandini, nos van chismeando cuentos y momentos, ocurridos entre sus adoquines y nuestros sueños. La historia misma de Junín puebla este barrio, que se enorgullece a diario de ser.
Podemos también recordar al abuelo del gran Borges, al maestro Sarmiento, al Comandante Escribano, a Quintana, y descubrir por Italia, que la patria es un crisol. Nos embriaga el espíritu de Margarita Colombo y en el hacer cotidiano, Jorge Libonatti nos inspira con su amor por la gestión.
Es un honor pertenecer al barrio del gran Edgar Aramburu que sigue dando clases de fútbol y educación. A un barrio que cuenta con un mago que hacía del baloncesto y del Club los Indios una gloria. Quién no soñó con un mundial de básquet de la mano de Aréjula. Tantos niños formados en la calle Borges y tanta pasión puesta en transmitir el valor de la disciplina y la solidaridad.
No debemos olvidar a las personas comunes, las señoras del barrio, las maestras, las Catas, los Guerriero y su fábrica monumental, la sastrería Malizia, la universalidad.
Un barrio es una sumatoria de vidas suspendidas en el tiempo, son las alumnas de las Parrilli haciendo ballet en el ventanal, es la tía Negra cantando un castillo de arena, los chicos García Bazzano jugando sin cesar. Los Álvarez Rea, las tradiciones, es el gran Hospital San José, que vio nacer a media ciudad. Las vacunas con chupetines, que el tiempo transformó en Tribunal. Las bicis en esa manzana que sirve para aprender, en la que caminamos, sufrimos, nos revisamos, nos casamos y nos juzgan a la vez. Cómo no sorprenderse en El Picaflor.
Los que pueden, recuerdan el entubamiento de calle Italia y lo que significó, recuerdan a los vecinos ilustres que pasaron por el barrio, como don Edgar Calvo, Don Pepe Buono, Miguel Lonegro o la estrella veloz de Eusebio Marcilla que aún transita por la ciudad.
Los que vivimos en el barrio, sabemos de su comunidad. De seguir viendo al vecino a diario y tener su teléfono, de la tristeza por la partida de Don Raúl Capogrosso, que ayudaba a construir realidades, nosotros sentimos que aún nos cruzamos caminando con el increíble Pico Aguiar, que la noche nos trae bochas en el Club Gimnasia y que en Gandini y Dorrego nos encontrábamos para noviar.
La historia de un barrio la componen sus obras, sus calles, sus edificios, sus clubes, sus comercios, sus sedes, sus escuelas, sus capillas y muchos registros materiales del tiempo, que va quedando atrás.
Pero la verdadera historia, es la que cuenta su gente, la que escribe día a día con su accionar. Las tazas de azúcar prestadas, el auto compartido para llevar a los chicos del barrio a estudiar, las conversaciones de a cuatro barriendo la vereda en la mañana, las posibles traiciones; esos amores prohibidos, la paciencia con las obras, la búsqueda de seguridad. La gente viendo a la gente, el hombre siendo humanidad.
El Picaflor, que guarda tiempos, es un barrio que nos puebla y nos ayuda a poblarlo. En el que los nacimientos, las heridas, los triunfos y las partidas, se viven en congregación, protegido por la Virgen Niña, pero sabiendo que todos somos responsables por los demás.
Aquí nacieron mis hijos, y los hijos de tantos otros, inevitable pensar en el barrio como mío. Un barrio que tiene una cortada muy particular. Se llama Fortín Federación. Nuestro primer nombre como ciudad. Allí viven amigos, allí se quiebra la grieta social. Cada vez que pasamos por esa calle, una voz nos invita a reflexionar.
Guardemos el tiempo, protejámoslo, porque el tiempo no para. Seamos como El Picaflor, guardianes de nuestra sociedad.

Historias de barrio: 9 de Julio, la patria en naranjas

El piso de la plaza asombra, porque las naranjas se mezclan con el primer beso de la chica con uniforme y el pibe grandote de guardapolvo blanco, con la pelota de básquet de los otros niños sentados en el pasto cerca del obelisco y con las abuelas que cuidan críos en autitos de goma mientras cuentan que ellas conocieron la casita de Tucumán que había antes allí.
Las casonas reemplazaron a los ranchos del Fuerte Federación fundado un 27 de diciembre de 1877 para defender la tierra, y los modernos edificios minimalistas amenazan hoy a las casonas. La abuela Juana y sus ojos claros despiertan del sueño eterno llamando a Pichón y los Pagella, se ponen los cortos para disfrutar en la esquina de sus amores.
En el Club Social del centro se sueña con un anexo, y cuando gira la ruleta del tiempo, notan que ya hay niños incluidos que nadan en colonias de vacaciones.
La plaza es el centro del universo del barrio 9 de Julio, y es que en sus cercanías se originó nuestra ciudad, la calle XX de setiembre queda hoy como muda testigo del Fuerte, y la plaza de armas a la que llevaba está reemplazada por la 25 de mayo, que origina el centro de la urbe.
Qué hermoso es este barrio, piensa Isabel mientras camina hacia el colegio, y se ríe con sus amigas porque los más chiquitos chupan naranjas agrias, la soga se transforma en GPS y una antigua bici de rueda finita lleva en sus rayos cintas celestes y blancas.
Don Horacio J. de la Cámara sopla un poema al oído de un chico en skate y se trepa a la nube que cubre al Teatro de la Ranchería, inaugurado el 29 de mayo de 1971, imitando la construcción de su antecesor en el país. Como si fuera una ilusión posmoderna, el arte acompaña a la vuelta de la esquina, y se vuelve real de la mano de Rosana Guardia o de Julio Lascano.
Los gallineros de antes son patios familiares y la juventud sigue poblando la plaza entre risas y mates cebados por la historia. La promoción setenta y cinco de la Escuela 24 proyecta el viaje de egresados sin saber aún, que el maestro Lacentra contará la historia, que la señora de León quedará en muchos corazones, que la escuela seguirá siendo la misma y que cuarenta años después se darán cuenta lo felices que fueron.
Porque el barrio es un barrio de patria, de múltiples colegios, como el industrial y el comercial, paisaje de estatuas libertarias y de casas históricas, de bancos y sueños, un barrio que como su nombre lo enuncia habla de independencia. De rupturas y encuentros, de albores de un Junín que se puebla de sueños y de puertas de acceso a la posteridad. El aroma emplazado a naranjas caídas no puede definirlo ni es arrabal completo, sin tu mano o las nuestras, unidas en un obelisco propio, agitando libertad.