Historias de barrio: 9 de Julio, la patria en naranjas

El piso de la plaza asombra, porque las naranjas se mezclan con el primer beso de la chica con uniforme y el pibe grandote de guardapolvo blanco, con la pelota de básquet de los otros niños sentados en el pasto cerca del obelisco y con las abuelas que cuidan críos en autitos de goma mientras cuentan que ellas conocieron la casita de Tucumán que había antes allí.
Las casonas reemplazaron a los ranchos del Fuerte Federación fundado un 27 de diciembre de 1877 para defender la tierra, y los modernos edificios minimalistas amenazan hoy a las casonas. La abuela Juana y sus ojos claros despiertan del sueño eterno llamando a Pichón y los Pagella, se ponen los cortos para disfrutar en la esquina de sus amores.
En el Club Social del centro se sueña con un anexo, y cuando gira la ruleta del tiempo, notan que ya hay niños incluidos que nadan en colonias de vacaciones.
La plaza es el centro del universo del barrio 9 de Julio, y es que en sus cercanías se originó nuestra ciudad, la calle XX de setiembre queda hoy como muda testigo del Fuerte, y la plaza de armas a la que llevaba está reemplazada por la 25 de mayo, que origina el centro de la urbe.
Qué hermoso es este barrio, piensa Isabel mientras camina hacia el colegio, y se ríe con sus amigas porque los más chiquitos chupan naranjas agrias, la soga se transforma en GPS y una antigua bici de rueda finita lleva en sus rayos cintas celestes y blancas.
Don Horacio J. de la Cámara sopla un poema al oído de un chico en skate y se trepa a la nube que cubre al Teatro de la Ranchería, inaugurado el 29 de mayo de 1971, imitando la construcción de su antecesor en el país. Como si fuera una ilusión posmoderna, el arte acompaña a la vuelta de la esquina, y se vuelve real de la mano de Rosana Guardia o de Julio Lascano.
Los gallineros de antes son patios familiares y la juventud sigue poblando la plaza entre risas y mates cebados por la historia. La promoción setenta y cinco de la Escuela 24 proyecta el viaje de egresados sin saber aún, que el maestro Lacentra contará la historia, que la señora de León quedará en muchos corazones, que la escuela seguirá siendo la misma y que cuarenta años después se darán cuenta lo felices que fueron.
Porque el barrio es un barrio de patria, de múltiples colegios, como el industrial y el comercial, paisaje de estatuas libertarias y de casas históricas, de bancos y sueños, un barrio que como su nombre lo enuncia habla de independencia. De rupturas y encuentros, de albores de un Junín que se puebla de sueños y de puertas de acceso a la posteridad. El aroma emplazado a naranjas caídas no puede definirlo ni es arrabal completo, sin tu mano o las nuestras, unidas en un obelisco propio, agitando libertad.

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