Diario de Cuarentena: Junín

Hoy mi ciudad, la tuya si vivís acá, cumple 193 años desde su fundación. Como casi siempre en mi vida, primero por mi madre, a la que molestaba mucho por ser patriota, docente, participativa y desde hace algunos años por mi propia iniciativa, estoy presente en el acto oficial frente al busto del Comandante Escribano. Este año costó reconocer a los representantes de otras instituciones y fuerzas vivas, todos tras barbijos que dieron color a rostros circunspectos. Algunos por el esfuerzo de la era en peste que les toca gobernar, otros por sus propias oscuridades.

Sin embargo ahí estábamos, todos, convidados por nuestra ciudad, los oficialistas, los contra, los productivos, los comerciantes, los culturales, los cooperativistas, la comunidad en pocos nombres para poder celebrar a este Junín que nos da cobijo, que nos permite crecer, construir y seguir en la vida social aunque la peste arrecie.

No creo en odios, ni en rencores, vi bajar la vista a los arrogantes, y pude alzarla ante la soberbia de los envidiosos y los mendaces, pero en realidad todos, con luces y sombras, hacemos de ésta nuestra ciudad.

Ojala nos unamos para sembrar en ella jóvenes comprometidos y que quieran arraigarse para siempre, en vez de emigrar. Siempre estaré a disposición de mi ciudad. Nací, crecí y viví siempre en Junín, aunque como muchos de mi generación, estudié en Buenos Aires, nunca cambié mi domicilio, volví siempre a votar. Mi ciudad y mi gente son mi identidad. ¡Feliz cumpleaños Junín!

Plaza Italia: Otra guerra en el aire

La plaza está ubicada en la Avenida San Martín, entre las calles Lavalle y Belgrano. Rodeada por las construcciones de una era de bonanza, conocidas como los chalet tipo cottage francés o definidamente ingleses, a lo largo de la avenida San Martín, hacia el noroeste y sudeste. Y la circundan también la plaza España y la Árabe. No es una plaza cualquiera, porque en sus raíces están las nuestras. ¿Cuántos inmigrantes italianos construyeron con su esfuerzo y esa cuestión tana de la puesta en obra de los deseos, las bases de nuestra ciudad?

En 1880, por el lugar donde hoy está la Avenida San Martín pasaban las vías del Ferrocarril Oeste, que luego se llamaría Central Argentino. El tendido finalizaba donde hoy están los Colegios Nacional y Normal, y la actual terminal de ómnibus, era la estación ferroviaria. El Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico tenía su propia estación y sus vías corrían prácticamente en forma paralela a 300 metros hacia el norte, por eso cerca de 1920, se unificaron las estaciones y las vías férreas. Al levantarse las vías del Central, comenzó la construcción de la Avenida San Martín y se lotearon los terrenos adyacentes. En 1950 se inauguró la avenida, que en el tramo que va desde Almafuerte hasta Sáenz Peña contuvo una serie de plazas en homenaje a las principales colectividades que llegaron a Junín. Una de ellas es la Plaza Italia, con la estatua Diana Cazadora, y el monolito color verde, colocado en homenaje al Perito Agrónomo Cianfagna, que fue el encargado de la parquización de la avenida.

Pero, esa es la historia técnica, esa que con datos y números podemos contar. En realidad, la Plaza contiene además otras historias, la de nuestros abuelos, que llegaron de diferentes regiones y que dejaron en ella lágrimas de desarraigo, o canciones de agradecimiento a esta tierra. Los besos robados y las declaraciones de amor, que los inmigrantes hacían en su plaza, la que los acercaba a su origen, buscando un refugio emblemático que los contenga.

La plaza Italia, es parte de nuestra idiosincrasia, jugó con nuestros hijos, y los hijos de miles de italianos que lograron posar sus familias en Junín. Y que nos ayudaron como comunidad, a resolver cuestiones edilicias, comerciales, legales, y gubernamentales. Nuestro país tiene en Italia una gran parte de su origen fundacional.

Por eso hoy, que otra guerra nos azota, y que Italia como país está padeciendo en forma feroz, es menester un homenaje a los ancestros, invito a pensar en la fuerza de sus hombros, en la fiereza de sus manos y en la inteligencia para emprender un rumbo distinto, para unirnos tal vez, leyendo sobre nuestra Plaza Italia, y orar por un país al que le debemos historia.

Plaza de los Inmigrantes: Engalana la ciudad con el colorido de sus banderas Representan quiénes somos, quiénes construyeron nuestra trama social.

Todas las plazas tienen su historia, pero la de los Inmigrantes reúne todas.
Inaugurada en 1994, y situada en Primera Junta y Avenida San Martín, engalana la ciudad con el colorido de sus banderas. Se hacen presentes en su verde los árboles tradicionales de cada país, de cada región, coronando con sus copas el orgullo de pertenecer.
Porque en el aire de la Plaza de los Inmigrantes, flotan guerras, luchas libertarias, desarraigos, amores nuevos. Se hace nube de color cambiante el amor a las patrias, se hace banderas, de Ucrania, Chile, Francia, España, Irlanda, Alemania, Suiza, Líbano, Brasil, Holanda, Republica Checa, Polonia, Siria, y nuevos hermanos traerán sus sueños a flamear intactos y constantes en ésta hermosa manzana en la que confluyen sangres, religiones, comidas, costumbres pero sin dudas representa nuestra identidad.
Para muchos de nosotros los juninenses, la plaza de los Inmigrantes significa ir con una madre o un padre orgulloso de su origen a mostrar su acervo cultural, a compartir con compatriotas y a abrazarse con otras naciones que hicieron grande la nuestra.
Es en esa plaza que la historia se esconde en un tubo colocado por la Asociación de Colectividades de Junín hace 25 años, abierto éste año y vuelto a cerrar con los nuevos acontecimientos registrados, para que en otros 25 años nuestros hijos o nietos sonrían con el recuerdo de lo vivido.
Allí también las banderas acompañan la rotonda que la precede y se mueven orondas al sol o soportan estoicas las lluvias y los vientos. ¿Pero qué representan?
Representan quiénes somos, quiénes construyeron nuestra trama social, los que nos precedieron con esfuerzo, con conciencia colectiva, con una sincera vocación de servicio, con sentido de lo mutuo. Por eso la Plaza de los inmigrantes es ejemplo y es significante. Es una porción de historia fundacional que vale la pena conocer y recorrer. Porque no se sale inmune de sus senderos.
Tal vez así, todos recordemos un sentimiento evolutivo que estamos perdiendo. Comprendiendo en sus árboles originarios el sentido de la vida y la importancia de protegerla, con el amor como estandarte, que sin dudas está presente en cada uno de sus mástiles tornasolados.

Plaza del Sesquicentenario: Donde los niños de Junín permanecen eternos

Entre las calles Liliedal, Belgrano, Rivadavia y la Avenida San Martín, los niños de Junín permanecen eternos. Sus gritos alegres, sus manos entrelazadas, las rodillas manchadas y las carreras por el túnel que tenían con los tambores acostados de hace años, no se marchan y al grito de pluma pluma vuelven a quitar la sortija en la calesita perfecta, esa que nos permitió a todos ser felices, disfrutar de un caballo alado y sentirnos Reutemann en un autito, Una calesita que nos incluía, que no diferenciaba clases con sus caramelos regalados, que prometía sorpresas y maravillosas tardes o noches en familia.PUBLICIDAD

Y sigue siendo nuestra esa manzana perfecta, donde los chicos planean y se cuelgan y se ríen sobre toboganes coloridos recién remodelados, con la misma alegría de otras décadas.

El terreno formaba parte del predio del Ferrocarril Central Argentino. Al construirse la Avenida San Martín quedó como un espacio sin urbanizar, que era utilizado por los circos que visitaban a la ciudad y se instalaban allí.

Por 1977 se construyó la plaza, siendo su nombre un homenaje a los 150 años de la fundación de Junín. Una plaza siempre es un proyecto de vida, y ésta que se destinó totalmente a juegos infantiles, es un proyecto de niñez feliz, por eso es conocida por los juninenses como la «plaza de los niños».

Con su remodelación en el 2007, la plaza dejó de lado los giros de la calesita y se avocó a juegos integradores, a símbolos de los nuevos paradigmas de la infancia, que hoy tienen que ver más con la seguridad y el orden. Sin embargo, en alguna esquina, es posible ver la creatividad nacer en una charla ininteligible entre Juancito y Alegra, que proponen que el mundo se vuelva verde y los manche para siempre con sus plantas, o los helados de tierra que sigue fabricando ese Nacho inmortal que trasciende generaciones.

Porque los niños, son niños, no se contaminan fácilmente, no se impregnan de metales que no tienen nada de valioso.

Y en una escalera mágica suena María Elena Walsh para invitarlos a jugar, pero despacito, pluma pluma, sin caerse, subiendo a la nave del futuro con el corazón lleno de pasados que no conocieron aún, gloriosos y perfectos. Juninenses. Nuestros.

Plaza Ferrocarriles Argentinos: Un sitio de encuentros

Los ferrocarriles son inherentes a la historia de nuestra ciudad, fueron motor de progreso y de crecimiento, pero también de desazón y fastidio. De partidas, de regresos, de amores desencontrados, y la Plaza Ferrocarriles Argentinos fue reflejando la historia en su seno.

En 1884, cuando el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico llegó a Junín para instalar sus talleres un par de años más tarde, arribaron técnicos y directivos ingleses que comenzaron a radicarse en el pueblo, que en 1905 pasaría por la revolución que el ferrocarril trajo, a ser ciudad. En ese entonces, se inicia el Club Inglés, que estaba ubicado a menos de cien metros de la estación, donde hasta el 2012 funcionó el rectorado de la UNNOBA, que reunía a la colectividad sajona.

Frente al club, se situaban las canchas de tenis, que dieron origen a la plaza, en un principio llamada Británica. La plaza se halla, a su vez, frente a la estación ferroviaria en el barrio Pueblo Nuevo, y entre las calles Newbery, Sáenz Peña, General Paz y el pasaje La Porteña. Constituyó en su momento, un espacio organizador de las actividades ferroviarias, ya que en torno a ella se ubican los edificios de la estación, la casa del ingeniero seccional, el Club Social Ferroviario y el edificio Vías y Obras, Tráfico, y Sanidad.

Esta plaza se mantuvo sin cambios manifiestos por varias décadas, hasta que para el primer centenario de la llegada del ferrocarril a Junín (1984) se puso en valor y rebautizó como Plaza Ferrocarriles Argentinos. En 2011 fue reformada y se colocó la escultura El origen, obra de los arquitectos locales Salvador Roselli y Julio Lazcano, realizada con materiales íntegramente ferroviarios, mediante técnicas de ensamblado y soldadura.

Hoy la plaza sigue siendo sitio de encuentro, se realizan en ella festivales de música independiente, campeonatos de hip hop, el Mercado de la Estación y muchas otras actividades que involucran diferentes actores sociales.

Y entre artesanos, músicos, escultores o simplemente pasajeros en espera, se suelen oír las voces de los ingleses de antaño, que sentían orgullo por su hacer, por el aporte silencioso y eficiente que dejó huella histórica en la ciudad, reflejada en un recorrido que muestra esa obra. Si alguien se sienta en la plaza, y se queda en silencio, un raquetazo al olvido lo sacude y le cuenta que dos siglos atrás, hubo pioneros que trabajaron para forjar unión entre pueblos por medio del ferrocarril, lejos de cuestiones políticas, se encargaban de hacer funcionar las máquinas, los rieles, los silbatos, para que nuestros abuelos llegaran, de muchos países del mundo y en ese tren, lleno de ilusiones, arribaban a Junín para cohesionarse y formar el tramado social que hoy nos une. Para trabajar por un futuro que es presente y para que sus bisnietos toquen la viola en un recital sobre la antigua cancha de tenis, con la misma esperanza en el mañana que trajeron sentados en un vagón sus ancestros.

Junín es producto del Ferrocarril, y la plaza Ferrocarriles Argentinos lo refleja.

La Plaza Marcilla

La idea de generar un nuevo encuentro en este año que comienza, enseguida me llevó pensar en las plazas como sinónimo de expresión y libertad, como espacio que desde la civilización creta minoica en adelante, congrega a los ciudadanos y los invita a expresarse, para ser libres de reunión y socializar.

Las ágoras actuales a veces cumplen otras funciones, pero ante las inequidades vuelven a ser aquellas que sirvieron para dar cita a la polis a la hora de la reflexión.

El deseo es siempre motor de cambios, y en este 2020 sería una vuelta a la ética y la caballerosidad. Por eso elegí esta plaza para comenzar los domingos de Espacios Urbanos. La Plaza Eusebio Marcilla.

El primer recuerdo que llega a mí es mi padre contándome su historia sentados en un banco blanco rodeados de pinos, tendría seis años y miraba su escultura con interés. “El caballero del Camino”, me decía, lo conocí hija, era un hombre impactante, sencillo, lleno de paz. Fue mi primer super héroe, lo imaginaba ayudando a quien necesitara montado en su vehículo mágico. Con el tiempo la plaza fue risas, payanas, la soga, escondidas y la picardía de un beso robado a la salida del club, pero siempre estuvo esa historia latiendo, esperando para ser contada en mateada de amigos, que se sorprendían de los detalles que daba. La escuela me trajo a la señora de Marcilla como vice rectora y tuve allí nuevos datos para agregar a mi abundante historia mitad cierta mitad ficcionada sobre Eusebio.

Siempre sentí que ir a la Plaza Marcilla era ir a su encuentro, y hoy que escribo sobre este espacio que pobló mi infancia y me adolescencia de imágenes y momentos, vuelvo a su historia, una historia que es fiel espejo del valor de la virtud, del ejemplo de vida que fue este hombre que trascendió siglos y que es recordado no sólo en el monumento de la plaza, o el Día de la Caballerosidad Deportiva, o el Autódromo, sino en cada conversación donde se habla de moral incuestionable, sobre bonhomía, sobre ética. Parecen cuestiones básicas, pero muy pocos seres en el mundo las ejercen como es menester. Eusebio Marcilla fue uno.

Y la plaza me resulta el espacio más trascendente para recordarlo, porque la plaza es un espacio donde confluyen la alegría y la queja, la franqueza y el destierro. Marcilla era un hombre especial. Algunos datos lo demuestran. En la carrera Buenos Aires-Caracas auxilió a Juan Manuel Fangio, a Urrutia, una carrera que venía muy bien, y dejó todo para asistir a sus rivales, los auxilió y volvió a la ruta junto a Marimón animándolo a continuar y ganar quedando él en segundo lugar. Pero sus logros deportivos no pudieron opacar su espíritu, su imprevisible bondad, con la que cautivaba a todos. Fue subcampeón de Turismo Carretera en los años 1947 y 1948, ambas ediciones por detrás de Oscar Alfredo Gálvez y en 1952 por detrás de Juan Gálvez. Al mismo tiempo, obtuvo 9 victorias en competencias finales entre 1941 y 1953. Pasó a la historia como El Caballero del Camino. Era un hombre que prefería se fiel a sus principios aunque perdiera la gloria del triunfo, pero logró así una mayor. La eternidad.

Y ahí, en la Plaza Eusebio Marcilla, es posible eternizarse. En sus historias la ética no es cuestión menor. La ética que construye lazos limpios, es posible en esa plaza, el amor es posible en esa plaza, el deporte también, hoy colorida y teñida de niños que saltan y cantan y que del colegio se tiran en sus verdes laderas, la plaza emana a Marcilla. Entonces, si cierro los ojos puedo verme con Vero, Mela, Loly, Claudia, Chelo, el Colo, Pathy, Sata y algunos más corriendo llenos de vida en pos de un pido mancha. O contando con ojos semiabiertos apoyada en un tronco que Marcilla nunca tocó, pero que naturaleza obliga, tiene su ética, y me susurra: no hagas trampa, son tus amigos. Entonces cierro los ojos y me cantan piedra libre. Pero vivo en paz.

Plaza Eusebio Marcilla, enfrente, el colegio Marianista, en el otro frente, el Club Junín, a dos cuadras, Fátima, en pleno corazón de un barrio que sabe de un hombre que alza a otro en un monumento.

Invito a ir a esta magnifica y renovada plaza, a disfrutar su espacio, a ver a nuestros niños y jóvenes hacerlo, pero también a transitar en las cercanías del monumento, recordando valores que parecen perdidos, como la solidaridad, la amistad, el compañerismo, y la honestidad. Valores que le sobraban al gran Eusebio Marcilla. Y que el mundo veloz de hoy, donde todo es fugaz, éste universo líquido que estamos construyendo y que nos diluye sin darnos cuenta que son esas calidades las que nos diferencian.

Las ágoras deben ser espacios libres, para reflexionar, para que el pueblo lo haga, para que muestre quién es, tal vez los breves relatos propuestos en este espacio de un periódico local, sean el inicio de una era donde la valentía, la ética y la paz no sean utopías.