Diario de cuarentena: Divididos

Hoy me topé , porque me avisó alguien que no conozco que me denuncia un periodista local por plagio en una nota publicada en La Verdad, una de las tantas en las que aludo a los males del populismo. Quiero informarle a el señor que no soy presidente de SADE, si dice ser periodista debería saberlo, y por otra parte que desde Smith y otros tantos muchos pensamos igual sobre el populismo, sobre ese uso de los de arriba y los de abajo y sobre muchas cuestiones. Le agradezco sí, haber conocido una página y autor que no conocía, habla de la Unión Europea y denosta al populismo. Me impresiona el resentimiento y no es casual que justamente ahora, aparezca esto. Agradezco también la foto tostada, me encanta el sol, y vieja y le diría que sería ético consultar a la persona que uno va a agraviar, pero es mucho pedir. Cuando uno habla sabe que habrá de éstos, y me los banco. No me voy a callar.

Me sirve de puntapié para el tema que quiero plantear en el diario de cuarentena de hoy, que es el de estar tan divididos, tan odiados que no queremos al otro, ese otro es alguien con quien compartimos vida y amores, camisetas, ciudad, y tal vez deseos. Es triste, que la pelea sea entre humanos y no entre ideas, que los claro oscuros se vuelvan grises donde quieren ensuciar a todos por igual. No es lo mismo un aborto por una causa que por otra, una elección o un fraude, un hombre de bien que trabaja y un mantenido, no es lo mismo. No somos todos lo mismo. Pero podemos estar más unidos, si queremos que nuestros hijos se sientan con futuro, el ejemplo debemos darlo nosotros. y lo que hasta ahora hemos dado es miedo.

La canción de Amedo y Mollo dice:

La prensa del Dios lleva poster central
El bien y el mal definen por penal
Fia «la chapita» porrón en Palomar
Cruzando la vía pa’ poderla pasar¿

Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad

Tal vez el que me mira con tanto odio está viendo su mentira. Tal vez sea verdad.

Diario de Cuarentena: Con la soga al cuello

Nada parecía perdonar que algo podría cambiar
porque todo, era normal,
por ejemplo la hora ,la gente, el lugar,
en fin en general, un encuentro esperado por nadie.
La clandestinidad en el mejor sentido es mas que una
oportunidad moral, venia pensando que tal vez
si pudiera yo leer el pensamiento entre usted seria negro,
en algo somos iguales (con la soga al cuello).
Hay veces que hablar es una forma de ocultar,
una mentira o una verdad.
A veces me hiciste pensar que me podías traicionar y dije:
«cerebro no seas tan vulgar»
Y lo que quise olvidar es lo que voy a recordar,
y si te hubiera dicho qué hacés? (nada)
9 de cada 10 estrellas tal vez (están) con la soga al cuello
Ustedes dirán el precio y el lugar y yo voy a comprar,
el cliente tiende a razonar mas con la soga al cuello.
El viernes salí a caminar , era una forma de reír o de callar
y lo que quise olvidar es lo que voy a recordar,
siempre se pude decir No

con la soga al cuello.
con la soga al cuello
con la soga al cuello.

Andrés Calamaro

Llegan las fiestas y terminamos el año con la soga al cuello. Con un gobierno que nos venezueliza sin parar, que va por la justicia hasta corte y que desconoce derechos usando a la pandemia como método que vino a caer como anillo al dedo. Sus preferencias siempre son las mismas, capitalismo para amigos y pobrismo para el pueblo.

Me enoja el esnobismo de nuestros intelectuales, en especial el de la gente de la cultura, agachando la cabeza por un subsidio o priorizando causas que aunque sanitarias, no ameritan en este momento ser tratadas. Aceptan sin vergüenza la banalización de la libertad al punto de ridiculizar la intelectualidad. No hay ruidos ni sombras para que, aunque tengamos más de 40000 muertos y seamos de los 4 peores países en la gestión de pandemia, la intelectualidad piense críticamente o cuestione. Todos alineados atrás de dos totalitarios que nos presiden bajo lemas progresistas.

Y lo que quise olvidar es lo que voy a recordar, y si te hubiera dicho qué hacés? (nada),9 de cada 10 estrellas tal vez (están) con la soga al cuello, dice Calamaro, y así estamos los argentinos, 9 de cada diez con la soga al cuello. Nos morimos de covid, de ignorancia y de hambre, pero si hablamos de asemejarnos a Venezuela o a Cuba, se nos tilda de alarmistas, parece que necesitamos el 10 de 10.

No quiere elecciones, no quieren corte suprema, no quieren procuradores, salvo que sean militantes de una causa que tiene a ellos y sus secuaces como beneficiarios. Mi voz se alza hace meses para ser oída por ciudadanos libres, a los que no los paralice el miedo. Siempre se puede decir que NO, aún con la soga al cuello.

Diario de Cuarentena: Amor con alas

Hoy cumple años el hombre con el que comparto mi vida. No es un tipo perfecto, no brilla solo, ni es estrella fulgurante o adonis. No hemos sido siempre felices y la vida se encargó de que probáramos el éxito y el fracaso. No juega en primera ni pretende hacerlo. Pero es el tipo que elijo. Mi compañero, ese que hace treinta años la pelea conmigo. El del mate a la mañana, las hormigas en las plantas, los abrazos interminables y los ronquidos a dúo.

Es mi amor, un amor con alas, de esos que no pretenden atar sino acompañar. Que permiten el vuelo propio, se alejan a veces para sanar heridas y vuelven solos, porque saben que hay sostén. Y este amor nuestro, es nuestro hogar. En él criamos hijos para que vuelen, destinamos noches a los sueños y también nos volvimos locos de pasión.

Treinta años de festejar juntos tu nacimiento, mi amor, ha sido un reto: a veces con fideos con queso y otras como hoy, con un asado hecho por tus manos veterinarias y mías. Cuánto aprendimos en esto de amarnos, cuántos amores nos abrazaron. Porque si se tiene un amor con alas como el nuestro, no es un amor lineal, aburrido, o siempre perfecto.

Nuestro amor es real, y ha sido todo lo que fuimos, engordó con nosotros, parió lo suyo, se estremeció de placer y agonizó casi hasta la muerte. Pero nunca dejó de ser nuestro. Por eso festejar tu cumpleaños es para mí festejar el amor. El posible, ese que sabe más de contener que de soltar y que se muestra tal cual es sin miedo, relajado, porque al lado de ese amor pasado, está el presente y el que vendrá para sorprendernos juntos. Nuestro amor se transforma, vuela y se posa para siempre en una vida de a dos. Te amo.

Tuvo un nacimiento difícil

https://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos-chica-senti-muerte-perseguia-historia-familiar-llena-peligros-adioses-_0_qUU2P-Y4B.html

Mundos íntimos. Desde chica, sentí que la muerte me perseguía. ¿Será por una historia familiar llena de peligros y adioses?

Con temor. Y con una extraña sensación de verse cercada por el fin. Así se intuyó la autora durante mucho tiempo hasta que elaboró el pasado y empezó a estar menos pendiente de lo que un día igual va a pasar.

Influencia. Cuando Soledad Vignolo Mansur era chica, una vecina le dijo que la gente no moría porque Cristo la salvaba. Luego la vecina murió y ella no entendió

Nací de padres jóvenes casados con el apuro de la muerte, mi abuelo Félix Vignolo padecía cáncer. Murió antes de tiempo y originó mi primer miedo. ¿Y si papá se moría joven como el abuelo? No le alcanzó a Félix emigrar en pantalón corto de Serralunga de Alba, ni la lucha ferroviaria; tuvo tres hijos, pero su mujer enfermó tras un parto y resignó todo para criarlos. Con esa abuela paterna, Aldina, comprendí otras formas de morir: ella tenía la mente atravesada de pasado y envejeció con demencia. Mi madre, en cambio, hablaba de Félix como si fuera un santo.SEGUÍ LEYENDO

Llegará, pero el tiempo no debe pasar en vano

SOCIEDAD

El 1 de julio de 1974, mamá festejaba en la vereda el deceso del general Perón -mamá era capaz de festejar muertes- mientras se incendiaba una estufa a kerosene en casa. En el cuarto con flores rosas estaba yo, volando de fiebre y ahogándome. No podía respirar, el aire me quemaba y por primera vez olfateé la muerte. Su negro perfume calentaría para siempre en mí. Esa vez, el vecino vio el humo y tuve mi salvación. Desde entonces, la muerte y el humo me aterran, me sofocan tanto que cuando eligen Papa y veo humo blanco siento que Dios se ahoga conmigo.

Sonrisas. En la foto blanco y negro, Soledad Vignolo Mansur (der.) con su mamá y sus hermanos. Había momentos felices pero siempre surgían temas vinculados a la muerte.

Sonrisas. En la foto blanco y negro, Soledad Vignolo Mansur (der.) con su mamá y sus hermanos. Había momentos felices pero siempre surgían temas vinculados a la muerte.

La muerte como estandarte tuvo varias historias de sobremesa que nunca olvidaría: “Naciste con tres vueltas de cordón, casi te morís”, decía mamá sobre mi parto. “A tu hermano lo salvé yo que llamé al doctor Quattordio, estaba piel y hueso”, contaba tía Coca. “Cuando murió mi padre, me quedé sin leche, me morí con él, por eso tu hermana lloraba”, decía mamá sobre el fallecimiento del abuelo Constantino. La muerte era inmensa, terrible, indiscutida.

A los nueve me llegó la palabra sagrada en la voz de Doña María Becerra, abuela de amigos entrañables que vivía frente a mi casa de Coronel Suárez 330. Ella me hablaba de Dios, decía que no moríamos porque Cristo nos salvaba, asistí al rosario cada tarde tomada de su mano y ese rezo compartido continuó hasta ser yo quien la llevara del brazo, manteniéndonos vivas y llenas de cuentas con olor a rosas vaticanas. Doña María murió y yo, que no pude creer su muerte, quise que Cristo la salvara; Cristo debía salvarla a mi pedido porque yo había hecho todo lo que correspondía: comunión, confirmación, noches de rezos arrodillados. Mi familia, una mezcla de razas y de creencias, incluía un cierto ateísmo paterno que no cuajaba.

El miedo y la fascinación por la muerte hacían estragos en mí. Le temía y me atraía, como cuando mataron a Chuli, nuestro gato, que lo abracé tieso mientras lo enterraba en el patio con cruces en ramas, algunas verbenas y collares con chapitas de colores que hacían las veces de rosario y no hubo manera de controlarme buscando al culpable para que me explicara el hecho y, quizá, qué veía en la muerte, qué cosa que yo no.

En la adolescencia, porque a mí el miedo me entró temprano, comencé a latir de más, como si lo inminente acechara y, aunque nadie lo notara, una anticipación extraña me abarcaba, soñaba con muerte, con fuego. Y me despertaba asfixiada.

A esa edad, mi abuela materna, Faride, murió un Día de la Madre. Ella ya no quería vivir, y me puso la muerte en la cara. Llegué a la casa de mi tía donde la velaban, vi el cajón en el centro del cuarto, rodeado de velas eléctricas, como al fondo de una cueva oscura; al acercarme, la postura de mi abuela, el color de su rostro, la deformación de esas facciones, todo me descompensó. Papá me sostuvo, pero temblaban mis piernas, y un íntimo humo mortuorio me atoraba. Quería escapar, de pronto alguien preguntó si estaba bien. Dije sí… sí, estoy bien, pero me hallaba yerta pensando qué espanto… está muerta… qué muerta está… y la imagen quedó en mí. Esa angustia, el terror y la impotencia se repitieron a lo largo de mi vida, frente a otras muertes.

Tres generaciones. Soledad Vignolo Mansur (de celeste), su mamá y su abuela Faride. La madre pidió que la velaran con una boina blanca porque era radical.

Tres generaciones. Soledad Vignolo Mansur (de celeste), su mamá y su abuela Faride. La madre pidió que la velaran con una boina blanca porque era radical.

Comencé entonces a aplicar un intento de solución: evitar todo lo relativo diciendo: me niego a hablar de la muerte… no quiero saber qué hay después… cuando llegue la hora me moriré y punto.

En el 81, mientras estudiaba arquitectura en Buenos Aires, era época de cambios. Un atentado a Juan Pablo II me distrajo del relevamiento de la Plaza Olleros, vivía en un pensionado religioso en Belgrano donde pecado y muerte se asemejaban. El miedo era ya un dardo en mi alma, y todo empeoró en el 82 cuando mis amigos fueron a la guerra, entonces la muerte joven me abrazó.

Dejó en mi piel la sensación perversa de una carta sin respuesta, y los gritos de la madre de Juan cuando murió. No fui a la guerra, pero caminé con sus pies. La extinción nos englobaba a todos en los ochenta: se hablaba de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, conocíamos el monstruo del sida y a la par renacíamos con la primera PC, aullábamos con Michael Jackson y poníamos fin a la dictadura. Todo cambiaba, menos yo, con ese enorme miedo a cuestas, como una lengua filosa que cuestionaba la vida: ¿nacemos para morir?

Había dejado la arquitectura por el diseño gráfico, tal vez buscando la marca que me definiera. En casa, tras la partida de la abuela, mamá decía que teníamos menos aire, por lo cual recuerdo quedarme despierta custodiando su respiración. Luego comenzó a hablarnos de su muerte, tendría cincuenta años. Que quería una boina blanca radical para su funeral, y que era nuestra obligación cumplirlo.

Aunque con mis hermanos nos reímos, años después nos sorprendimos corriendo a comprarla frente a su final. Mamá y sus muertes, las anunciadas y la real, fueron tema de terapia. También llevaba en mi cuerpo el suyo y el temor a la muerte sustantiva, la que percibí en el parto, la que palpité cavernaria mientras todo mi ser temblaba.

En julio de 1992, volvía de Salta con Chacho, mi compadre, su esposa Linda, los dos hijos de ambos y Marcelo, mi amor. Yo estaba embarazada de seis meses. Era un viaje elegido y disfruté las tardes de sol en la Catedral, las empanaditas de la recova, las comidas en Cafayate y la historia colorida de esa provincia precordillerana. Sentada en el asiento trasero con los niños y mi amiga, conversábamos sobre el nombre de mi beba. Llegando a Tucumán, iba delante un camión de carga, el Renault 18 tenía más potencia y Chacho asomó la trompa para pasarlo. Fue un segundo. Se abrió, vi un 505 gris que bajaba veloz, observé la cara desesperada del hombre al volante. Nadie gritó, contuvimos el aliento, mi instinto me hizo agarrar a uno de los chicos y protegerlo. No pensé en mi panza ni en mí. Cerré los ojos, oí frenos y una arrastrada final.

Cuando hubo quietud, miré alrededor. Clavados en el medio de la ruta, los vehículos nos pasaban sin parar. Chacho dijo: nos salvamos. Marcelo giró y susurró ¿estás bien? No respondí. Los chicos lloraban. Bajamos del auto, atónitos. Unos camioneros arrastraron el Renault a la vera del camino y llamaron al peaje. Seguíamos callados. Rajados como el semieje de la rueda derecha que se quebró contra el camión que ignoró nuestra suerte y siguió. Los del peaje buscaban muertos. No había. Pero se había alterado la sensación de vida que mi embarazo me daba. Comprendí otra vez, con horror, que la vida y la muerte estaban muy cerca. El miedo a morir me marcó la frente. La historia quedó como anécdota para superar lo siniestro, sin embargo mi embarazo siguió intacto a pesar del accidente.

Unos años después volví a embarazarme; iba a ser varón, Alejo. Un mediodía de invierno, mamá, que vivía frente a mi casa chorizo alquilada, había cocinado zapallos rellenos de carne y arroz para mí. Marcelo estaba en el campo. Sentada en el living, la pinotea del piso mezclaba su aroma rancio con el de la comida caliente; sonreía plácida, y tras conversar un rato, mamá se retiró, la tarde de otro julio acontecía. De golpe sentí una puntada, las entrañas gritaban y la humedad corriendo por mis piernas definió el riesgo. Esperé estática y silente, no había móviles, recuerdo el abismo conciso que precedía cada palpitación. Cuando llegó Marcelo partimos a la guardia. Mientras me acomodaban en un cuarto comencé a parir a un hijo muerto.

No quise verlo, fue suficiente haberlo olido, pero quería morir con él. Me sanaron en el quirófano del antiguo Sanatorio Junior y me alegró despertar viva. La pérdida anidó en mi mente más que en mi cuerpo, que curó rápido y joven para volver a crear y darme un nuevo hijo, Nicolás, sinónimo de plegaria, de luz y de profundo amor.

El miedo a la muerte caminaba en mí como si desde un infierno procrastinado me persiguiera esa incomodidad con la vida, fue entonces que comencé a padecer un severo trastorno de ansiedad. Lo llamaban estrés, aunque yo sabía que era angustia, porque la muerte andaba buscándome y la enfrentaría. Me acosaba la finitud, ese pánico.

En 2013 asistí a mi primera Feria del Libro como escritora. Ya no estaba bien. El recelo hacía que evitara las visitas al médico y un tumor ginecológico se había vuelto una bola de miedo palpitante. Con palidez extrema encaré el subsuelo del estacionamiento de la Rural; las columnas se me venían encima, los techos resultaban bajísimos, todo costaba; Pilar, mi hija, sostenía mis estremecimientos. Marcelo esperaba.

A duras penas logré asistir a la firma de ejemplares y en menos de una hora huí. Todo el tiempo me sentí morir. Al día siguiente tuve consultas clínicas, y dudaba entre médicos hegemónicos o del interior. Tras unos meses, en uno de esos días de julio que definen mi vida, estaba en casa aterrada por las pérdidas y decidí manejar mareada hasta el sanatorio. No me dejaron volver. Sin glóbulos rojos ni hemoglobina, el médico literalmente me dijo: no son valores de una persona viva. Esa frase aún retumba.

Me operaron tras quince transfusiones y desperté en terapia intensiva. Cuando vi a mis hijos les hablé de amor, pero rumiaba muerte. Ese borde fue un hito, pude encontrar nuevos favores para superar aprensiones, pero tengo inscripto el hecho de que vine con muerte a este mundo. Y sé que creé dos vidas y una muerte. Las mañas destructivas y las de supervivencia me hicieron comprender la vida con intensidad, pero no quitaron ese temblor que habita mi cuerpo desde niña. Es como un vacío trascendental que quema, como aquel fuego de efeméride peronista.

Tal vez por todo esto, cuando mamá murió organicé su cortejo, cumplí sus deseos y, junto a mis hermanos, la despedimos en privado.

Todo en el velatorio funcionó, pero no estuve allí. Pasé noche y día frente a la puerta de la sala mortuoria… en mi chata. Oí a mi hermana decir a la tía: dejala, está mejor ahí. Tampoco asistí a su entierro. Es probable que alguna culpa haya quedado colgada de su suspiro final.

En este 2020 la muerte me paralizó todos los días de la semana. La gente muere. Como siempre. Pero ahora la contamos. Contabilizamos la muerte. Y es difícil cuando en un período de cuarentena los miedos se concretan, le pasa a iguales y mueren con ellos recuerdos queridos. No estaban en el accidente de 1992, no sufrieron mi parto mortal, ni me abrazaron en mis pérdidas. ¿Qué hago con sus muertes? ¿Cómo las comprendo sin dejar que pase el temblor? Me controlo las pulsaciones, la tensión arterial, la oxigenación, los síntomas probables como si alcanzara con la certeza de lo evidente. Nos vamos a morir. Pero con estas muertes cotidianas supe que la mía no sería aciaga.

Hará un mes corté geranios del jardín, compré otra boina blanca y atravesé las rejas del Cementerio Parque. Al fondo, después de las abelias, está el nombre de mamá en letras negras sobre granito, me recosté en la hierba húmeda, dejé la boina sobre la letra C de Catalina, Catalina Mansur, y por primera vez desde el 7 de Julio de 2011, cuando murió, sentí paz. Los perros guachos se llevarán la boina, y el parquero de mañana tusará los geranios con el verde, pero bastante quedará en el aire. Y gracias a Dios, diría doña María, no será muerte.
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Soledad Vignolo Mansur es escritora y gestora cultural. Vive en Junín, Buenos Aires, lleva treinta años con el mismo amor y es madre de dos hijos. Escribe y lee desde los doce, cuando se dio cuenta que la vida se podía contar. Aunque tiene miedos rompe todas las barreras que puede, en especial las que se crea. Admira a Roberto Bolaño y a Alice Munro,. Trabaja su estilo a diario porque se considera en construcción. Publicó tres libros, “Ángulos”, la novela “Sandalias Santas” con la que participó de la Feria Internacional del Libro de Miami 2018 y “Una más Una” presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires. Tuvo premios nacionales de cuento y poesía. Coordina talleres literarios en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires y Bibliotecas. Participa de clubes de lectura, es conferencista y disfruta de promover encuentros literarios en escuelas. Siente que el campo y el mar la comprenden, y la moran; sueña todo el tiempo, aunque asegura que se queda corta.

Diario de Cuarentena: Recuerdos

Hoy voy a usar mi diario para lo que se usan los íntimos. Lo voy a usar como a los quince, para exponerme. Para mostrarme quien soy, de donde puedo sacar agallas ante lo inexplicable y desde qué lugar provengo.

La vida no es simple, no es lineal, por eso no lo somos nosotros, aquellos que la vivimos. Y vivir es una conjunción de errores, algunos aciertos, y si tenés suerte, muchos aprendizajes que te van llevando, como si el cauce ya viniera marcado, por los espacios que se te abren para ser. Siempre tuve timidez en lo cotidiano, nunca la ejercí. Y con esto quiero mostrar que lo que parecemos no refleja exactamente quien somos. Me viene todo este proceso foucaultiano a cuentas de que cada vez conozco menos a quienes conozco desde siempre. Y no lo vivo con tristeza pero si con cierta suspicacia. ¿Será que soy naif y poco afecta a descifrar al otro? ¿o será que las personas cada vez son menos fieles a sí mismas?

Es un ida y vuelta entreverado el que tengo en las tripas. Me apabulla la ignorancia mía respecto a los que quiero, a los que conviven mi día, a los que piensan junto a mí. Argumento a mi mente que la gente cambia, que los sueños cambian, que la vida esto o lo otro. Pero no me lo creo. Y siento que al fin de cuentas tiene que ver con que ya la engorrosa trama del todo vale ha atrapado a tantos, que voy quedando sola. O con recuerdos maleducados. Termino siendo una pieza de museo con principios que aburren a casi todos y enojan al resto.

Entonces miro el cielo y a mi teclado, en ese orden y pienso que si puedo escribir, todo está bien.

Diario de Cuarentena: ¿Aborto seguro para quién?

Tengo muchas cosas para decir sobre este tema, pero también sentimientos. El principal es de tristeza. Una tristeza profunda que no se basa en creencias, sino en el dolor tremendo de haber perdido un hijo. De saber lo desgarrante que fue, pero no sólo para mí, que fui su madre, sino para Marcelo, su papá. Entonces cuando se trata de aborto se juegan más que principios progresistas. Se juega nuestra identidad.

Vivimos diciendo que somos latinos, que somos la patria grande, que pin que pan. Qué mujer latinoamericana se siente identificada realmente con abortar. Hablo de los originarios, aquellos que decimos queremos defender y hasta identificarnos. Por otro lado, se dice que es por las muertes de mujeres que por supuesto ninguna debe morir por un aborto ilegal. Pero partamos de que no deberían hacerse abortos ilegales. Que hay métodos anticonceptivos y que las acciones en la vida deben tener consecuencias.

Así estamos por el está todo bien de las últimas décadas. Se dice que es un tema de salud pública, pero en la Argentina el aborto está despenalizado desde 1921 por causales: es decir, en los casos en que el embarazo fuera producto de una violación o pusiera en riesgo la salud integral de la persona gestante. Lo que el nuevo proyecto legaliza y enfoca desde la salud pública es la posibilidad de interrumpir voluntariamente el embarazo. Además, realiza modificaciones en el Código Penal. 

Es decir una mujer decide sobre el derecho de otra vida. No debe explicitar motivo, no tiene que haberlo, entonces me planteo: ¿aborto seguro para quién? Para la vida del bebé no hay protección ni derechos ni seguridad. Se garantiza el derecho a acceder a la interrupción voluntaria del embarazo con el solo requerimiento de la mujer o persona gestante hasta la semana catorce (14), inclusive, del proceso gestacional.

Todas las madres sabemos que a esa altura tenemos un bebé en nuestro cuerpo, uno que sentimos, uno que late, una vida. Y esa vida, se concibió de a dos. Hay una voz que tampoco parece tener derechos. La paterna. Coincido con  Cynthia Hotton cuando dice: «Argentina es un país federal y esta es una agenda de las clases más altas y de las grandes ciudades”. Y la verdad es que no quiero que mis impuestos paguen abortos a chicas que no previenen sus actos. Tampoco quiero que vayan presas, por eso, aún en la clandestinidad, prefiero despenalizarlo y que la conciencia personal las asista.

Prefiero salvar las dos vidas.

La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito dice textual: Queremos que los derechos sexuales y los derechos reproductivos sean reconocidos como derechos básicos de todas las personas. Para eso, es necesario garantizar el acceso universal a los servicios públicos de salud y educación que los sostienen. Pero no consideran persona al hijo por nacer, ni al padre. Es gregario.

No conozco a ninguna mujer de trabajadora, humilde, que piense en abortar, mucho menos que se niegue a seguir con un embarazo que implique un hijo diferente. Como en muchos temas en Argentina, una minoría, ahora apoyada por el gobierno que quiere sumar puntos a su fracasado proyecto político, una minoría que piensa que la vida no vale la pena, y la subordina a deseos egoístas, es probable que imponga una ley mala, sin reflexión y sin consenso federal.

Es cierto que no obliga a abortar a quien no lo desee, pero obliga a pagarlo. Es cierto que mueren mujeres por abortar fuera de la ley, pero hay métodos anticonceptivos y en último caso adopción. Es cierto que es nuestro cuerpo femenino, pero también hay espermas masculinos que dieron junto a nuestro óvulos origen a la vida. No hubiéramos nacido ninguno de los que agitamos pañuelos verdes o celeste si nuestras madres pensaran como quieren obligarnos a pensar.

Nunca estaré a favor de ninguna muerte. Deseo salvar las dos vida. Apruebo la despenalización. No acuerdo con la gratuidad. No tenemos porqué pagar todos las decisiones personales.

Por último, en un año lleno de muertes, tratar este proyecto en un momento en el que hay una crisis sanitaria y económica terrible, claramente demuestra o una irresponsabilidad o una necesidad de entretenernos con un debate que no nos lleva a ningún lado. Perdón, en realidad, un debate que nos divide aún más.

Diario de Cuarentena: Hegemonías del Siglo XXI en Argentina

La hegemonía cultural es un concepto que corre en paralelo a lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba violencia simbólica, que designa la dominación de la sociedad, culturalmente diversa, por la clase dominante, cuya posición frente al mundo—creencias, moral, explicaciones, percepciones, instituciones, valores o costumbres— se transforma en la norma cultural aceptada y en la ideología dominante, válida y universal.

La hegemonía cultural justifica el statu quo social, político y económico como natural e inevitable, perpetuo y beneficioso para todo el mundo, en lugar de presentarlo como una construcción social que beneficia únicamente a la clase dominante. En filosofía y sociología, el término hegemonía cultural tiene connotaciones derivadas de la palabra griega ἡγεμονία, que indica liderazgo y gobierno.

En política, hegemonía es el método geopolítico de dominación indirecta, en el que el estado hegemónico gobierna a los subordinados, bajo la amenaza de intervención como un medio implícito de poder, más que por la fuerza directa es decir invasión.

En el mundo de hoy, parece ser que si no sos abortista, populista, progresista, si no decís muchas veces los y las aunque arruines el lenguaje e incluso si no utilizas los supuestamente inclusivos e y x o @, nuevas hegemonías culturales derivadas del gobierno o gobiernos de pseudo izquierda, sos un reaccionario. Sin embargo yo creo que mantener principios, no caer en las estúpidas convenciones propuestas que no resuelven inequidades sino que las titulan distinto, es la verdadera revolución.

La hegemonía cultural es un término desarrollado por Antonio Gramsci para analizar las clases sociales y la superestructura. Proponía que las normas culturales vigentes de una sociedad son impuestas por la clase dominante (hegemonía cultural burguesa), de manera que no deberían percibirse como naturales o inevitables, sino reconocidas como una construcción social artificial y como instrumentos de dominación de clase. Esta práctica sería indispensable para una liberación política e intelectual del proletariado, reivindicando y creando su propia cultura de clase. Y por primera vez en mi vida coincido con Gramsci, claro que no creo que sea el liberalismo ni el capitalismo la hegemonía cultural que nos quieren imponer, sino todo lo contrario. De hecho, hablar de capitalismo o liberalismo puede producir exclusiones tremendas en la sociedad y en el mundo cultural. Entonces, padecemos un poder hegemónico que promueve un solo discurso posible uno que hable con e como si eso resolviera cuestiones de fondo, que es abortista no importa como, que habla en nombre del pobre aunque se haya enriquecido a costa de ellos y que promueve la vagancia y la ignorancia como forma de vida.

Cuando Habermas cuestiona la idea de opinión pública, la idea que está detrás es la misma: la cultura es un poderoso inmovilizador de la capacidad reinventiva de los pueblos y sus valores son la manera en que todo orden burgués se perpetúa más allá de los lamentos de elementos más ortodoxos de distintas tendencias económicas capitalistas. Sin embargo, él mismo declara no trabajar en ese sentido y declina abandonar la cultura burguesa en pos de un proyecto invisible, pese a ser un pensador de la Escuela crítica. Entonces ¿no suena remanido pensar que sólo el capitalismo es la miseria del mundo? ¿Cuál sería la burguesía?, la de los políticos millonarios y el pueblo pobre? la de los pequeños empresarios? Porque en estos regímenes populistas los privilegiados no son los trabajadores privados, por el contrario.

En la latinoamericación, el problema se radicaliza. El Mercado adopta un sitial maldito -incluso discursivamente – y el dominio populista profundiza la manera en que el populismo se transforma en la única manera de entender el desarrollo de la especie humana. Para autores contemporáneos que trabajan el tema de hegemonía y cultura (Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Samir Amin), la globalización extiende el control de la minoría privilegiada contra la mayoría subordinada en un marco en el cual se anexa progresivamente el pensamiento desregulado de Mercado con un proyecto cultural hegemónico en el planeta. Pero también es una radicalización. Ni el mercado por si solo, ni el estado sobreprotector y alienante son factores de desarrollo. Siempre la humanidad y los pensadores terminan siendo corrompidos por sus propios egos. La salida siempre es el equilibrio, la hegemonía es una palabra que ha dañado la trama social, que se ha utilizado para demonizar o entronizar ideales mezquinos. Y no hay cultura posible, ni identidad, ni construcción cultural si no están todas las miradas incluidas.

¿O cuando de populismos se trata no hay hegemonías? Lenguaje inclusivo, pañuelo verde, odio al macho y amor a lo queer parecen ser hoy conditio sine qua non para pertenecer a una élite cultural que tiene la verdad en un puño. Habemos otros y también somos y hacemos cultura. Alcemos la voz.

Diario de Cuarentena: Sin pecado

[…] Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho

Bula Ineffabilis Deus

 Esta es la definición del dogma, contenida en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854,  promulgada por el papa  Pío IX

EL 8 de diciembre, nueve meses antes de la Natividad de la Virgen, ella fue protegida del pecado desde su concepción. Es difícil pensar en una vida sin pecado, es incluso difícil que el pecado en un mundo como el de hoy se considere como algo negativo, o algo a cuestionar.

Pero hoy quiero hablar de fe. De la magia de las tradiciones, del arbolito con hijos que se regocijan en bolas de colores y que buscan donde armarlo. No importa si viene del polo norte o no, si es pagano, si juega con intereses comerciales. La sonrisa de los niños con papá Noel, la riqueza emocional del armado de un simple árbol de papel, merece a la Virgen.

Todos creemos en algún lugar. Yo tengo una relación particular con la Virgen desde el día que lloré un hijo perdido en mi vientre, y luego le oré por Nicolás, que la honra. Por eso soy pro vida, por eso creo que debemos pelear por salvar las dos. Por supuesto que hay cuestiones particulares que la salud pública debe atender. Pero la vida… a veces, se nos parece.

Que la virgen nos proteja.

El populismo avanza: no cedamos

Pensar el populismo como una corriente política o ideología más, es perder el tiempo. Lo característico del populismo es mutar y adaptarse a las ideologías tradicionales sin ideario propio. Eso explica que haya tanto populismo de extrema izquierda, y populismo de extrema derecha parecido a un viejo nacionalismo.

La falta de utilidad de las viejas divisiones conduce a los populistas a recurrir a la oposición “los de arriba”/“los de abajo”, robada a la vieja izquierda revolucionaria, donde naturalmente “abajo” es el espacio del populismo (la gente de bien, según algunos funcionarios actuales) frente a las élites de “arriba” (los gorilas). Pero me gustaría dejar claro que es una identificación que apela a lo emocional, no clasista: no importa cuánto dinero tienes, sino cómo lo usás, o mejor aún, como decís que lo usás. Los populistas no tienen ideas, tiene relatos o consignas que conectan con las preocupaciones de la mayoría social, o eso tratan.

Tenemos que definir al populismo por sus acciones y por como avanza: el populismo es una oratoria (hechos enunciados) y una estrategia de invasión del poder. Absolutamente todos los populistas quieren ocupar el poder del modo más rápido, al menor costo y con el menor respeto posible a las reglas democráticas y sus valores básicos: No respetan a las minorías o la prevalencia de la libertad personal sobre las creencias colectivas, en base a un conjunto de falsedades baratas, que apoyan con rapidez y suenan bien. Por supuesto que la retórica populista es anti-política, la odia, la considera una pérdida de tiempo. Por eso deben apelar a metáforas grandilocuentes que eleven la emoción de los ignorantes: como “somos el pueblo”, “cuidamos a la gente”.

Estas frases se acompañan de cuantiosa “comunicación no verbal” como el reparto de abrazos efusivos, besos y caricias figuradamente francas entre miembros de la comunidad populista, reforzadas ante las cámaras de los medios de comunicación. El drama siempre les suma, lo utilizan sin miedo, pero el juego populista radica en suplantar el discurso político, si disentís te identifico con la grieta, el enfrentamiento, lo antipatria, pero en realidad los populistas son grandes hipócritas que fingen calidez, sinceridad y sentimientos elevados apuntando a las emociones típicas de las personas en pánico, tal como ocurrió este año: la gente con necesidad de protección, afecto y seguridad en un tiempo lleno de peligros. La corporación populista es una colectividad emocional, y la emoción básica que comparten o agitan los populistas es el miedo.

Miedo a las consecuencias más negativas de la globalización, como la deslocalización de empresas y la pérdida de empleos de poca cualificación, logrando que, el capitalismo parezca propio de tecnócratas ajenos a los problemas reales de gente buena, asustada y desprotegida. Apelan a un supuesto patriotismo. Un modo más elegante de describir la labia populista es precisarla como un “significante vacío” es decir, como el uso persistente de palabras vaciadas de sentido cuyo significado queda a gusto del consumidor: pueblo, democracia, patria, política, libertad, derechos, igualdad o cualquier otro vocablo significan lo que usted quiera que signifiquen para usted. Y entonces “democracia” deja de hablar de un sistema político para simbolizar el cumplimiento de un deseo, la negación de una realidad desagradable y el rezongo contra un régimen que frustra.

El maleable populismo halla su razón más profunda en que la clientela política comparte el miedo a la apertura de fronteras y la competencia económica, o dicho de otro modo más genérico, el odio a la globalización.
El discurso populista se basa en el miedo al futuro. Por eso viven del pasado y lo desfiguran como les conviene. El miedo es uno de los mecanismos emocionales más poderosos que existen, es como en una avalancha humana provocada por un incidente particular, en una masa asustada y, menos predecible. La percepción de que algo amenaza nuestra vida es una emoción sustancial para la supervivencia individual y colectiva, pero como estado emocional colectivo permanente pasa a ser una amenaza social.

La historia demuestra que las emociones juegan un papel fundamental en cualquier proceso político, y no digamos en una revolución. La creencia en que la política, la economía, lo social, es básicamente racional es errónea. El miedo a la libertad, el odio al diferente y el gozo de sentirse parte de una masa irresponsable, llámese el pueblo o la clase, constituyeron el apogeo del nacionalismo, del fascismo y del comunismo. La irrupción del populismo ha puesto de nuevo sobre la mesa está verdad que nos incomoda. Pero lo cierto es que hay una conducta extrema y reaccionaria a cualquier cambio o disenso de un orden establecido por el poder que transforma en enemigo al que piensa distinto. Y la caza de brujas no tarda en aparecer.

Podríamos hacer listado de miedos, odios y malestares de las sociedades que alimentan el populismo. Tienen, tenemos, un liderazgo político eficaz, las emociones crean estados emocionales compartidos, es decir, una sociedad emocional donde todos sienten y perciben lo mismo. Los demás son parias indeseables. Por eso utilizan el miedo, la angustia o el rechazo, mucho más que la satisfacción y la liberalidad.

Así estamos llenos de miedos: los trabajadores industriales temen perder sus empleos por la competencia de las economías capitalistas y las nuevas tecnologías; los menos calificados temen ser despedidos del mercado laboral; los jóvenes y universitarios temen que sus carreras no sirvan para obtener un empleo futuro. Y son temores justificados. Porque los políticos siguen ocupándose de una agenda propia, que deja afuera la realidad y aunque crean que metiendo miedo tienen sus bancas y sus espacios asegurados, la verdad es que esta nueva era populista no tranquiliza, alienta el miedo y la sociedad sabe que algo esconden. Hablan de que cuidan nuestra salud, nuestros ingresos, pero baja el consumo y nivel educativo, la ofensiva del miedo pierde poder y la calidad de vida baja.

No dicen la verdad porque los políticos saben que es imposible ganar elecciones diciendo cosas como que habría que recortar el gasto público, atrasar la jubilación para mantener el sistema de pensiones, o advertir del riesgo de burbujas especulativas a causa del consumo ilógico de algunos bienes. Entonces mienten, dan falsas expectativas que los hechos desmienten con fiereza y se pierde el valor de la política.

Pero la política democrática es la resolución negociada de conflictos de intereses, Estado de Derecho y buena gestión de lo público. La felicidad, y la prosperidad es cuestión del individuo si tiene asegurado la igualdad de oportunidades. Los ciudadanos debemos comenzar a madurar y elegir verdad sobre relato.

Es increíble que cualquier opinión tiene para la gente, más crédito que un hecho o un conocimiento. Es simple, populismo y negacionismo de la realidad, de los hechos, van de la mano.

Entonces quienes disentimos, padecemos el rechazo porque se rechaza y desestima todo lo que no encaje en la propia opinión y visión del mundo. Pensadores, culturas y creencias diferentes, países ricos y nuevas ideas o avances científicos caen en el mar de la sospecha, el descrédito y el rechazo activo. Hay un revoltijo de paleo izquierdistas, nostálgicos de una República fantástica, creyentes en terapias alternativas, animalistas, eco fundamentalistas, feministas radicales, tecno raros, proteccionistas económicos y un largo tendal heterogéneo amalgamado por su frustración con el sistema y su rechazo a todo lo que cuestione sus propias creencias o frene la universalización de sus aspiraciones. No quieren mediar, lo que los une emocionalmente es el dogmatismo en su propio territorio de creencias y el relativismo, no menos rígido, para juzgar las ajenas como ideas desechables.

Así, la política democrática y medios de comunicación como instituciones de mediación o representación no son consideradas auténticas. La democracia representativa es rechazada, se prefiere una asamblea popular.
Para protegerse de los efectos mortíferos de la competencia, una de las obsesiones populistas, se nivela para abajo. Del mismo modo que no hay hechos ni conocimientos, sino sólo opiniones, nadie es más que nadie porque nadie sabe más que nadie, ni hace las cosas mejor. La igualación debe hacerse bien abajo: los políticos deberían cobrar el salario mínimo, o mejor, no cobrar nada en absoluto; todos los empleos deben estar garantizados por ley o todos deben ser funcionarios, la iniciativa privada debe limitarse al máximo porque siempre implica explotación, el mercado debe regularse hasta desaparecer.

El populismo se fundamenta también en una actitud intelectual concreta: el rechazo de las explicaciones e ideas complejas y la simpatía por las simplezas. Tomando simpleza como una caricatura mala del problema real. Claro que la simpleza tiene muchas ventajas políticas; unir a personas con preferencias y creencias incoherentes no es la menor. Así, los antisistema, preocupados, jóvenes atemorizados por el empleo precario, desempleados, tradicionalistas y animalistas extremos pueden ponerse de acuerdo en torno a una simpleza bien planteada. Culpar a un grupo -el campo, los funcionarios, los empresarios, la riqueza- es una estrategia de éxito asegurado si se dispone de bocinas mediáticas adecuadas.

El populismo es contrario a la noción liberal de ciudadanía que descansa en el individuo. Es comunitario y anti individualista y, por consiguiente, antiliberal y gregario. Su concepto de “pueblo” es un agregado convertido en sujeto colectivo que sustituye a los individuos que lo forman. Pero para el populismo es consolador sentirse parte de “el pueblo” ,diría Nietzsche que el calor del establo da refugio y protección aparente frente al abandono del individuo en un mundo discrepante. El nacionalismo es populista, y los nuevos populismos conectan de forma tan fácil y natural con la mentalidad nacionalista: basta con ver el éxito de Chávez, llevándose votantes y discurso del viejo nacionalismo, pariente del relato-emocional. Entonces propician el odio, el odio desmedido, a todo lo que consideren élites para poder defender la mediocridad, o favorecer el deseo de someterse a la autoridad e hiperliderazgo sentimental de un líder carismático (Putin, por ejemplo). Pero cuidado, que se desprecian los hechos, y el desprecio de los hechos deriva en desprecio de la ciencia y de las clases educadas. Y el miedo a la competencia y a un mundo enigmático auspicia a líderes protectores (y siempre corruptos).

Es cierto que faltan y perdemos igualdad de oportunidades, pero el populismo no nos protege, por el contrario, nos obliga a pagar el precio de claudicar buena parte de la libertad personal que tanto costo lograr y además vuelve al mundo un lugar más inseguro y lleno de inequidades. Al fin de cuentas, el populismo necesita pobreza, ignorancia y fanatismo. No cedamos.

Soledad Vignolo
Escritora /Gestora Cultural
Miembro de AAGeCu
Posgrado FLACSO en Comunicación.

Diario de Cuarentena: Un nuevo contrato social

La idea de naturaleza humana de Locke donde el hombre es una criatura de Dios, por lo que el hombre no puede destruir su vida ni la de los demás hombres pues no le pertenece, sino que le pertenece a Dios. El hombre tiene el derecho y el deber de conservar su vida. Así mismo, el hombre no es súbdito de ningún otro hombre, sino que es libre, parece haber perecido en los aguantaderos de la política. Pero, dado la tremenda crisis social que padecemos, es probable que hay llegado la hora de resignificar todo esto.

Si la naturaleza humana lleva inserta el derecho y el deber de preservar su vida, ¿para qué hace falta una comunidad?

Para Locke podía darse que nadie cumpliera ese derecho y ese deber, y en caso de conflicto en su cumplimiento la naturaleza humana no cuenta con la existencia de una autoridad que lo dirimiera, por lo que la comunidad trataría de suplir esas carencias del estado de naturaleza: la existencia de una autoridad que juzgue en caso de conflicto.

Se trataba entonces, de hacer un contrato que funde un orden social o civil que atienda exclusivamente a suplir esas carencias del estado de naturaleza, es decir, aplicar una justicia o una autoridad que diga, en caso de choque entre dos individuos, qué se debe hacer. Por consiguiente, siempre que cierta cantidad de hombres se unieran en una sociedad, renunciando cada uno de ellos al poder ejecutivo que les otorga la ley natural en favor de la comunidad, allí y sólo allí habrá una sociedad política o civil. Lo que nos ocurre hoy es que no creemos en la aplicación de justicia y que hemos roto nuestro orden social.

En el pacto social se dictan unas normas que sean la continuidad de las leyes naturales y que consistirán en el reconocimiento de los fines de la naturaleza de hombres libres e iguales, a asegurar los derechos de la libertad, la igualdad, la vida y la propiedad. Exactamente son todos los derechos que hoy ya no están sintiéndose inalienables sino cuestionados.

Sólo una sociedad será civil o política cuando cada uno de los individuos renuncia al poder de ejecutar la ley natural. Lo ejecutará la comunidad y los órganos de la comunidad. En el estado de naturaleza es cada individuo quien juzga las leyes de la naturaleza. En la sociedad civil, por el contrario, es una autoridad, un juez, quien las juzga y quien dictamina quién se ha saltado las leyes. Y esa autoridad ha de ser un parlamento  como un conjunto de representantes de la comunidad. Como crítica principal a Hobbes, si hubiera un poder absoluto por encima de la comunidad, para Locke, realmente no se habría salido del estado de naturaleza, pues en la monarquía absoluta, al confundirse los poderes, no hay imparcialidad por parte de éste y no hay manera de apelar o recurrir su sentencia, con lo que su existencia es incompatible con la existencia de una sociedad civil. Para que haya sociedad civil tiene que haber un juez separado del poder ejecutivo (al considerarse todos los hombres como iguales, se entiende como el poder de ejecutar de cada uno de los individuos, considerándose al monarca absoluto como otro ejecutor más de poder) que sea imparcial respecto a los mitigantes. Bueno, en nuestra vida actual, en la Argentina se quiere trasgredir esa autoridad, se la descalifica y hasta se la pretende dirigir desde el gobierno, desconociendo la independencia de poderes.

To lo que ocurre actualmente es  incompatible con la sociedad civil, y, por tanto, que no es una forma de gobierno civilizada. El fin de la sociedad civil es evitar y remediar los inconvenientes del estado de naturaleza que se siguen precisamente cuando cada hombre es juez y parte en sus propios asuntos, y ese remedio lo busca en la instauración de una autoridad reconocida, a la que cualquiera pueda recurrir cuando sufre una injuria, o se ve envuelto en una disputa, y a la que todos los miembros de la sociedad deben respetar. Cuando, como se pretende hoy día, no se respetan las decisiones de autoridad es que todavía estamos en el estado de naturaleza. Y eso es, precisamente, lo que ocurre con cualquier absolutismo.

Tenemos que reformular nuestro contrato social para tener un estado justo que no castigue al ciudadano. sería bueno recordar los dos procesos que Locke distingue en la formación del contrato social:

1º Contrato de la formación de la sociedad, donde se crea la comunidad que supera el estado de naturaleza;

2º Contrato de la formación del gobierno, donde se crea la relación entre gobernante y gobernado.

Ambos están fallando. El segundo en especial se quiebra día a día. La política debe dar respuesta. Los ciudadanos debemos exigirla.