Hoy cumple años el hombre con el que comparto mi vida. No es un tipo perfecto, no brilla solo, ni es estrella fulgurante o adonis. No hemos sido siempre felices y la vida se encargó de que probáramos el éxito y el fracaso. No juega en primera ni pretende hacerlo. Pero es el tipo que elijo. Mi compañero, ese que hace treinta años la pelea conmigo. El del mate a la mañana, las hormigas en las plantas, los abrazos interminables y los ronquidos a dúo.
Es mi amor, un amor con alas, de esos que no pretenden atar sino acompañar. Que permiten el vuelo propio, se alejan a veces para sanar heridas y vuelven solos, porque saben que hay sostén. Y este amor nuestro, es nuestro hogar. En él criamos hijos para que vuelen, destinamos noches a los sueños y también nos volvimos locos de pasión.
Treinta años de festejar juntos tu nacimiento, mi amor, ha sido un reto: a veces con fideos con queso y otras como hoy, con un asado hecho por tus manos veterinarias y mías. Cuánto aprendimos en esto de amarnos, cuántos amores nos abrazaron. Porque si se tiene un amor con alas como el nuestro, no es un amor lineal, aburrido, o siempre perfecto.
Nuestro amor es real, y ha sido todo lo que fuimos, engordó con nosotros, parió lo suyo, se estremeció de placer y agonizó casi hasta la muerte. Pero nunca dejó de ser nuestro. Por eso festejar tu cumpleaños es para mí festejar el amor. El posible, ese que sabe más de contener que de soltar y que se muestra tal cual es sin miedo, relajado, porque al lado de ese amor pasado, está el presente y el que vendrá para sorprendernos juntos. Nuestro amor se transforma, vuela y se posa para siempre en una vida de a dos. Te amo.