Pájaros poetas

Nadie está donde su cuerpo pisa

Juan Pablo Krekun

Después de una semana gris, decidí homenajear al otoño reseñando poesía. Y elegí a Krekun y sus Pájaros poetas porque representa la unión del rock y el poema, la mágica trascendencia de la música, el patriotismo salvaje del amor y la innegable influencia que los grandes como Spinetta o Cerati dejan en nosotros. Aunque no pisen.

El autor es músico y abogado. Comprende entonces las generales de la vida, que no siempre resultan lineales, y se mete de lleno en los lados A y B en un libro que no pretende, que es.

Para tentarlos les dejo versos que no están juntos, me encapricho como el autor en ese atrevimiento para torcer lo que que está destinado y los elijo. Libre.

Hay gente que anhela

,más que nada

una noche sin consecuencias.

Aspirábamos el cielo

obtuvimos barro.

Nada puede detener al olvido.

Nos alejamos ahí mismo del adiós.

Es de noche y amanece sin piedad,

no lo puedo parar.

En este país, nadie piensa en las perdices.

Deseo alas en mi voz,

para que llegue donde deba llegar.

Considero poetas a quienes no temen el ridículo, ni aspiran resolver las insanias, son aquellos que nos cuentan como especian la vida, como la huelen, la recorren, como la carcajean o la matan, sin poder evitarlo. Un poeta no intenta, es. Se zambulle sin miedo y narra el sentir, habla de amor, de muerte, de lo inevitable, se atreve al ridículo y usa el conocimiento de otros para reflejar sentidos. Un poeta es música. Y Juan Pablo Krekun lo refleja.

Este libro editado por MATICA CRNOGORSKA debería leerse, despacio, yendo y volviendo en su páginas dibujadas con poemas que no son únicos, ni deslumbrantes, ni difíciles ni pretenciosos, por eso mismo nos reflejan. Para un finde de buena música y Pájaros poetas.

La casa de los conejos

«En el momento en que no reconoces a tu propia madre, no hay más puntos de referencia. Nada está fijo y no hay nada a lo que aferrarse, ni siquiera el rostro materno»

Laura Alcoba

La casa de los conejos es una autobiografía ficcional que describe el silencio y el alerta continuo de una niña, hija de activistas en la guerrilla montonera, que tras ir de lo de sus abuelos a casas tomadas, en autos robados y después decaer preso el padre, pasa a la clandestinidad junto con su madre durante los violentos meses que anteceden al llamado «proceso de recuperación nacional». Se mudan a una casa donde se supone que se crían conejos, en la que funciona la imprenta del periódico de oposición «Evita Montera», sus padres eran periodistas del diario El Día hasta que debieron ocultarse por la militancia.

´Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, sólo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra. No lo entenderían. No por el momento, al menos´, dice la protagonista siendo una niña de apenas siete años. Es conmovedora la estoicidad que logra la autora en esta voz primordial para contar la historia. Lo mejor, a mi juicio, es la construcción del personaje, que a pesar de vivir en un mundo de adultos, en ocasiones siniestro, no pierde nunca la inocencia y la percepción mágica de la vida que todo niño tiene.

La prosa es simple, no deslumbra, pero el personaje está tan bien logrado que no necesita más. Laura Alcoba nos mete en la historia argentina vista con ojos de niña alerta, niña que debe mirar para atrás, que sabe que una mujer tejiendo en un auto es un peligro, que conoce la cárcel y sus abusos a través de la visita a su padre, que se relaciona con gente violenta y logra preservarse. No cae en lugares comunes ni en sentimentalismos. Nos cuenta, nos muestra, y fija constancia de lo que ella vivió de la etapa argentina del 1975 en adelante. Y nos deja llenos de preguntas. ¿Cómo obligar al silencio a tu propia hija? ¿Cómo pudo con tanta muerte esa niña? La autora no revela juicios, muestra hechos, los hechos de su vida.

Sin dudas es un relato de historia nacional, que sin pretenderlo, nos cuenta una historia que no comenzó en esa fecha, sino antes, tal vez en el 72/73 pero que pocos quieren recordar. Esta visión selectiva de la memoria no funciona así en La casa de los conejos, una novela de voz clara, directa, brutal, y que nos muestra un retazo de vida de la guerra desatada entre militantes y estado.

Las memorias de Laura Alcoba conforman el primer relato de una menor de padres militantes, nos cuenta la vida escondida en una casa de seguridad mientras el rostro de su madre, una que ya había cambiado su fisonomía, aparecía en avisos de «buscada«, esta niña tuvo que ser otra, con otro nombre a los siete años y debía cargar con el silencio y el miedo de que «todo» lo que ella dijera pudiera delatar a su madre y la podría ver asesinada. Ni aunque le claven clavitos en las rodillas hablaría, ni aunque la corten con pequeños vidrios ahí, no podía hablar. No podía decir.

Laura Alcoba exorciza a esa niña en la Casa de los Conejos, que es una lectura necesaria para comprender el horror, el miedo y la persecución a la que ella fue sometida . Y ella fue una de muchas.

La autora lo describe así: «Puede parecer extraño, pero para una niña en esa situación, estar escondida se convierte en parte de la vida cotidiana». «Ella aprende muy rápidamente que en invierno hace frío, el fuego arde y nos pueden matar en cualquier momento. Pero es abrumador para una niña pequeña debido a la seriedad de cualquier pequeño error que pueda hacer que pueda poner al grupo en peligro. No siempre maneja lo que se supone que debe decir y no decir. Es como si estuviera en un disfraz que es demasiado difícil de usar «

Cómo provocar un incendio y por qué

¿Acaso no somos todos iguales? ¿Acaso no nos esforzamos todos por tener lo suficiente?

Jesse Ball

Cuando Luis Mey me recomendó leer a Jesse Ball entre otros autores, no dudé en buscar su novela y comprarla. Jesse Ball- 1978 Port Jefferson (New York, USA)- es novelista y poeta. Ha publicado novelas, volúmenes de poesía, cuentos y dibujos. Sus obras se distinguen por el uso de un estilo sobrio y han sido comparadas con las de Jorge Luis Borges e Italo Calvino. A mi juicio, comparaciones exageradas. Es un autor de calidad y prosa ágil, inteligente, si es que significa algo, y muy creativa, que es lo que más me atrajo de su novela. Lo que dice y como lo muestra, para ir envolviendo la historia en nuestro cuerpos, hasta que le pertenecemos.

Lucía Stanton es demasiado Holden Caulfield como para que una reseña esquive ese bulto, sin dudas hay una ilimitada inspiración en J.D. Salinger al crear la protagonista de la historia que narra Ball, con una voz que no podemos dejar de oír, una voz que la traiciona y todo el tiempo muestra un espíritu que prefiere ocultar. Frases como «La gente tiene muy poca agudeza hoy en día; no pueden siquiera reconocer a una persona digna cuando la tienen enfrente» o «La historia solo es gente portándose mal» se le escabullen a Lucía a lo largo de la narración. También tiene ese lado inexorable del personaje del El club de la pelea, de Chuck Palahniuk, que declara «Así es tu vida, y se consume minuto a minuto». Otra referncia que los relaciona es que existe un club secreto como semblanza, en el caso de la obra de Ball es La Sociedad del Fuego. Una vez señalados mis reparos, que son más filosóficos que reales, voy a reseñar con brevedad la trama:

Lucía Stanton es una adolescente desposeída, con una madre en el loquero, un padre muerto y una tía ácrata con la que vive y que le regala la frase que la define: «No hagas cosas de las que no te sientas orgullosa». Su bien más preciado y el que la sume en pensamientos incendiarios es un Zippo que heredó de su padre, y que le permite sobrevivir a un mundo que para ella, está perdido. Luego de ser expulsada por haberle clavado un lápiz a un compañero que le faltó el respeto, a Lucia la aceptan en un nuevo colegio en donde toma contacto con la Sociedad del Fuego, una misteriosa organización de incendiarios que quiere terminar con las desigualdades y los privilegios. La propuesta la fascina. Como lo ha perdido todo, Lucia está dispuesta a quemarlo todo. Así nos describe la historia la editorial, así de atrapante es.

No puedo dejar pasar el inicio del folleto instructivo para incendios que escribe Lucía: «Cuando tenía nueve años mi amiga y yo nos inventamos un juego. Cada una tenía una capa: capas ridículas que nos habían confeccionado en la víspera de Halloween. Qué tal, dijo ella, si las prendemos fuego y salimos corriendo y la primera en quitarse la capa pierde. En aspiraciones como esa radica la alegría del fuego: sentimos que el fuego nos pondrá a prueba».

¿Cuántas veces pensamos lo mismo? Jesse Ball le da voz a una jovencita de dieciséis años, pero también es la voz inconforme que llevamos dentro, ella descree del capital, pero amaría vivir mejor, ella dice «Ir a la escuela es horrible y aterraría a cualquiera en su sano juicio» pero amaría ser aceptada, o argumente «Odio cómo habla la mayoría de la gente. De solo escucharlos dan ganas de volverse ermitaña», sabiendo que prácticamente lo es, y no le da privilegios ni felicidad. Lucía Stanton somos todos.

No quiero dejar pasar la relevancia otorgada en la novela a los objetos, los que tiene, como el encendedor, y los que faltan, en una búsqueda constante de comprensión sobre la vida, sobre la enfermedad, la soledad y la muerte, que puede desatar en un vestido de novia una tragedia.

Jesse Ball es un escritor atractivo, su prosa ligera, eficaz, tal vez con semejanzas innegables, es sin embargo una piel que se te pega, una rápida vuelta a ideales perdidos, marcados por la sarcástica realidad a la que nos enfrentamos en la adolescencia y que se nos queda hasta la muerte. En especial si no pudimos incendiar nada.

Cómo provocar un incendio y por qué, de Jesse Ball, vale la pena. Aunque queme.

Lo más natural del mundo

Está agotada pero el sueño quedó lejos, tal vez se lo dejó al nivel del mar.

Anahí Flores

No es casual que haya dejado la novela que leía y tomara el libro de cuentos que hoy reseño, uno que me llegó dedicado, directo de autora a lectora y que terminé de leer hoy, 6 de marzo, Día de la mujer.

Digo que no es azaroso porque es un libro que tiene a Roberta por protagonista, una joven mujer que puede atravesar las barreras de la mirada lineal de la vida, para transformarse en rama, para contar lo indecible, para jugar y reír y amar y dejarnos tocar lo intocable con sutileza. El libro tiene además una portada que nos pone en camino, esa vía que tomamos a diario para llegar a nuestros destinos, tiene con Roberta otro peso, otra cadencia, nos envuelve en momentos oníricos, sin definirse, nos permite vivir lo fantástico como cotidiano, con un prosa tan cuidada que acaricia .

Los primeros siete cuentos, bajo el nombre de Una distancia prudente, fueron escritos tras siete años de haber tramado los últimos once, que están nombrados como Todo lo que Roberta quiere. Ese tiempo se hace presente en la obra, Anahí es otra y también lo es Roberta, capaz de sombras profundas en cuentos como Cerezas o Telegramas, que pueden dejarnos quietos en la antesala del próximo cuento, procesando un humor particular que se apodera de nosotros, una extrañeza construida por el especial empeño de la autora en los detalles , en esas mínimas cosas que vuelven verosímiles sus cuentos. De la segunda etapa, que es la primera de la autora con Roberta, recomiendo Sin nombre, un cuento entrañable, repleto de magia y Té de Menta, cuya construcción impecable me llenó de aromas.

Como regalo, el prólogo de Luis Mey es una maravilla, me sorprendió encontrar a mi maestro y cófrade, como a é le gusta llamarse, anunciando este libro. Una clase de cuento en un prólogo, un encuentro fortuito con la escritora que crea una historia, así, como son las historias de este libro, que saborean, que miran, que nos cuentan la soledad, el agobio, la falta de empatía, y la terrible incomunicación del mundo que deja a Roberta, aún respecto a su amor, aislada y extrañada, siempre esperando otro cosa. Un final declarado que ningún cuento nos da.

No puedo dejar de lado la increíble fusión de naturaleza y literatura que logra Anahí Flores, ambientando sus cuentos en recorridos que comparte con nosotros. Mares, verdes, cielos, paisajes helados nos van ahogando y nos pesan hasta quitarnos el aliento. Muy buen trabajo, mejor resultado.

Conocí a la autora por otra de las mujeres de mi vida, María Silvia Biancardi, una de la que continuo aprendiendo, tomé un taller de cuentos de parto con Anahí, a la que no conozco personalmente por cuestiones pandémicas, pero a la que siento una mujer de esas que engalanan la vida, no sólo la literatura, y es clara la femenina mirada de la autora en sus historias, cargadas de momentos únicos, reales o no, de sueños precisos, de silencios montañosos y de glaciares en letras que se vuelven nube cuando leemos.

Para prepararse un té y leer de un tirón, este libro de Editorial Desde la Gente que consta de dos partes pero con un Intervalo que la misma Anahí propone. Les aseguro que es necesario.

Mona

«Me gustaba armar una presencia erótica que tiene una pulsión hacia la destrucción»

Pola Olaixarac

Confieso no haber leído sus novelas anteriores, por lo que mi virginidad absoluta sobre la prosa de Pola Olaixarac (Buenos Aires, 1977) contrasta en todo con la voluptuosa sexualidad de Mona, la protagonista de este thriller de ideas que propone la autora. La historia transcurre en un resort sueco donde se entrega el premio más importante del mundo literario, un premio de exótica procedencia al que arriban escritores cosmopolitas y entre ellos la protagonista Mona, una peruana adicta que oculta todo el tiempo sus moretones y que desde el inicio deja entrever que de algo escapa, que esconde, que está atrapada y que subyace en ella la oscuridad toda.

Claro que los devaneos intelectuales de la obra, que intenta tener la ironía de la literatura inglesa, y que por momentos lo logra, nos alejan tal vez demasiado tiempo de la historia más interesante, esa que une a Mona con Sandrita, la joven desaparecida que la autora insiste en seguir vía redes, mientras conoce personajes del quid literario, tan mundillo barato como todos, con sus poses, sus mezquinas intenciones pero con la lengua como arma. Y es allí donde reside lo interesante de la prosa de Pola , que no escatima pensamientos y que nos pasea por vaivenes culturales, por veleidades políticas y coquetea hasta con el #me too con la libertad que otorga el pensamiento crítico.

La novela de ideas y suspenso, es un ensayo interesante y por momentos alcanza la fluidez buscada. Me atrapó la autocrítica filosa, la intima lucha de identidad latinoamericana y la fuerza del sexo como cuerpo de un crimen que conocemos en un final apurado, aunque eficaz.

Tres días de lectura, tres mundos en la obra: Europa nórdica, Latinoamérica, y la Lengua como nexo intangible y remanido que puede modificar la nada en la que igual, de una u otra forma, escritores o no, trascendemos.

Una mujer que se atreve, Mona, la protagonista y Pola, la autora. No la dejan pasar.

La acústica de los Iglús

«A algunos artistas debe pasarles algo similar: se levantan y notan que llevan el arte incrustado»

Almudena Sánchez

Los sentimientos huelen y suenan, podría ser la síntesis de la reseña de hoy, que nos acerca nuevamente a nuestros orígenes españoles. Los diez cuentos de esta joven autora no son clasificables porque juegan con lo fantástico, lo onírico, un dejo sutil de extrañeza, son una especie de borde inclasificable, tal vez inmaduro, un borde que no decidió si quiere delimitarse. Y allí nos deja Almudena Sánchez, con un continuo poscuento para masticar. La prosa es lírica, tanto que puede ser cantada, es lúdica, nos propone el absurdo a cada línea, un absurdo que me remitió por ejemplo a Gogol, porque la costumbre y lo cotidiano está siempre en Almudena. Sus cuentos vuelan pero vuelan en la vida común. No necesitan crear universos paralelos. Hay un dejo de su profesión de Periodista por momentos, está la niña soñadora en otros, el dolor, la tristeza desgarrada y la muerte pasean por sus historias sin disimulo. La señora Smaig en el zoo, terrible y entrañable, la loca travesía de El frío a través de los engranajes, la crítica social resumida en una magdalena aeronauta en Apuntes desde la bóveda celeste; el cuento que me acercó a la autora fue El nadador del Hotel Minerva, hermosa historia que diluye en agua el dolor, o lo convierte, o El arte incrustado que llevamos a cuesta, la autora juega y se pasea en Cualquier cosa Viva, Introducción al relámpago, Compostura: La línea imaginaria y el triunfo humano. En definitiva es muy interesante como introduce todo el tiempo cierta extrañeza posible, o nos muestra nuestro propio absurdo, que a veces necesitamos asimilar, es efectiva, y tiene frases que nos dejan cicatriz, esas que según sus propias palabras se moverán con nosotros.

Hay un cuento de los diez, que me llevó a Gogol, que me recordó los cuentos rusos, la quieta realidad contada que se vuelve atmósfera y desde allí todo puede ser Eclipse, como la pareja de ancianos que en teleférico recorren el mundo desde un pueblito inanimado. Me enamoré de Leonora y Adelino, de sus razones, de la barba que crece por metros y de lo posible escondido en cajones.

Almudena Sánchez es periodista y Máster en Creación Literaria. La acústica de los iglús (Caballo de Troya) es su primer libro de relatos, que fue publicado en España en 2016 y ya alcanza la octava edición. Como periodista, colabora habitualmente en revistas y medios culturales realizando críticas y entrevistas. En 2013 fue incluida en Bajo 30, antología de nuevos narradores españoles (Salto de Página), una muestra de los mejores escritores españoles menores de treinta años actuales y en 2018 en Doce relatos maestros (La Navaja Suiza) junto a autores consagrados como Marta Sanz o Eduardo Halfon. Algunos de sus relatos han sido traducidos al inglés.

Se las presento y los invito a conocerla.

El chiste de Dios

Intentaré emular su gracia intelectual para contar nuestro último encuentro en el Congreso Mundial de la Lengua en Córdoba. La casualidad me sentó al lado de Norma Morandini, que comenzaba a enseñarme a ver el mundo con la profundidad de sus ojos. Esperábamos la conferencia del gran escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado que luego gracias a Norma conocí junto a su encantadora mujer.

Luisa, menuda y carismática pobló con su risa maravillada el teatro del Libertador San Martín. Ella era una obra de arte dentro de otra. Imposible desconocer su voz y su afable dignidad literaria que le fluía con la misma naturalidad que otros dioses de las letras. Siempre la leí, siempre la admiré y la consideré la Borges femenina de nuestras letras. Tan exquisita, tan creativa, tan Luisa Valenzuela. Cuando se acercó a saludar a Norma intercambiamos algunas palabras de cortesía pero no pude disimular mi admiración y le pedí permiso para fotografiarla. Luisa posó con la hidalguía que le es propia, y risueña me dijo que la subiera sin filtros, como era.

Luisa Valenzuela es una estrella, lleva más de treinta libros publicados y su vida fue periodística y literaria. Tiene la vida para contar y cuenta cuentos. Lo hace desde el desparpajo de la sabiduría y de su juventud eterna. Libre y polifacética nos muestra que nada está dicho o prohibido a la hora de escribir.

Hoy voy a reseñar el libro de cuentos que lleva el nombre de El chiste de Dios, consta de una introducción desvelada y quince cuentos. En ellos la autora despliega todas las herramientas propias para reírse de las reglas y las normas de la literatura actual. Llena de adjetivaciones y de citas, y de anécdotas, y de nombres, y de sutiles guiños, no descarta lo histórico, lo mítico, la filosofía y la ciencia, se pasea conforme a sus placeres por los oficios de los que escribimos, de los críticos y hasta con la anuencia de una prosa ágil y alegre, juega con las vocales.

Es un viaje único, el Desayuno en Marsella, el Almuerzo japonés con amigas en el barrio de Belgrano, la Cena chupa huesos con irónico final, La Marca chagásica que convierte a un posible asesino en escritor, la sorpresa de La otra Alicia, de feria de Frankfurt y conferencia en Berlín a una cuestión de identidad usurpada; sus invitaciones a la Feria del Libro de Guadalajara que la sometieron literalmente a poner El dedo en la llaga, el amor travieso y los malos entendidos de Rosa, Rosae; la muerte irremediable en su cuento La carta de amor, El encuentro inefable que solo logra Luisa en una breve historia que une a la Negra Sosa y Gardel. Claro que no se pierde en cuestiones vanas cuando nos explica los mitos propios de La sal de la Tierra, o nos atrae una Luna Menguante en un conventillo procaz llenos de macetas algo mustias. Se atreve a la parábola con La Gomera, que para mí es un breve pero magistral cuento que roza lo fantástico. Nos da lecciones de como debe meterse una escritora en la piel de su personaje durante Conjeturas del más Allá, nos sentimos un poco protagonistas de Perdición o El chiste de Dios, infelices al fin y termina este magistral compilado con El Narrador.

Cierro al decir de la propia autora, recomendando mucho éste volumen:

¡Ya vamos a ver quien toma la manija, es decir la palabra!

Basura

«Si hay basura en el infierno, el amor es el perro que vigila las puertas»

Charles Bukowski

La reseña de hoy tiene manchas, no es vana para el lector y espero que lo deje pesado y sucio como a mí. Es una nueva compilación de cuentos de Anahí Flores, recién publicada por Desde la Gente, en la que la autora decide tratar un tema controversial, que solo leí como argumento en el libro homónimo de Héctor Abad, en el que un escritor abolla sus textos y son recogidos por un vecino de un piso inferior.

En estos cuentos la literatura no es tratada como basura. Y la basura no siempre es lo que pensamos. Etimológicamente, la palabra basura proviene del latín vulgar versūra, que es la ‘acción de barrer’, que a su vez deriva del verbo verrĕre, que significa ‘barrer’ y tiene todo que ver con lo que reza el cuento del gran Tomás Downey -confieso que lo considero garante de cualquier obra, por su claridad literaria para lograr extrañeza – cuando construye una vida en la que seis hermanos toman tan a pie juntillas la frase de su madre: «Si está en el piso es basura», al punto de sopesar la idea de barrerla de sus vida, en Dos Bolsas. La antología cierra con esta gran historia, trasciende el hecho de la basura per se. Nos inquieta, cada una de las historias propone un ritmo, una cuestión que incomoda, pincha y hasta duele. ¿Somos basura? Si es así, ¿somos la basura que generamos?

Para Mariana Travacio, los Escombros del derrumbe sobre su casa son la excusa para mostrar la soledad olorosa de la protagonista, su desesperación. Máximo Chehin la turbia cotidianeidad de una pareja en la que uno de ellos acumula, se quema en cajas, Cajas en casa de amigos, que son un imaginario de una vida que no saben si seguirá compartida. Muchas miserias en cajas, un cuento imperdible.

Desechable, de Maumy González, nos lleva con cadencia a un punto donde el cuerpo, el propio, puede convertirse en basura. Mientras que Luciana Czudnowski nos sacude en arena la vida y la muerte, la inocencia y el Premio de no ver, su cuento que tiene lo ecológico como excusa para mostrar sin eufemismos una historia de vida, es breve, cinematográfico y llenos de olas marinas. Maschwitz de Martín Hain se mete fuerte en la identidad, los mandatos, la enfermedad, el cinismo, cuestiones inherentes a nuestra basura privada, y en un paquete de panadería envuelve su historia inolvidable.

Dejé para el final el cuento de la autora que seleccionó y compiló los anteriores. Junto con el cuento de Downey, es el que me interpeló. Y creo que Anahí Flores hizo un gran trabajo en la selección y en el bocado de basura que nos va dando hasta llevar a su Souvenir. Su cuento tiene todo lo que podemos pedir con medida: Distopía, realidad, nostalgia, cinismo, prolijidad, desamparo y la certeza de un futuro al que podemos llegar antes de tiempo.

Todo en Basura es irremplazable. No te lo pierdas. Siete cuentistas para conocer. Nada que barrer.

Distancia de rescate

“…el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar; la plaga inmóvil a punto de irritarse.” Samanta Schweblin

La hipermodernidad nos abruma, entonces buscamos en el campo, la soja, la siembra lo que no tenemos dentro. Este libro de Schweblin que no parece ser una novela pero tampoco un cuento, es además de galardonado, un suspiro contenido de principio a fin. La prosa de la autora no deja dudas y nos va cubriendo de extrañeza los momentos cotidianos, de miedos, de muerte y también de la nada. Esa nada con la que convivimos desde que nacemos.

Dos madres, dos hijos, mucha inminencia, la distancia del campo, su horizonte y otra distancia que une a la madre con su hija; un ambiente perfecto para la tensión que nos quieren mostrar y crear. No se la puede simplificar con un cuestionamiento ecológico, la historia es humana, fundamenta cada momento en los vínculos, esos que los herbicidas no borran.
De todos modos hay lugar en la obra para la crítica, la reflexión y hasta una vuelta de tuerca hacia la toxicidad de los hijos.

Distancia de rescate pasa por lo fantasmagórico, lo inminente, lo cruel con maestría y hasta aterroriza porque se nos hace posible. Hay un quiebre en ese hilo que nos une a la naturaleza, hay un quiebre en la humanidad.

Vamos leyendo y vamos sintiendo que somos parte de ese mundo donde la muerte vecina puede ser la nuestra y nos va dejando sin aire. Samanta Schweblin es una autora que crea estilos y que propone al lector siempre una búsqueda. No hay cierres ni soluciones mágicas sino una decidida conciencia sobre la culpabilidad de las víctimas silenciosas, en un mundo que es horroroso en su propia naturaleza y en la conducta humana.

La arquitectura de la historia es perfecta, el diálogo como interlocutor constante, las palabras adecuadas, los tonos inquietantes, el acecho de lo importante que nunca se logra ver. Las preguntas nos invaden. Las respuestas no llegan.

El tópico común del monstruo interior y el exterior, que maneja Houellebecq en Sumisión o Mariana Enríquez en Nuestra parte de noche, Samanta Schweblin lo transforma para volver novedoso lo ya dicho, único otra ves, con una frescura que sorprende. Distancia de rescate es una gran historia, para leer de un tirón. Más de una vez. Es incómoda, pero nos hipnotiza. Imperdible.

Que no nos limiten

Artículo no publicado en todos los medios locales a los que lo envíe.

¿Por qué nos odiamos? ¿Por donde pasa esa energía que nos inspira más a la división que al amor? Es muy posible que tengamos a ir hacia épocas fundacionales, unitarios, federales, socialistas, radicales, luego arribando el peronismo, golpistas de izquierda y derecha.

Todas antigüedades, pensamientos obsoletos que no sirven para modelar un país con alcance. Hacen falta nuevas miradas. Políticas de estado que nos contengan bajo un proyecto de país hacia el futuro.

            ¿Quién gana con el divisionismo actual? Un sistema instalado que pretende vivir del ciudadano y que no es ni de izquierda ni de derecha, porque va girando en un círculo poco virtuoso para nosotros, pero perfecto para ellos, que los lleva a mantenerse en el poder por décadas mientras los que trabajamos, los que la luchamos, aquellos que no viven de la teta de ese mismo establishment seguimos pagando impuestos, atiborrados de presiones que nos impiden crear y que nos mantienen ocupados en la subsistencia básica.

            Pero tenemos que trascender esta manera de hacer política, tenemos que poner en tensión estas estructuras instaladas que nos impiden potenciarnos o al menos ser mejores. Creo en la gente, en los ciudadanos, en todos, después habrá quienes demuestren que no valían la pena, pero por cada uno de ellos, habrá muchos para abrazar. Me resisto a pensar que no hay otra forma de vivir o de actuar más allá de la de la miserable condición gregaria actual.

            Los individuos somos importantes, todos y cada uno, los colectivos tienen sentido si se crean para estar en pos de los individuos y no de ideas absurdas o supuestas verdades absolutas o indiscutibles.

Demos vuelta la política, pongamos en tensión cada uno de sus frondosos esqueletos públicos. Peleemos por la división de poderes y la República, porque si no comenzamos a crear un proyecto que nos una y nos propulse al futuro, estamos condenados.

Los invito a seguir pensando como individuos. Decía José Martí: El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo.