«En el momento en que no reconoces a tu propia madre, no hay más puntos de referencia. Nada está fijo y no hay nada a lo que aferrarse, ni siquiera el rostro materno»
Laura Alcoba
La casa de los conejos es una autobiografía ficcional que describe el silencio y el alerta continuo de una niña, hija de activistas en la guerrilla montonera, que tras ir de lo de sus abuelos a casas tomadas, en autos robados y después decaer preso el padre, pasa a la clandestinidad junto con su madre durante los violentos meses que anteceden al llamado «proceso de recuperación nacional». Se mudan a una casa donde se supone que se crían conejos, en la que funciona la imprenta del periódico de oposición «Evita Montera», sus padres eran periodistas del diario El Día hasta que debieron ocultarse por la militancia.
´Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, sólo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra. No lo entenderían. No por el momento, al menos´, dice la protagonista siendo una niña de apenas siete años. Es conmovedora la estoicidad que logra la autora en esta voz primordial para contar la historia. Lo mejor, a mi juicio, es la construcción del personaje, que a pesar de vivir en un mundo de adultos, en ocasiones siniestro, no pierde nunca la inocencia y la percepción mágica de la vida que todo niño tiene.
La prosa es simple, no deslumbra, pero el personaje está tan bien logrado que no necesita más. Laura Alcoba nos mete en la historia argentina vista con ojos de niña alerta, niña que debe mirar para atrás, que sabe que una mujer tejiendo en un auto es un peligro, que conoce la cárcel y sus abusos a través de la visita a su padre, que se relaciona con gente violenta y logra preservarse. No cae en lugares comunes ni en sentimentalismos. Nos cuenta, nos muestra, y fija constancia de lo que ella vivió de la etapa argentina del 1975 en adelante. Y nos deja llenos de preguntas. ¿Cómo obligar al silencio a tu propia hija? ¿Cómo pudo con tanta muerte esa niña? La autora no revela juicios, muestra hechos, los hechos de su vida.
Sin dudas es un relato de historia nacional, que sin pretenderlo, nos cuenta una historia que no comenzó en esa fecha, sino antes, tal vez en el 72/73 pero que pocos quieren recordar. Esta visión selectiva de la memoria no funciona así en La casa de los conejos, una novela de voz clara, directa, brutal, y que nos muestra un retazo de vida de la guerra desatada entre militantes y estado.
Las memorias de Laura Alcoba conforman el primer relato de una menor de padres militantes, nos cuenta la vida escondida en una casa de seguridad mientras el rostro de su madre, una que ya había cambiado su fisonomía, aparecía en avisos de «buscada«, esta niña tuvo que ser otra, con otro nombre a los siete años y debía cargar con el silencio y el miedo de que «todo» lo que ella dijera pudiera delatar a su madre y la podría ver asesinada. Ni aunque le claven clavitos en las rodillas hablaría, ni aunque la corten con pequeños vidrios ahí, no podía hablar. No podía decir.
Laura Alcoba exorciza a esa niña en la Casa de los Conejos, que es una lectura necesaria para comprender el horror, el miedo y la persecución a la que ella fue sometida . Y ella fue una de muchas.
La autora lo describe así: «Puede parecer extraño, pero para una niña en esa situación, estar escondida se convierte en parte de la vida cotidiana». «Ella aprende muy rápidamente que en invierno hace frío, el fuego arde y nos pueden matar en cualquier momento. Pero es abrumador para una niña pequeña debido a la seriedad de cualquier pequeño error que pueda hacer que pueda poner al grupo en peligro. No siempre maneja lo que se supone que debe decir y no decir. Es como si estuviera en un disfraz que es demasiado difícil de usar «