Diario de Cuarentena: Caja.

La libertad suena donde las opiniones chocan. Adlai E. Stevenson

Buen domingo para todos, Tres meses y medio atrás, no teníamos conciencia del valor de la libertad en la que vivíamos. Y hoy no tenemos conciencia del sentido de esclavitud que adquirimos. Cada vez más el otro es un enemigo mortal. Los gobiernos sostienen que es delito federal ver a tus amigos, o reunirse. ¿Saben desde cuando no ocurre esto? Sí, lo saben. Pero hacer cola con desconocidos no es peligroso, tener trato cotidiano con el panadero o verdulero tampoco, ir al banco o al cajero para pagar impuestos no nos hace nada. Ahora, si se te ocurre festejar algo podés ir preso. Si te pegás un abrazo con tu viejo, lo querés matar.

Muchos dicen que esto es cavernícola, y es verdad. Pero veo algo peor, esto es debilitante, Nos quiebra, nos deja sin cable a tierra. Y para comprender que está todo mal, digamos que abrimos la sociedad cuando más casos tenemos, o sea estuvimos encerrados tres meses por las dudas y cuando el virus finalmente llegó comenzamos la apertura. Una payasada. Lamento no creer en la bondad de las autoridades, prefiero confiar en gente que conozco y a la que no puedo ver. Los ancianos cada vez más tristes y flojos porque a diario les recuerdan que la muerte esta cerca, pero esta vez además los aisla. Tenemos a los niños y a los adolescentes hace tres meses y medio encerrados por las dudas. ¿Por las dudas qué? que un virus contagioso pero de muy baja letalidad les agarre? Entonces vivamos para siempre en una caja de cristal hasta que nos muramos asfixiados por el propio monóxido de carbono. Porque hay mucho riesgos aparte del corona, podés contraer muchas enfermedades en la vida, y sí, también te podés morir.

Yo quiero hacerlo lo más tarde posible, pero libre. Eligiendo. Sintiendo que hay futuro y que no depende de paladines mediocre que solo quieren cuidar su trasero. Mientras nuestros jóvenes son «asesinos irresponsables» si se quieren juntar. Basta de privilegios para pocos y encierro para todo el resto. Exijamos transparencia e idoneidad. Porque si no lo hacemos, no hay libertad y sin libertad no hay mañana.

Diario de cuarentena: el otro.

Ya me da vergüenza decir de cuarentena a los 91 días, pero es un nombre simbólico que siento que adquiere cada vez más significado en este juego diario que nos propone un poder draconiano y obsoleto que pretende tapar su ineficacia con runners.

Pero, a pesar de la cuestión política y de los deseos de muchos, sigo con la fuerza necesaria para producir, escribir, tratar de que la literatura y la cultura no sean anuncios y quimeras. En la cultura parece que vivimos para preguntarnos, pero siempre hay que pasar al acto, porque de lo contrario somos filósofos de la cultura, no artistas. Por eso escribo, aunque me repita y te aburra. No es fácil la creatividad 91 días seguidos. Hoy me pregunto por vos, por ese otro que me lee y que también soy yo. Porque soy con tu lectura.

¿Qué pasa en tu vida? ¿estás solo? ¿estás bien?. Y me permito recordar otros momentos de hace más de treinta años atrás o cuarenta, cuando los virus, el sarampión que creo que hoy sería de una infodemia total, la viruela, la varicela, la tos convulsa, y otras enfermedades que hasta nos obligaban a contagiarnos para que las tuviéramos todos los hermanos juntos. Y apelo a esto para equilibrar nuestro miedo. Este virus es un virus, no se va a ir, y aunque quieran que nos encerremos para siempre, es la metáfora del esclavismo. Tenemos que superar el morbo de contar quien muere y quien se contagia al minuto y vivir, o sino, ya estamos muertos. Es contagioso, sí. Es letal, a veces, muy pocas veces, como casi todos los virus. Y gracias a DIos que es así. Pero la vida es riesgo, no es de lo único que podemos morir. Y no veo que le dediquen tanta tela a otras patologías terribles que padecemos los humanos. No somos eternos. Es hora de comprenderlo y de vivir con ese certeza.

Te invito a compartir tus experiencias, a evidenciar tus sentimientos, a no callar. Y si me leés, escribime. Aunque a nadie le importe, vos me importás. Me importa saber como la estás pasando en una sociedad donde en pos del bien común, nos encierran, nos abruman, nos aniquilan, y apelan al morbo de la peor manera, enfrentándonos. Somos gemelos y espejos, en este andar apesadumbrado y feroz, Por nosotros, debemos unirnos, y en paz.

Diario de Cuarentena: Olores

Domingo. Un día de aromas en mi recuerdo, el tuco de mamá en la cocina de Coronel Suárez, la abuela que venía a la mesa enfundada en batones floreados y cuentos de oriente. Mis hermanos pequeños corriendo alrededor de la mesa, mientras hacía las tareas para el hogar. La santa rita del patio florecía leve y se sostenía por bastones que le ponía mamá. Un Farol iluminaba las noches de patio, pero esas ya son otra historia.

Hoy quiero detenerme en el sentido olfativo de la vida. Ese que nos hace permanecer los recuerdos, el que ayuda a que un domingo cualquiera sea inolvidable. Mientras me propongo, a pesar de mi poca destreza hacer un tuco en casa, percibo un mal olor.

Pero este es distinto, es del otro tipo de olfato que tenemos, ese que viene con el instinto, el que avisa desde la amígdala cerebral que estamos en peligro. El que pone a prueba nuestra supervivencia. El olor a carroña y a peste perpetua. Uno que atraviesa la piel para erizarla y nos vuelve fieras. Un olor poderoso a trama incestuosa y política que abruma todo mi ser.

Siento olor a encierro, como esos placares viejos, pero lo siento en la entraña. Pretenden encerrarnos para siempre en una caja a presión. Una de la que pocas sociedades pudieron salir, y necesitaron siglos para hacerlo. Me da pavor sentir este olor. Tiene en su piel el sudor de los esclavos, la estupidez de los totalitarios, la sincera sumisión de la ignorancia y la violencia despiadada de los dictadores. No puedo olerlo más sin desmayarme. Por eso me corro, para seguir luchando. Y volver a sentir el jazmín y la violeta y el álamo plateado. Para volver a ser libre, primero en mi mente. Y desde allí, como siempre, luchar con la palabra como vehículo de ideales que alejan el confinamiento y la mentira de la sociedad.

Ya estoy por la parte en que revuelvo el tuco de domingo, corrí el miedo de mi esencia, y ahora aspiro el tomate y la albahaca, sin hacer caso al deseo de otros y viviendo el mío, libre. Sin mal olor

Diario de cuarentena: Paciencia

Hoy me dejaron encerrada en casa. Sí. Encerrada, se llevaron las llaves, yo estaba encerrada en mi cuarto cursando mi posgrado en gestión y comunicación online, y cuando sonó el portero, que en estos momentos de pandemia, seguro es un cobrador, porque parece que para ellos no hay cuarentena, noté que no podía salir de casa. Claro que siempre está la opción de subirme al sillón, abrir el ventanal, salir toda arañada, treparme a las rejas y quebrarme algo. Pero elegí gritar desde la puerta que me estaba encerrada. La mujer cobradora me miraba sin creerme, como diciendo, vieja, sabés la cantidad de bolazos que me como. Y yo subí mis hombros diciendo, si querés creeme y sino no.

Tras esta escena llamo a mi amor de muchos años y le digo, me dejaste encerrada, y el me dice que hable con mi hijo que jugó en la play hasta la madrugada y duerme en su búnker privado delante de casa, otrora estudio de su madre. Dicho esto, me corta.

Y me siento en pijamas de corazones en el cuarto de estar tras pegar un portazo y encerrarme en él, tratando de decidir si me enojo, si lloro o si río. No hago nada. Es que esto del encierro no es poca cosa. Terminamos tan cara a cara con nuestras miserias. Personales, familiares y sociales, que no queda otra que cultivar la paciencia. Sí. Paciencia. Esa que tiene significados extremos, desde ser la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien hasta el chiste sincero que dice que es el arte de tratar con amor y tranquilidad a un pelotudo.

Como sea, voy a cultivar mi paciencia todo el día, con resultado incierto, es especial ahora, que acabo de ver los diarios. Dios, cualquiera sea, nos guarde.

Diario de cuarentena: Salud Mental

¿Cómo va el confinamiento?, ¿sos de los priveligiados que tienen una vida casi normal con barbijo, o te toca el arte del aburrimiento y el encierro como a mí? Me parece interesante esto de las inequidades, es casi como una continuidad de las castas, pero aceptadas por todos.

Una supuesta casta de sabios, que nos cuidan y protegen y se encargan de nuestra salud, una casta comercial que elige que sólo consumamos comida y medicamentos. Otra casta empresarial que se aboco a los tapabocas con mayor o menor grado tecnológico o si no muere, y los comunes. Hay otras en el medio, como los educadores, que en general luchan contra una tecnología para la que no estaban preparados.

Los comunes, aquellos que de vivir en libertad pasamos al encierro y al miedo. Los que nos quedamos sin la posibilidad de trabajar, los que cercenamos nuestras mentes para no morir. En este universo de la posverdad se olvidan de la salud mental. Y de eso quiero hablar hoy, ¿cómo la llevás?

Porque la mente, la salud de nuestra mente, es fundamental para tener defensas, para estar íntegros, para ser dignos, para luchar contra aquello que pretenda dañarnos. Pero también, si está debilitada, nuestra mente nos enferma, nos transforma en sometidos, nos aísla, nos aterra y nos traiciona.

¿Cómo cuidar nuestra salud mental? porque en una época donde supuestamente nos quieren cuidar, está terriblemente abandonada. Por eso te invito a que la cuides vos, con lo que quieras, gimnasia, yoga, terapia online, un diario, oración. Lo que te sirva, porque la salud mental es nuestra mayor defensa, es la que nos provee la posibilidad de pensamiento crítico y la que no podemos dejar que la afecte el virus de la impunidad. Expresemos lo que sentimos, lo que pensamos, lo que somos, a pesar del miedo, del control y de la crítica, cierro con una frase que me parece pertinente de Sigmund Freud: Las emociones no expresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas.

Diario de cuarentena

Día 20 de cuarentena. Ya pienso como presa. Y busco escape donde sea, ventana, patio, frente. La historia contemporánea nos juzgara como la generación que no pudo con los hijos ni con los entenados. Seguimos repitiendo errores en forma cíclica y los líderes del mundo son cada vez peores. Por supuesto no somos la excepción.

Tuve la idea de volverme atlética en esta cuarentena y hago hace unos días cien abdominales diarios, pesas y uno que otro salto a la soga. Todo para que la culpa no me ataque al comer galletas dulces mirando netflix y llorando con las mismas películas viejas que elijo una y otra vez.

Y sí, en el fondo todos somos un poco grasas y romanticursis, gordos pochocleros al fin. Me enoja mucho una sola cosa, ¿Por qué no me agarró esta puta cuarentena en el mar? Si dios sabes que amo el mar, que me puedo endeudar meses con tal de verlo, que soy feliz con su olor. ¿Sera que no hay Dios?

A pesar de estar bautizada, confirmada y re confirmada, me casé en pecado con un divorciado. Este debe ser mi castigo de fe. O tal vez sea porque no he confesado las mentiras dichas, o las puteadas que le he pegado al cielo ante las injusticias. O porque como me dicen en las redes, no soy fácil de convencer y no me gusta rendir mis pensamientos ante la masa crítica. Vaya uno a saber.

Les cuento que fuimos abandonados por nuestro hijo menor, que se amotinó en Doña Sofía para ser libre al sol con sus mascotas, así que la pareja se va a ver las caras sin intermediarios. ¡A la pelota! ¡Comenzó el partido!.

Diario de cuarentena

Y se abrirán las aguas. Qué profecía, Corre el día nueve y ya no pensamos todos igual en casa. La necesidad tiene cara de hereje, reza un dicho popular. Y parece que mi amor tiene más necesidades externas. que tengo una urgencia, que soy sanitarista.

Y mi egoísmo empieza a aflorar. No me quiero enfermar. No quiero que mis hijos se enfermen. No quiero que pase nada. Lo odio cuando resuelve salir a cubrir urgencias veterinarias y ponernos en riesgo. Y lo amo por lo mismo.

Cuánto del ego para trabajar en estos días de encierro. El de él, por creerse todopoderoso y salvador de los caniches del mundo. Y el mío y el de todos nosotros, por suponer que estar adentro nos va a salvar de algo. La razón me indica que debo seguir las normas sanitarias. Y la misma razón me dice que si seguimos encerrados y sin trabajar nos vamos a morir, pero de hambre, de miedo y de ineptitud. ¿Cuál será el justo medio ? Dónde estará la verdad, si es que hay una.

El problema más serio es la credibilidad de uno con el otro. La credibilidad entre nosotros, los que habitamos esta pequeña muestra social, ya está en ciernes. Y ni hablar la credibilidad hacia los gobiernos y la OMS. Es que los humanos nos traicionamos tanto que ya no sabemos quiénes somos.

Cuestión a resolver. Si se dividen las aguas, ¿ en que costa te quedás? ¿Cruzás o no?