Día 20 de cuarentena. Ya pienso como presa. Y busco escape donde sea, ventana, patio, frente. La historia contemporánea nos juzgara como la generación que no pudo con los hijos ni con los entenados. Seguimos repitiendo errores en forma cíclica y los líderes del mundo son cada vez peores. Por supuesto no somos la excepción.
Tuve la idea de volverme atlética en esta cuarentena y hago hace unos días cien abdominales diarios, pesas y uno que otro salto a la soga. Todo para que la culpa no me ataque al comer galletas dulces mirando netflix y llorando con las mismas películas viejas que elijo una y otra vez.
Y sí, en el fondo todos somos un poco grasas y romanticursis, gordos pochocleros al fin. Me enoja mucho una sola cosa, ¿Por qué no me agarró esta puta cuarentena en el mar? Si dios sabes que amo el mar, que me puedo endeudar meses con tal de verlo, que soy feliz con su olor. ¿Sera que no hay Dios?
A pesar de estar bautizada, confirmada y re confirmada, me casé en pecado con un divorciado. Este debe ser mi castigo de fe. O tal vez sea porque no he confesado las mentiras dichas, o las puteadas que le he pegado al cielo ante las injusticias. O porque como me dicen en las redes, no soy fácil de convencer y no me gusta rendir mis pensamientos ante la masa crítica. Vaya uno a saber.
Les cuento que fuimos abandonados por nuestro hijo menor, que se amotinó en Doña Sofía para ser libre al sol con sus mascotas, así que la pareja se va a ver las caras sin intermediarios. ¡A la pelota! ¡Comenzó el partido!.