Un cuarto propio

“Un cuarto propio” es un ensayo de Virginia Woolf que se publico en principio en 1929. Es una extención de dos conferencias que la autora dio en universidades, y que tenían un público femenino, de la Universidad de Cambridge.

Un cuarto propio, habla de la necesidad de un espacio por parte de las escritoras, y de las mujeres en general, en el sentido figurado y en el propio sentido; un espacio -un cuarto propio- en un mundo de hombres especialmente en el ámbito literario, donde las mujeres debían elegir que ser mientras el hombre podía ser más de una cosa a la vez. Padre, empresario, pero no madre y exitosa. O madre y escritora.

Hasta su propio padre le vedó el derecho a una educación universitaria a Virginia Woolf, que resultó ser una de las escritoras más influyentes del siglo XX . En las conferencias, Woolf se anima a hablarles a todas las mujeres que lograron tener una educación formal, insistiendo en la necesidad de entender lo relevante que es educarse, pero sin olvidar desde ese lugar de mujer educada, la situación elemental de las mujeres en general dentro del ámbito social de la época.

Woolf establece la existencia de un contrapunto particular entre cómo los hombres al escribir ficción idealizan a sus protagonistas femeninas, y como los mismos hombres las tratan en la vida cotidianas. La “mujer de ficción”, diosa, musa, poseedora de la mirada artística del hombre y privada de un rol social en la vida real. Habla de una mujer propiedad del hombre, que sin embargo la describe en la ficción como alguien a quien reverenciar. “Un cuarto propio” además, da cátedra sobre lo dicho por e escritoras como Jane Austen, las hermanas Brontë y George Eliot, sin olvidar las ideas académicas y feministas de Jane Ellen Harrison.

Virginia Woolf brilla en “Un cuarto propio”, muestra su voz, su estilo y su libre pensamiento, y es por eso que es un libro fundamental en la historia literaria y en la social, porque aunque creamos haber adquirido derechos, este libro nos muestra cuanto falta por actualizar respecto a la igualdad y a la necesidad de contar con una vida literaria provista de un cuarto propio, donde procesar la ficción escrita por mujeres.

Diario de cuarentena

Sexto día, obligada. Porque llevo como doce encerrada en casa, con patologías diversas y neurosis múltiple. Y es como que todo lo cotidiano y amoroso de ser madre me empieza a molestar. Sumado al hambre feroz que produce la ansiedad del aislamiento compartido. Porque convengamos que sola, sola sola sola sola, sería otra cosa.

Sola en pelotas por la casa toda mía, viendo la serie que se se me canta, escuchando mi música a todo volumen, ahí si que capaz me sentiría en una especie de califato femenino auto-gestionado. Te juro que me pondría esa bombacha Victoria Secret para ocasiones especiales, pero yo sería esa ocasión, mucho perfume de Estée Lauder, una buena caipi en la mano ¡y a vivir!

Pero bueno, corramos el telón de película yanqui y vayamos a la realidad. Acá estamos, seguimos con algunos dolores de garganta y tomando fiebre, mucho té de miel y jengibre y la sensación constante de ser monigote de alguien. No se si de los chinos mugrientos, de las multinacionales o de Evo Morales, pero de alguien lo soy. Porque este virus está raro, huele raro, muere raro, todo raro.

Los líderes del mundo se cuidan de lo que dicen y de golpe son todos angelicales. Ángeles caídos que cuidan sus millones y no se ocuparon nunca de si hay o no respiradores. Médicos que son santos en Mercedes Benz y sistemas de salud baratos, que te sirven cuando estas sano. Paradojas de la política, che.

Y aquí estamos, vos y yo, en un sexto día de cuarentena obligatoria por colgarnos de la cadena de acero quirúrgico que tiene dos eslabones (dos) forrados en oro 24 quilates y que nos costó mucho comprar. Nos pica y nos molesta todo. Porque tenemos motivos. Porque la casa ya tiene el olor del perro, los hijos del alma pasan a ser otra clase de hijos y el amor de tu vida es tu peor pesadilla. Pero tranquila, que ésto, recién comienza. Mañana te paso una receta, para que seas feliz.

Agua Salada

Mientras en la olla se olía hervir papas y batatas, el microondas cocinaba calabazas naranjas y una pequeña vela oraba por su padre muerto, Cata intentaba meditar para salvarse.

El cansancio por el día a día no facilitaba el intento, pero le permitía pensar en su búsqueda. Salud principalmente, pero ni siquiera eso lo buscaba para ella. Pensaba siempre: “Dios, dame salud para criar a mis hijos, aún tienen 12 y 18 años”.

No la quería para viajar, divertirse, hacer el amor, divorciarse, buscar un nuevo desafío, crear una fundación. Nada. Cata había perdido el deseo, no había algo propio, ella vivía para…

Para Martín y sus viajes que la desarmonizaban. Para Nadia, sus tareas, deportes y rutinas, para responder todas las preguntas con paciencia infinita (aunque alguna vez se irritaba).

Para Pablo y sus planteos, su necesidad de crecer, gritando desaforadamente pensando que así lo lograba. Para su madre viuda, que la requería a diario, que le informaba sus tristezas casi con regocijo, que hacía de ella una madre, una esposa, hasta una amiga, sin considerar su orfandad. Para sus tíos que reclamaban atención y mimos, para accionar socialmente, para oír, calmar, ayudar, buscar, traer, bañar, alimentar y limpiar.

¿Dónde se escondió el sueño de libertad que la poseía? Cuando el cabello volaba sin tener que pedir permiso, y las puestas en escena se usaban para lograr cometidos.

Una noche en especial, Cata sintió que la vida le corría por dentro, agitada y doliente, peleando por derechos en la explanada de la facu, rogando que sí, que la maten esos milicos de mierda, que la transformen en mártir, llena de sangre y sudor con el cartel en la mano. Ahí quedo todo.

Porque la vida se encarga de descascararnos y llenarnos de sinsentidos cotidianos que nos muelen. Cata era molienda.

—¡Señora! —se oyó.

—Hola, José, tratá de no cortarme los plantines esta vez.

José era el hijo de Juana, la señora que ayudaba a Cata, un chico de unos veintiséis años, ruliento y maloliente, que arreglaba los patios del barrio. “Poco seso y mucho músculo”,

pensó Cata. Pero en seguida subió su mano y se acomodó la trenza cosida.

Mientras movía cosas en la mesada, Cata comenzó a sentirse joven y darse cuenta que tenía curvas, y que su ropa maternal no impedía nada. No prohibía nada. Ofreció mate para pasar el rato, y en el momento en que cebó noto la suave mano de José sobre la suya.

Y pasó. Ya en la cama, los cuerpos se atraparon en un concierto de tierra y piel, para gritar juntos la ignominia de lo cotidiano y revolucionar lo propio. Cuerpos sin mente. Solo momentos. Que se pudren si se continúan. Que se llaman así.

Un acertijo de pieles que pudieron y se atrevieron. El olor y el hervor eran justos. Pecadores.

Y así Cata comprendió que la salud la necesitaba ella, que el día seguía igual si no lo modificaba y que los sueños de cambios los llevaba dentro, apretados en la uña del dedo meñique que nunca quedaba bien pintada.

La cama revuelta era la revolución. La suerte echada. La potencia del ser. Una patada a lo cotidiano. Insolencia. Desgarro. Y privacidad. Privacidad, lo que más extrañaba de aquella Cata sola.

—Señora, el mate —oyó a lo lejos.

—Gracias —dijo—. ¿Tomás otro?

—No, deje, se me hace tarde.

Cata tomó el mate, caminó hacia la cocina, se paró frente a la mesada, las ollas seguían hirviendo, metió un dedo en la de las calabazas y lo chupó. “Sí —pensó sonriendo—, el agua está salada”.


Cuento que pertenece a Una más Una, publicado en 2017 por Editorial Rama Negra, que relata 22 historias de mujeres diversas y únicas, con sus grises y sus deseos, algunos postergados por la violencia ajena.

Una más una

Contratapa: «Cuentos que cuentan de mujeres, relatos que relatan momentos de la vida de esos seres humanos que se han identificado con el género y lo han convertido muchas veces en destino. Y ahí, la mirada de Soledad se deposita sensible sobre la vida de esas personas que desean, sufren, sienten, descubren; una mirada que, convertida en voz, expresa los límites del género como destino de los seres humanos, y especialmente de las mujeres.
Una más Una nos habla de las cárceles innumerables y constantes, las jaulas en las que a veces caemos, a veces nos construimos y generalmente nos son impuestas desde el nacimiento: el amor romántico, la maternidad romántica, la heterosexualidad como norma, la renuncia a los propios sueños y a lo que nos late en lo profundo, la búsqueda de la felicidad en lo que nos aliena y la violencia, claro, la violencia que todo eso genera. Innumerables cárceles de la modernidad; de algunas escapamos con vida, de otras no.
De todo eso dan cuenta esas historias que Soledad nos trae en su hermoso libro». Lala Pasquinelli

Del prólogo de Silvia Pluis:

Lo primero que me pregunté fue: ¿por qué veintidós cuentos?

Pensé en la figura del Loco del Tarot (22), ese arcano arquetípico que representa el grado máximo de la evolución del ser y la libertad olvidada; en el alfabeto hebreo de 22 consonantes; los proverbios de Ben Sira, 22 en arameo y 22 en hebreo.

Las letras construyen y dan vida a la realidad. Arquetipos, logos y, en el centro, la figura de la mujer.

Lilith. El reflejo más oscuro de nuestra alma. Ese mito arquetípico. Protagonista principal en una de esas historias que necesitamos como humanidad para entender lo que no se puede comprender de otra forma.

Lilith. La primera mujer, la que fue hecha a la par del primer hombre, Adam. “Varón y hembra los creó”, dice el mito de origen. La que saca lo escondido de todos, y junto con eso sale la fuerza del cambio y la transformación. La que tiene la fuerza para decir “no” y asume el precio del silencio. Tomar la decisión de ser y cortar el ciclo de mujeres sufrientes, de eso se trata.

Lilith es la serpiente que ofrece la manzana a Eva (mujer costilla). La mujer independiente, perdición de las esposas sumisas.

Una más una describe veintidós “Lilith” miradas desde diferentes momentos y lugares. Y como bien dice su autora: “En este libro me animo a exorcizar historias que permitan crecer”. En lo personal, me quedo con uno de los finales de “Prueba y error”, un maravilloso relato de este libro: “Somos la guerra perdida, el desencanto, la pesimista enmienda detrás del horror. Somos propios por descarte, por definición. Perdemos en el “pudo” la esencia de nuestra corporeidad, tal vez para volver etéreos una y otra vez a vivir la misma vida”.