Sexto día, obligada. Porque llevo como doce encerrada en casa, con patologías diversas y neurosis múltiple. Y es como que todo lo cotidiano y amoroso de ser madre me empieza a molestar. Sumado al hambre feroz que produce la ansiedad del aislamiento compartido. Porque convengamos que sola, sola sola sola sola, sería otra cosa.
Sola en pelotas por la casa toda mía, viendo la serie que se se me canta, escuchando mi música a todo volumen, ahí si que capaz me sentiría en una especie de califato femenino auto-gestionado. Te juro que me pondría esa bombacha Victoria Secret para ocasiones especiales, pero yo sería esa ocasión, mucho perfume de Estée Lauder, una buena caipi en la mano ¡y a vivir!
Pero bueno, corramos el telón de película yanqui y vayamos a la realidad. Acá estamos, seguimos con algunos dolores de garganta y tomando fiebre, mucho té de miel y jengibre y la sensación constante de ser monigote de alguien. No se si de los chinos mugrientos, de las multinacionales o de Evo Morales, pero de alguien lo soy. Porque este virus está raro, huele raro, muere raro, todo raro.
Los líderes del mundo se cuidan de lo que dicen y de golpe son todos angelicales. Ángeles caídos que cuidan sus millones y no se ocuparon nunca de si hay o no respiradores. Médicos que son santos en Mercedes Benz y sistemas de salud baratos, que te sirven cuando estas sano. Paradojas de la política, che.
Y aquí estamos, vos y yo, en un sexto día de cuarentena obligatoria por colgarnos de la cadena de acero quirúrgico que tiene dos eslabones (dos) forrados en oro 24 quilates y que nos costó mucho comprar. Nos pica y nos molesta todo. Porque tenemos motivos. Porque la casa ya tiene el olor del perro, los hijos del alma pasan a ser otra clase de hijos y el amor de tu vida es tu peor pesadilla. Pero tranquila, que ésto, recién comienza. Mañana te paso una receta, para que seas feliz.