Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano, herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas y dejaré que el viento me bañe la cabeza Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos: pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Arthut Rimbaud
No sé ya qué pensar ni qué decir, tantos meses de cuarentena para nada, para tener una situación tan o más crítica que si no la hacíamos, pero con infinitos derechos perdidos, como el de libre circulación. Mi ciudad aún tiene montículos de tierra en algunos accesos. Argentinos temiendo a argentinos, argentinos denunciando a argentinos, argentinos odiando a argentinos. Hay una guerra de egos desatada que impide ver lo real, como si esos senderos surrealistas crecieran para el desamor, como si el viento en la cabeza nos quitara las ideas, entonces la sensación es la de no estar en casa. Ya no estamos en casa. Nos perdimos y volvemos una y otra vez a soñar el mismo sueño, que nos lleva una y otra vez al fracaso. La furia desatada entre la gente tiene que ver con la irracionalidad del gobierno, que sostiene el avasallamiento a la propiedad, es más la propicia, con una Ministra de seguridad cargada de teorizaciones y sin experiencia que siente que puede filosofar mientras a una familia le arrebatan lo logrado en su vida. Todos parecen delirar en un momento donde la norma y la gestión se hace necesaria para garantizarnos derechos a la salud, a la vida, a la propiedad, a la circulación, al trabajo, a la libertad. No están en una ronda filo poética con Rimbaud, es hora de dejar de jugar y de gobernar, porque se nos despega la fachada y estamos heridos de muerte.