El mundo parece mentira. No es posible seguir el día a día sin relacionar lo que ocurre con cuotas de odio. Pero en Argentina, el odio es el pan de cada día. Odio al que tiene, odio al que no, odio al que se defiende, odio al que ataca, odio al rico, odio al pobre. Una constante segregación que nos va debilitando y transformando en seres mínimos, aterrados por un análisis que paradoja al fin, es mala noticia si da positivo.
Baruch Spinoza, definió el odio como un tipo de dolor que se debe a una causa externa. Aristóteles ve el odio como un deseo de la aniquilación de un objeto que es incurable por el tiempo. Por último, David Hume cree que el odio es un sentimiento irreductible que no es definible en absoluto.
Siguiendo a Hume, este odio social que parece atravesarnos, se transforma en su irreductible indefinición en una constante social. Pero si estamos ante un enemigo sistémico que no sabe de ideologías ni de partidismos, seguir sosteniendo el odio para ser la pantalla para ocultar el miedo. Miedo a un resultado positivo. Personalmente creo que el temor pasa por la falta de identidad. En un país que se empeña en falsificar su historia y transformarla en discurso, en castigar la honestidad y premiar la corrupción, parece hasta lógico el miedo a la verdad. Tal vez por eso no hacemos test. No queremos saber lo que pasa, lo que realmente ocurre. Porque el odio y el miedo son la comida necesaria para atropellar las instituciones y crear resentimiento y venganza. A nuestro gobierno le gusta disciplinar, así lo escribió la vice en su libro , textualmente habló de disciplinar al campo con retenciones, como si la Constitución no existiera, y las retenciones fueran legales. Y así lo hizo, tal vez porque el odio venga de la necesidad de castigar al que tiene sin haberse corrompido, o tal vez solo para la tribuna, Como todo lo que vivimos desde hace unos 130 días, en una crónica anunciada de un posible positivo.