Diario de Cuarentena: Adiós

Último día del año. Último diario. Sigue la cuarentena brutal a la que fuimos sometidos. Nada cambió. No somos libres de transitar ni de abrazar ni de viajar ni de besar ni de reunirnos ni de gritar, pero podemos abortar, recortar ingresos a jubilados, vacunarnos con nombre ruso sin papeles, aunque nosotros debamos llenar formularios para respirar. Un año que nos dejó muerte, miedo, inseguridad, hambre, virus, totalitarismo, miseria y mucha pero mucha bronca. A fin de 2019 se oía decir que el presidente anterior era un gato negro por bajar las reservas y tener un dólar a 60 pesos, a fin de este año con el dólar llegando a 170 y sin reservas el nuevo presidente parece inmune. ¿Será posible tanta hipocresía populista? Todos lloran a Maradona, yo lloro a Pele y a Monona, al Chiri, a Evelyn, a los nonatos y tanta gente apreciada que no pude despedir.

En lo personal temblé con el virus cuando mi hijo lo tuvo y no me inmuté al tenerlo, estudié mucho, escribí mucho, me enojé mucho, fui traicionada y me publicó Clarín. La vida. Les dejo para cerrar el diario un pequeño texto propio, porque quiero que mis palabras le den fin. Deseo libertad, educación y paz, como siempre.

Una cabra le sonríe al cielo antes que yo, será que sabe que este año me está costando la sonrisa. Tanta injusticia hizo que se derrita la coraza con años construida, y entonces comienza el sacrilegio de los sueños. Cae redonda al piso la verdad ante la mugre, la paciencia ante el apuro corruptible y se demora la leyenda. Es que nos volvimos carne viva, llaga, estúpida noticia, volvimos a ser fetos a los gritos y un hilo nos ató en silencio. Morimos muchas veces en otros para nacer con Carola rosa chicle y no pudimos con el miedo. Tan mediocres, tan humanos, pedazos de carne colgados de una aplicación que nos cuida. Como reses.

Soledad Vignolo Mansur.

Diario de Cuarentena: El embalaje

En el día de los fieles difuntos, o día de los muertos, que es una celebración basada en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa, y jugando con la idea pagana de que los muertos vienen la noche anterior a compartir nuestras comidas, propongo pensar en este día cristiano, desde el lugar que quieras, a los muertos de estos últimos meses, del último año, como el contenido de un embalaje siniestro que nos han querido vender.

Nos trataron de empaquetar en relato, que lo importante es la vida, pero solo hablamos de muertes, que vinieron a cuidarnos, pero solo nos matan de hambre, de ignorancia y de tristeza, que vinieron mejores, pero solo han perfeccionado la impunidad, que les importa el pueblo, pero el ministro es made in y prueba sus teorías bobas con nuestra economía. Que la riqueza es mala, salvo que sea de ellos, que la patria grande esto o lo otro, pero la patria grande es así si es populista. Traen versos setentistas como si fueran rezos, algo que nos dió como país muerte y división. Versos obsoletos y para no hacerse cargo apelan a clásica retórica de los que no tienen qué decir vida/muerte, buenos/malos, y otras mediocridades similares.

El gesto que las mentalidades más críticas de este periodo se atreven a realizar no fue, en principio, más que eso, un gesto, pero repercute significativamente a la hora de plantear las viejas y nuevas preguntas sobre la vida. Los modelos habituales se ponen en cuestión, como el derecho a la propiedad, cuando menos porque se empaña la aureola de credibilidad de los derechos adquiridos. A partir de allí, la ideología dominante o emergente ha ido jugando con la articulación y definición del pensamiento único. Pero veamos que hay detrás del embalaje, y honremos nuestros muertos. Porque por ahora hay solo eso: muertos de hambre, muertos de covid, muertos de miedo, muertos en vida.

Al fin de cuentas lo importante es vivir. La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.Epicuro de Samos

Diario de Cuarentena: La Valla

Ayer, domingo lleno de malas noticias, comencé a ver una serie española premonitoria hecha en 2019. La Valla, que me produjo una profunda angustia porque mezcla todos mis miedos, que no son precisamente a la enfermedad o la muerte-ambas nos acompañan como humanos- sino al medio ambiente, a la deshumanización y al autoritarismo, que siempre lleva al descontrol de los humanos y a la locura del poder. La serie habla de que un virus afecta a la población de forma desmesurada. De hecho, cambia el mundo tal y como lo conocemos y el comportamiento de los miembros de la sociedad. Se deben hacer pruebas a los ciudadanos para comprobar si dan positivo en el virus y, si resulta que sí, son confinados junto con sus seres queridos, tal cual lo que hoy vivimos. La única forma de pasar de una zona a otra es cruzar la valla que separa, para lo que será requisito disponer del salvoconducto reglamentario. No dista en nada a una Argentina llena de vallas entre ciudades y provincias y de prohibiciones y permisos para transitar. La miseria humana en su máximo esplendor, porque hay unos pocos, los supuestos «cuidadores» que viven como siempre, o mejor que nunca, explotando al resto que dicen proteger.

La serie va más allá, con manipulación de niños para una vacuna, y con «informantes» entre los ciudadanos. Lo primero espero que nunca ocurra, lo segundo ya lo padecemos. Vivimos cyber vigilados, con un aparato de secuaces denunciando a sus vecinos, como si fueran inmunes y con la idiotez de siempre cuando el miedo cunde.

Recomiendo verla, aunque angustie, para lograr evitar aquellos males que aún no padecemos, a ver si los que hoy se sienten con una moral social de otra alcurnia y no pelean por la libertad, se dan cuenta que los virus son virus, siempre existieron y van a existir y no somos inmunes, LLevamos un millón de muertos en el mundo por COVID, de Cáncer se mueren 9 millones y del corazón 18 millones, y no contamos a diario la muerte como con este virus. Es probable que por un par de años convivamos con el flagelo de esta enfermedad. Pero lo que sí podemos evitar es que abusen del poder, nos confinen a un anonimato social y político, unos pocos decidan por todos y se inmortalicen en sus culos millonarios sobre el sillón de Rivadavia. Seamos Libres, no construyamos Vallas, o Muros, llamalos como quieras. Seamos empáticos no nos denunciemos, seamos humanos. Las enfermedades más crueles no son las físicas. Ojalá esta tremenda serie de ficción no haya anunciado un mundo donde el nuevo orden emule lo peor del nazismo y lo supere.

Nadie quiere enfermarse, nadie quiere contagiar, nadie quiere morir. Pero no somos dioses, venimos a este mundo en un envase frágil. Nos podemos distinguir por ser cálidos, amorosos, creativos, solidarios, y por compartir, abrazar, besar, amar, procrear, crear. No perdamos lo importante de vista. No cesemos en la defensa de la libertad. La vacuna para un virus llegará, pero podemos perder menos en el camino. No nos perdamos como sociedad. Ese es el inefable temor que me aqueja, saltemos la valla. Por favor.

Diario de Cuarentena: Sentido Común

Anoche me dormí angustiada por Solange, por la falta de lógica de esa muerte en soledad. Ver a una joven cadavérica, rogar por un padre a quien una norma dictada por decreto, le impidió abrazar antes de su partida. Por la madre de Facundo, que descubre esqueletos tratando de encontrar en huesos algo de su hijo perfecto de veintidós años, que un control policial de cuarentena detuvo y nunca más apareció. Por las víctimas de género, que superan las 100 pero no las nombran más, por los niños del hambre que no pueden achacar a la pandemia, porque crecen y crecen y se ven condenados a ollas populares sin control alguno. Y por cada argentino padeciente, que no puede realizar su vida cotidiana, mientras sus derechos son asaltados por quienes deben garantizarlos.

Me doy cuenta que hay intencionalidad en mucho de lo que vivimos y también que hemos perdido el sentido común de la vida en sociedad. Ese sentido común que es la capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida y decidir con acierto. Nada ha sido acertado durante la pandemia. Vivimos entre permisos burocráticos y abusos de poder. No podemos practicar deportes pero podemos hacer colas por horas para pagar impuestos. No vemos a nuestros familiares pero conversamos con los delivery. No hay justicia civil que resuelva visitas de padres e hijos o divorcios pero sí la hay para soltar presos o corruptos. No hay posibilidad de abrir algunos negocios pero las grandes cadenas nunca cerraron. Todo ridículo y de los pelos, todo embarazoso y complicado. Turbio, sería la palabra.

Sin sentido común, estamos viviendo la tragedia de los comunes. La tragedia de los comunes describe una situación en la que los individuos, motivados solo por su interés personal, acaban sobreexplotando un recurso limitado que comparten con otros individuos. La tragedia de los comunes refleja un conflicto social sobre el uso de los recursos comunes, en donde los intereses personales entran en conflicto con el interés común. La sobreexplotación de un recurso común por un individuo en muchas ocasiones acaba reduciendo el bienestar social e incluso perjudicando al propio individuo que está provocando esa sobreexplotación. Hoy estamos padeciendo una tragedia de los derechos comunes, como el de recibir justicia que solo está disponible para una persona, el derecho al trabajo, a la libre circulación y miles de derechos avasallados. También hay recursos que pretenden transformarse en tragedia. Las tierras están siendo tomadas. El biólogo Garrett Hardin aplicó la idea al análisis de temas como la carrera de armamento, la contaminación y la sobrepoblación. Y podemos aplicar hoy a la energía, la producción y la justicia. La tragedia de los comunes nos aqueja.

Y es entonces que se afectan los sentidos, entre ellos, este sentido tan preciado que es el común. Cualquier persona que lo tenga comprende la descabellada defensa de los ciegos a un gobiernos que los destruye a ellos también. Que nos obliga a vivir y morir en soledad. ¿Con qué derecho?. no hay certezas sobre el virus que nos aqueja, ni siquiera son ciertos los análisis para detectarlo. La ciencia no ha acordado todavía, sus trascendencias. Los países con sentido común, volvieron con cuidado a la vida diaria, con respeto y protección de los derechos individuales. Nosotros nos estamos hundiendo en una ciénaga mentirosa y tan feroz que ni alguno de los aliados del gobierno quieren entran en ella.

Esta mañana me desperté con la certeza de que nos quieren envenenar la vida, que pretenden desarmar la trama social para que mientras nosotros, los comunes, discutimos, los corruptos se aseguran la impunidad. La vida se nos pasa, la muerte nos arrebata personas queridas que no podemos despedir, y el miedo nos paraliza, debemos apelar a nuestro sentido común para cortar con tanta locura.

Les dejo un párrafo de la canción de Molotov

Perros callejeros,
Topes y baches,
Tops permanente y migrañas constantes,
Tenis colgados del poste de luz,
Como yo del cable como el metro bus,
Te retordillan con los aerosoles,
Un cuadro en blanco una cuadra de colores,
Licorerías en cada esquina,
Limosneros piden limosna al de la limosina,
Los diputados ellos viven muy bien,
Y desde sus mansiones eso es lo que no ven,
Que somos muchos muchos más de cien,
Que creen que el cambio esta adentro de cada quien,

El sentido común, no ha sido tan común
No ha sido tan común, el sentido común
El sentido común, no ha sido tan común
Últimamente

Diario de Cincuentena: Churchill

«Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema» W. Churchill

Siempre admiré a don Winston, a pesar de no ser contemporáneos, me parece de una claridad asombrosa, y de una posmodernidad más clara aún. Este hombre práctico era capaz de ir contra las conciencias de masa de la época sin que le tiemble el pulso, si pensaba que resultaba necesario para el bien común. Ante el error, no temía enmendar sus posiciones, sino que razonaba y cambiaba. Y tenía conciencia que sin trabajo, sin esfuerzo, no había equidad posible.

Sostenía que había tres tipos de personas, aquellas que morían de aburrimiento, las que morían preocupadas en un discurso y las que trabajaban y actuaban hasta morir. Aspiro a ser de las últimas. También me siento optimista como él aunque todo a mi alrededor me diga que me tire y me resigne.

Por eso me expongo y hago públicos mis pensamientos, estoy convencida que el cambio pasa por dejar de lamentarnos y actuar, hablar, quejarnos, participar, no importa tu ideología, todas bienvenidas, no importa disentir, es necesario.

Ahora, mi límite es la hipocresía. Ahí no tranzo. El falso dilema, la ola cool que se queda defendiendo el discurso progresista que vive del pasado, y de un pasado que fue un fracaso estrepitoso. Estoy cansada de escuchar intelectuales que enfundados en la piel de los pobres hablan de inequidades. y hablan en su nombre, como si los pobres no tuvieran voz. Lo que a veces no tienen es educación y acceso a la cultura, porque estos mismos gobiernos y personajes siniestros se la quitaron.

No es gratis decir lo que uno piensa, muestra los matices que nos rodean, ayer, por ejemplo, me propuse exponer en carne viva y sin edición lo iba sintiendo mientras el presidente de mi país daba un discurso junto a dos gobernadores. Obviamente fui ofendida, agredida, y castigada. Se supone que si un gobierno se declara de izquierda o de centro izquierda no debe ser criticado, aunque genere hambre, aunque aumente ollas populares ( la muestra inequívoca de la pobreza), aunque castigue la producción y la generación de riqueza, aunque construya las diferencias sociales extremas en las que vivimos.

Vivo en un país que si no te gusta un partido, sos del otro. ¿Y si no me gusta ninguno? ¿Y si quiero otra política? No podemos temer a la política, es la única manera de accionar en la vida. Y para cerrar mi diario de hoy, y espero tu opinión que lo haría útil, vuelvo al gran Churchill, sin miedo a que mis palabras sean mi alimento: «A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada»