Diario de Cuarentena: Hechos

Dónde comenzar. Cuando me planteé registrar mis sentimientos sin tapujos en un diario de cuarentena, algo que la humanidad vive pocas veces en un siglo y que seguramente viva una vez en forma personal, jamás creí llegar a más de 125 días, y mucho menos estar en la situación sanitaria en que nos hallamos hoy. Como tengo la fortuna de no ser anti nada, y mucho menos enamorarme de personalismos, puedo notar que las mismas cosas podemos verlas diferente.

Mi mirada sobre la cuarentena, que no es lo mismo que la pandemia, es crítica, porque mi convicción liberal me lleva a cuestionar todo lo que cercena libertades y derechos individuales. SIn embargo, para muchas personas esos derechos y libertades sólo le pertenecen a algunos. Es más, a los que a ellos se les ocurra. Y en nombre de la arbitrariedad son capaces de todo. De soportar todo, de aceptar todo, de perder todo y aún así defender un espacio al que creen pertenecer.

Si de miradas se trata, le presto especial atención a las de aquellos que difieren conmigo. Mehmet Murat ildan decía «Si estás observando cualquier cosa desde un punto, desde un ángulo, jamás puedes alcanzar la sabiduría, porque la sabiduría es ver todas las cosas desde todos los puntos y desde todos los ángulos posibles». En esta cuarentena me tomé el trabajo y el tiempo de intentar ver como otros lo ven, para comprender qué miran.

Los hechos que voy a describir son hechos.

Hay una pandemia, se enteraron, la desconocieron, dejaron abierto y sin control real el aeropuerto, entró el virus, no hicieron los test suficientes ni el seguimiento necesario, circuló el virus, encerraron a la población, quitándole el derecho a circular, a trabajar, a comer dignamente, a crecer y a cuidarse con sus propios criterios. Se bloqueó y aniquiló la economía, se resintió el resto de la salud pública, se emitió a lo loco y se sigue en default. Mientras, los presos salieron, los corruptos también, desaparecen jóvenes, hay abuso policial, nos asaltan y aumenta el delito y la circulación de droga, se paró la obra pública, cierran empresas, hay seis dólares diferentes, cepo cambiario y se alienta la especulación, aquellos a los que dicen querer destruir, son los beneficiados, los que producimos o trabajamos, en sector privado o público, estamos en el horno; creen que hacen todo genial y critican a los vecinos, pero hoy, 24 de Julio, más de cuatro meses después, hay 150000 casos y superamos los 100 muertos diarios, con el índice de aumento de casos más alto de la región, casi todos en AMBA, la mayoría del lado de provincia.

Mi mirada es de fracaso total, despilfarro y alerta por atentar contra la propiedad y la libertad. La otra mirada está sentada en bases supuestas, si no hacían esto morían más, o se contagian más. La vida vale más que la economía, los anti cuarentena son la muerte, etc. Todo está justificado, hasta cuestiones que supuestamente son tan sensibles para sus miradas como la desaparición de personas o la multiplicación de pobres. No la comprendo. No me siento cómoda mirando así.

Para Friedrich Nietzsche, los que luchan contra monstruos deben velar para que en el proceso no se conviertan en uno. Y sugiere «Si miras el tiempo suficiente en un abismo, el abismo mirará dentro de ti». Tal vez ahí esté la explicación a tanta ceguera social. Siempre intentaré pararme en diferentes ángulos antes de tener una mirada definida, pero jamás disfrazaré los hechos.

Diario de cuarentena

Cuando todo vuelve al relato es difícil la vida cotidiana. Hay que seguir pagando servicios altísimos que no te dan, impuestos altísimos que no sabés donde van, intereses altísimos en cada cosa que financiás, para vivir peor. Una ecuación muy compleja con la amenaza de que tu vida pende de un hilo, y tu economía del otro. Siempre pensé que la salud no tenía valor. Hasta que me hice adulta y tuve que pagar una prepaga, ahí comprendí lo que se llama discurso. La salud es cara, los medicamentos son carísimos, los médicos cobran diferencia, los sanatorios o clínicas ni te cuento y en una pandemia, nada cambió. Un alcohol en gel vale como un tanque de nafta para el auto, los barbijos son de diseño y parece que de oro, el alcohol común y la lavandina son lujos de pocos.

¿Y nos preguntamos por qué nos pasa esto? ¿Por qué no? si nos quedamos siempre en la palabra salvadora y no miramos al costado. El discurso es precioso, la realidad decadente. Pero debemos ser solidarios, ahora creo que ése es mi destino, siempre me tocó ganar poco, cobrar poco, el vos que sabés, haceme el dibujito del logo, escribime la tarjetita, armame el avisito. Todo mi trabajo siempre es diminutivo, ahora el del otro. Madre mía, vale oro.

Si ya sé que rezongo, pero no me van a decir que también tiene impuesto patria, porque me muero. Siento que me dejaron gratis la posibilidad de rezongar y respirar, la última si no me agarra el corona. La que los tiró, que bajo hemos caído que nos contenta que mueran más en países vecinos. Dónde habrán ido a parar el valor, el coraje y la prestancia. Bueno, parece que se viene un invierno de ojos, el resto de la cara tapada, miradas y miradas, hasta que nos quedemos ciegos.

Diario de Cuarentena

El mate en la mesa de luz. las gafas, un par de libro y la notebook sobre mi falda. Un cuadro a medio pintar apoya sus tonos ocres sobre la pared. Un nuevo día en cuarentena obligatoria. Se escuchan trinar pájaros en el patio que es el único reducto verde de la casa.

Tal vez estoy en el espacio y tiempo equivocado. Pero no, toda esa escena bucólica termina con mi marido que viene celular en mano diciendo que el aparato hace cosas raras. Se le trabó una aplicación que seguramente trabó él y como nada hay más importante que sus deseos, supone que voy a dejar todo para asistirlo. Pero sigo aquí, escribiendo, y lo miro con todo el odio posible para que lo sienta. Pero no. Me pregunta otra cosa como si mi cara, mi tono, toda mi estructura y todos mis sentimientos no existieran.

Entonces pienso: ¡qué fácil es ser él!. Sólo ve por sus deseos, sus hambres, sus cuestiones, sus calenturas, sus mandados, y podría enumerar todos los «sus» del mundo. Entonces me digo que nací con el sexo equivocado. Pero lo hecho, está hecho.

Vuelvo al mate que se me enfrió, y me quiero morir, pero como mis deseos nunca se cumplen, estornudo y sigo. La casa necesita orden y limpieza. Hay sol para que la ropa seque. Tengo que terminar de leer el último libro de Cabezón Cámara, y elegir la imagen para éste entrada al diario. Cuarentena: es un término para describir el aislamiento de personas o animales durante un período de tiempo no específico como método para para evitar o limitar el riesgo de que se extienda una enfermedad, o una plaga. Me pregunto si personas o animales no somos lo mismo. Hasta mañana, si dios quiere.

Diario de Cuarentena

Una docena de noches, o de días, en otro hemisferio. Una docena de razones para que me tome esta cerveza que ni siquiera me gusta y escriba. No quiero estar acá, entre mis propios olores, veinticuatro por siete. Me gusta codearme con lo diferente, gente diferente, pensamientos diversos, siento que en el intercambio con el otro, aprendo, crezco, soy.

Harta de las series y de cuestiones comunes para mí, como leer a diario autores maravillosos, les cuento que estoy leyendo a Betina González y a Kerouac, a Gabriela Cabezón Cámara y a Federico Andahazi. así de variado, junto a algo de Chéjov y Cheever. Lo comento con el afán de seguir mostrando que los opuestos me atraen. No me dan miedos las mezclas. Bueno, en ese hastío decidí publicar en mi muro de Facebook que no me gusta la cuarentena. A pesar del diario.

¡Mierda! parece que soy sacrílega. Recibí una catarata de consejos alucinantes. Me comentaron desde amigos que adoro a desconocidos que me importan un pito. Desde familia a enemigos. Los consejos que me dieron fueron variados. Que estudie, que me calle, que me quede en casa (si no puedo salir o me multan) que no critique al gobierno, que los capitalistas, que que que que.

En definitiva, el diario es mucho más saludable. SI no son anti capitalistas , anti patriarcado, anti todo, no se les ocurra opinar en esa plataforma. Desde un ángulo distinto, fue divertido pasar una hora leyendo cuestiones concienzudas que respondían a una pequeña interpelación. Y me hizo comprender por qué mi pareja ya no intenta cuestionarme. Gracias por la terapia.

En otro orden de cosas, hay más contagiados que ayer pero parece que vamos bien, otros dicen que nos vamos a contagiar todos hagamos lo que hagamos, y la garganta duele y ahora tengo resfriado. Le tomo la fiebre a todos y de paso también les tomo la presión. Estoy pensando en cobrar, porque como soy independiente pero tengo auto y casa, no califico para la ayuda estatal y no se cómo voy a vivir., pero a quien le importa.

Quiero dejar constancia que si no me agarra coronavirus, voy a hacer un juicio al estado por reclusión insalubre. Y ahora mientras apuro mi IPA, voy a preparar una torta de naranja lima.

Diario de Cuarentena

Faltan muchos más días que ayer. Porque nos van dosificando el encierro. Para que los idiotas no chillen. y hoy me desperté contestataria. Necesito gritarle al mundo que es hora de frenar la hipocresía. Dejar de hacernos los buenos para serlo. Aguantar el aliento para no contagiar. Eso nos proponen. Porque se jugaron nuestro destino en criar aplaudidores para sus mediocres proyectos.

Hoy no creo en nadie. No tengo ganas de ser amable con los políticos, ni los Licenciados en Sanidad que llenaron sus bolsillos todos estos años en vez de prever, ni creo que los médicos sean mártires. Ninguno de nosotros lo es. Basta de condescendencia barata. Acá estamos, asustados por un vibrión.

Mientras descargo en mi hombre la frustración que siento, me descubro hipócrita también. Porque he caído muchas veces en las vanas ilusiones de lo plástico, en esa liquidez del mundo que anuncia Bauman en libros lujosos.

Entonces, abro la heladera y lo cotidiano me hace volver a lo básico. El olor a leche y huevo duro. La posibilidad de alimentar a mis hijos. El sol en la cara, la brisa del mar. Al fin de cuentas, lo valioso en la efímera vida humana no se mide con dinero.

Diario de Cuarentena

Diez días con diez mañanas, diez tardes y diez noches. Exponenciales y largas. Diez miedos, diez soles, diez sueños y podría seguir como desquiciada entre física cuántica y la lógica cartesiana. Pero la realidad apunta a muchos calendarios más. Así que, mientras oigo a mi hijo aspirar su búnker me atornillo a la silla para contar en mi diario de cuarentena el cotidiano de una madre. Con sus bemoles.

Madre porque es como me gusta definirme, las madres damos origen, somos inicio, pero soy más que eso. Soy una mujer aburrida, interpelada por la realidad del mundo. Que siente que tiene más para aportar que lo que ha hecho. Pero después me miro otra vez y me digo: ¿qué carajo vas a cambiar vos? si a veces te cuesta en tu propio reino.

Y así transitamos este encierro voluntario e impuesto que tenemos. Para alguien que se considera libertaria, es muy terrible aceptar la falta de libertad. Morir como hamster o vivir con riesgos, sin dudas elijo el riesgo. Ahora si se trata de mis hijos…

Y ahí me toca la humana contradicción de una reina de corazones. Partida entre los ideales y el pánico en un momento histórico universal. Que la lleva desde la pura razón al trapo blanco contra la peste colgado en la puerta. Variada. Polifacética. Mujer. Eso soy, y así me quedo.

Diario de Cuarentena

Dominar el mundo. Controlar todo. Descomponer los posibles universos y elegir uno. Así se presenta el reto del séptimo día. Sabiendo que van a ser unos veinte más en el mejor de los casos. Y dependiendo de otros. Porque si hay algo para aprender de éste bicho siniestro que nos encierra es que somos el otro.

Bueno, después de la filo diaria, la realidad. Harta de ensaladas, fideos y la china política, me encuentro como una autómata atacada limpiando superficies con alcohol rebajado, fluyendo mis mocos en miles de descartables tirados y dejando la conciencia ecológica sobre los árboles y el papel en el cesto de residuo.

Mientras toso en mi codo, si gente, toso, tosemos siempre, a veces es coronavirus, o casi siempre, y otras es éste coronavirus tremendo que nos azota; pienso en los libros que tengo que terminar de leer para mi clínica literaria, en las consignas que voy a cumplir para un challenge y en que le pido a dios que no se enfermen mis hijos. Atiendo a mamá que a las ocho y media de la mañana me pide una receta de arroz con azafrán y me pregunta súper despierta si me acuerdo del apellido del vecino de la otra cuadra de la calle Aparicio.

Entonces entiendo que la gente de ochenta y pico, por algo llegó a esa edad. No creo que sean los más frágiles. Tienen un ego que mi generación desconoce y una inconsciencia capaz de sobrellevar guerras, cruces oceánicos y la mar en coche.

Volviendo a casa, las cosas están así. Los hombres miran Netflix en la sala de estar, creo que Ozark y yo voy de mi cuarto al patio, del patio al lavadero, tiendo ropa, lavo platos, me tiro en la cama, me duele la espalda, me soplo un moco y luego descreída de todo, me acuerdo otra vez que estoy en cuarentena.

Una plaza virtual

Una plaza virtual, donde tal vez nos encontremos de una vez y para siempre los habitantes de este mundo, parece gestarse en esta suerte de paranoia amorosa y altruista que nos envuelve. Un virus corona, ha vuelto nuestros corazones empáticos, sin grietas y deseosos del bien del prójimo.

Esta distopía que vivimos como exótica, ya ha ocurrido, ya hemos tenido pestes, tragedias que nos aunaron y enfermedades sin distinción de clases. ¿Qué la hace diferente? Sin dudas la globalización informática. Entonces nuestros móviles reciben miles de consejos por día, la tv nos bombardea y nos aturde, los banners parecen puñaladas y la salud, que depende en gran parte de nuestra armonía y bienestar, se quiebra. Precisamente con los miedos propios, a veces se puede, pero afrontamos miedos globales. Miedos racionales y de los otros, entonces comenzamos a pensar: han parado el mundo, ¿nos cuentan todo? Y así en una ágora apocalíptica estamos metidos dentro de la misma cuestión existencial de siempre. ¿Qué es valioso en esta vida?

Entristece notar que nuestros pares no nos cuidan, pero no es una novedad. Tal vez es hora de reflexionar en serio, de pensar con criterio familiar la elección de los gobiernos y de entender que somos humanos. Falibles, endebles, que llegamos con una vida y su propia muerte a esta realidad, y que podemos mejorarla, transparentarla, emocionarla; para transformarnos a partir de esta crisis mundial en mejores habitantes. Ciudadanos con valores, que cuiden la naturaleza, que respeten la producción, que comprendan el trabajo de otros, que dejen las mezquindades en los bolsillos y los llenen de amor, para poder soportar los embates de un afuera aparente. Porque estas realidades paralelas que parecemos vivir, las creamos nosotros, con actos mezquinos, intereses burdos, voluntades quebradas por el dinero.

Entonces propongo dejar de lado frases hechas, palabras grandilocuentes, usos políticos baratos y comprender que desde la responsabilidad, la empatía y la idoneidad es posible el cambio. No importa el partido que lo que contenga, importa quién es, si sabe lo que hace, si aspira al bien común, si lo sostiene con sus actos.

Estamos repletos de lindos discursos, pero la plaza virtual que creamos ante el pánico a la enfermedad, nos demuestra que aún no somos humanos listos para salir a jugar. Ni en Argentina ni en el mundo. Y que los que están mejor son aquellos que no temen a las normas, que son capaces de comprender que no está todo bien y que los derechos conllevan obligaciones.

Cuidemos nuestra vida más allá de este virus, que si somos inteligentes puede servirnos para tomar conciencia de lo que significa el bien común. Y cuando las plazas vuelvan a ser seguras, las protejamos, no las destrocemos. Si las escuelas abren, no enviemos a nuestros hijos enfermos. Si un docente tiene fiebre, no importe el presentismo. Si no sos idóneo no aceptes el trabajo, si daña la tierra, no siembres lo mismo, si te duele el otro, si empezás a enterarte que todos somos el otro, este corona tendrá sentido.

Propongo convertir nuestra plaza virtual en música, libros, cuadros, cualquier manifestación de arte, porque ya existen números para las preguntas médicas. Cada uno a lo suyo, comprendiendo y respetando el espacio del otro, que podemos ser nosotros, si lo deseamos.