Diez días con diez mañanas, diez tardes y diez noches. Exponenciales y largas. Diez miedos, diez soles, diez sueños y podría seguir como desquiciada entre física cuántica y la lógica cartesiana. Pero la realidad apunta a muchos calendarios más. Así que, mientras oigo a mi hijo aspirar su búnker me atornillo a la silla para contar en mi diario de cuarentena el cotidiano de una madre. Con sus bemoles.
Madre porque es como me gusta definirme, las madres damos origen, somos inicio, pero soy más que eso. Soy una mujer aburrida, interpelada por la realidad del mundo. Que siente que tiene más para aportar que lo que ha hecho. Pero después me miro otra vez y me digo: ¿qué carajo vas a cambiar vos? si a veces te cuesta en tu propio reino.
Y así transitamos este encierro voluntario e impuesto que tenemos. Para alguien que se considera libertaria, es muy terrible aceptar la falta de libertad. Morir como hamster o vivir con riesgos, sin dudas elijo el riesgo. Ahora si se trata de mis hijos…
Y ahí me toca la humana contradicción de una reina de corazones. Partida entre los ideales y el pánico en un momento histórico universal. Que la lleva desde la pura razón al trapo blanco contra la peste colgado en la puerta. Variada. Polifacética. Mujer. Eso soy, y así me quedo.