Diario de Cuarentena: creer o reventar

Una nueva vida, un futuro que nos atropella y nos deja sentados mano a mano, bah computadora a computadora, iphone contra android en un mundo que parece de otros pero que es nuestro.

¿Vos también sentís que a pesar de todo sos la misma? Porque creo que las premoniciones sobre lo que vendrá son quimeras, como era esta realidad de hoy en noviembre de 2019. La única y terrible preocupación que tengo es la intolerancia. La imposibilidad de ver nuestras pajas, esas que nos hacen defender como verdad exclusiva, a la nuestra. Me incluyo en esta vorágine, donde algunos parecen gozar el dolor y otros obviarlo, y como siempre los que intentamos promediar quedamos aislados en un sendero infinito.

Hoy me escapé y tomé el sol en mis manos, lo abracé infinito y le hice ver que es necesario calentar los mares un poquito para que cuando vuelva en el verano 2021 pueda mecerme en él horas y horas. Oí frotar las ramas del álamo en el sauce, y conté muchos gritos de cotorras tardías. Hoy palpé el aire libre y me dí cuenta que no importa cuanta robótica nos rodee, somos aire, polvo, estrella. somos una sinfonía heterogénea de huesos escarpados que a veces, nos damos cuenta que la vida es simple.

Pero la vorágine de sueños prohibidos tuvo un fin, y las cifras espeluznantes me invadieron otra vez. Te propongo que mañana no nos dejemos coptar, y seamos luz, tierra, agua, porque, creer o reventar, somos naturaleza, al fin.

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DIARIO DE CUARENTENA: un día perfecto

Las presiones suben, en todo sentido. Las físicas, la tensión arterial, la económica, la social. Pero hay que cultivar la paciencia. ¡Ojo! no la transformemos en sinónimo de mansedumbre o conformidad. Es un día perfecto, diría Manuel Moretti, sol de otoño cálido aún, y el aire que golpea rostros sin castigarlos. Trinos y algunas voces vecinas me cuentan que la vida sigue.

Se oye el llanto de un niño. Un niño que no tiene paciencia.En ésta generación líquida, donde lo inmediato es necesario, es un bien en extinción la paciencia. La espera. Tal vez ahí resida el aprendizaje. Los que tenemos algunos años, sabemos de paciencia. De ardua labor antes de llegar a un logro. De tiempos de siesta donde sólo esperábamos que pase. Y en ese lapso, a veces eterno, todo era posible.

La historia contada, la soga y sus mil saltos, el elástico, las payanas. Un libro robado de color azul, los tacos de plástico y la linterna con la que practicábamos un código morse propio. De patio a patio.

Hoy los chicos con suerte tiene patio. Ya no hay vereda. Y confinados a la familia, padres e hijos aprenden. A veces lo inmediato no es eficaz, a veces lo eficaz lleva tiempo. Pero nunca estamos dispuesto a la espera. No somos pacientes. Hoy nos piden una paciencia que nunca se promovió. Tal vez la revolución consista en encontrar un equilibrio, entre lo que ordenan y el deseo, para no quedarnos paralizados en el devenir de una vida cada vez menos nuestra.

Con paciencia, voy a intentar llevar la mañana hasta la tarde, y en un cóctel de esperanza, premonición y fastidio, anochecer con él, otra vez, como en los últimos treinta años.

Diario de Cuarentena

Dominar el mundo. Controlar todo. Descomponer los posibles universos y elegir uno. Así se presenta el reto del séptimo día. Sabiendo que van a ser unos veinte más en el mejor de los casos. Y dependiendo de otros. Porque si hay algo para aprender de éste bicho siniestro que nos encierra es que somos el otro.

Bueno, después de la filo diaria, la realidad. Harta de ensaladas, fideos y la china política, me encuentro como una autómata atacada limpiando superficies con alcohol rebajado, fluyendo mis mocos en miles de descartables tirados y dejando la conciencia ecológica sobre los árboles y el papel en el cesto de residuo.

Mientras toso en mi codo, si gente, toso, tosemos siempre, a veces es coronavirus, o casi siempre, y otras es éste coronavirus tremendo que nos azota; pienso en los libros que tengo que terminar de leer para mi clínica literaria, en las consignas que voy a cumplir para un challenge y en que le pido a dios que no se enfermen mis hijos. Atiendo a mamá que a las ocho y media de la mañana me pide una receta de arroz con azafrán y me pregunta súper despierta si me acuerdo del apellido del vecino de la otra cuadra de la calle Aparicio.

Entonces entiendo que la gente de ochenta y pico, por algo llegó a esa edad. No creo que sean los más frágiles. Tienen un ego que mi generación desconoce y una inconsciencia capaz de sobrellevar guerras, cruces oceánicos y la mar en coche.

Volviendo a casa, las cosas están así. Los hombres miran Netflix en la sala de estar, creo que Ozark y yo voy de mi cuarto al patio, del patio al lavadero, tiendo ropa, lavo platos, me tiro en la cama, me duele la espalda, me soplo un moco y luego descreída de todo, me acuerdo otra vez que estoy en cuarentena.