Diario de Cuarentena: Libertad de expresión.

En un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres.

Suetonio

La libertad de expresión está contemplada en el artículo 19 de la Declaración de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948, así como en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que entró en vigor en 1975. Según estas herramientas, son dos los niveles en los que debe aplicarse la libertad de expresión: el individual , es decir la libertad para que cada persona exprese libremente sus ideas y pensamientos, y el colectivo, que señala el intercambio de información para la participación de quienes integran la sociedad. Si te preguntás cuáles son las características de la libertad de expresión, podríamos destacar las siguientes: Es un derecho de toda la ciudadanía, no se refiere solamente a periodistas o profesionales de la comunicación. Es un derecho y a la vez un deber, puesto que los estados tienen la obligación de garantizarla. No solo se refiere al periodismo sino que alcanza a otras artes, como la música, la escultura, la pintura o la literatura. La libertad de expresión apuesta por la transparencia de la información, lo que genera confianza.

Hoy quiero dejar reflejeda mi posición frente a esto en Diario de Cuarentena, y es que sin libertad de expresión no hay democracia ni república posible. Es increíble algo que viene sistemáticamente ocurriendo y que lo hacen nuestro presidente y vicepresidenta. Acusar a los medios, al periodismo, la vice desde videos que sube a sus redes, como si fuera una ciudadana común. Señora, usted detenta poder, si usted cuestiona en redes o habla mal de alguien que no opina como usted, abusa. Y ese poder no se lo dimos para que nos censure, sino para que garantice nuestra libertad de expresión. Pero como yo no esperaba menos de quien ya lo ha hecho, no es eso lo que me asombra.

Me impresiona la cantidad de gente valiosa e intelectual que toma conductas que atentan contra la libertad de expresión como algo normal, y hasta avalan con razonamientos propios de épocas persecutorias las acciones de líderes que no merecen serlo. La palabra confianza es la clave. Los argentinos no tenemos confianza en nuestros propios criterios, entonces seguimos a otros que no siempre nos reflejan, pero que se acerca a lo que suponemos un ideal.

La confianza se logra con el equilibrio. Equilibrio de poder, equilibrio mental de los que detentan el poder, equilibrio de los ciudadanos, equilibrio en la economía, en la salud, en la vida social. Y estamos en un momento de desequilibrio total. En el que los que nos gobiernan generan confusión y abuso de poder. Cercenan libertades individuales y parecen querer ir por la libertad de expresión. No lo permitamos. No callemos. No miremos mansos el atropello de lo que tanto costó conseguir.

En lo personal, la palabra es mi medio de lucha, y no cejaré en el intento de hacerla respetar. Toda palabra vale. No solo la que responde al gobierno de turno.

Nadie como ella para cerrar este Diario: Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia. Simone de Beauvoir


Diario de Cuarentena: A viva voz

Nico estudia física, con la paciencia joven que ya no tengo. Marcelo compra medicamentos para los mayores de la familia y atiende animales en emergencia. Animales diferentes a nosotros. Mientras leo los diarios que repiten una y otra vez lo mismo, unos con la voz virada hacia una mano, otros hacia la otra, la mayoría aplaudiendo al gobierno de turno porque les paga la pauta. Termino de comprender que los medios ya no tienen en cuenta al público, no comprendieron el cambio del contenido, que ahora es producido por la gente. Y que a la gente le gusta más leer a la gente. Deberían aggiornarse, pienso mordiendo mi tostada integral comprada a cocineros obligados por la crisis. Y enseguida pienso en una imagen de Tania Bruguera, la activista y artista cubana, tantas veces denigrada y presa por pretender expresarse. Y me enojo con la posibilidad de extremo estatismo que late en mi patria. Y me expreso.

Los que tienen la suerte de poder trabajar, o de cobrar sin hacerlo, han quedado, por lo general, impávidos. Y no sé si llegan a comprender al resto, voy a dar el beneficio de la duda, por supuesto. ¿Por qué lo digo? Porque un gobierno decidió por ejemplo qué comercios son esenciales o no, qué actividades son esenciales o no, quienes pueden salir y quienes no. ¿Esenciales para quién? Lo arbitrario lleva siempre a excesos y estamos ante uno. Casi noventa días de cuarentena, que veo además, que cumplo más que la mayoría. Porque creo en la norma. Pero me siento a punto de estallar. Porque además parece que está prohibido hablar, cuestionar, preguntar. Y está permitido denunciar al prójimo, maltratar, mirar para otro lado si se llevan puestos los derechos.

Te juro que cada mañana me propongo hablarte de una receta, de un cuento lindo de una liviana vida que no tengo. Y cada vez lo logro menos. Porque siento que me quieren cortar la lengua, mucha gente se prostituye con el poder. Se ciega. Me hace acordar al régimen castrista, por eso ilustro con Tania, cuando decían: «dentro de la Revolución todo, fuera de la la Revolución, nada». Puede parecer exagerado, pero cuando si tenés pensamiento crítico en una ciudad mediana como la nuestra, debés restringir el acceso a tus redes por las atrocidades que te escriben o dicen, por el maltrato que te propinan, o las censuras comienzan, lo sentís cerca. Pero no lo van a lograr.

Mientras Nico estudia física y Marcelo hace mandados, me expreso. Aunque muchos quisieran que me corte la lengua. Que triunfe la Libertad.

Diario de Cincuentena: Churchill

«Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema» W. Churchill

Siempre admiré a don Winston, a pesar de no ser contemporáneos, me parece de una claridad asombrosa, y de una posmodernidad más clara aún. Este hombre práctico era capaz de ir contra las conciencias de masa de la época sin que le tiemble el pulso, si pensaba que resultaba necesario para el bien común. Ante el error, no temía enmendar sus posiciones, sino que razonaba y cambiaba. Y tenía conciencia que sin trabajo, sin esfuerzo, no había equidad posible.

Sostenía que había tres tipos de personas, aquellas que morían de aburrimiento, las que morían preocupadas en un discurso y las que trabajaban y actuaban hasta morir. Aspiro a ser de las últimas. También me siento optimista como él aunque todo a mi alrededor me diga que me tire y me resigne.

Por eso me expongo y hago públicos mis pensamientos, estoy convencida que el cambio pasa por dejar de lamentarnos y actuar, hablar, quejarnos, participar, no importa tu ideología, todas bienvenidas, no importa disentir, es necesario.

Ahora, mi límite es la hipocresía. Ahí no tranzo. El falso dilema, la ola cool que se queda defendiendo el discurso progresista que vive del pasado, y de un pasado que fue un fracaso estrepitoso. Estoy cansada de escuchar intelectuales que enfundados en la piel de los pobres hablan de inequidades. y hablan en su nombre, como si los pobres no tuvieran voz. Lo que a veces no tienen es educación y acceso a la cultura, porque estos mismos gobiernos y personajes siniestros se la quitaron.

No es gratis decir lo que uno piensa, muestra los matices que nos rodean, ayer, por ejemplo, me propuse exponer en carne viva y sin edición lo iba sintiendo mientras el presidente de mi país daba un discurso junto a dos gobernadores. Obviamente fui ofendida, agredida, y castigada. Se supone que si un gobierno se declara de izquierda o de centro izquierda no debe ser criticado, aunque genere hambre, aunque aumente ollas populares ( la muestra inequívoca de la pobreza), aunque castigue la producción y la generación de riqueza, aunque construya las diferencias sociales extremas en las que vivimos.

Vivo en un país que si no te gusta un partido, sos del otro. ¿Y si no me gusta ninguno? ¿Y si quiero otra política? No podemos temer a la política, es la única manera de accionar en la vida. Y para cerrar mi diario de hoy, y espero tu opinión que lo haría útil, vuelvo al gran Churchill, sin miedo a que mis palabras sean mi alimento: «A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada»