Gente que habla dormida

Luciano Lamberti publicó varios libros de cuentos. Dos de ellos forman parte de Gente que habla dormidaEl asesino de chanchos (2010) y El loro que podía adivinar el futuro (2014) y se les agrega uno inédito: Pequeños robos a la luz de la luna. Leer un cuento de lamberti es ingresar a un universo construido por un autor que maneja todos los hilos, por lo tanto se da lujos, y nos regala detalles mínimos y a la vez nos deja librados al azar interpretativo. Resulta de particular interés su forma de narrar las conductas de sus personajes, fuera de la norma casi siempre, y lo hace con rispidez incesante, casi molestando al lector, pero luego el relato va tomando su propia velocidad, su verosimilitud y uno le encuentra los visos a las historias más delirantes.

En este libro, los relatos cortos que incluye Lamberti, se acercan al horror, a un horror terrible, que es el de la infancia, por ejemplo en Jers.

El cuento más intersante para mí es “La canción que cantábamos todos los días” basado en uno de los apuntes para relatos de Hawthorne: una familia tipo, de dos hijos, va a pasear al bosque; la nena se pierde un rato. Cuando regresa es ella misma en apariencia pero es otra, alguien desconocido. Eso le bastó a Lamberti para contruir su historia, generar tiempo y darle un cierre único que no pretendo spoilear. En “Pequeños robos a la luz de la luna”, la reescritura del poema de Nicanor Parra “La víbora”, nos cuenta una historia de una pareja temible y autodestructiva que es capaz de todo, y lo hace honrando al poema. Cada texto es un recorrido por rincones propios y ajenos que nos dejan pensando, sin aliento, agotados, a lo Lamberti.

Si bien hay un género que se acerca al terror, yo no lo colocaría con seguridad ahí, porque el autor recorre la vida, y la vida da miedo, no es raro que un joven caiga en cuestiones como droga, violencia, o desgracia, es vida. Y pasa en todos lados. Lamberti toma la realidad y la recrea con una pluma paciente y febril, con su propia forma de narrar, con algunos trucos del terror, como ruidos, o barrios oscuros, pero es lo cotidiano lo que prevalece. Lo que él conoce, a excepción de “El gran viento del desierto” que ocurre en Iowa.

Recomiendo con vehemencia este libro, que trae tres en uno, y cualquier otro libro de este gran autor.

Donde la vida nos lleva

«Mi vida había adquirido otro sentido; mejor dicho, había encontrado un sentido»

José Salem nació en Buenos Aires en 1959, estudió lengua y civilización francesa en la Sorbona, e historia del arte en el Museo Nacional de Bellas Artes. Vive en Buenos Aires y en París, tal vez por eso la luz y el color forman parte de sus historias mínimas, esas que nos pasan, que pasan y a veces nos pasan y pasan de largo. Sus personajes pueden ser el vecino, un primo, nosotros o el tipo sentado en la mesa siguiente del bar.

Sus personajes tienen la mala pata de tener que enfrentarse a pasados indeseados, o a esas circunstancias que evitamos a diario. Ellos no pueden esconderse, a ellos Salem se las impone, con vuelcos repentinos, con preguntas que la psiquis indiscreta avala y el destino protagoniza, ahí donde es posible el pinchazo, el dolor, la pérdida, ahí es donde el autor elige mostrarnos su universo. El desamor tiene el mismo peso que ajustar una cuenta pasada, porque claro, así es la vida. Y así es donde la vida nos lleva.

Las historias son muchas y de tonos diversos: dos hermanos que se reencuentran, un hombre que vuelve al hogar paterno para descubrir lo peor, parejas, de hombres solitarios, mucha gente rota que José Salem nos convida con una prosa prolija, disciplinada, pero a sabiendas, como si lo que cuenta es tan doloroso que no puede agregar caos en la construcción. Es que la vida da miedo, y ahi es donde pujan las historias que nos trae este autor, que por momentos habla de la soledad como lo haría Kjell Askildsen, un tanto asceta en su hacer, y por otros desata los más íntimos pesares, esos que nos dan cuenta de que no es la vida sino lo que hacemos con ella. Nuestras pesadillas miran nuestra vida, con ese cristal vivimos y José Salem nos deja ver a través de esos ojos siniestros de sus personajes, las historias que cuenta.

Pero también hay lugar para la esperanza, y eso para los lectores, que normalmente viven en vidas similares a las que leen, en cuentos que no quieren narrar, que hay una oportunidad posible, solo una, hace estallar la luz en azules, rojos, ocres, tonos que Salem elige también con maestría.

Leer a Salem es leer literatura, tiene el peso de la palabra deseada, construye el universo propio de aquellos que han leido, me resultó particularmente atractivo el cuento El alma de las cosas, tal vez porque se explaya de una forma sencilla pero profunda en el momento de la muerte, que conlleva descubirmiento y liberación, y no siempre deja el pasado como lo conocíamos. Quiero destacar esta historia familiar que tiene la tragedia en sus genes, pero que no utiliza recursos vanales para narrarla. 

Hay humor también en sus realtos, ese que nos pertenece, rioplatense, irónico, sagaz, hay pertenencia en el autor, que resultó para mí, una linda sorpresa.

Pronto llega una novela de José Salem a la Argentina. Léanlo. Es de los autores que nos modifican.

Amora

“Lo que sucede es que Bruna y yo somos una familia, pero tardé en entenderlo. Fue un día que me enfermé y pensé en la posibilidad de pasar la noche en casa de mis padres, y Bruna se enojó conmigo, y con razón. Era nuestra casa y yo podía sentirme bien y protegida ahí, fue así que empecé a entender”

Natalia Borges Polesso nació en Brasil en 1981. Es escritora y doctora en Teoría de la literatura en la PUCRS, y autora de Recortes para un álbum de fotografías sin gente, obra ganadora del premio Açorianos 2013 en la categoría cuento, del libro de poemas Corazón a Cuerda, de 2015, y de la tira La escritora incomprendida, que publica en Internet. En 2016 recibió el premio Jabuti por los cuentos de Amora y en 2017 fue elegida en la lista “Bogotá 39”, que selecciona cada año los mejores 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años.

A lo largo de Amora (Odelia Editora, 2017), Polesso logra un collage de personajes que son íconos de una sociedad y aquí me aparto de pensar que sus personajes son solamente lésbicos, por el contrario son mujeres interesantes, fuertes, sufrientes, que protagonizan historias donde los hombres quedan atrás, debajo, en un segundo plano interesante desde lo literario. Estas mujeres, no se unifican en un colectivo homogéneo, por el contrario viven, sienten, acontecen de diferentes modos, pero sin dejar de plantarse con claridad en el mundo.

Y la simpleza de la narración pasa por la verdad, entonces encontramos a una niña pregunta qué significa “marimacho”, cuando escucha ehablar a una vecina. Una niña que se identifica con la persona criticada, que siente que algo está mal en la cabeza de los otros. En “Abuelita, ¿usted es lesbiana?, otra vez un niño dispara la cuestión y hace que la abuela cuente su verdad: la amiga con la que vive es su pareja. Así la inefable sinceridad de la infancia devela las relaciones entre mujeres, nos obliga a repensar cuan violentos hemos sido o somos como sociedad, y cuántos secretos familiares nos pasamos por alto. Los cuentos y las prosas poéticas de Amora son fuertes, inquisidores y conforman una obra potente que no hace perder individualidad a sus partes.

Las verdades se revelan atávicas, y lo no dicho se vuelve protagónico, para hacernos pensar, reformular las estructuras, y seguir cuestionando las tradiciones impuestas. Muy interesante.

Manos que sabrán

La literatura de Soledad Vignolo es oscura, poderosa y necesaria. Nos hiere con una y más puñaladas, nos amordaza, nos lame con la «punta de una lengua hambrienta». Al recorrer estas páginas sentiremos «un dolor esencial», pero las palabras son de una belleza tan abrasiva que, inevitablemente, vamos a ingresar en un estado de gracia, aquel que, sabemos, solo producen los libros excepcionales.

Agustina Basterrica

https://www.lapalestranoticias.com/product-page/manos-que-sabr%C3%A1n

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La flor del eucaliptus

“—¿Conocés la flor del eucaliptus? —le preguntó. Mirta movió la cabeza de lado a lado —. Sus flores suelen pasar inadvertidas, son blancas y solitarias. Mirá —le dijo y sacó una flor de algún costado—. E-u-K-a-l-y-p-t-o, —dijo deletreando— significa bien cubierto en griego. El árbol se adapta a cualquier tipo de suelo, resiste vientos, podría haber un mar acá nomás y estos árboles aguantarían, no se morirían. Estas flores son como campanillas, son hermosas y nadie las conoce”.

Las mujeres tenemos capas, muchas capas, que Mariela Dorfman supo reconocer, transpirar, diría que cocer mientras escribía su primer libro, de género indefinible, porque como novela sus capítulos saben a cuentos, pero las mujeres de las historias van y vienen y se entrelazan feroces, triste, desgarradas, como cáscaras o carne, pero siempre verdaderas, para componer una novela. Ese es el sabor de esta autora intuitiva, sagaz que vuelca pequeñas vidas en La flor del eucaliptus. Y quiero determe en el nombre que tiene el libro: Todos conocemos las hojas del eucalipto famosas debido a las propiedades curativas que posee, desde expulsa, calma, permite respirar, las flores del eucalipto, por lo general blancas, y digo general porque cambia camaleónica segun la especie y pueden ser amarillas o rojas, son una especie de paraguas abierto desplegado hacia arriba, brotan de a una, solitarias, sobre el tallo y suele acompañarlas el fruto del árbol que simula mucho a una baya. Si nos acercamos, los pétalos de esta flor sson como cerdas que concluyen en una ínfima bola amarilla. Es hermosa, es amarga, es distinta.

Lus, Virginia, Sandra, Patricia, Ana, Mirta, Flor, todas las mujeres de la obra son como esas flores: tienen historias bestiales o lastimosas, dan o no fruto, se vuelven madres o amantes, vivientes o voyeures porque no están sanas, se han quebrado, han tenido rajaduras que no cicatrizan. Estas historias son seres que pululan por nacimiento o adopción en la ciudad de Mercedes. Y una puede sentir las veredas y los comentarios bajo los pies. No se sabe si todas se conocen, no entendemos todo de ellas, pero cuando cerramos la novela, tenemos en claro que son flores contenedoras y lo que llevan es : dolor, miseria, amor, pasión, culpa, desdicha y una increíble humanidad.

La escritora Mariela Dorfman es una realidad, es una alegría que haya sido publicada, y espero seguir leyendo sus futuros textos. Muy buen libro. Para leer y releer.

 

Campo del cielo

El Chaco Austral se encuenta entre los ríos Bermejo y Salado, y entre las provincias argentinas de Chaco; parte de Santiago del Estero y Santa Fe, En el límite sur de las provincias argentinas de Chaco y Santiago del Estero, está la dispersión meteórica de Campo del Cielo.Se originó por el impacto de un meteoroide metálico de notables dimensiones, probablemente, hace unos 5800 años. Las características, como el tamaño y la alineación de los cráteres, la gran masa y el alto contenido de hierro de los fragmentos encontrados, vienen llamando la atención. Mucho se ha escrito sobre el fenómeno, y en particular siempre se menciona el conocimiento que poseían los aborígenes que habitaban la zona, sobre este hecho. El autor escribe sobre Campo del Cielo, pero los femómenos sirven solo como excusa para contar la vida de los seres, humanoides, aborígenos o extraños que habitan el lugar.

Mariano Quirós (Resistencia, 1979) construye este libro de relatos con el que viajamos a la localidad, casi una cápsula de tiempo donde lo mínimo protagoniza la vida. Los relatos, cansinos, sin apuro por finalizar nos van poniendo al día de los personajes y sus relaciones, de los miedos, las torpezas y los horrores del pueblo. El registro es de otra época, pero porque Quirós se vale de las relaciones personales, de los placeres prohibidos, de las traiciones sin precisar grandiosidad. Sus narraciones son muy sólidas por eso no requiere adornos. Están las historias suspendidas en el tiempo, como Campo del cielo, que desde los meteoritos, hace miles de años, no tuvo muchas novedades. Lo endógeno del lugar, su falta de aire, queda expuesto en las historias de estos personajes que no pueden irse, o que llegan. Son raros, de cualquier edad, difíciles de definir, como si otros seres se les inocularan en sus pieles a través de las píedras celestes. No es posible la norma en Campo del cielo, donde la fantasía es cotidiana y aquello ominoso es natural, en este pueblo de lúmpenes, Mariano Quirós rescata a la mayoría para volverlos interesantes, laberínticos, en esta obra que se vuelve sobre sí, se enrolla y crece.

Un Quirós impecable, puro, sin maniqueísmos, concreto y con la belleza de lo natural. Me encantó este libro, que recomiendo con aplausos.

Una reina Perfecta

«El hombre está perdido, no tiene a donde ir, no tiene casi ni mujer. Todo eso sabe ella con sólo mirarlo».

Una reina perfecta-Inés Garland

La literatura de Garland es irresistible. Este libro, publicado en el año 2005 y reeditado, las mujeresprotagonizan historias en todas las edades de la vida, y lo hacen desde un lugar que no intenta quedar bien con los cánones de moda. La autora fluye en sus historias como un cauce quer permite una lectura relajada, atenta, diría que trata al lector amorosamente. Narrar bien los simple es muy difícil, y hacerlo con registro poético sin caer en lo cursi, mucho más. Inés Garland resume la buena literatura clásica, prolija, bien narrada, con una cuota de novedad en el registro de hechos cotidianos.

Los trece relatos que integran Una reina perfecta  tienen la sencillez de lo verdadero, y y Garland se las trae con todo tipo de situaciones que resuelve gentil y eficaz, atmósferas densas, complicadas historias de vida sin contar demás, sin descripciones tortuosas, con lo necesario y las herramientas justas para que la literatura sea.

Los problemas de estas niñas, o mujeres de Garland se nos meten en la piel, podemos sentir con las protagonistas los vaivenes de sus vidas. Y nos muestra lo rídiculo del ser, pero sin crítica, simplemente narrando, como si la vida perfecta fuera la que nos cuenta, la de las mujeres en busca del amor, la de las hijas deseando padres, la de los tiempos sin tiempo, las que pueden valerse de un gesto para construirse y cito:  «Pero lo único que podía pensar, que se me repetía como un mantra, era ‘por fin’, ‘por fin’. A mi vida siempre le había faltado humor: el humor apasionado que promeían las comisuras de la boca de Adolfo». 

Una reina perfecta ganó en 2005 el premio del Fondo Nacional de las artes y fue publicado por primera vez en 2008. Reeditado por ClubCinco editorial y se agradece,

La autora construye desde lo no dicho, o mejor aún, desde lo apenas sugerido, como si esa pequeña punta de iceberg que nos muestra sostuviera la vida misma. La vida de las mujeres, es más. Inés Garland escribe con la crueldad necesaria, la soledad equilibrada, la tristeza en proporción justa, con escenas contemporáneas pero a la vez universales. Se sale del corredor de la búsqueda de formas nuevas para poner el foco en la claridad y potencia de historias de vida que se vuelven piel, que nos anidan y en especial a las mujeres, nos interpela.

Los relatos son complejos y los recursos son mínimos, es estoica la escritura de Garland, que por momentos tiene vetas de Silvina Ocampo, en ese afán de no decir todo, de no cuestionar a los personajes, en la búsqueda de lo simple como sinónimo de calidad.

Les regalo un párrafo y recomiendo con fuerza esta colección de cuentos entrañables: “Mamá es una actriz atrapada en la vida de una esposa cualquiera y está convencida de que la miran permanentemente. Por eso está siempre impecable y no haría nunca nada que no pudiera ser tapa de revista.”

Una reina perfecta. Cuentos perfectos.

Para comerte mejor

«Mi padre decía que de lo primero que te expropiaba un buen trabajo ideológico era del corazón»

Giovanna Rivero

Es inevitable consumir a Giovanna Rivero en cada respiración leída, en cada mundo creado con la maestría sagrada de lo innombrable, se nos vuelve alimento esta autora que no mide sus partes, que puede hacer que abracemos una pierna agangrenada y la olamos buscando en ella nuestra falta. Me alucina su escritura cavernaria, su lucidez antropológica y la matriz andina que es el oxígeno de cada cuento, en este conjunto escrito para permanecer, imaginado, sostenido por recuerdos familiares universales, por deseos prohibidos, por costumbres ancestrales que ni el terror, ni la fantasía percuden.

La autora se detiene en los restos, en los miedos, lo defectuoso, aquello que nos permite brillar. Cada historia enredada en otra, cada personaje redimido por sus palabras nos sumerge en maravillosas historias, maravillosas e inevitables. Y las mujeres áridas son simiente, madres abusadas por otras madres, madres que pervierten el orden natural de un futuro ominoso. Hombres dios que no pueden evitar lo humano, ciudades arrasadas, desgracias acontecida. Todo emerge de su texto con una voz primigenia, una que nos hace soñar con otra Latinoamérica, lucida y despojada, para alumbrar en letras lo que no pudo aún parir. La cultura precolombina subyace en cada cuento. Algunos denuncian, como «Pasó como un espíritu», en el que el deseo es personificado por Evo Morales. Nos relata escenarios que van desde lo fantástico a lo gótico en forma magistral , paisajes que nos obligan a ver, que nos empujan hacia lo que queremos evitar, para interpelar verdades absolutas de la mano de ratas, invitándonos a la mesa de platos podridos de nuestra propia existencia.

Las historias nos llevan de la mano, pero cuando miramos, podemos tener dedos zombies o antropófagos abrazando los nuestros, y nos eleva a la niñez para padecer la tragedia pedófila de una ensueño donde las hadas nos hunden bien profundo, en ese hueco del alma que reservamos al inframundo.

Con este libro, me sentí monstruo y leí desaforada cada relato, para envenenarme, inyectarme, parir y desgraciar la historia cotidiana junto a una autora de respeto, una que traspasará generaciones.

Para comerte mejor es una lectura necesaria.

Acá el tiempo es otra cosa

«Supuse que morir era eso: una confusión creciente, un ruido molesto que alcanza un clímax y se apaga de golpe. Pero no. Estaba lloviendo». (La nube).

Releer a Downey siempre es placentero, tiene la cualidad de ir meciéndonos en sus textos, suave y sincero, lleno de encanto ajeno, con natural rareza nos pasea por el terror, la costumbre y la rancia realidad que a veces nos ocultamos, cobardes como somos.

En estos cuentos, dieciocho, los sentidos festejan, nos proponen con calma volver a recordar niñez, miedos, deseos y creencias para luego denostarlas. Conversando con Tomás, el describió al libro como uno con la frescura de haber sido escrito en un momento en que la idea de publicarlos era muy abstracta. Y eso se refleja en la obra. No hay condiciones para la extrañeza, y se vuelve única.

Acá el tiempo es otra cosa, sostiene la portada del libro de cuentos de Tomás Downey. Basta comenzar a leerlo para comprender, en realidad, para sentir que es así. El tiempo no se mueve en sus cuentos, es.

Downey juega con el tiempo lo enrolla en «You make me dizzy miss Lizzie«, lo vuelve un punto que se abre al pasado. En «Gutiérrez» parece fijarse, pero hace y deshace horas ,momentos, vacíos en cada historia, y se vuelve tiempo caballo, muerte, destrozo, miedo, repetición, porque no le teme, entonces puede ser pasado o futuro, se vale de inclemencias, simbolismos propios, nuevos, inquietantes, y nos dejá ahí, pensando en que mundo nos paramos, donde comenzó el nuestro, quién lo tiene.

El tiempo detenido de Downey pone en pausa. Solos.

«Adelante no hay nada, todo es pasado. No miro mi reloj por miedo a que las agujas estén quietas». (Mamá.) En este cuento la nada, el infinito y la locura tienen forma de pileta, lo imprevisible puede pasar, como en la vida, como metáfora de aquello que no aceptamos.

Con Downey lo cotidiano nos explota en la cara, para mostrarnos que no hay Dios que impida, hay abusos, mentiras, desayunos y mordidas a una vida que está jodida sin más. Y la naturaleza es su herramienta.

Acá el tiempo es otra cosa, dieciocho cuentos extraños, con humor, símbolos y el delirio necesario para que todo pueda ser posible. Sus personajes fatales nos atrapan para leer de un tirón.

«Me acerco a la ventana y miro hacia arriba. Qué habrá más allá de ese cielo grisáceo. Me quemaré como un asteroide o me ahogaré en el vacío del espacio». (Astronauta). 

No se lo pierdan.

Marea Turbia en Letralia

https://letralia.com/letras/narrativaletralia/2022/07/30/marea-turbia/

TEXTOS DE NARRATIVA

Marea turbia

Soledad Vignolo sábado 30 de julio de 2022

La noche de la tormenta Ismael pensó que así era su vida: abrumada, enloquecida por los rayos y la niebla. Mientras caminaba hacia el puerto, por su cabeza pasaban muchas justificaciones: que no podía hacer otra cosa, que debía pescar, que era su sustento, que por eso dejó a las chicas cada cual en su camita, como dos barquitos pequeños destartalados en su marea turbia. Esa frase era de la novela que había terminado hacía unos días, antes de que llegaran, antes de que todo se moviera de lugar, y le pareció escrita para ese momento.

A medida que se acercaba a la costa, lo acontecido tomaba otro espesor, cada paso castigado por el viento anunciaba lo terrible. Y lo terrible era la repetición continua de esas noches alucinadas de silencio. No podía asumir aún el cambio en su vida. Las chicas habían llegado para quedarse, pálidos bocetos del pasado. No tenían dónde ir, por eso las aceptó.

Ismael pescaba la vida de la misma forma en que transcurría su trabajo en el mar: sin suerte. A veces enrollada en anzuelos y las menos, con buena cosecha. Le pesaban los pasos para llegar al puerto, más de la cuenta. No le gustaban las pisadas rítmicas; ese eco en la madrugada con el que su propio cuerpo hacía camino, lo obligaba a pensar. Y él sabía que la pensadera traicionaba. Por eso comenzó a silbar. Fuerte, un silbido que era lamento, grito, ruego. El aire entraba para aclarar la garganta y las sienes, y al soplarlo cambiaba de temperatura y chocaba con la niebla húmeda. Las canciones que su padre silbaba eran las primeras que se sorprendía regalando al viento, casi todas viejas chanzonetas tristes. Luego la cabeza se le volvía oleada y su hermana, la familia y las chicas en sus camas se revolvían saladas entre la arena familiar. Se detuvo en el hueco que su chiflo le hacía a la noche. Y se sintió parte de ese momento, su sombra encorvada, el vacío, ese aire soplado para no asfixiarse, la búsqueda desesperada. Por eso el mar. Por eso Ismael era mar.

No lo abrazaron. No las abrazó. No había lazo posible.

Ellas habían llegado en silencio, con ojeras, apenas abrigadas y sin maletas. La cara de una raspada, con costra. La otra llevaba un yeso firmado en el brazo. No lo abrazaron. No las abrazó. No había lazo posible. Ismael sabía esperar lo justo, no se iba en deseos. Las dos se sentaron sobre el sillón negro del estar y lo miraron fijo. Les acercó comida. Comieron. Les dio agua y la bebieron de a sorbos, cuidándola. La más pequeña buscó el baño con la mirada, Ismael se lo señaló. Y al volver tomó la mano de su hermana y caminaron hasta el cuarto. Se acostaron quebradas, inconclusas. Ismael las observó y partió sin saludar.

Ahora ese hueco habitaba su pecho, el mismo que le hizo lugar al silbido del crepúsculo. Era un vacío ajeno, capaz de denunciar una verdad. Llegó al puerto, se alzó a la proa y comenzó mecánico su labor de leva. Del otro lado lo ayudaba un hombre de dársena, el de siempre. Una vez en mar abierto soltó un suspiro gutural. De esos que retumban y mueven olas y con las olas mueven cimientos y placas que llevan años quietas. Su compañero lo miró. Él no. No quería contar. A medida que la noche se volvía mañana los peces formaban pilas en la cubierta del barco viejo. Uno sobre otro, tratando de no morir. Pensó si así se habría sentido su hermana al accidentarse, pensó en un auto revolviéndose en la cinta asfáltica húmeda, en frenadas, en gritos, en sangre, en las chicas quietas en sus camas. Volvió a mirar la pila de pescados, seguían abriendo sus bocas en busca de agua, de sal, de vida. Tiró las redes por última vez cerca de las diez de la mañana. Y sintió que debía volver.

El sol le pegaba directo en la cara, calentaba su cuerpo, por eso el hueco perdía consistencia y alivianaba el suspiro constante de Ismael al caminar la vuelta a casa. La vida le pasó por delante. Susana recién nacida, una hermana. Los juegos, la infancia compartida, cumpleaños, padres, amores, encierros, veinte años sin verse. Susana en España, dos hijas, dice que se vuelve, con mamá y papá muertos. A qué viene, si ya es tarde. Ezeiza, el llamado, no puedo buscarte le dijo, alquilate un auto. Te espero en Bahía, yo trabajo. Llegando, decía el mensaje. Y entonces todo un viento arrasó la rutina: la policía en la puerta, la jueza, la firma y ellas entre la vida y la muerte. Se salvaron sus sobrinas, dijo el médico. Un respiro. Uno solo porque detrás agregó: es el pariente más cercano, debe hacerse cargo.

Llegaron y las dejó cada cual en su camita, como dos barquitos destartalados en su marea turbia, marea de vidas a cuidar, sin instrucciones para hacerlo.

Esa mañana Ismael volvió a su casa cuidando el aire. Se le antojó eterno el camino de siempre, como si hubiera cambiado. El hueco seguía allí, cada vez más cerrado. Era suyo. Lo iba a necesitar para poder seguir, para meterse y respirar en él cuando la multitud agobie. Silbó suave, acurrucado en su corriente triste. La tormenta, en ceremonia, le cedía paso al sol.

Soledad Vignolo

Escritora argentina (Junín, 1963). Ha publicado los libros Ángulos (Hespérides, 2000), Sandalias santas (De los Cuatro Vientos, 2012) y Una más una (Rama Negra, 2017). Premio OEI Atelier Poético 2022, mención Osvaldo Soriano 2021. Coordina talleres de escritura en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (Unnoba).