Diario de Cuarentena: Silencio

¿Cómo va la vida virtual? ¿ ya te acostumbraste a las personas en cuadraditos, a los espacios mínimos o a los recorridos movidos por casas ajenas que proponen los medios? Lo bueno es que los museos nos abren las puertas y las bibliotecas del mundo nos invitan a pasar. Entre otras cuestiones. Y que seguimos teniendo al sol de nuestro lado, atrasando el invierno y la tristeza.

Pero, no hay con qué darle, a mi me gusta la gente real, tocar la carne, abrazar, oler, oír la respiración entrecortada del que miente, bucear en la mirada, cosas que la virtualidad no permite. En este mundo en caja podemos ser lo que no somos, podemos vivir en un basurero y aparecer limpios, llevar días sin bañarnos y que no se note, entre otras cosas, las virtualidad nos impide sentidos, y los sentidos en conjunto son la verdad.

Pero bueno, somos animales de costumbre al fin y al cabo, y terminamos aferrados a lo poco que tenemos para no morir. Entonces escuchar los gritos de la vecina a su marido, los chicos llorando del otro lado, el ruido del portón del garaje de enfrente o la moto del delivery que llegó a la esquina, pasan a ser importantes. Así de jodidos estamos.

Siempre pensé que iba a disfrutar el silencio y vos? Ahora que hay mucho, me hace ruido. Me astilla los oídos tanto espacio hueco de sonido. Me perfora el aliento y me lo vuelve fétido. Porque claro, la vida suena, la vida ensucia, la vida estalla. Por eso cuidémonos como sociedad, a ver si los gobiernos se acostumbran a ser los únicos que hablan y nos cortan la lengua.

Hoy te regalo un poema de Benedetti sobre el silencio:

Qué espléndida laguna es el silencio

allá en la orilla una campana espera

pero nadie se anima a hundir un remo

en el espejo de las aguas quietas

Diario de cuarentena: Trabajo

Este no es un día más, hubo mártires anarquistas en Chicago que lo nominaron. Es junto al capital y la tierra factor de producción. Es dignidad, valor ecónomico y social, y es manutención y solvencia. Trabajo. También es lo que nos falta. Y lo que nos prohíben. Y lo que nos pone en peligro según muchos. Una definición sencilla de trabajo sería decir que es el conjunto de actividades que son realizadas con el objetivo de alcanzar una meta, solucionar un problema o producir bienes y servicios para atender las necesidades humanas. En el mundo convulsionado de hoy hay gente privilegiada que sigue trabajando. Personal de la salud, personal de la industria alimentaria, algunos pocos en la rural, estamentos policiales, ejército, penitenciarios y gendarmes, transporte entre otros. Pero nos está faltando la fuerza media del trabajo, que es la que paga los impuestos, la que sostiene la educación, la que hace posible el hospital público, la propone los cambios al status quo.

Hay una terrible cantidad de desempleados en el mundo fruto de un confinamiento que como mínimo es dudoso. ¿Cuántos trabajadores podrán volver al mercado después de esto.?¿cuántos empleadores, que también son trabajadores, podrán mantener sus empresas? ¿cuántos comercios seguirán en pié? ¿ será el estado, como en la antigua Unión Soviética, el único empleador posible? ¿Y entonces quién lo mantendrá a él?. Tenemos un oscuro panorama por resolver.

Como aquel día de 1886 en Chicago, no hay mucho para festejar. Pero sí hay mucho por reivindicar. El trabajo es necesario, nos alimenta en cuerpo y espíritu. Trabajar es cuestionar la quietud, es promover el futuro, es accionar contra lo obsoleto, es revolucionar los hechos, y en este momento la revolución verdadera es no quedarnos callados. Que los tapabocas no impidan el pensamiento crítico y no nos quiten el aire.

Mi deseo en un día como hoy, es que no haya más seguros de desempleos, ni prohibiciones, ni odios a las empresas, ni castigo a los productores, que podamos vivir en libertad, cuidando la salud sin atentar contra la dignidad laboral. Sin seleccionar quién puede y quién no, acceder a la fuerza más revolucionaria del mundo: el trabajo.

DIARIO DE CUARENTENA: un día perfecto

Las presiones suben, en todo sentido. Las físicas, la tensión arterial, la económica, la social. Pero hay que cultivar la paciencia. ¡Ojo! no la transformemos en sinónimo de mansedumbre o conformidad. Es un día perfecto, diría Manuel Moretti, sol de otoño cálido aún, y el aire que golpea rostros sin castigarlos. Trinos y algunas voces vecinas me cuentan que la vida sigue.

Se oye el llanto de un niño. Un niño que no tiene paciencia.En ésta generación líquida, donde lo inmediato es necesario, es un bien en extinción la paciencia. La espera. Tal vez ahí resida el aprendizaje. Los que tenemos algunos años, sabemos de paciencia. De ardua labor antes de llegar a un logro. De tiempos de siesta donde sólo esperábamos que pase. Y en ese lapso, a veces eterno, todo era posible.

La historia contada, la soga y sus mil saltos, el elástico, las payanas. Un libro robado de color azul, los tacos de plástico y la linterna con la que practicábamos un código morse propio. De patio a patio.

Hoy los chicos con suerte tiene patio. Ya no hay vereda. Y confinados a la familia, padres e hijos aprenden. A veces lo inmediato no es eficaz, a veces lo eficaz lleva tiempo. Pero nunca estamos dispuesto a la espera. No somos pacientes. Hoy nos piden una paciencia que nunca se promovió. Tal vez la revolución consista en encontrar un equilibrio, entre lo que ordenan y el deseo, para no quedarnos paralizados en el devenir de una vida cada vez menos nuestra.

Con paciencia, voy a intentar llevar la mañana hasta la tarde, y en un cóctel de esperanza, premonición y fastidio, anochecer con él, otra vez, como en los últimos treinta años.

Diario de Cuarentena

Estamos en el quinto día de una cuarentena apocalíptica que nos hace pensar en todas las distopías filmadas y escritas en la última década. Pero no nos llamamos Jennifer ni tenemos esa atlética postura frente al mal. Además, este mal con ojos inclinados y dudosa procedencia, es invisible. Entonces hacemos lo que podemos. Y eso es poco. Y los médicos hacen lo que pueden. Y en Sudamérica es muy poco.

Las abuelas cosen barbijos que no sabemos si sirven, y en el día se nos van acumulando síntomas. A la mañana nos duele mucho la garganta, pero un artículo del diario dice que lo más comun es el dolor de cabeza, luego por supuesto pasamos la tarde con una jaqueca severa. Nos tomamos la fiebre varias veces al día y apagamos el televisor para volver a encenderlo unas veinte veces por día.

Los noticieros, es decir las veinticuatro horas de programación, nos muestran muertos y cajones en un travelling alocado por todo el universo. Y solo en el canal animal hablan del ébola. Pero algo grave sucede, porque está el planeta alineado para que nos muramos rápido. Por el virus o de miedo.

Personalmente creo que ya se terminaron las suscripciones Mensa y que son ellos, los genios del futuro, los elegidos, con un IQ terrible y la posibilidad de salvar el planeta. Los demás somos descarte. Conste que lo estoy escribiendo pos ataque de pánico. Ya me calmé y todo. Porque es difícil no pensar, si te olvidaste un rato suena el celular y es tu mamá que quiere vivir noventa años más y está preocupada en que vos le resuelvas todos sus mandados aunque te contagies, o tu amiga que sigue afilando la lengua aunque la vida le esté demostrando que no es cuestión de discurso, o vos misma te cuelgues buscando en google si cuando tragás y te duele es coronavirus. No te sientas solo en el mundo. Estamos todos igual. Atravesados por una certeza que es la siempre: vamos a morir.