La autoficción en la literatura contemporánea y los límites entre ficción y realidad

Por Soledad Vignolo

Pensar la autoficción en el mundo presente, globalizado, poblado de relatos en donde la línea entre la vida personal y la narrativa se desvanece cada vez más, es un gran desafío, que también corre los límites del análisis porque la autoficción surge como una de las formas literarias más interesantes y desafiantes de la actualidad. El campo en el que se mueve es uno donde el autor, en un acto de abstracción, se constituye como protagonista y narrador de su historia, mientras trama una ficción que cuestiona la propia escritura y desdibuja el borde entre la realidad y la invención. La autoficción reta las convenciones narrativas tradicionales, y nos confronta con reveladoras reflexiones sobre la identidad, la memoria y la dependencia del escritor con su pasado.

La autoficción y el mundo literario
El concepto de autoficción, si bien en las últimas décadas se tornó protagónico, se remite a la historia misma de la literatura. Marcel Schwob, joven y simbólico, quien a inicios del siglo XX exploró la forma en que la historia personal se convierte en un estilo de narración artística o testimonial, anticipó, pese a su breve existencia, muchas de las cuestiones que hoy relacionamos con la autoficción. Pero fue en la segunda mitad de ese siglo, cuando el término autoficción empezó a tomar su significado actual, con escritores como Marguerite Duras (sus novelas, «El amante» y «Un dique contra el Pacífico», se pueden leer como relatos autobiográficos, pero siempre con la libertad narrativa propia de la ficción.), Annie Ernaux, Karl Ove Knausgård, Elena Ferrante, Eduardo Halfon, y el caso de los escritores latinoamericanos Roberto Bolaño, quien jugaba con los límites de la autoficción sin dejarse etiquetar y Juan José Saer, que negaba la autoficción pero, sin embargo, indagó con profunda persistencia, en las confesiones y autobiografías escritas en primera persona para reflejar la complejidad del ser y del relato.La autoficción como género se fortaleció con autores como Hervé Guibert, quien en libros como La mort propagande reveló un diario íntimo que entramaba elementos ficcionales, y por supuesto con el formidable trabajo de Emmanuel Carrère, considerado uno de los mayores exponentes de esta tendencia en la actualidad. En su libro La muerte de AC (2013), Carrère se inserta en los hechos, en su propia historia, y en la historia del protagonista, y establece una fusión que revela cómo la vida y la escritura se enlazan con fruición. En «El hermano pequeño» el autor narra: «Yo soy mi propia hipótesis, mi propia incógnita. Cada historia que cuento es también la historia de un yo que se construye y se deconstruye en la narración.»
Jorge Luis Borges abordó la idea de la autoficción con cautela. Aunque no desarrolló un concepto específico y elaborado de la autoficción como hoy la entendemos, sí expresó su interés por la relación entre el yo, la ficción y la conceptualización literaria del yo. Borges ponía en valor la idea de que toda escritura, de alguna forma, refleja al autor, a sus pensamientos, memorias y fantasías. Lo hizo al destacar cómo los autores usaban la ficción para examinar su propia identidad y experiencia, pero siempre sin enredarse con ella. Borges, en sus ensayos y ficciones, resaltaba el contorno borroso entre realidad y ficción, y sugería que toda creación es, de algún modo, autorreflexiva. Por ejemplo, en sus ensayos, Borges menciona que no hay discrepancia entre su vida y su obra, un juicio que lo vincula con las ideas próximas a la autoficción, aunque él nunca usó ese término ni la conceptualizó. Cuando Borges dice «Mi infancia fue la infancia del Universo», deja vislumbrar que mezclaba su historia personal con un sentido universal, casi una variedad propia de autoficción poética y filosófica.

La autoficción y la construcción de la identidad
Escribir autoficción puede verse como una construcción identitaria, un mero intento por entender quiénes somos por medio de la narración de nuestra historia. Señala la escritora y ensayista belga Émilie Frèche: «La autoficción es una forma moderna de narciso literario, un espejo en el que el autor intenta comprenderse a sí mismo.»
Este género revela que la frontera entre el yo y el otro es siempre permeable y cambiante. El escritor intenta comprender el porqué de su vida, de sus recuerdos, de sus decisiones, y en ese intento autorreflexiona, mientras crea un relato que, muchas veces, se acerca más a la verdad exaltada que a la verosimilitud y a la virtud literaria.
La autoficción establece una mirada de la memoria como un proceso activo y subjetivo. La escritora francesa Marie Darrieussecq afirma: «La memoria no es un archivo, sino una construcción, y en la autoficción el relato se convierte en una forma de reconstrucción de ese archivo personal, muchas veces distorsionado por el paso del tiempo.» Así, la autoficción dialoga con la subjetividad del narrador, con su percepción de los hechos y con su propia construcción del pasado. El pasado no es lo que era, sino lo que recordamos de él.
La narrativa del yo y la ficción: ¿verdad o mentira?

Uno de los aspectos más discutibles e interesantes de la autoficción es su carácter enigmático respecto a la verdad. La pregunta de si lo que se narra es real o una invención creativa —o ambas cosas— coteja cada obra. Ya decía Truman Capote: «La ficción es un acto de libertad. La verdad también, pero en otra medida.»
Ciertos autores, como Peter Handke, exploraron las fronteras de la subjetividad y la supuesta objetividad, arguyendo que toda narración lleva en sí un elemento de ficción: «Contar una historia es construir una realidad, aunque esa realidad sea pura ficción.»
El propio Emmanuel Carrère declara: «No creo en la verdad absoluta. Solo creo en la sinceridad del relato, en la honestidad del narrador ante su propia historia.» Desde este aspecto, la autoficción se convierte en un acto de sinceridad en el tiempo y el espacio de la escritura más que en una búsqueda de hechos verificables; es una zambullida dentro de la interioridad, una exhibición de las inseguridades, los secretos y las contradicciones del ser.

La autoría, el deseo y la vulnerabilidad
La autoficción puede transformarse en un acto de vulnerabilidad en el que el escritor, en la medida en que se quita la máscara, se abre a la compresión del otro y a la crítica. La escritura autoficcional nos propone pensar que no hay una verdad concluyente, sino variadas adaptaciones del mismo hecho, que manifiestan ánimos, perspectivas y deseos diversos.
En palabras de Margaret Atwood: «La autoficción nos permite desmoronar la máscara del narrador y mirar con honestidad la fragilidad y la complejidad de nuestro propio ser.» Es una autobiografía que no solo relata hechos, sino que explora las emociones, las dudas, los miedos y los anhelos que conformaron la vida del autor.
El deseo de la autoexploración pacta con la necesidad de crear un lazo con el lector, de compartir esa búsqueda existencial. La flaqueza que implica abrirse de tal manera, también puede ser un acto de resistencia ante las presiones de la sociedad o las máscaras que la cultura atribuye a los individuos, en la realidad de un hoy que se nos vuelve hostil y denigrante.
denigrante.

La autoficción en la literatura contemporánea
En los últimos años, la autoficción se ha afianzado en la escena literaria mundial, con obras que desafían las convenciones y ofrecen nuevos escenarios para entender la relación entre autor, narrador y personaje. La obra de Karl Ove Knausgård, por ejemplo, en su serie Min Kamp (Mi lucha), muestra cómo una vida habitual puede convertirse en una obra literaria colosal que discute la objetividad y la ficción, en una especie de diario desarrollado que refleja las nimiedades y los aires insondables de su existencia.
Svetlana Alexievich, en sus crónicas de voces establece una representación colectiva de la historia, basada en testimonios reales, en un formato que se asemeja a una autoficción de la memoria y del testimonio personal y colectivo, y crea un registro de época.
En la narrativa latinoamericana, autores como Roberto Bolaño desdoblan su obra con un estilo que combina la autoficción con simbolismos propios de la cultura popular, una escritura que es autorreferencial y que pone en discusión el concepto de realidad en tejidos sociales violentos, en la historia y en la memoria.

La autoficción y su impacto social
La autoficción pone en el tapete las verdades oficiales, las historias públicas de un país y del mundo, y crea un área de diálogo entre la experiencia individual y la historia colectiva. Cuando el autor relata su historia, ilumina el hecho concreto de que las verdades son relativas y que la historia puede fundarse desde múltiples miradas, por lo que la subjetividad constituye siempre un acto político.
John D’Agata, en su ensayo The Lost Origins of the Essay, señala: «El autoficticismo revela la fragilidad de cualquier narrativa oficial, ofreciendo una visión más auténtica y empática de la realidad.»
La autoficción puede transformarse en un acto de resistencia y de construcción de nuevas formas de comprender el mundo.

Conclusión: autoficción, espejo y futuro de la literatura
La autoficción es un espejo en el que el autor se revela en un acto de valentía que rompe las barreras entre el yo y el mundo. Nos invita a cuestionar la verdad y a aceptar la complejidad humana, en donde la memoria, la percepción y el anhelo se entrelazan en un texto que, aunque personal, refleja inquietudes universales.
Javier Marías, uno de los grandes autores contemporáneos resume: «Escribir sobre uno mismo es, quizás, un acto de amor y de odio a la vez, una forma de entender la propia fragilidad mientras la exponemos al juicio del lector.»
La literatura autoficcional se despliega, pese a sus detractores, y se convierte en un instrumento poderoso para mostrar la subjetividad, indagar la identidad y retar a las narrativas oficiales. Es una forma de contar la vida desde la honestidad, siendo solo la honestidad posible para ese autor y ese tiempo, la innovación y la voluntad de transmutar la experiencia personal en un acto creativo. Para que la autoficción se convierta en literatura, se necesita un recorrido trabajoso, porque hay un largo camino, sinuoso, comprometido a veces, pero con la seducción suficiente como para querer transitarlo. El tiempo, con su inexorable hacer, nos mostrará hacia donde nos lleva.

Traidores

Natalia Zito escribe Traidores y se lanza a múltiples miradas sobre el oficio, pero con una premisa clara escribir ficción implica un lugar de traición, porque inevitablemente tomamos, robamos de la vida diaria episodios que narramos en forma literaria. A partir de alli, Zito se florea durante todos los capítulos del libro, y nos hace coquetear con la posiblidad de escribir ficciones a partir de lo autobiografico. Y se pregunta: ¿Toda escritura es literatura? ¿Existe la autoficción?

Recibí el libro de manos de su autora y como nos suele ocurrir el material de lectura queda en espera, y cuánto lamento, como escritora, haber perdido un par de meses esta obra que es de consulta, de análisis, de una generosa construcción didáctica pero que además nos regala las citas más interesantes posibles para avalar la temática que aborda.

Pasemaos por páginas donde nos visitan Lispector, Proust, Barthes, Lydia Davis, Camus, Carriére, Kartun., Jaeggy, Lacan, Freud, Saer, Sartre, Wilde, y puedo seguir y seguir nombrando autores que implicaron investigación, porque están dispuestos con atino en cada etapa de Traidores, no hubo azar en las elecciones.

La autora reflexiona todo el tiempo sobre las complejas relaciones entre la vida y la literatura, la realidad y la ficción, y lo hace sin regodeos ni vueltas, con las cartas expuestas y con la experiencia al servicio de un texto que sin dudas será de consulta. Recomiendo a todos mis alumnos su lectura, a los lectores y a quienes desean aprender del oficio.

Les dejo mi cita favorita entre las del libro que pertenece a la autora Natalia Zito: “No hay manera de escribir en serio y salir ileso”.

Bonsai

“La primera mentira que Julio le dijo a Emilia fue que había leído a Marcel Proust. No solía mentir sobre sus lecturas, pero aquella segunda noche, cuando ambos sabían que comenzaba algo, y que ese algo, durara lo que durara, iba a ser algo importante, aquella noche Julio impostó la voz y fingió intimidad, y dijo que sí, que había leído a Proust, a los diecisiete años, un verano, en Quintero. Ya nadie de la familia veraneaba ahí, ni siquiera los padres de Julio, que se habían conocido en la playa de El Durazno, iban a Quintero, un balneario bello pero ahora invadido por el lumpen, donde Julio, a los diecisiete, se consiguió la casa de sus abuelos para encerrarse a leer En busca del tiempo perdido. Era mentira, desde luego: había ido a Quintero aquel verano, y había leído mucho, pero a Jack Kerouac, a Heinrich Boll, a Vladimir Nabokov, a Truman Capote y a Enrique Lihn, no a Marcel Proust. Esa misma noche Emilia le mintió por primera vez a Julio, y la mentira fue, también, que había leído a Marcel Proust. En un comienzo se limitó a asentir: Yo también leí a Proust. Pero luego hubo una pausa larga de silencio, que no era un silencio incómodo sino expectante, de manera que Emilia tuvo que completar el relato: fue el año pasado, recién, me demoré unos cinco meses, andaba atareada, como sabes, con los ramos de la universidad. Pero me propuse leer los siete tomos y la verdad es que ésos fueron los meses más importantes de mi vida como lectora. Usó esa expresión: mi vida como lectora, dijo que aquéllos habían sido, sin duda, los meses más importantes de su vida como lectora.  En la historia de Emilia y Julio, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que se llaman absolutas y que suelen ser incómodas. Con el tiempo, que no fue mucho pero fue bastante, se confidenciaron sus menos públicos deseos y aspiraciones, sus sentimientos fuera de proporción, sus breves y exageradas vidas.  Julio le confió a Emilia asuntos que sólo debería haber conocido el psicólogo de Julio, y Emilia, a su vez, convirtió a Julio en una especie de cómplice retroactivo de cada una de las decisiones que había tomado a lo largo de su vida. Aquella vez, por ejemplo, cuando decidió que odiaba a su madre, a los catorce años: Julio la escuchó atentamente y opinó que sí, que Emilia, a los catorce años, había decidido bien, que no había otra decisión posible, que él habría hecho lo mismo, y, por cierto, que si entonces, a los catorce, hubieran estado juntos, de seguro que él la habría apoyado. La de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva. Ésta es, entonces, una historia liviana que se pone pesada. Ésta es la historia de dos estudiantes aficionados a la verdad, a dispersar frases que parecen verdaderas, a fumar cigarros eternos, y a encerrarse en la violenta complacencia de los que se creen mejores, más puros que el resto, que ese grupo inmenso y despreciable que se llama ´el resto´. Rápidamente aprendieron a leer lo mismo, a pensar parecido, y a disimular las diferencias. Muy pronto conformaron una vanidosa intimidad. Al menos por aquel tiempo, Julio y Emilia consiguieron fundirse en una especie de bulto. Fueron, en suma, felices. De eso no cabe duda”.

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003), el inclasificable volumen Facsímil (2015) y las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Poeta chileno (2020), el libro de relatos Mis documentos (2013) y las recopilaciones de crónicas y ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus novelas han sido traducidas a veinte idiomas y relatos suyos han aparecido en revistas como The New Yorker, Ther Paris Review, Granta, Tin House, Harper´s y McSweeney´s. Ha recibido, entre otras distinciones, el English Pen Award, por la edición inglesa de Formas de volver a casa, y el Premio Príncipe de Claus, en Holanda, por el conjunto de su obra. Actualmente, vive en la Ciudad de México. 

Bonsái, del escritor chileno Alejandro Zambra, publicada en 2006 es una novela que no voy a cansarme de recomendar. Precisa, mínima y grandiosa, tiene todo para ser una obra a la que recurrir cuando se necesite leer algo inspirador, bien construido, inquietante.

Julio, el protagonista de esta novela corta, con los años, se va concientizando de que es preferible quedarse encerrado en su habitación viendo crecer su bonsai que tratar de exitir en el mundo de la literatura. Toda la novela del autor chileno es sobrecogedora, nos deja en un hilo tibio entre lo terrible y lo cotidiano, pensando en la simulación vital que sostenemos para no morir: “Al final ella muere y él se queda solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

El amor y la muerte, los grandes temas de la literatura, los que son sustancia y alimento, están en Bonsai, una novela joven, de jóvenes que se pierden en ideales precoces. Julio y Emilia pertenecen al ámbito universitario, pretenden ser lectores de Proust, y descubren que leer mejora su sexo por lo que antes del amor, leen, piensan, discuten y sienten. La prosa de Alejandro Zambra es tan categórica que nos deja boquiabiertos ante una historia sin dobleces y llena de profundidades. La historia de Julio y Emilia, parodia mordazmente las parejas literarias, y las reales, esta novela que hace honor a su nombre, y que nace con un hecho autobiográfico del autor (cuido un bonsai regalado por amigos) trata sobre el amor, pero lo pone en duda, lo cuestiona, lo vuelve necesariamente motor de cambio. Sino, ¿para qué?.

No esperen que les llegue su bonsai, compren la novela.

Arde corazón y otros relatos

«Había en esas habitaciones de hotel, ya suntuosas, ya sórdidas, algo a la vez magnífico y patético, como el reflejo exagerado de la vida. La aventura que nada detenía, el ardor del amor que ya no existe, el borrado de los rostros, un retiro continuo del mundo, una exquisita amargura. Ahora, en esta habitación del hotel de Almuñécar cuyo nombre casi había inventado, y que le estaba destinado desde el comienzo, rememoraba lo que había conocido, lo que había vivido. Lo que amaba por sobre todo era el zambullirse, al pie de las escaleras, pasada la esclusa, en el tumulto de las ciudades. Eran todas diferentes y sin embargo tan parecidas (el ruido de coches a caballo en Mérida, la multitud en Constantinopla, el rugido de Tokio). Para no perderse, disponía sobre las mesas los mismos libros abiertos. Cada día daba vuelta una página…” (Fragmento del relato “Hotel de la Soledad”)

Arde corazón compila siete relatos del Premio Nobel de Literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio en los que narra historias de vida de mujeres, singulares, que él nos muestra como personas contradictorias que oscilan entre la delicada posibilidad del género y sus complejas versiones. Tienen distintas edades, pertenecen a diferentes épocas, lugares y clases sociales, pero en todos los casos sus vidas no son ordinarias y tienen el signo de la violencia, la despiadada aventura y hasta la heroicidad si es requerimiento para conmover dentro de la historia y lograr que esa mujer narrada se vuelva única.

En su novela Revoluciones (2003), Jean- Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) sentencia; «Ser de aquí y de allá, pertenecer a varias historias», y las historias de Arde corazón y otros relatos responden con esa definición. Es un libro editado en el 2000 que viaja con sus personajes por Estados Unidos, la isla Mauricio, México, la Polinesia y nos hace vibrar con sus historias en tercera persona, de excelencia linguística y de consecuencias definidas, algunas de las cuales saben amargo. En estos mapas que recrea el autor siempre hay desazón, como si quisiera que entendamos que no ser de ninguna latitud es tan complicado como quedarse siempre en una. Los viajes y la infancia, como siempre en Le Clézio, evocados con su magistralidad, pertencen a este volúmen como a toda su obra desde los 70, el cuento que da título al libro, prácticamente una nouvelle, es la historia de una jueza francesa que rememora su niñez en Jacona, México, junto a su pequeña hermana Malva. Clemence, la protagonista recuerda «la calle de los tulipanes», ese pretérito ideal donde huérfanos y ricos jugaban a la par. Las hermana viajan siguiendo a los hombres de su madre, y mientras cambian, crecen, se alejan. Malva termina asilada con su bebé,ras ser objeto de trata. En la historia también se relata la vida de Ouarda, una joven prostituta marsellesa que le toco a una joven Clemence tratar como funcionaria, una joven vulnerada. La desolación, lo ajeno, lo injusto, aquello del orden del desasosiego es la verdadera trama, lo que nos quiere contar el autor. En «Kalima», por ejemplo, narrado en segunda persona y en prosa poética, nos obliga a vivir la muerte de una joven africana inmigrante en Marsella. Hay una búsqueda y una certeza, no es posible volver. Como le ocurre a Clémence cuando regresa a México pero ya no queda lo que recordaba: «Cada vez que Clémence contempla la foto puede sentir el calor de la calle, el sol del mediodía que quema la tierra polvorienta».

En «Hotel de la soledad» una moribunda espera la muerte en un cuarto de hotel, y es interpelada por sus propios recuerdos. En «Tesoro» un muchacho extraña las costumbres beduinas y siente que ya no hay valores y por eso su pueblo es tan decrépito. En «Viento del sur», en primera persona, la infancia vuelve de la mano de un hijo y su padre en el mar de Punaauia.

Jean-Marie Gustave Le Clézio nació en Niza, Francia, en 1940. A ocho años, se mudó con su madre y hermano a Nigeria, su padre era cirujano en las Fuerzas Armadas Británicas, allí se gestaron textos como Onitsha y El africano. Le Clézio publicó unos cincuenta libros.

Arde corazón y otros relatos son historias sobre mujeres. Ellas, como personajes activos o como motivación para el narrador, son las heroínas de sus historias llenas de bordes, de violencia de marginalidad, y tan endemoniadamente bien escritas, que con ellas sufrimos, nos aturdimos, extrañamos, padecemos y nos volvemos nostalgia, tiempo, anuncio, pero nunca, de ninguna manera, nos mantenem,os indiferentes.

Gente que habla dormida

Luciano Lamberti publicó varios libros de cuentos. Dos de ellos forman parte de Gente que habla dormidaEl asesino de chanchos (2010) y El loro que podía adivinar el futuro (2014) y se les agrega uno inédito: Pequeños robos a la luz de la luna. Leer un cuento de lamberti es ingresar a un universo construido por un autor que maneja todos los hilos, por lo tanto se da lujos, y nos regala detalles mínimos y a la vez nos deja librados al azar interpretativo. Resulta de particular interés su forma de narrar las conductas de sus personajes, fuera de la norma casi siempre, y lo hace con rispidez incesante, casi molestando al lector, pero luego el relato va tomando su propia velocidad, su verosimilitud y uno le encuentra los visos a las historias más delirantes.

En este libro, los relatos cortos que incluye Lamberti, se acercan al horror, a un horror terrible, que es el de la infancia, por ejemplo en Jers.

El cuento más intersante para mí es “La canción que cantábamos todos los días” basado en uno de los apuntes para relatos de Hawthorne: una familia tipo, de dos hijos, va a pasear al bosque; la nena se pierde un rato. Cuando regresa es ella misma en apariencia pero es otra, alguien desconocido. Eso le bastó a Lamberti para contruir su historia, generar tiempo y darle un cierre único que no pretendo spoilear. En “Pequeños robos a la luz de la luna”, la reescritura del poema de Nicanor Parra “La víbora”, nos cuenta una historia de una pareja temible y autodestructiva que es capaz de todo, y lo hace honrando al poema. Cada texto es un recorrido por rincones propios y ajenos que nos dejan pensando, sin aliento, agotados, a lo Lamberti.

Si bien hay un género que se acerca al terror, yo no lo colocaría con seguridad ahí, porque el autor recorre la vida, y la vida da miedo, no es raro que un joven caiga en cuestiones como droga, violencia, o desgracia, es vida. Y pasa en todos lados. Lamberti toma la realidad y la recrea con una pluma paciente y febril, con su propia forma de narrar, con algunos trucos del terror, como ruidos, o barrios oscuros, pero es lo cotidiano lo que prevalece. Lo que él conoce, a excepción de “El gran viento del desierto” que ocurre en Iowa.

Recomiendo con vehemencia este libro, que trae tres en uno, y cualquier otro libro de este gran autor.

Dominó

“Así es la vejez, pensé con los ojos cerrados. Un tiempo en que las horas se suceden como si tuvieran cuerpo porque les vemos la forma y sentimos el peso, su densidad y autoridad”

Tomás Ruiz es un jubilado municipal de La Paternal, un tipo común, de costumbres concretas, algunas manías y varios amigos con los que vivió la vida y juega al dominó. Es viudo, de clase media tradicional, de barrio. Como casi todos los de esa época tiene valores que sostiene y alguna que otra picardía. Una tarde, así comienza la historia, uno de los amigos no viene a jugar, y es el más puntual. El mejor de todos, el tipo honesto, cabal que sostiene la vara para el resto. Lo van a buscar y está muerto. Asesinado. Ruiz encuentra un sobre que esconde en su bolsillo y a partir de allí, toda la trama se dispara enhebrando suspenso con costumbrismo por igual. Buenos Aires es el escenario propicio para mostrar la corrupción, la ineficiencia policial y judicial, la ineptitud y por qué no la frecuente doble moral argentina.

Ante la situación vivida y el apriete del hijo del muerto, Ruiz se escapa a uruguay, tenía dólares, y se los lleva. Allí visita a un compañero municipal oriundo de la otra orilla y le expone lo que sucedió. Decide, por consejo de su amigo, volver para no despertar sospechas, porque en su casa, encuentran una mujer asesinada. La empleada de Ruiz, supuestamente en ocasión de robo.

Salem va y viene orondo por los dos géneros, como si le resultaran propios, La novela es de una cuidada construcción en tres etapas, siendo la última la que devela un final inesperada, que se sostiene con pequeñas pistas que aparecen a lo largo de la trama. La vejez, que aparece en estos amigos mostrando los diferentes matices que puede tener, también es la que provee experiencia para que los personajes actúen. Es interesante cómo el autor crea tensiones entre el lector y la obra, lo incomoda y hasta lo enoja.

Una novela ágil, con recursos ingleses y con buena elaboración. Para leerla y releerla.

Diario de una mudanza

“El erotismo es muy difícil de escribir y de traducir. Siempre me pareció que en inglés las palabras son más sensuales”

Inés Garland (Buenos Aires, 1960) en Diario de una mudanza, baila por las letras con su propia y exquisita voz, esa que te hace seguir leyendo este recuento de vida como si fuera una historia de espias. Es que eso nos permite, espiar la vida narrada, con dejos biográficos, con la avidez de un voyeur. “Escribir es dejar que emerja una verdad que parece estar por debajo de lo que pasó”, dice Garland, y emerge, aparece en algunas páginas eso no dicho que descubrimos plácidos mientras el libro trascurre en nuestras manos. Me senté una tarde a leerlo en mi nueva casa, nueva de tres años de uso, y la mudanza que en mí opera fue abriéndose paso entre la mudanza leída. Eso produce, es un libro empático, amable, que nos deja ser parte de los tranche de vie de la autora, de las vivencias femeninas en el climaterio, de la suerte del amor y el desamor, los riesgos, los recuerdos, las capas.

La mudanza y la menopausia sostienen la trama, que no sé si pretende ser una, sino que el libro entero es un transcurrir. La planta baja recién comprada con vecino arriba, es la excusa para contar una vida, rica, pobre, una vida, una más. Pero Inés Garland la cuenta con destreza, buen lenguaje y una cuidada narración, propia de una traductora avezada, que facilita la lectura. Las citas, las palabras etimológicamente pensadas, los cuestionamientos a las épocas y la autopercepción de la autora sobre su ser mujer merecen la lectura.

Garland intercala recuerdos y experiencias, con reflexiones, datos históricos y de a poco da forma a un compendio de vida donde un mal povo, un carpintero recurrente y algun otro señor sin nombre iluminan el amor, o la idea de; y un masaje de pie chino en Nueva Yorck, el riesgo tomado en un bar de Londres o el encuentro con un ex que va a morir parecen eslabones en su obra, en su mudanza, en esas pieles que nos va mostrando, u ocultando a lo largo del libro.

Inés Garland compila retazos, y el patchwork que nos presenta es el que desea que leamos, parece natural pero es muy cuidada esa selección, y también es atractiva. “Ahora empieza el tiempo de aprender a dejar ir” dice la autora, y si ella lo dice…

¡Vamos las pibas!

Reseñar es un compromiso que decidí adquirir con la literatura, con los libros y con los lectores, pero reseñar a alguien que forma parte de tus afectos, con la que compartís proyectos y trabajo, es un compromiso mayor. Agustina Caride es una escritora que tiene siempre los pies en la realidad, y por eso creo que esta crónica novelada sobre el equipo de rugby Las espartanas, la muestra cabalmente. No es casual que ella haya escrito sobre mujeres privadas de su libertad, sobre mujeres que superan diferencias, sobre mujeres vulnerables. Hay una veta de servicio en su personalidad que trasciende lo literario, y en este caso sus mundos se volvieron a unir, como en La chica de papel. El otro importa, le importa.

Agustina se contactó con la entrenadora del equipo femenino de rugby dela Unidad Penitenciaria Nº 47 de San Isidro, en el pabellón femenino número 2, la profesora Carolina Dunn y comenzó a ir a los encuentros de los lunes por la mañana. Así entre mates y bizcochos, las internas desandaron sus historias, de a poco, sabiendo que la idea era un libro con crónicas de vida. La autora nos hace saber que tenía dudas e intriga sobre ese primer encuentro, pero apenas las vio comenzaron a llover las preguntas: ¿qué historia hay detrás de cada una?. El reto era despojarse de entorno para escucharlas sin prejuicio, para conocer la persona detrás del hecho, para indagar en los motivos. Con las visitas la certeza llegó: la unica diferencia con las pibas era el contexto de nacimiento. En cada una había dolor, carencias, circustancias que las llevaron por lugares equivocados.

Las pibas se abrieron a Agustina Caride, y ella se metió dentro de su propia piel para reconocerse, agradecida, y poder tratar en la crónica novelada que escribió temas fundacionales para las internas y para los seres humanos, como la libertad, su pérdida, el perdón, redimirse, el silencio, el miedo. Mirar de frente a personas sometidas a un sistema penitenciario que falla es también un auto exámen.

La historia de las pibas, como Paula, la «loca flaquita», o Jessica, «la heavy», son complejas, historias desprovistas de Dios, Caty, la santa puede dar fe de ello, pero en el campo de juego no hay etiquetas, y en el libro tampoco; porque si bien es cierto que hay en cada capítulo una historia, también hay esperanza, y hay creencia en el trabajo de equipo, en la necesidad de resignificar sus vidas, de sentirse que pueden en algo. El deporte les concedió la posibilidad de construir una identidad, y en ella se conijan, paradójicamente libres, a pesar de la cárcel.

¡Vamos las pibas! relata las historias que las mujeres quisieron contar, pero la autora las enriquece con arte para que la lectura exceda la mera crónica, logrando también mostrar un costado más íntimo de las protagonistas.

Esta obra respetuosa y llena de interrogantes sociales, debería inquietarnos como lectores, para al menos, desde cada mínima expresión social que nos ataña, como Las Espartanas, demos todo por cambiar la realidad.

Perder el juicio

«Cualquier madre a la que le cortan las manos de los hijos o los llevan del otro lado del muro, hubiera hecho esto y más. No digo madre porque no es una prueba de amor. La ley no entiende, los jueces no entienden»

Ariana Harwicz, escritora argentina que reside en Francia, finalista del premio Man Booker Internacional con ‘Mátate, amor’, es una escritora con la que no podemos permanecer ecuánimes, despierta pasiones con su modo destronado y único de escribir. ‘Perder el juicio’ es, nada menos que la historia del y el desamor de una mujer, enceguecida, que en el fragor de la lucha pierde la custodia de sus hijos y decide incendiar la casa paterna para recuperarlos. Los secuestra. Pierde los dos juicios, el de custodia, y el propio, en el devenir de esta novela corta, narrada por la protagonista, con un aporte único del presente, aunque las digresiones crean a veces un clima atractivo de pasado feliz, o al menos, tranquilizador, y cuenta con diálogos negros entre los esposos y los suegros.

La autora le da a la narradora una contundencia feroz, y no teme expresar su descontento con la hipócrita progresía contemporánea, se atreve a comparar el secuestro de niños,xon el robo de los mismos en dictadura, dice: que igual robo es en una dictadura que en una democracia, que alegar que se hace por el bienestar de los niños, no quita que el robo siga siendo un robo. Opiniones como ésta vuelven la novela mucho más que una historia, es un grito a la conciencia, al rescate de la lógica, a dejar atrás la falsa expectativa de que porque hablemos lindo somos buenos, vuelve una y otra vez a la contundencia de los hechos para recordarnos que son los que valen. Palabra, vaya paradoja, sobran.

 La autora en esta historia se involucra como sombra, es casi una dúplica de la narradora y así nos hace partícipe del trágico momento de la misma, al punto de que nos pone en situación de pensar qué es lo que nosotros haríamos en su lugar.

Es una obra a lo Harwicz, inquietante, molesta, que nos hace replantear posturas y nos cuestiona, siendo la moral una duda constante entre los que hacemos y lo que decimos, y el precio que ser paga por la hipocresía. La imagen como necesaria para que la justicia nos crea es otro de los aciertos de la autora, que susa a la abogada de la narradora para mostrarnos la cáscara de la justicia. Esta jurista no ve a la mujer que defiende, ni siquiera tiene el tiempo para ocuparse de su caso, pero le da tips de vestimenta y gestualidad necesarios como si fuera una receta milagrosa, mientras que su cliente, la narradora es una mujer extranjera reconcomida porsus hijos que trabaja en un viñedo y que asiste a las visitas supervisadas con un cuchillo escondido,

El libro nos muestra la maternidad como el acto más trascendente de lo humano, la fecundidad, los tratamientos de fertilidad, la inmigración, los conflictos religiosos, políticos, es decir nos muestra el mundo, pero se detiene en la injusticia presente en aquellos divorcios en los que las denuncias mutuas y acusaciones destrozan lo único valioso: los hijos.

Despupes del secuestro y del incendio, la huida es épica, y nos hace replantear cuanto se hace por amor a los hijos o por necesidad de lastimar a los que nos hieren. En todo caso la narradora muestra las dos versiones, las caras del dolor y el amor, la locura y la coherencia para poner todo el sistema de vida actual en tela de juicio.

‘Perder el juicio’ es un desborde, y se derrama aun más cuando nos hace saber que la narradora es una escritora indaptada, que según su pareja fracasa por contar la realidad como irreal. Es muy interesante que narra quien agrede, quien secuestra, quien intenta matar y narra una madre, y lo más espeluznante es que tendemos a justificarla, pero estamos tan atravesados por lo cultural que, si el narrador fuera hombre, sin dudas los crucificaríamos. La inequidad de la época y Ariana Harwics, que atravesó un proceso de puntos de vista a la hora de escribir esta historia, una vez escrita, nos enjuicia a nosotros. ¿Hasta donde la moralina ideológica del progresismo nos impide revisar, ajustar nuestros juicios? Harwicz nos propone el pensamiento crítico, para reveer la versión oficial de la historia, ser capaces de ver más allá de lo que quieren que veamos. Es una ejercicio muy interesante para poner en práctica con casos que seguro, nos rodean.

Dice Harwicz: «No se decide nada a lo largo de una vida, uno va siguiendo con debilidad la propia vida por los caminos que te van indicando, la vas tratando de alcanzar sin firmeza siempre a unos pasos de caer en un barranco, pidiendo ayuda a la persona equivocada, haciendo autostop en una carretera peligrosa, huyendo de donde había que quedarse, quedándose por error».

Y para qué agregar más.

El libro de los abrazos

En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano nos convida con relatos breves y pensamientos que suenan a deseos primigenios y que filosofan en las aguas de lo humano, de la historia, de la cultura latinoamericana y por supuesto tiene su correlato político. Pero Galeano, con en esta particular evocación nos hace zambullir de lleno en una prosa donde la ficción y la realidad no tienen el límite claro, una poética como la de Galeano no sabe de límites y eso es maravilloso, porque crea una narrativa donde la realidad y los deseos, los sueños y las mentiras se entretejen de una manera única.

El libro, de lectura obligada, es una colección de fragmentos, relatos, pensamientos qen los que  Galeano se vale de simbolizaciones y metáforas para que se nos creen imágenes, que parecen certezas y que se nos pegan en la piel. Y encima nos dan ganas de abrazar, de abrazar lo humano, la humanidad, poniendo en duda lo conveniente, haciéndonos hallar lo bello en sitios deplorables, al estilo Galeano, al estilo de las grandes utopías.

Les recomiendo este libro mágico, que celebra, anuncia, cuenta, sueña, recuerda y olvida. En él
Galeano se vuelve un amigo y nos hace emocionar y reflexionar juntos. Nos vuelve parte del viaje de su vida, y nos permite abrazar a personajes de la literatura mundial como Neruda, Benedetti o Gelman.
Leerlo es reconfortante y permite el corte y la vuelta a la lectura, son pequeñas historias que relatan vida, y como la vida, llevan a distintos estados, el amor, la realidad, la poesía, las lágrimas, todo está contenido en las páginas de esta obra, que intuye que el abrazo, que no solo puede darse cuerpo a cuerpo, es una de las verdades universales.