Bonsai

“La primera mentira que Julio le dijo a Emilia fue que había leído a Marcel Proust. No solía mentir sobre sus lecturas, pero aquella segunda noche, cuando ambos sabían que comenzaba algo, y que ese algo, durara lo que durara, iba a ser algo importante, aquella noche Julio impostó la voz y fingió intimidad, y dijo que sí, que había leído a Proust, a los diecisiete años, un verano, en Quintero. Ya nadie de la familia veraneaba ahí, ni siquiera los padres de Julio, que se habían conocido en la playa de El Durazno, iban a Quintero, un balneario bello pero ahora invadido por el lumpen, donde Julio, a los diecisiete, se consiguió la casa de sus abuelos para encerrarse a leer En busca del tiempo perdido. Era mentira, desde luego: había ido a Quintero aquel verano, y había leído mucho, pero a Jack Kerouac, a Heinrich Boll, a Vladimir Nabokov, a Truman Capote y a Enrique Lihn, no a Marcel Proust. Esa misma noche Emilia le mintió por primera vez a Julio, y la mentira fue, también, que había leído a Marcel Proust. En un comienzo se limitó a asentir: Yo también leí a Proust. Pero luego hubo una pausa larga de silencio, que no era un silencio incómodo sino expectante, de manera que Emilia tuvo que completar el relato: fue el año pasado, recién, me demoré unos cinco meses, andaba atareada, como sabes, con los ramos de la universidad. Pero me propuse leer los siete tomos y la verdad es que ésos fueron los meses más importantes de mi vida como lectora. Usó esa expresión: mi vida como lectora, dijo que aquéllos habían sido, sin duda, los meses más importantes de su vida como lectora.  En la historia de Emilia y Julio, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que se llaman absolutas y que suelen ser incómodas. Con el tiempo, que no fue mucho pero fue bastante, se confidenciaron sus menos públicos deseos y aspiraciones, sus sentimientos fuera de proporción, sus breves y exageradas vidas.  Julio le confió a Emilia asuntos que sólo debería haber conocido el psicólogo de Julio, y Emilia, a su vez, convirtió a Julio en una especie de cómplice retroactivo de cada una de las decisiones que había tomado a lo largo de su vida. Aquella vez, por ejemplo, cuando decidió que odiaba a su madre, a los catorce años: Julio la escuchó atentamente y opinó que sí, que Emilia, a los catorce años, había decidido bien, que no había otra decisión posible, que él habría hecho lo mismo, y, por cierto, que si entonces, a los catorce, hubieran estado juntos, de seguro que él la habría apoyado. La de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva. Ésta es, entonces, una historia liviana que se pone pesada. Ésta es la historia de dos estudiantes aficionados a la verdad, a dispersar frases que parecen verdaderas, a fumar cigarros eternos, y a encerrarse en la violenta complacencia de los que se creen mejores, más puros que el resto, que ese grupo inmenso y despreciable que se llama ´el resto´. Rápidamente aprendieron a leer lo mismo, a pensar parecido, y a disimular las diferencias. Muy pronto conformaron una vanidosa intimidad. Al menos por aquel tiempo, Julio y Emilia consiguieron fundirse en una especie de bulto. Fueron, en suma, felices. De eso no cabe duda”.

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003), el inclasificable volumen Facsímil (2015) y las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Poeta chileno (2020), el libro de relatos Mis documentos (2013) y las recopilaciones de crónicas y ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus novelas han sido traducidas a veinte idiomas y relatos suyos han aparecido en revistas como The New Yorker, Ther Paris Review, Granta, Tin House, Harper´s y McSweeney´s. Ha recibido, entre otras distinciones, el English Pen Award, por la edición inglesa de Formas de volver a casa, y el Premio Príncipe de Claus, en Holanda, por el conjunto de su obra. Actualmente, vive en la Ciudad de México. 

Bonsái, del escritor chileno Alejandro Zambra, publicada en 2006 es una novela que no voy a cansarme de recomendar. Precisa, mínima y grandiosa, tiene todo para ser una obra a la que recurrir cuando se necesite leer algo inspirador, bien construido, inquietante.

Julio, el protagonista de esta novela corta, con los años, se va concientizando de que es preferible quedarse encerrado en su habitación viendo crecer su bonsai que tratar de exitir en el mundo de la literatura. Toda la novela del autor chileno es sobrecogedora, nos deja en un hilo tibio entre lo terrible y lo cotidiano, pensando en la simulación vital que sostenemos para no morir: “Al final ella muere y él se queda solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

El amor y la muerte, los grandes temas de la literatura, los que son sustancia y alimento, están en Bonsai, una novela joven, de jóvenes que se pierden en ideales precoces. Julio y Emilia pertenecen al ámbito universitario, pretenden ser lectores de Proust, y descubren que leer mejora su sexo por lo que antes del amor, leen, piensan, discuten y sienten. La prosa de Alejandro Zambra es tan categórica que nos deja boquiabiertos ante una historia sin dobleces y llena de profundidades. La historia de Julio y Emilia, parodia mordazmente las parejas literarias, y las reales, esta novela que hace honor a su nombre, y que nace con un hecho autobiográfico del autor (cuido un bonsai regalado por amigos) trata sobre el amor, pero lo pone en duda, lo cuestiona, lo vuelve necesariamente motor de cambio. Sino, ¿para qué?.

No esperen que les llegue su bonsai, compren la novela.

Dominó

“Así es la vejez, pensé con los ojos cerrados. Un tiempo en que las horas se suceden como si tuvieran cuerpo porque les vemos la forma y sentimos el peso, su densidad y autoridad”

Tomás Ruiz es un jubilado municipal de La Paternal, un tipo común, de costumbres concretas, algunas manías y varios amigos con los que vivió la vida y juega al dominó. Es viudo, de clase media tradicional, de barrio. Como casi todos los de esa época tiene valores que sostiene y alguna que otra picardía. Una tarde, así comienza la historia, uno de los amigos no viene a jugar, y es el más puntual. El mejor de todos, el tipo honesto, cabal que sostiene la vara para el resto. Lo van a buscar y está muerto. Asesinado. Ruiz encuentra un sobre que esconde en su bolsillo y a partir de allí, toda la trama se dispara enhebrando suspenso con costumbrismo por igual. Buenos Aires es el escenario propicio para mostrar la corrupción, la ineficiencia policial y judicial, la ineptitud y por qué no la frecuente doble moral argentina.

Ante la situación vivida y el apriete del hijo del muerto, Ruiz se escapa a uruguay, tenía dólares, y se los lleva. Allí visita a un compañero municipal oriundo de la otra orilla y le expone lo que sucedió. Decide, por consejo de su amigo, volver para no despertar sospechas, porque en su casa, encuentran una mujer asesinada. La empleada de Ruiz, supuestamente en ocasión de robo.

Salem va y viene orondo por los dos géneros, como si le resultaran propios, La novela es de una cuidada construcción en tres etapas, siendo la última la que devela un final inesperada, que se sostiene con pequeñas pistas que aparecen a lo largo de la trama. La vejez, que aparece en estos amigos mostrando los diferentes matices que puede tener, también es la que provee experiencia para que los personajes actúen. Es interesante cómo el autor crea tensiones entre el lector y la obra, lo incomoda y hasta lo enoja.

Una novela ágil, con recursos ingleses y con buena elaboración. Para leerla y releerla.

Curabichera

Si los chinos comen perro, nosotros comemos perro. Después me mostró qué partes servían y qué partes podíamos tirar a los juncos, porque con los juncos, me dijo, también hay que tener buena voluntad.

 Curabichera es la nueva novela de mi querido y admirado Luis Mey, editada, esta vez, por La Crujía. Es una novela que puede asombrar a quienes no han leído al autor y crean que en él, lo gore o el terror puedan ser una apuesta extrema, sin embargo, en toda su obra Mey nos pone frente a infancias vulneradas, ambientes tremendos y destinos tachados desde el parto. Por eso fluye en Curabichera, y la leemos sabiendo que algo malo va a pasar, algo siniestro hay ahí, pero solo él nos permite cuando conocer esa trama maravillosa que teje con literatura de la buena. Martiniano «El Tano» es el protagonista de la historia, y parece un pobre pibe al que la vida le deparó todas las tragedias, como si hubiera nacido con mala estrella, y entonces el Tano va construyendo lejos, pero cerca, un pequeño nombre como escritor, y trata de alejarse de su barrio, de su gente, tal vez haciéndonos creer que es su deseo.

La historia está en dos escenarios, el campo de Villa Rosa, un lugar donde la luz mal existe, y el borde, con todo lo que esta palabra significa, del conurbano, una suerte de encrucijada en Florida en donde la General Paz se hace oír. Pero el Tano quiere y la vida dispone. Cuando muere la abuela, Martiniano deja su departamento en Recoleta y vuelve a esa zona que bordea Vicente López alumbrada por la cancha de Platense. Desde niño, el personaje supo de la maldad, la vivió, la vio en sus seres más queridos, y también sabe del más allá. Y el vive acá, pero no es el pibe que parece dejarse influenciar, hay en su aura la oscuridad y el espesor suficiente para que pueda hacer y decir lo que sea, por más grotesco que suene, por más repulsivo que parezca. El Tano es un tipo que tiene como mascotas una familias de ratas, tal vez por su clara identidad, porque no mienten, ahí están, son eso. Y en la novela hay muchas caretas que se cuentan, en la niñez y en los adultos que los rodean. Otra vez Luis Mey se atreve a los niños abusados, pero ahora nos muestra en que adultos pueden convertirse, y así la historia transcurre y comienzan las muertes, inválidas, como deben ser, los amores derrotados, la fe pisoteada por la realidad, el verdadero terror, que es el de lo posible.

Carcoma

Carcoma, de Layla Martínez, ensayista, traductora y editora, es una novela que tuvo éxito editorial, y una obra que arremete contra los prejuicios de la brevedad. Escrita con un estilo cartográfico y con metamensajes y planos superpuestos, Carcoma se vuelve compleja y muy interesante, con una rica voz que puede y supera los límites de la realidad temporal.

La novela se vale de una historia de terror, para hablar de temas contundentes como la violencia hacia las mujeres, el del conflicto de clases y el rencor intrínseco que la Guerra Civil española y la dictadura franquista construyenron en España y que transciende hasta la actualidad. El resentimiento al que la marginalidad de ciertas comunidades no se resiste ​y la esencia hiperbólica e hipócrita de la humanidad, más alla del grupo social de donde se venga.

Es una breve novela de terror, pero no es el clásico terror, lo sobrenatural queda justificado por la historia que la atraviesa, y aunque pertenece al subgénero de «encantamiento», lo gótico es más claro y fuerte, un gótico hispánico que se le parece a Giovanna Rivero en algunos cuentos, o a Mónica ojeda en sus obras, está situada en un pueblo de Cuenca y en una casa humilde, y eso es novedoso. El encantamiento en la pobreza, los placares escondiendo basura de clase trabajadora, secretos prohibidos, que en general se les endilgan a palacios y clase dominante. El desarrollo en general es ameno, con algunas reiteraciones, tal vez debería haber sido más breve aún. Escrita en una primera persona de varias mujeres, abuela y nieta, manchegas, que a pesar de imperfecciones estilísticas nos deja como lectores, con el odio y la rabia en la piel, logra envenenarnos con el mismo rencor que padecen las protagonistas. El peso de tanta oscuridad se ve equilibrado por cierto humor desopilante.

La historia plantea la clásica cuesitón de conflictos de género y de clase de todos los tiempos, pero su trama apela al terror y la fantasía para que la obra se aleje de lo tradicional. Me pareció un acierto que las protagonistas que cuentan la historia no se planten solamente como víctimas y que muestren también sus pulsiones y cierta asquerosa ignorancia.

Es una novela inquitante, con la mancha del dolor arrepentido y con un odio profundo arrebatando sus páginas. Tal vez le falta construcción a cada una de las mujeres (abuela y nieta), a sus voces, pero también puede ser una elección esa ambigua voz, casi igual, de estas historias que repiten violencia y deseos como si fuesen una.

El entenado

El entenado, publicado en 1983; fue editado en España antes que El Aleph y lo merece, qué maravila la prosa de Saer, con que maestría viaja por el pasado y el presente de este hijastro que conquista indias como quien fluye en la propia existencia íntima. Narra en primera persona las peripecias de un grumete adolescente inmerso en una de las tantas expediciones españolas al Río de la Plata, la historia, situada en el siglo XVI, nos hunde de cabeza en la historia, El chico cae presa de los qindios colastinés, que matan a todos sus compañeros y a él lo alojan y atienden con cortesía durante años, convirtiéndolo en el testigo necesario de las luces y oscuridades de una civilizavción perdida en la naturaleza. Los colastinés son antropófagos y el muchacho, que no comprende el idioma inicalmente, comienza a descifrar los modos, los gestos, las actitudes de las personas que lo rodean y a veces los ignoran, sin saber cuándo será comido. Esto es un gran recurso para el autor, que embellece la historia con mucha filosofía, la existencia y la realidad se ponen en suda con excelencia. Juan Villoro cuando comenta el libro sugiere que este joven protagonista va comprendiendo por qué era necesario para ellos, y tenía que ver con la idea que vierte Saer: «Lo exterior era su principal problema. No lograban, como hubiesen querido, verse desde afuera.» La otredad, ese otro que uno necesita para ser, un oytro distinto que no debe parecerce a ellos,, se tiene que sentir otro y mantenerse ahí. Lo mágico aparence en pos del conocimiento, en una reyerta entre quienes son y como quieren ser vistos. Los aborígenes saben que ellos tampoco entenderán como los ve, pero que los vea les alcanza. El mundo de los indios es casi efímero, todo puede desaparecer de un momento a otro, y entran en juego las supersticiones y los ritos para sostener, para permanecer. Por eso se vuelve necesaria la escritura de este historia, diría Villoro, “El testigo obligado procura a los indios el consuelo de la versión ajena. Si ese entorno se derrumba, sólo sobrevivirá lo distinto, la mirada del huésped. La novela ofrece el trasvase de una cosmogonía (contar el mundo) en una singularidad (contar un mundo): del mito a la literatura”.

Saer nos obliga a pensar en la memoria y en lo real de la misma, en la importancia del lenguaje, en la civilización y la barbarie, y con un tono incríble y de lectura voraz, como si fuéramos parte de la aventura en tierras de los colastinés, nos adentra en la incomodidad de un texto que trata sobre las cuestiones de la conquista, que invade los géneros y ensaya con filosofía propia la gesta europea, una gran obra este llibro, que asume postura frente a las historias de Indias, sin poses, sin mentiras, pensando al otro con la fiereza y la verdad que un otro tiene. Piglia sostiene que “decir que Juan José Saer es el mejor escritor argentino es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores en cualquier lengua y que su obra -como la de Thomas Bernhard o la de Samuel Beckett- está situada del otro lado de las fronteras, en esa tierra de nadie que es el lugar mismo de la literatura”.

El entenado cuestiona saberes, tradiciones, silencios, nos va a dejar expuestos, desnudos, como indios, frente a la historia que nos convoca y en la voz de un genio de la escritura que no tiene parangón, es una maravilla su prosa y además es acequible, logra todo con recursos simples porque es verdadero.

De lectura imprescindible

Que nadie duerma

 Juan José Millás es uno de los autores más laureados por los lectores y por la crítica. Que nadie duerma es una novela que utiliza a un personaje impresionante, Luicía, para romper las barreras entre lo cotidiano y lo sobrenatural. Lucía, una «falsa delgada», es el eje de toda la novela, su infancia, sus extrañezas, su psiquis y porqué no, su cartografía creada para soportar la realidad madrileña transformandola en Pekín. Lucía inicia la novela siendo una informática cuya vida no dista de un algoritmo más. Pero enseguida nos cuenta que de pequeña, vio cómo un pájaro negro caía sobre su madre mientras hacía pis en el jardín de la casa familiar. De allí a la muerte materna hay un paso y un suspiro que destruye la corporalidad de la madre y la convierte en una en una mujer pájaro. Ahí comienza la historia, una maravillosa serie de reflexiones, fantasía y lírica interesantísima que nos transporta toda la novela en taxi. El que compra Lucía al ser despedida. Las vidas de sus pasajeros, pequeñas, inmensas, tensas, terminales, tejen una trama entusiasta que logra que lo onírico y lo tremendo sean paralelas interminables. Algo va a suceder, dice la protagonista, y ahí quedamos jadeantes esperándolo. Millás, poco a poco, construye una narración que se arremolina en el surrealismo sin perder contacto con la realidad. El punto de partida de esta historia es un beso fugaz que se le escapó a Lucía, la protagonista. Una vez despedida de su trabajo, llora en su baño, por los conductos de ventilación le llegan fragmentos de Turandot de Puccini, que escucha su vecino. La ópera late en su cuerpo y se transforma en su obsesión. Bajar a ver quién es el sujeto que la oye y que canta , allí comienza a gestarse este actor de mala muerte como su Calaf.

Millás  rompe los límites entre la realidad y la ficción, se anima a delirar y nos deja inquietos, desesperados buscando de donde asirnos como lectores, yendo a escuchar la ópera «Turandot»que en su argumento se vuelve Lucía, de Millás.

«Que nadie duerma» hibrida pájaros y ópera, dentro de un taxi, que se transforma en el espacio donde la historia explota, entre la ficción y la realidad, entre Pekín y Madrid, con Lucía vuelta pájaro, vuelta china, vuelta aire, humo espeso, madre tal vez. Los pasajeros, como oyentes de las historias de Lucía, sin espantarse las convalidad, y la fantasía acontecer.

Una novela cautivante, de esas que nos obligan a leer sin respiro.

Oso

Oso es la novela más interesante de Marian Engel; una obra que obtuvo el Governor General’s Literary Award for Fiction en 1976, y es recomendada por Alice Munro o Margaret Atwood por su construcción delicada y temible. Es una oda al paisaje a a la naturaleza, incluyendo la humanidad en ella, pero no deja de lado un perfil erótico, transgresor, refinado y con la belleza de la buena literatura. Narra una vuelta a la naturaleza, lo hace con tal estilo que nos metemos en ella: bosques inmensos, ríos amplios, extensas praderas, islas donde la joven urbana se halla, en medio de la paz que la rodea.

Oso es protagonizada por Lou, una tímida mujer de 27 años, bibliotecaria en el Instituto Histórico de Toronto, su trabajo lo realiza en el sótano, entre el calor de la caldera y la fiebre de sus pilas y pilas de libros. Pero una frase cambia su destino: “—Será mejor que hagas las maletas, Lou, y te encargues del asunto. El cambio te hará bien— dijo el director”.  
El Instituto  Histórico había recibido una carta de un bufete d de Ottawa en la que les comunicaban que un tal «Coronel Jocelyn Cary» entre otras muchas cosas, incluida la isla, les donaba una gran biblioteca que documentaba la vida de los pioneros del lugar. La historia transcurre entonces, en un viejo edificio octogonal, en la La isla de Cary . La casa y la finca, «Pennarth» (en galés «Cabeza del oso«), tiene ese trazado en octógono por los escritos de Orson Squire Fowler, su biblioteca tiene libros del siglo XIX. Y en el cobertizo, vive un gran oso manso y viejo.  El animal se convierte en compañía, y la relación entre ellos se vuelve humana y animal por igual, en una vuelta niestcheana, Hay un giro animal en Lou, hay una busqueda de placer en esa complejización que abruma a la protagonista y al animal, una tensión sexual e íntima que puede inquietar, pero que es contundente. Lou ve al oso como el compañero ideal, que la completa y la hace encontrarse. Ser.

“El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guio con suaves jadeos hacia abajo.

Movió las caderas: se lo puso fácil.

—Oso, oso— susurró, acariciándole las orejas. La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas”. [Pág. 112]

Escribe con tanta belleza el encuentro animal que no deja dudas de la contundencia emocional que significa. El simbolismo se corre ante la verdad. Pero en el momento de partir, cuando el trabajo había sido realizado, el animal presiente, y termina dándole un zarpazo en la espalda. Algo se rompe, la relación se vuelve otra vez iniciática, y es allí que y Lou dejala isla. Claro que no es la misma que llegó. Una novela polémica, llena de mensajes que pueden interpelar no solo al lector particular, sino a la sociedad, con una impecable traducción.

No es una novela sexual o zoofílica sino una historia que analiza las conductas humanas y animales en el encuentro solitario que la isla desata. Engel narrar sin pesar y con absoluta libertad una novela que se las trae, y que deberíamos leer sin prejuicios.

Muy bien escrita, diría que es sublime.

Kryptonita

Kryptonita (2011), de Leonardo Oyola, es una obra con variaciones de género que va y viene entre el realismo y un no realismo al estilo superhéroes americano. No falta nada de lo que un cómic tendría, familia, amigos y enemigos, injusticia, amor, todos los condimentos. La novela tiene una idea interesante, y por momento logra con maestría viajar de un género a otro, de la realidad a la no realidad, incluso en sus diálogos. Hay un hallazgo del autor en la forma de esos pasajes, que no incomodan ni parecen forzados.

Kryptonita entra dentro de la llamada “narración de los márgenes” que algunos autores ubican en el inicio del milenio, siendo un estilo que pretende acercar la realidad al lector saliendo del realismo, en este caso Oyola utiliza una especie de ciencia ficción, ya que produce un choque en el lector, lo estremece, tomando a este mundo ficcional que crea para lograr el extrañamiento y romper con paradigmas que automaticamente aparecen en el lector. La referencia con lo real, el narrador y distintos integrantes de la banda, que nos narran historias secundarias sobre su vida o la de Nafta Súper, la construyen con apelaciones sociológicas, antropológicas e históricas –respecto a lugares o personajes del entorno marginal del conurbano en la década precedente al 2000; lo vemos cuando se refleja la crisis de 2001 y aparencen elementos culturales para ser asociados, como los recitales o la televisión,o el apodo que le ponen al médico del hospital,,“Socolinsky”.

 Kryptonita dialoga con el realismo, se apoya en hechos empíricos, pero postula un mundo propio, con inequidades también, que posee una especie de cofradía justiciera que enfrenta las injusticias del sistema opresor en el que viven los personajes. Éstos sigue tras una justicia equitativa que los iguale a los demás. En Kryptonita, Nafta Súper y sus cófrades tratan de volverse y enfrentar ese sistema social que los expulsa desde la marginalidad en la que se criaron. La novela cuestiona el orden del realismo literario y lo hace desde voces verosímiles. El médico nochero, Nafta súper, el diablo amarillo y cada uno de los personajes aportan a la construcción de una historia marginal, que cada vez queda más cerca de casa.

Para leer de un tirón entre superpoder y superpoder.

El bosque infinitesimal

La trama narra las peripecias de un médico joven, su maestro Blavatski y el mendigo secuestrado Gut, apunta contra la ciencia positivista y con una elocuencia rebuscada, nos regala un experimento Frankesteiniano, en el que se valen del cuerpo del menesteroso para confirmar que solo la ciencia puede mejorar la humanidad. Por supuesto, habrá obstáculos.
La novela transcurre en una ciudad inventada de este europeo, cuentan además con una asistente que viene a mostrar el lugar femenino de esos tiempos, Ávida, personaje que le sirve al narrador para que veamos las obsesiones y neurosis del joven médico, elaborando su deseo lacaniano en la mirada que tiene sobre la mujer. Es sumisa, ayuda con el reo, encerrado en un sótano, a merced de los delirios científicos. Todo resulta válido en pos de la investigación y la ciencia. El saber es mucho más importante que Gut.
En el texto hay un clima reservado a las grandes obras del gótico, y se cuelan en ese vocabulario desde Storni a Lacan, por momentos está logrado y en otros, tal vez por ser de una meticulosidad extrema, se vuelve de artificio. Sin embargo, sólo por el vocabulario excelso y el riesgo que Julián López toma, saliendo de su voz habitual, esta novela merece nuestra lectura, concienzuda, elaborando página a página, la estimulante imaginación de López en ese ir y venir de los tiempos y de las palabras, como significantes en sí mismas.


El bosque infinitesimal es la tercera novela del narrador y poeta argentino Julián López (Buenos Aires, 1965). La prosa de López siempre conmueve, elaborada, elegida, capaz de sintetizar una época, esta novela no escapa a esa norma. Las reflexiones del médico, sus inquietudes, deseos, muestran la poética del autor, su base literaria y deslumbran. El bosque infinitesimal fue escrito antes que sus obras reconocidas, y retomada para su publicación, tiene en su haber las cuestiones que el autor elabora una y otra vez, lo animal, el deseo, la ciencia. Ahora buscando una nueva lengua, que a veces entorpece la lectura, volviéndola densa.


Es exuberante, rebuscada, inquietante, y con una interesante narración oscura, que promueve, tal vez, la necesidad de que la literatura busque nuevos caminos, alejándose del que, ya sabemos, funciona.

Al pie de la escalera

«El frío llegó tarde aquel otoño y a los pájaros cantores los cogió desprevenidos. Cuando la nieve y el viento empezaron a ser intensos, demasiados habían sido engañados para quedarse, y en vez de partir hacia el sur, en vez de haber volado ya hacia el sur, estaban acurrucados en los jardines de las casas, con las alas ahuecadas para conseguir un poco de calor. Yo estaba buscando trabajo. Era estudiante y necesitaba trabajo de canguro, de modo que pasé algún tiempo caminando por esos atractivos pero invernales vecindarios, de entrevista en entrevista, al tiempo que inquietantes multitudes de petirrojos picoteaban la tierra congelada, pardogrisáceos y desvalidos —aunque qué pájaro no parece, incluso en las mejores de las circunstancias, algo des

Moore, Académica de las Letras de América, intenta, en esta novela, mostrar el ser americano promedio en la vida de Tassie, una chica de pueblo del Medio Oeste que vive con sus padres y hermano; se marcha , a la universidad con sus valores a cuesta, quiere madurar y crecer. Allí conoce Sarah, que buscaadoptar a un hijo, la contrata como niñera hasta que el pasado lamentable de la mujer aflora y desestabiliza la adopción y el trabajo de Tassie. Los secretos de los personajes, su empleadora, su esposo, el chico con el que sale, dejan ver más que lo que la propia autora nos permite. Moore dejo claro que pretendía con esta novela “dar un pequeño golpe bajo a la vida estadounidense”. Y lo hace, es terriblemente crítica, con el humor interesante de la autora, tal vez repetitiva en sus descripciones contexturales, pero sin dudas hace pie con un criterio brillante y mordaz en el tema que aturde a la literatura norteamericana, que es el racismo. También utiliza el tema de la adopción y no escatima en dejar posición sobre el comercio subyecente.La peor hipocresía burguesa queda expuesta en la obra realista, descriptiva y concreta y en la magnífica prosa de la escritora que nos permite ver sin velos la miseria de la sociedad. Narra tan bien, utiliza el showing con maestría y así nos muestra escenas memorables.

Es una novela franca, y lastima, pero tiene un cariz humorístico que permite al lector no desfallecer ante la brutalidad de algunas conversaciones que acontecen. Las comparaciones son hitos en el texto y nos muestran como somos los humanos ante los otros de manera brillante. Es de lectura ágil, sin desperdicio, pero aún así siento que Lorrie Moore es mejor cuentista, las historias en sus relatos tienen un peso que no logra de la Sarah y Tassie, a pesar de los dimes y bemoles que las interpelan. Es una buena novela pero lo que muestra ya lo hizo Roth o Carver, la diferencia es su voz irónica, divertida que vuelve menos trágica la negativa realidad.

Un párrafo especial mereces las conversaciones del grupo de apoyo que están tan bien logradas que molestan, y nos interpelan como sociedad. La guerra, la muerte, el amor, la traición y la hipocresía. Tiene todo, Lorrie Moore no decepciona. Una buena lectura para iniciar el otoño.