El precio de la amistad

La última entrega de relatos de Kjell Askildsen, “El precio de la amistad”, consta de cuentos escritos cuando el eEl escritor noruego tenía más de setenta años. Esta obra nos lleva a un territorio conocido para sus lectores y es ese retorno constante a una especie de malestar que propone en su obra. La parquedad ruidosa de su voz, cierta frialdad persistente, lo inevitable, de lo que no podremos huir. “La tranquilidad ha desaparecido”, nos advierte el narrador de “La casa roja”. Así de inescrupuloso es este gran escritor a la hora de hacer declarar a sus personajes. Puede mirar por la grieta en la pared o el agujero de la cerradura, o nos pueden clavar una pasa en el ojo, pero aún así mirar es la constante, intensamente, viendo lo que no deseamos, pero que atrae por su llana intelectualidad.

El precio de la amistad es un condensado breve que contiene doce nuevos cuentos (en total no son más de 90 páginas) de este estupendo escritor noruego, uno de los más grandes cuentistas de la actualidad.

Loa cuentos con nombres propios, como “Gerhard P.” son alegatos: “Había planeado de antemano cómo iba a dejarlo, y cuando al cabo de un rato se dio cuenta de que su plan no era viable, volvió a dejar todos los muebles donde estaban.” Lo inevitable, lo que no podemos evitar, es aquello a lo que nos invitan los personajes de Askildsen que permanecen en su austeridad absoluta, como ascetas modernos. Los párrafos, los relatos, nos van atrapando pero no nos alcanzan ningún eureka, solo nos muestran su propia infelicidad. Los bienes materiales, hasta los mares contaminados por derrames, o el sexo en plenitud, no pudieron impedirles la inconformidad constante que el estado de bienestar nórdico no puede tapar. La desolación emocional es casi necesaria por esos lares, la soledad una constante, y el mutismo una realidad.

Todo es vacío y simulada quietud, todo es soledad. Askildsen es silencio, vejez, muerte, desamor. Pero sobre todo es tedio. Los cuentos de Askildsen tienen un personaje principal o dos bocetados en líneas que se sientan frente a una taza de café. Suele ser alguien que está comiendo con un amigo o con su propia esposa, para hacer que conversan, en realidad están muriendo. Otros miran por la ventana de su cuarto o van a ver a su padre enfermo, a entierros o se escapan comprando cigarros. Siempre están por estallar. El pasado o la incomunicación, el desencanto de la vida en general los abruman.

Los cuentos parecen nacer de la mueca de un rostro ante una mala sensación frente a la vida, al igual que su otro volúmen No soy asi. Askildsen nos deja su prosa fría pero inevitable, llena de sombras kafkeanas, o de presunciones desacomplejadas similares a las propuestas por el gran Camus, Y nos invita a no parar.

En “Willy Hassel” aparecen sus temas de relatos pasados, el trato con la autoridad policial. El temor autoinducido, esa sospecha indecible.  “Después del entierro” , cuentazo, sin dudas inicia rememorando a “L’étranger”, de Camus. Los protagonistas de los relatos de Askildsen fuman mucho y beben mucho. O se matan a café. Son austeros, pero eso no les evita la desgracia de sentirse vacíos, No hay cuestiones habituales en nosotros para emborracharnos, no hay desamores o deudas, ellos se beben la culpa de la prosperidad.

Y la historia termina cuando no hay más que decir, el autor no se justifica. Porque escribe un resumen de la existencia de sus personajes, en los que no pretende que comprendamos nada. “Yo no las entendí, y esa es la razón por la que las recuerdo”, dice el protagonista de “Después del entierro”; para saber hay que seguir leyendo Askildsen, y volver a quedar sin conocimiento, el autor no escribe para lectores necesitados de verdad, como cierra en su cuento “El neceser”: “Tampoco vio nada”.

Kjell Askildsen es un gran escritor. “El precio de la amistad”, es un libro para tener como cabecera.

PD: Nos regala al final un diccionario propio que es otro libro en sí mismo: matrimonio, familia, realismo, definidos a lo Askildsen.

Diario de Cuarentena: Remembranza

Buen día, se acerca la primavera y seguimos igual, peor en realidad. Extraño mucho mi ex vida. Aquella en la que mis amigos mostraban la cara, en la que no éramos enemigos por pensar diferente. La época de las posibilidades y los encuentros, los abrazos sinceros que calmaban males. Un beso era bienvenido y las carcajadas o el karaoke significaban alegría y no muerte. Es tal la soberbia política en nuestro país, que nos hemos olvidado de lo que significa como ciencia.

La ciencia política constituye una rama de las ciencias sociales que se ocupa de la actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por seres humanos libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común.Es la ciencia social que estudia el poder público o del Estado. Promoviendo la participación ciudadana al poseer la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común en la sociedad.

¿Cuánto de eso se cumple hoy? la acción autoritaria de un presidente elegido constitucionalmente es posible gracias al miedo creado en la población. Y el concepto falaz que instalaron sobre el encierro como método para gestionar una pandemia que nos llegó como a todos, incluso peor que a muchos, porque nos toma agotados, con las defensas bajas y los bolsillos vacíos. Quiero pensar que creen que es mejor y no que usan el modelo cuarentena a piacere, pero mis buenas intenciones se caen a pedazos cuando escucho las bárbaras expresiones del presidente demagógico criticando a la ciudad que elige para vivir. O al gobernador bardeando como si estuviera en la tribuna mientras su gestión hace agua, o a Grabois incitando a ir contra la propiedad privada y aplaudiendo expropiaciones brutales. Ayer oía a una mujer que decía en una toma de tierras: es que no tenemos nada, queremos un terrenito para tener algo. El medio que la entrevistaba nunca la expuso,. en esta nueva argentina donde ser ladrón o delincuente es premiado y haber trabajado para tener algo se castiga. Nadie le preguntó por qué cree que está bien tomar lo ajeno, sacarle a otro lo que logró con esfuerzo. El concepto de que lo de el otro es de ellos, es cultural y es apoyado por millones de oportunistas políticos que resguardan sus bienes y sus billeteras abultadas pero prodigan odios hacia el prójimo. Increíble.En el sur toman e incendian viviendas con gente adentro, pero no es nada para el gobierno.

A más de 160 días de la cuarentena, seguimos aislados dentro de nuestro propio país. Seguimos enfermos, más que nunca, llegando a alcanzar a o pasar en casos y muertes a aquellos que criticaban en filminas, pero no hay autocrítica, no se entregan y denuncian de una vez por todas que se equivocaron. Ojalá los gobiernos municipales, leales al gobierno u opositores no sigan el mal ejemplo y se enfoquen en testar y anillar para evitar la masividad de los contagios, aunque por lo que veo, siguen la política de pensar que es mejor ahorrar test que cuidar vidas. Un caos sanitario, político y económico del que nadie va a salir ileso. Me da mucha pena la intelectualidad obsecuente y la falta de pensamiento crítico de nuestros filósofos. En un momento donde la ciencia médica no tiene respuestas o son engañosas, debemos creer en la humanidad, tal como cierra Camus en La Peste: «….y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las pla­gas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.»

Diario de Cuarentena: Que no gane la peste.

«El siglo del miedo». Así designó Albert Camus al siglo XX. Sin embargo el nuestro, este siglo actual y nuestro mundo sigue estando en manos del miedo.

Pero primero voy a contarles mi mañana, que tuvo condimentos. Me hacían una nota en UNNOBA radio por el taller de escritura creativa que comienza en breve. Me encontraba en mi cuarto y escucho que mi cocina es una debacle, golpes terribles y ruidos varios. Al estar al aire, no me quedaba otra que disimular. Mi amor querido y adorado-léase lo odio- había citado a un desprejuiciado gasista a la misma hora. Me impactó el ruido, pero también la falta de miedos de esta gente que se gana el mango sin prejuicios ni tapujos y que con claridad te dice: hay que laburar.

Y sí, tienen razón, hay que trabajar. La vuelta al taller después de cinco meses no significa solamente un ingreso. Me llena de dignidad. EL trabajo es una fuerza de vida, que debemos tener. Nos propone cambios, nos energiza y nos permite proyectar. Pero dejo la magia de lo cotidiano y vuelvo a Camus.

Camus quien supo brindarnos, en su novela La peste , un ambiente lleno de conflictos que se asemejan a los actuales, a nuestro agobio y desazón. Nuestra especie se ve atacada por el coronavirus y destierra esa idea de que el hombre es el que desencadena todos los males. Y todos los miedos. Somos criaturas subordinadas a más leyes que las establecidas por la razón y las pasiones. Estamos expuestos a riesgos y formas de exterminio que tiene que ver con nuestra fragilidad orgánica. A lo largo de la historia, diversos males nos aquejaron para aniquilarnos. Algunas veces hemos vencido pagando con valiosas muertes. La pandemia actual nos viene venciendo.La ciencia no da respuestas y no sabemos qué le pondrá fin. ¡Seguirá el miedo siendo nuestra única opciön? Tal vez los hombres debamos detenernos a examinar que pretendemos,. hacia dónde vamos, como conservaremos nuestra especie. Y vuelvo a Camus para obtener una respuesta: «Vivimos en el terror porque la persuasión ya no es posible».

Nos venimos caracterizando por la pérdida de valor de la vida humana, Y eso es porque nos importa más el poder que todo lo demás. Entonces lo ético, el desarrollo ético, se supedita al poder. Creíamos que al tener un mayor saber, al entrar en la era del conocimiento, que nos iba a dar bienestar y salud, desaparecería el miedo. Pero hoy vemos que no es así y estamos bañados de miedo, un miedo que sirve para controlarnos, como en los dos siglos pasados. Poco hemos avanzado. Pero el miedo actual es el miedo a lo inesperado. Estamos indefensos y no creemos en la ciencia politizada que pretende ser palabra sabia pero se equivoca frente a un virus una y otra vez.

Estamos ante una peste inédita que parece invencible. Es invisible a simple vista, y genera un pánico tal al contagio que, auspiciado por gobiernos ineptos nos hace señalarnos como fachos virales unos a otros. . Somos todos sospechosos para todos. Todo aquello que expresa amor, un beso un abrazo, un saludo, una caricia puede llevar a contagiarnos. El otro es una amenaza.

La vida cotidiana, los momentos de vida, como el que conté hoy, se evaporan ante el miedo.El amor se vuelve distante y peligroso.Pero el hambre y la falta de certezas oficiales nos llevan a ser solidarios con ese otro. La humanidad se enfrenta a una elección. ¿Nos volvemos panicosos y encerrados, o seguimos luchando y apoyando a nuestros hermanos? Laburando, como dijo el gasista. Laburando para seguir. Porque si no, gana la peste.

Diario de Cuarentena: ¿Estúpido yo?

Todos cometemos estupideces. Es más todos tenemos un grado de estupidez. La vida sería demasiado aburrida, si viviéramos en una sensatez constante. Ahora, vivir en una tontera continua, ha dejado a la humanidad en el estado de hoy, con miserias, hambre, y sin bienestar ni felicidad por la estupidez generalizada de las clases dirigentes.

Hoy quiero proponer ocuparnos de la estupidez, la natural y aquella que construimos. Ser estúpido, ya lo decía Voltaire, es peor que la maldad. O como el historiador Carlo Cipolla nos argumentaba en la Tercera ley fundamental (ley de oro) de la estupidez: «Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio«.

La condición humana es vana, pero prefiero accionar a lamentarme. Y el humor puede ayudarnos a contrarrestar la estupidez, pero primero debemos entenderla.

En 1866, el filósofo Johann Erdmann definió la «forma nuclear de la estupidez». Tomando la mente estrecha como estúpida,La estupidez se refiere a la estrechez de miras. Es decir, estúpido es el que sólo tiene en cuenta un punto de vista: el suyo. Cuanto más se multipliquen los puntos de vista, menor será la estupidez y mayor la inteligencia. Ay! que bueno sería que algunos gobernantes pensaran así, no es el caso de Argentina, que tiene políticos que se creen dueños de una verdad única. Los griegos les dirían idiotas, porque para ellos un idiota era aquel que consideraba todo desde su óptica personal y juzgaba cualquier cosa como si su minúscula visión del mundo fuera universal, la única defendible, válida e indiscutible. ¿Les suena?

Creo que el egoísmo intelectual también es estupidez, y me remito a los toscos y soberbios, aquellos que reniegan de las tensiones y de la complejidad, creyendo que la difusión de su propia y tonta simplicidad es un dogma inapelable. Una verdad absoluta, tienen una ceguera intelectual tal que lo hace sentir sabio.

Aspiro a luchar contra el embrutecimiento en el que nos estamos ahogando, cuestionarnos y cuestionar, ampliar la mirada, para limitar tanta estupidez. La duda y la autocrítica son aliadas. Dejemos de mirarnos como Narcisos estúpidos y autosuficientes, con tono de maestro ciruela. No apuntemos con el dedo, porque sino seremos siempre estúpidos, ignorantes del otro. En 1937, el poeta Robert Musil en pleno auge de corrientes totalitarias, nos recordaba «la barbarización de las naciones, Estados y grupos ideológicos». Lamentablemente casi un siglo después, estamos en las mismas condiciones. La estupidez se parece al progreso, a la civilización. Confunde.

En nuestro país está brotando de un «nosotros» estulto y envanecido. Alimentado por un populismo lleno de grandes ideales difusos, de lugares comunes, de proclamas simplistas: todo es negro o todo es blanco. Parece que el único punto de vista legítimo es el de un grupo social determinado, el de una facción concreta: la de la mayoría. Y ahí es donde el totalitarismo acecha.

La estupidez es prima de la intolerancia y la falta de diálogo. Es gregaria y se construye con consignas soberbias y sin fundamento, repetidas una y otra vez por colectivos sectarios. La estupidez funcional es peligrosa. Como ya dije todos en algún momento, podemos ser estúpidos ocasionales. Pero un obcecado funcional, según Musil, tiene una incapacidad permanente para apreciar lo significativo. ¿Qué es importante y qué no? El estúpido se obstina en lo accesorio. No puede jerarquizar prioridades. Nietzsche nos avisaba que la estupidez más común consistía en olvidar nuestro propósito.

Las complejidades que nos presenta la vida, sus matices, conforman lo trascendente, pero la idiotez se extienden con la rapidez del pánico. Se viralizan como el virus que nos aqueja.

Una de las acciones más simples para remediar la estupidez es la modestia. Por lo que es de inteligente cuestionar lo que uno hace y piensa. Esa zona gris de la duda nos aleja siempre de la imbecilidad, y una buena cura de humildad es la risa inteligente. Hacer una sátira de la estupidez de nuestra vida siempre es un ejercicio saludable. Notaremos que muchas convenciones sociales son en absurdas y abrumadoramente lentas. Hoy en día, estamos llenos de protocolos que no resisten la más minima pregunta. Hay estúpidos en la misma proporción en todos los estratos económicos y culturales, corrientes políticas y territorios.

Decía Albert Camus en «La peste» que «la estupidez siempre insiste», por eso creo que tal vez mi lucha, sea una partida perdida. Pero no me quiero resistir a ella, y los invito a preguntarse como hacía el escritor Giovanni Papini, la pregunta fundamental para acabar de una vez con la estupidez funcional: ¿soy un imbécil?

Hoy me respondería a mi misma que sí, que lo soy, y aquí tal vez resida mi diferencia con los idiotas absolutos. Te dejo la cuestión en tus manos, porque puedo estar equivocada.