Amora

“Lo que sucede es que Bruna y yo somos una familia, pero tardé en entenderlo. Fue un día que me enfermé y pensé en la posibilidad de pasar la noche en casa de mis padres, y Bruna se enojó conmigo, y con razón. Era nuestra casa y yo podía sentirme bien y protegida ahí, fue así que empecé a entender”

Natalia Borges Polesso nació en Brasil en 1981. Es escritora y doctora en Teoría de la literatura en la PUCRS, y autora de Recortes para un álbum de fotografías sin gente, obra ganadora del premio Açorianos 2013 en la categoría cuento, del libro de poemas Corazón a Cuerda, de 2015, y de la tira La escritora incomprendida, que publica en Internet. En 2016 recibió el premio Jabuti por los cuentos de Amora y en 2017 fue elegida en la lista “Bogotá 39”, que selecciona cada año los mejores 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años.

A lo largo de Amora (Odelia Editora, 2017), Polesso logra un collage de personajes que son íconos de una sociedad y aquí me aparto de pensar que sus personajes son solamente lésbicos, por el contrario son mujeres interesantes, fuertes, sufrientes, que protagonizan historias donde los hombres quedan atrás, debajo, en un segundo plano interesante desde lo literario. Estas mujeres, no se unifican en un colectivo homogéneo, por el contrario viven, sienten, acontecen de diferentes modos, pero sin dejar de plantarse con claridad en el mundo.

Y la simpleza de la narración pasa por la verdad, entonces encontramos a una niña pregunta qué significa “marimacho”, cuando escucha ehablar a una vecina. Una niña que se identifica con la persona criticada, que siente que algo está mal en la cabeza de los otros. En “Abuelita, ¿usted es lesbiana?, otra vez un niño dispara la cuestión y hace que la abuela cuente su verdad: la amiga con la que vive es su pareja. Así la inefable sinceridad de la infancia devela las relaciones entre mujeres, nos obliga a repensar cuan violentos hemos sido o somos como sociedad, y cuántos secretos familiares nos pasamos por alto. Los cuentos y las prosas poéticas de Amora son fuertes, inquisidores y conforman una obra potente que no hace perder individualidad a sus partes.

Las verdades se revelan atávicas, y lo no dicho se vuelve protagónico, para hacernos pensar, reformular las estructuras, y seguir cuestionando las tradiciones impuestas. Muy interesante.

Cameron

“La huella es la memoria de una ausencia”

Cameron  es una novela narrada desde una ciudad indeterminada que posee clases marcadas por la altura de sus barrios, contrapuestos, los pobres en el barrio Alto, los de vida cómoda en el barrio bajo de este lugar atravesado por un río y por un puente que soportanla historia. Julio Cameron es el último de una estirpe otrora galardonada que nace con un General patriótico y termina en un viejo con una pierna ortopédica, decrépito y solo, una historia prohibida, llena de pertenencias y nubes de nombres pretéritos en su cabeza. Mita, Juan Silverio, Elda Cook, Orsini son los que lo rodean en un presente delirado en el que Cameron intenta contenerse. Mita es unamujer que vuelve todos los inviernos, Silverio un locutor nocturno y borracho, Eda una cantante de jazz, y Orsini un financista que trabaja con horario oriental y múltiples pantallas, y juntos son el ancla temporal de Cameron, o tal vez no, porque el tiempo no siempre es tal. Cameron es como novela, una muestra breve de una buena historia policial , negra, trascendente, con la potencia suficiente como para referir nuestra historia argentina, tal vez a la altura del deseo del autor, un deseo que es base y cimiento. Es excelente la verosimilitud argumental de la historia, que se abre en múltiples relatos que nos construyen un mundo que deseamos seguir leyendo.

Hernán Ronsino propone lalgo nuevo, un nuevo lenguaje que sin embargo nos remite a otros textos del autor, porque las relaciones de Cameron con la historia, a diferencia de otras obras de Ronsino, tienen más que ver con lo simbólico, con lo que hace ruido, hay rastros de un eje histórico pero no hay obviedad. Nos propone un lenguaje de lo mejor de la literatura negra americana, con hombres rudos, hostiles. Y los personajes del pasado, como en un sueño, quitan los velos de la historia. En el final, Mita, la mujer que vuelve con el frío, vuelve a la casa, acechando un destino.

En la novela de Ronsino, como reza en su texto un muro, no hay olvido ni perdón.

Nuestra hermana de afuera

La novela de Mariano Quirós (Resistencia, 1979) transita un tiempo diferente uno que acontece pero también está en nuestra mente en la nuestra como lector y en la de cada uno de los maravillosos personajes que crea.

Nuestra hermana de afuera cuenta cómo Nadia y Clara, dos hermanas disímilles pero que son cara y ceca de una misma moneda, viajan hacia la capital por el taratamiento de cáncer de mama de Nadia. Son mujeres que parece estar en ebullición y, con más de sesebnta, no limitan su vida, los cigarrillos y las cervezas en exceso son habituales, el chisme y la corredilla de voces tampoco se limita a ellas dos ni a lo verbalizado y otra vez el mundo interior de las hermanas crea un tiempo maravilloso y propio a la novela, que tiene además una hermosa maroma familiar, sobre todo con los hijos de ambas, que vamos a enterarnos que tienen carencias, abusos, distancias y afectos, con los que lidian del mismo modo que sus madres, incómodos, erráticos, creíbles. La tercera persona se mantiene impoluta hasta que aparece uno de los hijos de Clara, el escritor, que descontrola la historia para que se desborde y se vuelva un coro de una exquisita afinación. En esta novela el autor no necesita de lo fantástico para brillar, la historia bruta, eficiente y verosímil que nos cuenta con tono de comedia, solo se desestabiliza al final con la aparición de la voz de Florencia la hija de Clara, militante, hija de un desaparecido, que perturba la historia, y quiebra la tonalidad anterior, es una mujer llagada por la vida y por lo que no fue, que busca refrendar una Buenos Aires que ya no es, y su voz es potente, «»vine a Buenos Aires a enfrentar a los zombis del paco”, nos dice,

Disfruté mucho esta novela que nos deja todas las historias abiertas, como están los personajes, destatalados en medio de una capital mundana y siniestra, garantista y feroz como Buenos Aires, narrada por mujeres del interior y por inmigrantes que cumplen el rol de marcar la soledad inefable de las protagonistas.

Qué bien escribe Mariano Quirós, léanlo.

El entenado

El entenado, publicado en 1983; fue editado en España antes que El Aleph y lo merece, qué maravila la prosa de Saer, con que maestría viaja por el pasado y el presente de este hijastro que conquista indias como quien fluye en la propia existencia íntima. Narra en primera persona las peripecias de un grumete adolescente inmerso en una de las tantas expediciones españolas al Río de la Plata, la historia, situada en el siglo XVI, nos hunde de cabeza en la historia, El chico cae presa de los qindios colastinés, que matan a todos sus compañeros y a él lo alojan y atienden con cortesía durante años, convirtiéndolo en el testigo necesario de las luces y oscuridades de una civilizavción perdida en la naturaleza. Los colastinés son antropófagos y el muchacho, que no comprende el idioma inicalmente, comienza a descifrar los modos, los gestos, las actitudes de las personas que lo rodean y a veces los ignoran, sin saber cuándo será comido. Esto es un gran recurso para el autor, que embellece la historia con mucha filosofía, la existencia y la realidad se ponen en suda con excelencia. Juan Villoro cuando comenta el libro sugiere que este joven protagonista va comprendiendo por qué era necesario para ellos, y tenía que ver con la idea que vierte Saer: «Lo exterior era su principal problema. No lograban, como hubiesen querido, verse desde afuera.» La otredad, ese otro que uno necesita para ser, un oytro distinto que no debe parecerce a ellos,, se tiene que sentir otro y mantenerse ahí. Lo mágico aparence en pos del conocimiento, en una reyerta entre quienes son y como quieren ser vistos. Los aborígenes saben que ellos tampoco entenderán como los ve, pero que los vea les alcanza. El mundo de los indios es casi efímero, todo puede desaparecer de un momento a otro, y entran en juego las supersticiones y los ritos para sostener, para permanecer. Por eso se vuelve necesaria la escritura de este historia, diría Villoro, “El testigo obligado procura a los indios el consuelo de la versión ajena. Si ese entorno se derrumba, sólo sobrevivirá lo distinto, la mirada del huésped. La novela ofrece el trasvase de una cosmogonía (contar el mundo) en una singularidad (contar un mundo): del mito a la literatura”.

Saer nos obliga a pensar en la memoria y en lo real de la misma, en la importancia del lenguaje, en la civilización y la barbarie, y con un tono incríble y de lectura voraz, como si fuéramos parte de la aventura en tierras de los colastinés, nos adentra en la incomodidad de un texto que trata sobre las cuestiones de la conquista, que invade los géneros y ensaya con filosofía propia la gesta europea, una gran obra este llibro, que asume postura frente a las historias de Indias, sin poses, sin mentiras, pensando al otro con la fiereza y la verdad que un otro tiene. Piglia sostiene que “decir que Juan José Saer es el mejor escritor argentino es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores en cualquier lengua y que su obra -como la de Thomas Bernhard o la de Samuel Beckett- está situada del otro lado de las fronteras, en esa tierra de nadie que es el lugar mismo de la literatura”.

El entenado cuestiona saberes, tradiciones, silencios, nos va a dejar expuestos, desnudos, como indios, frente a la historia que nos convoca y en la voz de un genio de la escritura que no tiene parangón, es una maravilla su prosa y además es acequible, logra todo con recursos simples porque es verdadero.

De lectura imprescindible

La carretera

«Caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame»

Un padre y un hijo caminando por una carretera. En un mundo postapocalíptico donde apenas quedan supervivientes. Con frío y sin comida. En el 2007, McCarthy recibe el Pulitzer por La carretera, una obra narrada en tercera persona que se desarrolla tras un padre y un hijo que atraviesan una carretera interestatal, camino del sur, en un mundo destrozado por un holocausto nuclear. Sin embargo, lo importante pasa por las charlas entr5e ellos, la relación padre hijo, la desazón, las preguntas inevitables, todo lo terrible que no desapareció con las bombas. Las descripciones del paisaje y las pequeñas posibilidades de lo pudo causar el desastre acopañan la relación humana. McCarthy apoya en esa estructura desolada el desarrollo de una de las obras más interesantes de la modernidad.

Escogieron aquel sitio simplemente porque era el punto más elevado del itinerario y desde allí tenían una vista de la carretera hacia el norte y del camino por donde habían venido. Extendió la lona sobre la nieve mojada y envolvió al chico en las mantas. Vas a tener frío, dijo. Pero quizá no estaremos aquí mucho rato.

En La carretera, McCarthy tiene el recurso de informarnos de todo lo que encuentran, al detalle, sin contar que es lo que realmente sucedió, con sus exhaustiva descripción de lo que ven, lo que tocan, lo que esquivan, como lectores comprendemos que hace tiempo pasó algo terrible y que ahora vivir implica cuidarse de los que comen humanos, habitando un paisaje ceniciento y helado, con ríos negros y leves momentos de sol. El origen de la catástrofe jamás se revela. McCarthy no busca la verosimilitud en una justificación, porque la encuentra en la relación padre hijo, es un mundo sencillo a pesar de la devastación, todo es simple, es poco lo que acontece, dos o tres situaciones de tensión para marcar el peligro de vivir en ese mundo, pero lo lo importante es la búsqueda desesperada de un padre por mantener con vida a su hijo, y hacerlo sin perder la humanidad. Esa conciencia es el valor agregado de La Carretera. McCarthy utiliza dos elementos: las descripciones e interacciones de los protagonistas con el entorno, y la relación entre ellos. Los diálogos entre el padre y el hijo —excelentes— nos dejan ver el caracter de los personajes, como el padre se empeña en protegerlo y ese es su único propósito y el chico tratando de entender y darle un sentido humano y moral al mundo de hambre, frío y miedo extremo en el que vive

El andamiaje de La carretera es simple pero tiene sus ambiciones, el hijo es el Bien en todos los sentidos, el mundo es el Mal supremo y el padre es el que lucha para que ese enorme Mal no gane, aún a costa de su priopia vida. Hay un juego platónico en esta relación, al que se le suma la tradición cristiana buscando siempre un bien que no sabemos si es tal. El padre insistiendo en que están del lado de los buenos y que tienen que esquivar a los malos y el niño cuestionándolo, para ver si siguen siendo buenos a pesar de los actos que el padre hace para salvarlo, cuestionables desde lo moral. El deseo del chico de alimenta, compartir y ayudar a los necesitdos con los que se cruzan, y la explícita comparación que el padre hace entre su hijo y la verdad de Dios, a pesar del mundo en el que habitan:

Cuando mueres es como si todo el mundo se muriera también (dice un viejo).
Supongo que Dios sí lo sabría ¿no? (dice el padre).
Dios no existe. […] Ni le cuento las cosas que he llegado a comer. Cuando vi al chico creí que me había muerto.
¿Pensó que era un ángel?
No sabía qué era. Pensaba que nunca volvería a ver un niño. No sabía qué iba a pasar.
¿Y si le dijera que es un dios? […]
Por la mañana en la carretera él y el chico discutieron sobre qué darle al viejo. Al final no obtuvo gran cosa. Unas latas de verdura y de fruta. […] Debería darle las gracias al chico, ¿sabe?, dijo el hombre. Yo no le habría dado nada.

Esta estructura no es original en la literatura, ha sigo repetida muchas veces, el bien y el mal. Lo que logra McCarthy es una honda mirada trágica del mundo, y con ella, con esa oscura contienda que es la misma de todos los tiempos, nos trae La carretera, atravesada por su prosa feroz, por la inmersión que hace el lector en sus propias carreteras, esas en las que la oscuridad no necesita de lo nuclear para ponerlo frente al discernimiento fundamental entre el bien y el mal. Una novela única. Imperdible.

Recorre los campos azules

Recorre los campos azules es buena literatura, de la clásica, de la que no pretende, y es una alegría que Eterna cadencia la edite. Los cuentos de Claire Keegan parecen simples porque cuentan historias de gente sencilla, sin embargo esconden una complejidad única, con una prosa lírica Keegan nos trae la desdicha y la nostalgia y todo el recorrido de sus cuentos es melancólico. Sin embargo no se pueden dejar, se vuelven necesidad, como lo verdadero. En una ceremonia de casamiento de pueblo, el secreto a voces entre el cura y la novia, no impide que uno quiera terminar la historia. Todos lo saben, nosotros como lectores lo imaginamos, pero igual atrae, encanta, entretiene (algo que la literatura ha perdido) desde una buena narración. El lector no está seguro del todo, el cuento crece y entonces nos desdecimos de los supuestos, pero la verdad aflora.

En otro cuento la autora utiliza la segunda persona para contarnos al oido la terrible realidad de una familia y sus oscuridades y aberraciones. En Caballos oscuros un sueño sobre un caballo oscuro que una y otra vez atormenta, la mujer muerta, el pasado que vuelve, la vida arremetiendo contra los vivos. La hija del guardabosques es un drama familiar que Keegan desarrolla a modo de nouvelle, y deja incluso abierto el final, como si en otro libro pudiera reescribirlo y darle cierre, .en La noche de los servales, nos deja tocar toda esa melancolía que venía latente Está tan logrado que la incomunicación se nos vuelve piel y nos cubre, es una historia fuerte que elige contar con un humor negro propio de la zona geográfia que escoge como escenario de sus historias y ladesazón del final es a su veces, casi la única opción que los personajes tienen, como si lo inevitable aconteciera no importa cuando.

Historias de abuso, matrimonios que son encerronas, celibatos rotos, soledad y alcohol, sueños, todas estas vidas laten bajo un bucólico paisaje. Es un retrato potente de la lucha con un pasado inevitable y los deseos nuevos o secretos que tienen los protagonistas. La vida rural que describe la autora es una vida que conoce bien, Claire Keegan nació en 1968 en County Wicklow , en una familia católica, y vivió en una granja familiar de lq costa irlandesa hasta su adolescencia. Ella misma ha contado como era su familia, que su padre “nunca leyó un libro” y que su madre “a veces lo hacía” y se hizo cargo de lainfelicidad de su seno. Tal vez lo biográfico le da verosimilitud a todas estas historias donde no ser feliz es hilo conductor, como si los campos, esos campos azules que recorre, fueran los unicos testigos de los pequeños momentos donde los eureka de la vida gris se hicieran presente.

Es perfecta la definición de The Guardian:“Keegan toma los clichés de la vida rural irlandesa y los hace arder”.

El gato eficaz

Qué escritora es Luisa Valenzuela, la reedición de El gato eficaz, hace que quienes no leímos en los setenta su obra, la descubramos con la valía de su voz voluptuosa, impúdica, juguetona, pero sobre todo cobn la riquezza narrativa de la autora y la divertente forma en que piensa la literatura. Es un libro donde lo experimental se vuelve arte; en esta novela breve, los gatos de la muerte, a veces acompañados por un yo narrativo desprejuiciado, nos muestren todo su erotismo, su pervertida manera de permanecer en el mundo, llenando e lujuria a hombres, perros y a quien se cruce, en un magnífico juego literario que manifiesta sin duda la posición de la autora respecto a la literatura, a la que ve sin inocencia. Pero no es menor la referencia bíblica al pecado original, la mujer y sus hombres ocasionales destruyen nuevamente el paraíso perdido, pero en El gato eficaz, la culpa se comparte con un miasma esencial y apasionante. 

Valenzuela es una escritora única, con gran expertice para ponernos en vilo como lectores, sus palabras enhebran y cosen y siempre nos encierran en subterfugios creados para sorprendernos, ella no nos deja indemnes, tal como la voz narrativa de la novela anuncia: “yo soy trampa toda hecha de papel y mera letra impresa”

La novela está llena de transparencias, va y viene mostrando caras, de personajes malvados, de supuestos amores , de la mujer y de la propia voz narrativa, la misma autora ha dicho en una ocasión hablando de los deseos y las oscuridades: “Este vagar y divagar por vericuetos del alma y mi pasión por las máscaras: todo uno. Las máscaras ocultan la cara dejándola a una detrás, enterita e intocada solo en apariencia, porque la máscara transforma. Y no contenta con eso, la máscara suele ser la mediadora entre el mundo que conocemos y el mundo de los espíritus. Las máscaras sabiamente elegidas las cuelgo en la pared, y es como si me las calara para perderme en otros mundos. O para viajar por este mismo mundo que, visto a través de unos ojos perforados, se me hace más humano”

Los gatos de la muerte, los perros de la vida, la sensualidad subyacente en el texto son máscaras, que a veces nos muestran lo inefable y otras caen, carnales yb eróticas, para que seamos con ellas.

Luisa, como siempre, una autora genial.

Me verás caer

En lo único que creo es en el accidente, nos susurra el poema
de Beatriz Vignoli anunciando lo que leeremos luego.

Los cinco cuentos de Mariana Travacio hacen honor al poema inicial, porque
nos obliga a presenciar derrumbes inevitables, historias que se desarrollan
vertiginosas pero calmas página tras página de buena prosa, de mejor estilo y
de una inconfundible personalidad. Cada historia parece insuperable, hasta que
comenzamos leyendo la que sigue, como me ocurrió con Montes, esa historia que
asfixia y libera, identifica y aterroriza: «Me levanto odiándolo en mi
soledad y odiándome por invocarlo. Bien podrías, Montes, no aparecer más;
podrías irte al mismísimo infierno y no volver. Eso deberías hacer, y dejarme,
ya, lejos de tu recuerdo, lejos de nosotros, de nosotros desdibujándonos, año
tras año, deshilachándonos, indefectiblemente, derrumbándonos, en cámara lenta,
indetenibles. Pero acá estoy, entre estas paredes arruinadas, deseando, con la
misma fuerza, que vuelvas y que ya no vuelvas más».

Mariana Travacio es una escritora que descubro apasionada, una que nos deja
ver las trasversalidades, crea una cartografía en la que las personas y los
objetos con historia narran por igual, así transitamos por sillas ajadas,
ventanas inexistentes, carteras de madres, recuerdos, identidades, silencios,
historias de una niña interior «de cuando mis padres todavía me
miraban como si yo fuera alguna clase de promesa»
, y de golpe la
existencia arrebata el ensueño medido de la autora, como si el leviatán la
sacara de la historia, sacara a sus personajes y los obligara a un naufragio «en
aguas que no ocultan nada, nada que adivinar, nada que inventar: todo a la
vista, y ese todo es tan poca cosa
» 

Hay un juego de superposiciones en sus relatos, como si al final fuéramos lo
mismo, todos. Los lectores, los personajes, los objetos, tal vez seamos esos ríos
que nos cuenta, ríos que no desembocan y se tragan las desilusiones, encerrados
en el lago consciente que nos obligamos a construir.

Nos cuenta vidas, vidas nimias, de esas que se quedan ahí, como el vestido
de novia de Elena «Cuelgo el vestido, lo dejo chorrear: que se seque, que
me muestre la blancura que supo tener: Mostrame tu blancura, le digo, mientras
mis brazos lo cuelgan y él chorrea, solito, su pena amarillenta de foto
antigua. Dale, le digo, relucí tu promesa nívea, tu futuro. Y él no me dice
nada, apenas cuelga, del barral, y me chorrea su llanto de agua, que ahora
gotea, monótono, sobre las baldosas, mientras voy a buscar un pincel».

Claro que Mariana Travacio sabe lo que narra, sabe cómo y nos deja
extasiados en sus historias, como llevados por las narices con cada cuento,
ayudando a encontrar escapes posibles, apuntalando a estas mujeres travacianas
que tiene que enfrentarse a la realidad imperfecta de sus vidas y dejar atrás
esa  «ilusión de que no existe abismo: de que no existe la distancia
que los separa del otro. A algunos les pasa. Y eso alienta»
.

La literatura de Mariana Travacio es cuidada pero deja espacio para que
respire, para que experimente, no sucede prolija y nada más, entonces nos baña
con sus seres agotados en la desdicha y el sinsentido, para que los
contemplemos sin tocarlos, como voyeurs de la belleza realista que nos
presenta. Nos invita a «esa falsa amabilidad de los que empiezan por
ofrecer ayuda solo para después arrogarse el derecho a indagar, hasta
cerciorarse de que las desdichas se orientan exclusivamente a la patria de los
desdichados y que ellos viven en otra parte, muy lejos, a resguardo de todos
los horrores, al amparo de alguna deidad que los socorre infalible y los salva
de esa negrura solo destinada a los pobres desgraciados que no supieron prender
una vela a tiempo, ni rezar, ni salvarse, como si la desdicha fuera un azar
destinado siempre al otro».
 

Es una autora inolvidable, a lo Marguerite Duras, de las que se te pegan
para siempre.

Muy recomendable.

‘Recetas invernales de la comunidad’ 

Después de Noche fiel y virtuosa y un año después de obtener el Premio Nobel de Literatura, Louise Glück (Nueva York, 1943) en su nuevo libro. nos trae algo así como una elegía sobre la buebna muerte, medita sobre la vejez y la poesía: esta obra es un laberinto desandado en el que la autora escribe como e escribe cuando el viaje se acerca a su final, a la certeza inevitables y llo que resta es el silencio que ya anunciaba el lienzo en blanco del pintor de su libro anterior.

Los poemas de Recetas invernales para la comunidad –una sinfonía de voces transhumantes, acotadasy proféticas– nos hablan de la precaria fortaleza de un sujeto que en el invierno de la vida, en medio de los bosques, el frío, el viento y un sol del que sólo nos muestra su sombra, recuerda, sin embargo el pasado nítido y hasta vivaz, mientras comprende que el futuro es tan verdadero como la desesperanza; “todo regresa, pero lo que regresa no es lo mismo que se fue”, nos dice Louise Glück, que se caracterizó en general por hablar del vacío, la pérdida, el inquietante silencio, pero en esta obra, se vuelven verdad irrefutable, descamada de todo lo que pueda suavizarlo.

En uno de los poemas de Recetas invernales de la comunidad, Louise Glück se confiesa: «Nunca se me han dado muy bien los seres vivos», y con esa sinceridad encara los temas de siempre pero los agrava, los vuelve indispensables con la madurez de quien entra en el tramo final y sabe vivir su muerte.

Los inviernos se vuelven, entonces, en múltiples sentidos: soledad, vulnerabilidad, miedo, tal vez resignación, cada vez más lejos de los días felices. Pero no es melodramática en su obra, por el contrario, es ascética, con una mirada que se vuelve a otro tiempo y dice «Qué llena tengo la cabeza/ con las cosas del pasado./ ¿Habrá suficiente espacio/ para que quepa el mundo?»

La poesía es indispensable frente al mundo líquido de hoy, y la de Glück se vuelve imprescindible, nos obliga a pensar más allá, a mirar de frente la belleza de la muerte, dejando a un costado, aunque sea por un rato, las ruidosas cuestiones de la vida diaria, para zambullirnos en lo sublime.

La vida después

La gran cuestión de la vida: la muerte. La vida después es una historia autoficcional que nos relata la etapa final de la vida de Louanne, la madre autodestructiva y alcohólica del autor, que vive recayendo en sus adicciones, paranoica y obsesiva, pero también peregrina de una fe esquiva o mágica, segun le conviniese.

Donald Antrim (1958, Florida) es uno de los mejores cuentistas americanos y también es el hijo de ésta mujer autoflagelada, un hombre que pudo trascender su duelo en un libro autobiogradico, editado por Chai, que hoy reseño: La vida después.

Antrim comienza a escribir La vida después tras la muerte de su madre; y comienza el libro con el hecho en sí. La madre muerta y él, como hijo, buscando una cama obsesivo y casi en un rito que lo lleva a comprar y devolver colchones en búsqueda de un lecho perfecto. Nos cuenta la muerte de Louanne en la casa lúgubre, con tanques de oxígeno para asistirla, y también nos la cuenta en una vulgar cama de hospital, o nos cuenta otras muertes, otros tiempos muertos de esta mujer talentosa y tramposamente creativa que le dio vida, tantas camas acunaron esa muerte, que ahora él tiene que estar seguro de comprar la cama adecuada, la más cómoda, mullida, perfecta. Sólo así podrá comprender quién es, y como va a seguir viviendo sin su madre.

Son siete capítulos en los que el narrador nos entrega los afectos, las tensiones, las miserias de una familia y en particular de los integrantes que él siente que lo construyeron. La madre, su tío paterno, su minimizado padre, sus abuelos maternos. Antrim desenvuelve en su texto todas los vaivenes de su historia, o de lo que la memoria le permite, plena de recuerdos, de preguntas, de incomodidades y de fantasía, en este camino de madurez en el que trata de independizarse, para sanar y no morir. No es tan simple, no es lineal, en especial si la infancia transcurre entre el alcohol y los gritos, y el posterior abandono paterno. Louanne le reclamaba a su hijo, borracha y enfurecidad que le fallaba, cuando discutía con su marido y sentía perderlo, pero también están los recuerdos de momentos terribles en los que un conocido les da un revólver animándolos a terminar con todo. Antrim,coqueteó en su vida con el alcohol y el suicidio, al que define en otro texto como una larga enfermedad, originada en las pérdidas y la falta contención, de identidad.  La vida después  habla de eso, Antrim se cuenta eso, su identidad, o la búsqueda constantee de ella, sumergido en los hechos y los vínculos del pasado familiar y personal, y queda claro cuando dice: “Tenía la impresión de que nuestra vida estaba guiada por un destino sombrío, incomprensible. Pero no era incomprensible, y no era el destino lo que nos guiaba. Era el alcohol”.

Es también, el libro de melancólico, con toda la carga literal del termino, que escribe con prosa impecable, sostenida por pequeñas digresiones, que crean un estilo propio. Además, el hecho autobiográfico ya es un plus en este libro, que es de una lectura intensa, con una acidez privilegiada, utilizando el absurdo y hasta lo fantástico para justificar los traumas de una vida desdichada. A veces hablo con mi madre muerta-dice Antrim-. Lo hago, desde luego, y como se debe, en voz baja. Le comento qué ha ocurrido de nuevo en mi vida, le informo sobre algún asunto que me incordia, que me angustia. Pero fundamentalmente, hablo sobre asuntos que dejamos pendientes.   

La vida después, que se publicó en 2006 es particular y recomiendo, como en todos las lecturas, leerla atendiendo la tradición sureña del autor. Antrim trasmutó su historia en literatura de la buena, de la que nos deja llenos de preguntas como la que plantea el título mismo de la novela. La vida después, es otra vida, o la misma emparchada o tal vez ni siquiera tuvo vida alguna, La vida después es