La autoficción en la literatura contemporánea y los límites entre ficción y realidad

Por Soledad Vignolo

Pensar la autoficción en el mundo presente, globalizado, poblado de relatos en donde la línea entre la vida personal y la narrativa se desvanece cada vez más, es un gran desafío, que también corre los límites del análisis porque la autoficción surge como una de las formas literarias más interesantes y desafiantes de la actualidad. El campo en el que se mueve es uno donde el autor, en un acto de abstracción, se constituye como protagonista y narrador de su historia, mientras trama una ficción que cuestiona la propia escritura y desdibuja el borde entre la realidad y la invención. La autoficción reta las convenciones narrativas tradicionales, y nos confronta con reveladoras reflexiones sobre la identidad, la memoria y la dependencia del escritor con su pasado.

La autoficción y el mundo literario
El concepto de autoficción, si bien en las últimas décadas se tornó protagónico, se remite a la historia misma de la literatura. Marcel Schwob, joven y simbólico, quien a inicios del siglo XX exploró la forma en que la historia personal se convierte en un estilo de narración artística o testimonial, anticipó, pese a su breve existencia, muchas de las cuestiones que hoy relacionamos con la autoficción. Pero fue en la segunda mitad de ese siglo, cuando el término autoficción empezó a tomar su significado actual, con escritores como Marguerite Duras (sus novelas, «El amante» y «Un dique contra el Pacífico», se pueden leer como relatos autobiográficos, pero siempre con la libertad narrativa propia de la ficción.), Annie Ernaux, Karl Ove Knausgård, Elena Ferrante, Eduardo Halfon, y el caso de los escritores latinoamericanos Roberto Bolaño, quien jugaba con los límites de la autoficción sin dejarse etiquetar y Juan José Saer, que negaba la autoficción pero, sin embargo, indagó con profunda persistencia, en las confesiones y autobiografías escritas en primera persona para reflejar la complejidad del ser y del relato.La autoficción como género se fortaleció con autores como Hervé Guibert, quien en libros como La mort propagande reveló un diario íntimo que entramaba elementos ficcionales, y por supuesto con el formidable trabajo de Emmanuel Carrère, considerado uno de los mayores exponentes de esta tendencia en la actualidad. En su libro La muerte de AC (2013), Carrère se inserta en los hechos, en su propia historia, y en la historia del protagonista, y establece una fusión que revela cómo la vida y la escritura se enlazan con fruición. En «El hermano pequeño» el autor narra: «Yo soy mi propia hipótesis, mi propia incógnita. Cada historia que cuento es también la historia de un yo que se construye y se deconstruye en la narración.»
Jorge Luis Borges abordó la idea de la autoficción con cautela. Aunque no desarrolló un concepto específico y elaborado de la autoficción como hoy la entendemos, sí expresó su interés por la relación entre el yo, la ficción y la conceptualización literaria del yo. Borges ponía en valor la idea de que toda escritura, de alguna forma, refleja al autor, a sus pensamientos, memorias y fantasías. Lo hizo al destacar cómo los autores usaban la ficción para examinar su propia identidad y experiencia, pero siempre sin enredarse con ella. Borges, en sus ensayos y ficciones, resaltaba el contorno borroso entre realidad y ficción, y sugería que toda creación es, de algún modo, autorreflexiva. Por ejemplo, en sus ensayos, Borges menciona que no hay discrepancia entre su vida y su obra, un juicio que lo vincula con las ideas próximas a la autoficción, aunque él nunca usó ese término ni la conceptualizó. Cuando Borges dice «Mi infancia fue la infancia del Universo», deja vislumbrar que mezclaba su historia personal con un sentido universal, casi una variedad propia de autoficción poética y filosófica.

La autoficción y la construcción de la identidad
Escribir autoficción puede verse como una construcción identitaria, un mero intento por entender quiénes somos por medio de la narración de nuestra historia. Señala la escritora y ensayista belga Émilie Frèche: «La autoficción es una forma moderna de narciso literario, un espejo en el que el autor intenta comprenderse a sí mismo.»
Este género revela que la frontera entre el yo y el otro es siempre permeable y cambiante. El escritor intenta comprender el porqué de su vida, de sus recuerdos, de sus decisiones, y en ese intento autorreflexiona, mientras crea un relato que, muchas veces, se acerca más a la verdad exaltada que a la verosimilitud y a la virtud literaria.
La autoficción establece una mirada de la memoria como un proceso activo y subjetivo. La escritora francesa Marie Darrieussecq afirma: «La memoria no es un archivo, sino una construcción, y en la autoficción el relato se convierte en una forma de reconstrucción de ese archivo personal, muchas veces distorsionado por el paso del tiempo.» Así, la autoficción dialoga con la subjetividad del narrador, con su percepción de los hechos y con su propia construcción del pasado. El pasado no es lo que era, sino lo que recordamos de él.
La narrativa del yo y la ficción: ¿verdad o mentira?

Uno de los aspectos más discutibles e interesantes de la autoficción es su carácter enigmático respecto a la verdad. La pregunta de si lo que se narra es real o una invención creativa —o ambas cosas— coteja cada obra. Ya decía Truman Capote: «La ficción es un acto de libertad. La verdad también, pero en otra medida.»
Ciertos autores, como Peter Handke, exploraron las fronteras de la subjetividad y la supuesta objetividad, arguyendo que toda narración lleva en sí un elemento de ficción: «Contar una historia es construir una realidad, aunque esa realidad sea pura ficción.»
El propio Emmanuel Carrère declara: «No creo en la verdad absoluta. Solo creo en la sinceridad del relato, en la honestidad del narrador ante su propia historia.» Desde este aspecto, la autoficción se convierte en un acto de sinceridad en el tiempo y el espacio de la escritura más que en una búsqueda de hechos verificables; es una zambullida dentro de la interioridad, una exhibición de las inseguridades, los secretos y las contradicciones del ser.

La autoría, el deseo y la vulnerabilidad
La autoficción puede transformarse en un acto de vulnerabilidad en el que el escritor, en la medida en que se quita la máscara, se abre a la compresión del otro y a la crítica. La escritura autoficcional nos propone pensar que no hay una verdad concluyente, sino variadas adaptaciones del mismo hecho, que manifiestan ánimos, perspectivas y deseos diversos.
En palabras de Margaret Atwood: «La autoficción nos permite desmoronar la máscara del narrador y mirar con honestidad la fragilidad y la complejidad de nuestro propio ser.» Es una autobiografía que no solo relata hechos, sino que explora las emociones, las dudas, los miedos y los anhelos que conformaron la vida del autor.
El deseo de la autoexploración pacta con la necesidad de crear un lazo con el lector, de compartir esa búsqueda existencial. La flaqueza que implica abrirse de tal manera, también puede ser un acto de resistencia ante las presiones de la sociedad o las máscaras que la cultura atribuye a los individuos, en la realidad de un hoy que se nos vuelve hostil y denigrante.
denigrante.

La autoficción en la literatura contemporánea
En los últimos años, la autoficción se ha afianzado en la escena literaria mundial, con obras que desafían las convenciones y ofrecen nuevos escenarios para entender la relación entre autor, narrador y personaje. La obra de Karl Ove Knausgård, por ejemplo, en su serie Min Kamp (Mi lucha), muestra cómo una vida habitual puede convertirse en una obra literaria colosal que discute la objetividad y la ficción, en una especie de diario desarrollado que refleja las nimiedades y los aires insondables de su existencia.
Svetlana Alexievich, en sus crónicas de voces establece una representación colectiva de la historia, basada en testimonios reales, en un formato que se asemeja a una autoficción de la memoria y del testimonio personal y colectivo, y crea un registro de época.
En la narrativa latinoamericana, autores como Roberto Bolaño desdoblan su obra con un estilo que combina la autoficción con simbolismos propios de la cultura popular, una escritura que es autorreferencial y que pone en discusión el concepto de realidad en tejidos sociales violentos, en la historia y en la memoria.

La autoficción y su impacto social
La autoficción pone en el tapete las verdades oficiales, las historias públicas de un país y del mundo, y crea un área de diálogo entre la experiencia individual y la historia colectiva. Cuando el autor relata su historia, ilumina el hecho concreto de que las verdades son relativas y que la historia puede fundarse desde múltiples miradas, por lo que la subjetividad constituye siempre un acto político.
John D’Agata, en su ensayo The Lost Origins of the Essay, señala: «El autoficticismo revela la fragilidad de cualquier narrativa oficial, ofreciendo una visión más auténtica y empática de la realidad.»
La autoficción puede transformarse en un acto de resistencia y de construcción de nuevas formas de comprender el mundo.

Conclusión: autoficción, espejo y futuro de la literatura
La autoficción es un espejo en el que el autor se revela en un acto de valentía que rompe las barreras entre el yo y el mundo. Nos invita a cuestionar la verdad y a aceptar la complejidad humana, en donde la memoria, la percepción y el anhelo se entrelazan en un texto que, aunque personal, refleja inquietudes universales.
Javier Marías, uno de los grandes autores contemporáneos resume: «Escribir sobre uno mismo es, quizás, un acto de amor y de odio a la vez, una forma de entender la propia fragilidad mientras la exponemos al juicio del lector.»
La literatura autoficcional se despliega, pese a sus detractores, y se convierte en un instrumento poderoso para mostrar la subjetividad, indagar la identidad y retar a las narrativas oficiales. Es una forma de contar la vida desde la honestidad, siendo solo la honestidad posible para ese autor y ese tiempo, la innovación y la voluntad de transmutar la experiencia personal en un acto creativo. Para que la autoficción se convierta en literatura, se necesita un recorrido trabajoso, porque hay un largo camino, sinuoso, comprometido a veces, pero con la seducción suficiente como para querer transitarlo. El tiempo, con su inexorable hacer, nos mostrará hacia donde nos lleva.

Nota Revista Veintitrés

https://www.veintitres.com.ar/cultura/Queria-hablar-de-la-hipocresia-social-de-los-miedos-de-la-muerte-de-la-impunidad-y-tambien-de-la-posibilidad-de-habitar-lo-sobrenatural-20240620-0034.html

CULTURA 23-06-2024 21:08 Hs.

«Quería hablar de la hipocresía social, de los miedos, de la muerte, de la impunidad, y también de la posibilidad de habitar lo sobrenatural»

 Soledad Vignolo acaba de publicar su novela No me cuentes que sos feliz.

Por Maria Helena Ripetta

«La novela tuvo una primera etapa donde solo fue deseo, nacido por ver a un niño con un cuis muerto que llevaba de la mano con tranquilidad, y comenzó a ser una intriga sobre cómo sería una niña con esa capacidad de aceptación de la muerte, así, de a poco, entre caminatas, fue construyéndose Lili, primero su cuerpo, luego sus características emocionales, tan particulares, tan impúdicas. Pero tenía que tener un contrapeso, y así decidí que la historia la contara María José, su prima, una niña/adolescente/mujer que en apariencia, sigue todas las reglas sociales de comportamiento, sin mucho esfuerzo y que responde al estereotipo de la época», dice la escritora Soledad Vignolo.

—¿Por qué el titulo?

—El título, que en la novela es una frase de Lili, representa la contradicción constante de una novela que elige ser políticamente incorrecta, que busca reflejar una realidad donde la sobrenatural está incluído y que además cuenta el fin de la dictadura y el inicio de la democracia, que telonean la historia de las primas. 

—¿En quien están inspiradas esta primas?

— Lili está inspirada en ese pibe callejero que me crucé, y María José es el modelo de chica de pueblo bien, pero bien rota también, con sus restos y sus bordes. No están inspirados en personas reales, aunque de algunas tome gestos, modos, o escenas

—¿Cómo definis a cada una de ellas?

—Lili forma parte de lo sagrado, es asquerosa, impune, cruel, terriblemente sincera, y capaz de trasmutarse. Lili es necesaria, es la que se atreve porque puede, la que no tiene miedo y pone a actuar los monstruos que ese mismo miedo construyó en nuestra niñez.  María José no sabe quién es. Para ser necesita a Lili, se pasó la vida buscándose y cuando llega a la juventud adulta sigue perdida. Sin embargo par. la sociedad, es una chica recibida y correcta que hace todo más o menos bien. Son lo mismo, en un sentido simbólico son la luz y la oscuridad.

—¿Qué es lo que las une?

—El hilo que construyeron cuando niñas, los miedos que las paralizaban, los juegos iniciáticos y el espanto ante una sociedad, padres incluidos, asquerosamente hipócrita.

—¿Por qué elegiste el humor negro para esta novela?

—Para que pueda soportarse. Si no tuviera esa cuota cínica, de humor negro, como bien decís, la historia que cuento sería inaguantable para el lector. Es necesario dejar que el cuerpo afloje ante tanto espanto, tanto dolor y tanta tragedia, y no hay mejor recurso que el humor oscuro, ese que nos sigue recordando que la historia horrible está ahí, pero que mientras tanto, nos relaja con una sonrisa, alejando la crueldad.



—Cuales eran los temas que querías tocar?

Quería hablar de la hipocresía social, de los miedos, de la muerte, de la impunidad, y también de la posibilidad de habitar lo sobrenatural, que nos acecha siempre en la vida cotidiana.

—¿Te costó dejarlas?

—Lili sigue ahí. Pero no me cuesta, porque soy muy prolifera, y estoy con varios proyectos ya que fueron corriendo a estas primas, sin embargo, estoy segura que Lili algún día volverá, pero dentro de mucho tiempo. Fue un personaje entrañable. 

—¿Qué te gustaría que el lector encuentre?

—Me gustaría que pensaran en mi novela como irreverente, que los interpele sobre algunas cuestiones que aceptamos dentro de la norma y que tal vez no nos pertenecen. Pero dejo libre al lector, como quiero ser libre escribiendo. Cada lector es un universo que lee nuestra historia con sus propias capas, y seguramente tendrán miradas plurales, muchas de ellas nuevas para mí, como ya me ocurre. Y está muy bien. 


—¿Cuándo supiste que querías ser escritora?

—Siempre escribí, desde los 12 años. Pero me asumí escritora a los 40, porque la vida se volvía pesada ejerciendo otras profesiones, así que me sumé a varios talleres de grandes escritores y empecé a tomarlo como una profesión. Ahora también dicto talleres en UNNOBA y en forma particular y me hace feliz nadar dentro de lo literario en el día a día. 

—Tenes rutina para escribir?

—Si. Me gusta escribir por la mañana. Varias horas, no siempre productivas, pero el mate y mi computadora, la ventana viendo verde y si es posible una brisa en la cara, forman parte de mi rito a la hora de escribir.

—¿Por que elegiste escribir?

—Porque sino moriría. No concibo mi vida sin letras, no solo escribir, leo mucho, más de cuatro libros mensuales, la literatura es mi oxígeno. Y el mar, cuando puedo escaparme. 



—¿Tenes otra novela en mente ?


—Tengo dos novelas terminadas, una leyéndose en editoriales y otra en corrección. Y estoy escribiendo dos más. Además tengo un proyecto de cuentos sobre la niñez vulnerada, desde los niños momias hasta hoy. Espero seguir con esta ansia productiva que me permite proyectar y poblar mi mundo de personajes y de preguntas. Para eso leo, para eso escribo

Foco Noticias Universidad de Lomas de Zamora 20/02/2024

https://foconoticias.com.ar/post/la-nueva-novela-de-soledad-vignolo-recurro-a-lo-fantasmagorico-sobrenaturall

Actualidad

Soledad Vignolo: «Recurro a lo fantasmagórico sobrenatural»

 Soledad Vignolo:  "Recurro a lo fantasmagórico sobrenatural"

Por Camilo Carbonelli

Soledad Vignolo es escritora vive en Junín, acaba de publicar su primera novela No me cuentes que sos feliz editada por Yorick Ruru un sello de Hojas del Sur. Además publicó cuentos Una más una. Libros de poesías Ángulos y Ferrogonía, entre otras obras.

 FOCO NOTICIAS: -¿Cómo surgió la novela?

SOLEDAD VIGNOLO: La novela en particular surgió a través de una caminata por mi pueblo de Junín vi a un chico con un cuis (roedor) en la mano revoleándolo mientras caminaba al lado de una cantarilla. Me surgió la idea de qué pasaría si fuera una nena la que estaba haciendo eso en vez de una barón, que pasaría en la cabeza de una nena de 10 o 12 años que es capaz de agarrar un cuis para analizarlo y revolearlo. Una conducta masculina pasada a una femenina, entonces  ahí empezó a surgir Lili el personaje de la novela que es como todos los monstruos infantiles, vuelto en realidad trabajando con lo siniestro.  Tambien se logró este proyecto  gracias al apoyo de la editorial Hojas del Sur que creyó en la novela, ademas me sentí muy respetada.

 FN: -¿Cómo es la relación del personaje Lili con su prima María?

SV: Lili es todo lo sagrado, para María José a pesar de que es terriblemente su carácter de  sacralidad. Las dos primas son las dos caras de una misma moneda, una es la que cumple las normas de la sociedad y la otra es la que se anima a transgredirla.

FN: – Es una novela extraña ¿Hay una imposición por el concepto sobrenatural?

SV: Me gusta mucho la extrañeza en las novelas leo muchos autores del estilo de Samanta Schweblin. En este caso me pareció muy interesante que ante hechos terribles de la vida e institucional como pasó en la historia argentina, la novela habla  del fin de la dictadura. Recurro a lo fantasmagórico sobrenatural. Al espíritu de una amiga muerta, a Lili misma vuelta como fantasma a pesar de estar viva. Lo sobrenatural como lo siniestro esa es mi idea en la novela.

FC: -Hay una crueldad en los personajes que a veces son ingenuas o mal vistas.

SV: Lili es una niña que en su adultez pone en práctica lo que de niña no hizo, esos miedos, esos sueños, las premoniciones que todos sentimos de niños, ella los pone en práctica y eso la vuelve cruel pero no hay maldad per se, hay una perversión que tiene que ver con lo que fue en su niñez.

FN: – Hay una párrafo en un capitulo en donde uno de los personajes no comprende que es el amor ¿Para los personajes el amor es la felicidad?

SV: El amor para Lili es tragedia y para María José el amor apunta a la felicidad hasta que se da cuenta que se puede ser feliz con un amor más tranquilo, menos complicado.

FN: ¿Cómo es ser una escritora del interior de Buenos Aires sabiendo que un gran porcentaje del  mercado editorial se concentra en la Capital federal?

SV: Es todo un reto, en estos momentos estoy entrando en el mundo de los escritores capitalinos y sin embargo no quiero vivir en la capital, quiero seguir siendo del interior. Lo lúdico se pierde en la capital y lo sobrenatural tiene que ver con lo lúdico, esta cosa de lo aparecidos no es tan rara en el  interior, en el campo que te aparezca un fantasma nadie le tiene tanto miedo, tampoco la crueldad en el interior. En los pueblos esta menos crucificadas que en la capital. Es una cuestión factible no se cataloga como algo terrible, tiene cierto permiso la crueldad, es más real y se muestra más y en la capital eso se esconde porque hay que ser políticamente correcto. La novela no es nada políticamente correcta, ni pretende serlo, no muestra mujeres como víctimas, de hecho uno de los personajes es bastante cruel. Mi idea es poner al ser humano en un concepto que transciende el género que tiene que ver con lo que somos intrínsecamente.

FN: Hay un transfondo social de lo que fue la  dictadura ¿Por qué ese contexto?

SV: Uno siempre pone un ambiente en la historia porque tiene que haber un contexto. Quería hablar de la dictadura y contar también porque esa crueldad de Lili, ella fue niña en una sociedad en la que se aplaudía a Videla. En la cual transcurre la novela a  fines de los años 1970 hasta los 2000, desde su niñez hasta su juventud. Ella es cruel porque fue criada en un mundo cruel, no había los valores sociales que tenemos hoy.

FN: -¿Que roles deben de tener las librerías, las bibliotecas, los libros en la cultura?

SV: Creo que ninguna debe de dejar de existir, tienen que estar aun cuando el libro cambie de formato y se vuelva digital que es hacia lo que vamos, a mí no me da miedo los nuevos formatos creo que es normal y que tampoco está bueno talar árboles para publicar libros, van a quedar como un objeto mágico que va pasando por manos y que además va transmitiendo historias con esos olores.

FN: -¿Cómo se construye un escritor?

SV: Se necesita mucho tiempo, un escritor va generando sus propias capas, las historias tienen capas y los escritores también. No soy la misma escritora a los 20 años que a los 40 años y espero no ser la misma dentro de 10  años. Porque vas creando colchones a tu texto y nuevas experiencias de vida. La literatura para mí es muy importante, además leer para ser escritor y por otra parte creo que es un oficio, hay que trabajar y aprender mucho.

FN: -¿A qué publico apunta la novela?

SV: Es para un público adulto de ficción con intereses en la comedia negra en lo sobrenatural, no es una novela romántica, es oscura porque creo que la vida es crueldad y humor.

Tapa novela. Editorial Hojas del Sur

Recorre los campos azules

Recorre los campos azules es buena literatura, de la clásica, de la que no pretende, y es una alegría que Eterna cadencia la edite. Los cuentos de Claire Keegan parecen simples porque cuentan historias de gente sencilla, sin embargo esconden una complejidad única, con una prosa lírica Keegan nos trae la desdicha y la nostalgia y todo el recorrido de sus cuentos es melancólico. Sin embargo no se pueden dejar, se vuelven necesidad, como lo verdadero. En una ceremonia de casamiento de pueblo, el secreto a voces entre el cura y la novia, no impide que uno quiera terminar la historia. Todos lo saben, nosotros como lectores lo imaginamos, pero igual atrae, encanta, entretiene (algo que la literatura ha perdido) desde una buena narración. El lector no está seguro del todo, el cuento crece y entonces nos desdecimos de los supuestos, pero la verdad aflora.

En otro cuento la autora utiliza la segunda persona para contarnos al oido la terrible realidad de una familia y sus oscuridades y aberraciones. En Caballos oscuros un sueño sobre un caballo oscuro que una y otra vez atormenta, la mujer muerta, el pasado que vuelve, la vida arremetiendo contra los vivos. La hija del guardabosques es un drama familiar que Keegan desarrolla a modo de nouvelle, y deja incluso abierto el final, como si en otro libro pudiera reescribirlo y darle cierre, .en La noche de los servales, nos deja tocar toda esa melancolía que venía latente Está tan logrado que la incomunicación se nos vuelve piel y nos cubre, es una historia fuerte que elige contar con un humor negro propio de la zona geográfia que escoge como escenario de sus historias y ladesazón del final es a su veces, casi la única opción que los personajes tienen, como si lo inevitable aconteciera no importa cuando.

Historias de abuso, matrimonios que son encerronas, celibatos rotos, soledad y alcohol, sueños, todas estas vidas laten bajo un bucólico paisaje. Es un retrato potente de la lucha con un pasado inevitable y los deseos nuevos o secretos que tienen los protagonistas. La vida rural que describe la autora es una vida que conoce bien, Claire Keegan nació en 1968 en County Wicklow , en una familia católica, y vivió en una granja familiar de lq costa irlandesa hasta su adolescencia. Ella misma ha contado como era su familia, que su padre “nunca leyó un libro” y que su madre “a veces lo hacía” y se hizo cargo de lainfelicidad de su seno. Tal vez lo biográfico le da verosimilitud a todas estas historias donde no ser feliz es hilo conductor, como si los campos, esos campos azules que recorre, fueran los unicos testigos de los pequeños momentos donde los eureka de la vida gris se hicieran presente.

Es perfecta la definición de The Guardian:“Keegan toma los clichés de la vida rural irlandesa y los hace arder”.

Revista Extrañas Noches / Ritual Propio

https://www.revistaextranasnoches.com/single-post/ritual-propio

Ritual propio

Me gusta olerme después de amamantar, esnifarme con la cara pegada al pecho como una perra en celo. A veces, cuando la última gota está por caer la seco con la mano y lamo mi palma; otras, aspiro profundo para alcanzar el deseo que ser comida me provoca. Mi pecho seco huele a sexo, a leche cortada, a pezón muerto. Aunque de vez en cuando Elena lo muerde hasta herirlo, entonces la sangre une su aroma intermitente y se vuelve costra hedienta. Ahí se exhibe un otro, que soy yo, pero que disfruta de arrancarla, de volverla dolor esencial, fragancia primigenia. Sangre y leche.

No le cuento a Luis estas ansias, ni los vahos que consigo con la manta de la beba tapando mi pecho para olfatearme.

¿Está segura de que no se vuelve obsesivo?, pregunta mi terapeuta. Y sin tapujo le respondo que no y que no me importa. Entonces revuelve su cuerpo en el sillón, mientras aclara que el tema es no agregar sustancias y hedores a eso que llamo ritual propio. Me deja con ideas flamantes, esos anónimos olores posibles que pude perder. Yo no lo había pensado. Pero ahora que lo dijo, claro que sí, debo estar desperdiciando un montón de aromas. Entonces los enumero: mi piel transpirada, el perfume de la manta, el dejo de la beba en mi mama, el ambiente que huele a veces a sahumerio y otras a comida, el vómito de Elena cuando se adhiere a su ropa, la mezcla de mi piel con la suya, ese almizcle de sus jugos nuevos. ¿Cuántos olores caen sobre mí a diario? Sin embargo, a ella le respondo que no me obsesiono, así la dejo en calma.

Salgo, camino y me apabullo porque no huelo nada interesante, y eso que abundan sitios olientes y llenos de posibles aspiraciones. Sin embargo, mi olfato se desentiende de todo en las diez cuadras que separan la terapeuta de mi vida. Desde el ascensor escucho el llanto de Elena, me apuro agitada y la saco de los brazos de Luis de un tirón. Entro a su cuarto y cierro la puerta con doble llave. Él no cuestiona, apesta a miedo cuando se trata de nuestra hija.

Me siento en la cama, saco la teta y Elena se abalanza sobre ella para consumirme, huelo su saliva cortada, la audacia de sus dientes de cachorro voraz. Y me gusta, me gusta esta hija poderosa, capaz de lastimarme para saciarse. La cubro con la manta, me meto debajo hasta que mi pera toca mi pecho y quedamos así: cara, teta, leche, sangre, cara de hija. La aspiro completa y mía.

Puedo reconocer el aroma a grasa en su cuero cabelludo naciente, el pequeño hedor a sangre tibia de mi pezón agrietado la excita, hambre de mi hambre, hembra mía, y también me provoca. Olfateo entonces más cerca. Un dejo rancio en el aire amanece con su eructo. El provecho hiede mal, pienso. Ella muerde más fuerte y el chorro de leche se vuelca en su boca, lo husmeo, aunque mantengo mis ojos vedados. Me chupo yo también, incómoda y casi doblada en dos. La manta es el paraguas que nos deja vivir ese momento, sexo, voracidad impune y una maniquea forma de relacionarnos. Ella también me olfatea y brama. No le gusto, solo me usa. Lo sabemos.

Es una danza en la que nos besamos, nos lamemos, nos mordemos y nos volvemos una. Olemos a vida vertida. Y cada mamada, vamos más allá. Ella responde a todos mis estímulos y no puedo pararla. No quiero. Sé que un día nos iremos desarmando sudorosas y olientes. Inspiro, toso. Inspira, escupe. Trago su flema para volverme madre, mientras insisto en oler mi leche sanguinolenta hasta que la sacia.

Se calma y descansa, levanto la frazada. La acuesto, cubro mi mama herida. Abrocho mi blusa, me seco la frente y la boca, carraspeo, dejo el apetito a un costado, le sonrío, y cuando volvemos en nosotras, madre e hija satisfechas, recién ahí, me acerco a destrabar la puerta.

Autora: Soledad Vignolo

Escritora y Gestora cultural UNDMDP. Diplomada en Teoría y producción literaria, SADE y Posgrado

FLACSO en Comunicación y Gestión Cultural. Actualmente cursando máster en Gestión cultural en

Universidad de Córdoba.

Autora de Una más una, la novela Sandalias Santas, amor y cerezos; y Ángulos, publicada en antologías

españolas, argentinas y mexicanas.

Premio Ugarit de cultura. Presento libros en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2011/2015/2016/2017 y Feria Internacional del Libro de Miami 2018. Directora Feria del Libro de Junín, 2019. Miembro del Grupo Literario La Piara. Participó de talleres con Betina González, Luis Mey, Agustina Bazterrica, Anahí Flores, Agustina Caride, Cynthia Matayoshi y Giovanna Rivero. No me cuentes que sos feliz es una de las novelas inéditas surgidas en pandemia, y participó del Premio Clarín

de Novela 2021. Dicta talleres de poesía y escritura creativa en la Universidad del Noroeste de Buenos

Aires UNNOBA desde 2017. Forma parte de diversos grupos poéticos que practican el slam y el yak. Dicta capacitaciones y talleres en las ESB y es ponente en el programa ENCENDER del Ministerio de Educación. El mar y el campo son sus centros de gravedad y a pesar de ellos, la vida la sigue dando vuelta, por eso escribe, para poder estar de pie. Mención y publicación en antología 2021 IX Concurso Osvaldo Soriano con el relato Ritual Propio, Mención especial en el Concurso del Banco Superville 2022, finalista en concurso de cuentos con publicación en antología editorial Letra de Kmbio de París y ganadora de la Beca OEI (Organización de Estados Iberoamericanos) 2022 con su proyecto poético Poemiento, Argentina Portugal.

Enlaces

https://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos-

chica-senti-muerte-perseguia-historia-familiar-llena-

peligros-adioses-_0_qUU2P-Y4B.html

lustración de Leonardo Lamberta

Se puede ver parte de su obra en su Instagram @leolamberta y Acá

Marea Turbia en Letralia

https://letralia.com/letras/narrativaletralia/2022/07/30/marea-turbia/

TEXTOS DE NARRATIVA

Marea turbia

Soledad Vignolo sábado 30 de julio de 2022

La noche de la tormenta Ismael pensó que así era su vida: abrumada, enloquecida por los rayos y la niebla. Mientras caminaba hacia el puerto, por su cabeza pasaban muchas justificaciones: que no podía hacer otra cosa, que debía pescar, que era su sustento, que por eso dejó a las chicas cada cual en su camita, como dos barquitos pequeños destartalados en su marea turbia. Esa frase era de la novela que había terminado hacía unos días, antes de que llegaran, antes de que todo se moviera de lugar, y le pareció escrita para ese momento.

A medida que se acercaba a la costa, lo acontecido tomaba otro espesor, cada paso castigado por el viento anunciaba lo terrible. Y lo terrible era la repetición continua de esas noches alucinadas de silencio. No podía asumir aún el cambio en su vida. Las chicas habían llegado para quedarse, pálidos bocetos del pasado. No tenían dónde ir, por eso las aceptó.

Ismael pescaba la vida de la misma forma en que transcurría su trabajo en el mar: sin suerte. A veces enrollada en anzuelos y las menos, con buena cosecha. Le pesaban los pasos para llegar al puerto, más de la cuenta. No le gustaban las pisadas rítmicas; ese eco en la madrugada con el que su propio cuerpo hacía camino, lo obligaba a pensar. Y él sabía que la pensadera traicionaba. Por eso comenzó a silbar. Fuerte, un silbido que era lamento, grito, ruego. El aire entraba para aclarar la garganta y las sienes, y al soplarlo cambiaba de temperatura y chocaba con la niebla húmeda. Las canciones que su padre silbaba eran las primeras que se sorprendía regalando al viento, casi todas viejas chanzonetas tristes. Luego la cabeza se le volvía oleada y su hermana, la familia y las chicas en sus camas se revolvían saladas entre la arena familiar. Se detuvo en el hueco que su chiflo le hacía a la noche. Y se sintió parte de ese momento, su sombra encorvada, el vacío, ese aire soplado para no asfixiarse, la búsqueda desesperada. Por eso el mar. Por eso Ismael era mar.

No lo abrazaron. No las abrazó. No había lazo posible.

Ellas habían llegado en silencio, con ojeras, apenas abrigadas y sin maletas. La cara de una raspada, con costra. La otra llevaba un yeso firmado en el brazo. No lo abrazaron. No las abrazó. No había lazo posible. Ismael sabía esperar lo justo, no se iba en deseos. Las dos se sentaron sobre el sillón negro del estar y lo miraron fijo. Les acercó comida. Comieron. Les dio agua y la bebieron de a sorbos, cuidándola. La más pequeña buscó el baño con la mirada, Ismael se lo señaló. Y al volver tomó la mano de su hermana y caminaron hasta el cuarto. Se acostaron quebradas, inconclusas. Ismael las observó y partió sin saludar.

Ahora ese hueco habitaba su pecho, el mismo que le hizo lugar al silbido del crepúsculo. Era un vacío ajeno, capaz de denunciar una verdad. Llegó al puerto, se alzó a la proa y comenzó mecánico su labor de leva. Del otro lado lo ayudaba un hombre de dársena, el de siempre. Una vez en mar abierto soltó un suspiro gutural. De esos que retumban y mueven olas y con las olas mueven cimientos y placas que llevan años quietas. Su compañero lo miró. Él no. No quería contar. A medida que la noche se volvía mañana los peces formaban pilas en la cubierta del barco viejo. Uno sobre otro, tratando de no morir. Pensó si así se habría sentido su hermana al accidentarse, pensó en un auto revolviéndose en la cinta asfáltica húmeda, en frenadas, en gritos, en sangre, en las chicas quietas en sus camas. Volvió a mirar la pila de pescados, seguían abriendo sus bocas en busca de agua, de sal, de vida. Tiró las redes por última vez cerca de las diez de la mañana. Y sintió que debía volver.

El sol le pegaba directo en la cara, calentaba su cuerpo, por eso el hueco perdía consistencia y alivianaba el suspiro constante de Ismael al caminar la vuelta a casa. La vida le pasó por delante. Susana recién nacida, una hermana. Los juegos, la infancia compartida, cumpleaños, padres, amores, encierros, veinte años sin verse. Susana en España, dos hijas, dice que se vuelve, con mamá y papá muertos. A qué viene, si ya es tarde. Ezeiza, el llamado, no puedo buscarte le dijo, alquilate un auto. Te espero en Bahía, yo trabajo. Llegando, decía el mensaje. Y entonces todo un viento arrasó la rutina: la policía en la puerta, la jueza, la firma y ellas entre la vida y la muerte. Se salvaron sus sobrinas, dijo el médico. Un respiro. Uno solo porque detrás agregó: es el pariente más cercano, debe hacerse cargo.

Llegaron y las dejó cada cual en su camita, como dos barquitos destartalados en su marea turbia, marea de vidas a cuidar, sin instrucciones para hacerlo.

Esa mañana Ismael volvió a su casa cuidando el aire. Se le antojó eterno el camino de siempre, como si hubiera cambiado. El hueco seguía allí, cada vez más cerrado. Era suyo. Lo iba a necesitar para poder seguir, para meterse y respirar en él cuando la multitud agobie. Silbó suave, acurrucado en su corriente triste. La tormenta, en ceremonia, le cedía paso al sol.

Soledad Vignolo

Escritora argentina (Junín, 1963). Ha publicado los libros Ángulos (Hespérides, 2000), Sandalias santas (De los Cuatro Vientos, 2012) y Una más una (Rama Negra, 2017). Premio OEI Atelier Poético 2022, mención Osvaldo Soriano 2021. Coordina talleres de escritura en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (Unnoba).

Tierra Fresca de su tumba

“¿Era caliente el líquido viscoso que te dejaron ahí? (…) ¿Era un líquido como la clara de un huevo?”

Giovanna Rivero

¡Qué maravilloso libro!

Reseñar estos cuentos fantásticos, oscuros, terrosos y llenos de profundos encuentros de locura y naturaleza, raíces y miedos ancestrales, niñas y mujeres que exploran los bordes con una riqueza poética sublime, estepas, osos, buitres, ojos, manos, labios, frotaciones, sexo y dolor, familia y secretos, estupendas alucinaciones donde la etnia y el desgarro son lluvia constante, que a medida que leemos nos embebe en frustraciones, pasiones, arraigos, silencios extremos, enfermedad es un reto deseado. Rivero hace semejantes paisajes sociales con la maestría que caracteriza a esta boliviana, y nos enseña que está bien trasgredir cánones si lo hacemos con buena literatura.

Su estilo no puede definirse, en sus páginas sobrevuelan Rulfo, Quiroga y lo mejor de Lovecraft sin pudor. Qué alegría produce que esta escritora voluptuosa y creativa sea latinoamericana.

Giovanna Rivero se aventura con pastores y súbditos pecadores, la hipocresía está presente y sin dejar de mirar el entorno, porque lo colonial está y es clara la postura y la crítica, pero ella se zambulle en esas historias personales que abarcan la humanidad. Los locos, los desahuciados, los parias y los niños tienen voces temibles, roza lo gótico sin elegirlo, porque no hay encasillamiento en su poética alucinada, es a pesar de nosotros, de nuestras etiquetas, de nuestros ascos y de nuestro espantoso pudor.

Tierra fresca de su tumba es literatura, y de la buena. De esa que no queremos dejar de leer. Todos sus cuentos son muy buenos, si debo elegir uno, Socorro es, a mi juicio, el más logrado, tanto dolor y tanta ausencia en esos secretos prohibidos, esos gritos en pechos inflamados, habitados por lo no dicho. Truculento, con tantas capas que nos cuesta creer, el relato nos deja exhaustos y conmovidos.

Hermano ciervo también es impresionante, su estela que une puntos de américa que parecen extremos, y que sin embargo padecen iguales. Los seis cuentos valen la pena, no importa si van a lo weird o al slipstream, si son góticos o fantásticos. Son buenos.

Corran a comprarlo, pídanlo prestado o róbenlo por un día, pero no dejen de leerlo.