Diario de Cuarentena: Hegemonías del Siglo XXI en Argentina

La hegemonía cultural es un concepto que corre en paralelo a lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba violencia simbólica, que designa la dominación de la sociedad, culturalmente diversa, por la clase dominante, cuya posición frente al mundo—creencias, moral, explicaciones, percepciones, instituciones, valores o costumbres— se transforma en la norma cultural aceptada y en la ideología dominante, válida y universal.

La hegemonía cultural justifica el statu quo social, político y económico como natural e inevitable, perpetuo y beneficioso para todo el mundo, en lugar de presentarlo como una construcción social que beneficia únicamente a la clase dominante. En filosofía y sociología, el término hegemonía cultural tiene connotaciones derivadas de la palabra griega ἡγεμονία, que indica liderazgo y gobierno.

En política, hegemonía es el método geopolítico de dominación indirecta, en el que el estado hegemónico gobierna a los subordinados, bajo la amenaza de intervención como un medio implícito de poder, más que por la fuerza directa es decir invasión.

En el mundo de hoy, parece ser que si no sos abortista, populista, progresista, si no decís muchas veces los y las aunque arruines el lenguaje e incluso si no utilizas los supuestamente inclusivos e y x o @, nuevas hegemonías culturales derivadas del gobierno o gobiernos de pseudo izquierda, sos un reaccionario. Sin embargo yo creo que mantener principios, no caer en las estúpidas convenciones propuestas que no resuelven inequidades sino que las titulan distinto, es la verdadera revolución.

La hegemonía cultural es un término desarrollado por Antonio Gramsci para analizar las clases sociales y la superestructura. Proponía que las normas culturales vigentes de una sociedad son impuestas por la clase dominante (hegemonía cultural burguesa), de manera que no deberían percibirse como naturales o inevitables, sino reconocidas como una construcción social artificial y como instrumentos de dominación de clase. Esta práctica sería indispensable para una liberación política e intelectual del proletariado, reivindicando y creando su propia cultura de clase. Y por primera vez en mi vida coincido con Gramsci, claro que no creo que sea el liberalismo ni el capitalismo la hegemonía cultural que nos quieren imponer, sino todo lo contrario. De hecho, hablar de capitalismo o liberalismo puede producir exclusiones tremendas en la sociedad y en el mundo cultural. Entonces, padecemos un poder hegemónico que promueve un solo discurso posible uno que hable con e como si eso resolviera cuestiones de fondo, que es abortista no importa como, que habla en nombre del pobre aunque se haya enriquecido a costa de ellos y que promueve la vagancia y la ignorancia como forma de vida.

Cuando Habermas cuestiona la idea de opinión pública, la idea que está detrás es la misma: la cultura es un poderoso inmovilizador de la capacidad reinventiva de los pueblos y sus valores son la manera en que todo orden burgués se perpetúa más allá de los lamentos de elementos más ortodoxos de distintas tendencias económicas capitalistas. Sin embargo, él mismo declara no trabajar en ese sentido y declina abandonar la cultura burguesa en pos de un proyecto invisible, pese a ser un pensador de la Escuela crítica. Entonces ¿no suena remanido pensar que sólo el capitalismo es la miseria del mundo? ¿Cuál sería la burguesía?, la de los políticos millonarios y el pueblo pobre? la de los pequeños empresarios? Porque en estos regímenes populistas los privilegiados no son los trabajadores privados, por el contrario.

En la latinoamericación, el problema se radicaliza. El Mercado adopta un sitial maldito -incluso discursivamente – y el dominio populista profundiza la manera en que el populismo se transforma en la única manera de entender el desarrollo de la especie humana. Para autores contemporáneos que trabajan el tema de hegemonía y cultura (Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Samir Amin), la globalización extiende el control de la minoría privilegiada contra la mayoría subordinada en un marco en el cual se anexa progresivamente el pensamiento desregulado de Mercado con un proyecto cultural hegemónico en el planeta. Pero también es una radicalización. Ni el mercado por si solo, ni el estado sobreprotector y alienante son factores de desarrollo. Siempre la humanidad y los pensadores terminan siendo corrompidos por sus propios egos. La salida siempre es el equilibrio, la hegemonía es una palabra que ha dañado la trama social, que se ha utilizado para demonizar o entronizar ideales mezquinos. Y no hay cultura posible, ni identidad, ni construcción cultural si no están todas las miradas incluidas.

¿O cuando de populismos se trata no hay hegemonías? Lenguaje inclusivo, pañuelo verde, odio al macho y amor a lo queer parecen ser hoy conditio sine qua non para pertenecer a una élite cultural que tiene la verdad en un puño. Habemos otros y también somos y hacemos cultura. Alcemos la voz.

Diario de Cuarentena: Batalla cultural

La cultura está tomada por el progresismo populista, este año estoy tratando de dar batalla a tanta retórica de perogrullo y creo que debo comenzar por decir de forma llana que las sociedades liberales son aquellas a las que nuestros jóvenes se quieren ir. Las nacidas pos revolución francesa y las que priorizan al individuo por sobre todo. Claro que se plantea el problema de abstraer al liberalismo de una praxis tan cotidiana y asumida que a muchos les resulta ya invisible. Todos somos, en cierto sentido, liberales, entonces terminan utilizando el término liberalismo en lo público a su sentido economicista y aun a ciertas escuelas de teoría económica de mala fama. Pero no: el liberalismo es «el movimiento o doctrina que ha construido la mayor parte de las instituciones que habitamos» . La ideología a la que debemos la práctica de «la democracia posible», porque fuera del diseño liberal del Estado ninguna otra forma de vida democrática ha resultado viable y ninguna otra tiene visos de prosperar, como arguye Ruiz Soroa en su libro Elogio del liberalismo, desechando como palabrería de salón las concepciones de la democracia que se presentan como rivales del formato liberal representativo: «No existe una democracia más plena ni de mayor calidad que la existente […]. Podemos aspirar a practicar mejor las reglas de la democracia liberal, pero no a tener otra democracia más profunda o auténtica».

Estoy de acuerdo: la democracia no está en otra parte. El núcleo de la doctrina liberal: individualismo y gobierno acotado. Individualismo que no es el egoísmo, sino la idea de que, entre sociedad e individuo, es éste quien tiene la primacía ética. De otro modo: que «lo político está al servicio del individuo, no al revés» y que, al final, y ante la duda, «el agente moral que cuenta es la persona» . Si la defensa de la dignidad individual se deriva de la crítica antiestamental del primer liberalismo, ell gobierno acotado es corolario de la originaria crítica antiabsolutista; es decir, limitación o división del poder, como recurso infalible para prevenir un abuso que es riesgo congénito a su ejercicio. De aquí brota la tensión entre liberalismo y democracia, que se resuelve mediante el triple expediente de la representación, la creación de poderes contramayoritarios que vigilen, por ejemplo. Todo al servicio de una concepción en la que la libertad –que por fuerza es la igual libertad– es motor del progreso moral de la sociedad y la ley impersonal el instrumento predilecto para evitar las arbitrariedades de la voluntad, la encarne quien la encarne: «El gobierno de las leyes (rule of law), no el gobierno de los hombres: esa es la consigna liberal por excelencia»

Claro que tales ideas requieren lograr ganar una batalla cultural que en latinoamérica ha sido tomada por el populismo, deberemos refinar nuestros recursos y lograr generar nuevas tensiones culturales. Tener claro sobre la libertad la cuestión de sus límites, así como las condiciones de la libertad, lo que nos adentra en el prolijo debate entre la libertad positiva versus negativa, o la entendida como no interferencia frente a la que prefiere hablar, en tono republicanista, de no dominación. Porque creemos que no debe intervenir el gobierno pero : «Unos [liberales] hablarán del Estado social, otros del Estado mínimo. Pero la raya [que separa al gobierno del individuo] debe existir siempre; esa es la aportación esencial de la intuición liberal»

Podemos enfrentar el liberalismo con la poderosa tosquedad del nacionalismo. O las críticas desde el comunitarismo o el multiculturalismo, que consideran a los liberales desarraigados. Y no podemos olvidar la engañosa contraposición del progresismo entre estado y mercado cuando el mercado no deja de ser una creación del Estado. Me resulta raro la serie de debates que a partir del sencillo punto de la libertad individual, una costura que ha ido hilvanando el liberalismo desde hace cuatro siglos .

La idea perdurable del gobierno limitado y de la igual dignidad de todo individuo como núcleo innegociable de la vida en comunidad. Locke, Montesquieu o Voltaire no llegaron a la conclusión de que la libertad de conciencia era una buena idea mirando las estrellas o tomando un chocolate, sino conmovidos por los gritos de dolor de personas conducidas al cadalso por su fanatismo, en ese caso religioso. Hoy nos enfrentamos a otros fanatismos, pero no olvidemos que en su origen, el liberalismo es un humanismo, un humanitarismo, surgido de la compasión por el hereje. Judith Shklar,dice que el liberalismo es «la doctrina que sostiene que cada persona adulta debe ser capaz de tomar, sin miedo y sin favor, tantas decisiones efectivas sobre su vida como sean compatibles con la libertad de igual tipo de los demás».

Hoy con la penuria económica que limita nuestras posibilidades es esa penuria precisamente lo que abre al liberalismo a la cuestión social, de la cual ningún liberal honesto se ha sentido desentendido nunca.

Hay que batallar culturalmente, con los competidores ideológicos. El liberalismo está aquejado de ser una doctrina hecha de «renuncias, contención y realismo» que lo pone , en desventaja propagandística con el socialismo, el populismo o el nacionalismo. Pero abrazar el liberalismo es algo así como abrazar el oxígeno. En un país en el que proliferan las malas ideas, no parece que no nos quede más remedio a los liberales que salir a defender una forma de pensar la vida y la comunidad que sigue siendo, como dice Giovanni Sartori , «la única ingeniería de la historia que no nos ha traicionado».

Invito a dar batalla, a pensar que no hay otra posibilidad cultural que halla resultado viable por siglos, y que aferrarnos al clientelismo y la simplona teoría populista sencillamente es condenarnos una y otra vez al fracaso. Los individuos somos más importantes que el estado, cada persona cuenta, cada uno de nosotros es valioso, que no nos quiten el derecho a sentirnos así. Y que la cultura sea.

Diario de Cuarentena: Gente que no

Resulta complicado mantener este diario después de más de ciento cincuenta días largos. Más aún si a diario estamos contando la gente que se enferma y la gente que muere. Estos hechos ocurren desde el inicio de la humanidad, pero no nos pasamos la vida contabilizando sus datos. Lo cierto es que hay gente que enferma y gente que no. Gente que muere y gente que no. Y como ocurre desde que el mundo es mundo, nos puede tocar a todos, en especial durante una pandemia, que no es la primera, y no va a ser la última mientras exista la humanidad. Vivir aterrado no es vivir. Estamos en una estación del año, donde todos tosemos, o nos resfriamos, pero en 2020 eso parece sinónimo de asesinato, y así anda la humanidad desconociendo rostros porque no nos vemos detrás de los barbijos. Desconociendo sueños y alegrías. Si quisiéramos terminar con esto, bastaba con políticas de test masivos que por supuesto no fue realizada. ¿Ahora bien, como vamos a salvarnos como sociedad si no somos libres? No podemos transitar, no podemos viajar, no , no, no. Somos gente que no.

Es muy difícil no ser autoreferencial en un diario personal, pero lo voy a intentar. Como liberal, he soportado desde mis 17 años muchos agravios. En un país en el que el populismo nacional es vedette, soy considerada hereje. El liberalismo arrastra el sambenito de que su afirmación de la libertad y la responsabilidad individual, como pilares fundamentales de la sociedad, y de la primacía de mercado sobre el estado, en la asignación de los recursos y la distribución de los bienes y servicios, supone desentenderse de la suerte de los pobres y los menos afortunados.Pero nada más contrario a la verdad. En el corazón del pensamiento liberal está, como lo señala Bertrand de Jouvenel, “la idea de que los que sufren necesidades apremiantes deben ser atendidos es inherente al concepto mismo de sociedad”. No debe haber ninguna duda al respecto. La discusión tiene que ver con sobre la forma en atender esas necesidades: por la familia, la acción solidaria de la comunidad o la coacción del estado. Esa atención solidaria de los necesitados, que hoy en día son millones, gracias a planes que dicen defenderlos, no puede confundirse con el ideal, rechazado ese sí por cualquier liberal, de igualación de rentas y patrimonios por la acción del estado, por obra del asistencialismo ilimitado del estatismo parasitario que aqueja a la argentina y gran parte de américa latina.

Nada puede ir contra el valor más relevante de una sociedad liberal: la responsabilidad de cada uno de su propio destino.

En nuestro país hace décadas que vamos por la gente que no. La que vive de ayudas o empleos poco demandantes del gobierno que sin dudas socava la dignidad personal y el sentido de libertad, y predispone a la aceptación de la sumisión y la servidumbre. Los ideólogos totalitarios son los ideólogos del asistencialismo, que busca hacer a las personas dependientes del gobierno porque esa dependencia moldea también, las actitudes políticas.

La idea no es transformar el diario en clase de economía que tampoco podría dar, pero si defendernos un poco de una política brutal que nos está desprotegiendo en todos los sentidos y desmitificar la historia vieja de que ser liberal o capitalista es odiar al necesitado, o destruirlo, por el contrario, creemos que hay que propiciar la movilidad de clases y la educación para que eso se logre. los liberales tenemos que atraer a la gente a nuestros ideales. La seducción del populismo en su forma moderna de expropiación de los resultados de la producción, mediante la acción de un estado parasitario, clientelista y corrupto es muy grande y seguramente se avivará en esta crisis.

No debemos temer enfrentarla si queremos un país mejor. No es cuestión de partidismos, es hora de ser racionales y emocionales a la vez. Podemos seguir con la historia nefasta de revictimizar al pobre, o ayudarlo a crecer, con esfuerzo, con estudio, con mérito. Basta de contar enfermos o muertos. Hay que luchar por la libertad, que no significa dejar de cuidarse, pero sí, rechazar esta cuarentena espantosa que nos cercena la mente, el cuerpo y el corazón. No quiero ser gente que no. Que no puede ir a ver a sus hermanos. Que no puede ir de una ciudad a otra. Que no puede moverse en el país con libertad. Que no puede trabajar. Que no puede proyectar. Que no puede visitar una provincia. Que no puede salir del país. Que no puede elegir cómo vivir. Estamos en una pandemia. Se manejó mal, nos burlábamos de paises que estan mejor que nosotros. Seguimos soberbios. Incompetentes. 300000 contagiados que debemos multiplicar por diez como mínimo. Y no producen cambios, ya se equivocaron, el virus circula, basta de ineficacia. Déjennos vivir eligiendo quienes queremos ser. Decía Einstein:

Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes

Diario de Cuarentena: Hablemos de Solidaridad

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) define solidaridad como la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Ante algunos cuestionamientos sobre mi solidaridad. que tuve ayer por un posteo en el que critiqué los decretos presidenciales y la pena de prisión que rige si uno decide en su propia casa no acatar órdenes como: ventilar, lavarse las manos o reunirse con gente, claro avasallamiento de los derechos individuales. Estos decretos son dictatoriales e impropios de una democracia, pero me interpeló el comentario, porque me gusta poner en duda todo lo que pienso y me puse a analizar el tema de la solidaridad.

Algunas personas confunden la creación de leyes impositivas y de regulaciones laborales feroces con la solidaridad. Otros confunden gastar el dinero de otros con ser solidario. Como parezco un pez raro en un mar de peces que van claramente hacia la izquierda conceptual, creo oportuno explicarles lo que los liberales solemos entender por solidaridad.

Adam Smith decía,que «por muy egoísta que se suponga que es el hombre, es evidente que hay en su naturaleza algunos principios, que le hacen interesarse por la fortuna de los demás, y hacerle necesaria su felicidad, aunque nada derive de ella si no es el placer de verla». ¿Cual es mi punto de enlace con Smith? que pienso, como él que la solidaridad solo se da en libertad. Es decir, el individuo, para ser solidario, tiene que tener la libertad de elegir cómo, cuánto y a quién da parte de sus recursos y de su tiempo. No puede ser algo impuesto.

Y esto tiene mucho que ver con el individualismo, palabra que suele ser considerada sinónimo de egoísmo, y no son lo mismo en absoluto.El individualismo es la tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás y el egoísmo es el inmoderado y excesivo amor de sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Y así se fue distorsionando lo que los liberales entendemos por individualismo. Friedrich Hayek, uno de los pensadores liberales más importantes del siglo XX, decía que «el individualismo verdadero afirma el valor de la familia y de todos los esfuerzos conjuntos de las comunidades y grupos pequeños, cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y, de hecho, el caso en su favor descansa fuertemente en el argumento de que mucho por lo cual usualmente se pide la acción coercitiva del Estado puede lograrse mejor mediante la colaboración voluntaria».

Y si no veamos el día de hoy, donde el estado cree que con 10000 pesos quitado de los impuestos «solidarios» resuelve el impedimento de trabajo y derechos y el hambre de una familia, mientras que los ciudadanos, entre ellos, de manera voluntaria asisten alimentariamente a niños, familias, abuelos; se cuidan, crean grupos de protección vecinales, compran comida a aquellos que emprenden culinariamente ante la imposibilidad laboral, panes y tortas a otros, donan materiales, ayudan en construcciones, y apoyan los negocios locales con pequeñas compras para que no mueran. Lo importante es que lo hacen sin que nadie los obligue y lo podrían hacer más si tuvieran ingresos más altos y si el Estado no se llevara un gran porcentaje de esos ingresos. También podrían hacerlo más si el Estado no obstaculizara la creación de riqueza. Si desde hace años no se intentara nivelar hacia abajo, impidiendo con el asistencialismo la movilidad de clases y manteniendo la riqueza en manos que hablan de solidaridad con la impunidad de los hipócritas.

Si queremos de verdad ser solidarios, por qué no pensar en la cantidad de recursos que reciben las entidades del Estado que deberían ocuparse del desarrollo social, y consideremos qué harían las personas en forma privada con esos cuantiosos recursos , unidos en una causa común como darle una mejor educación o mejor vivienda o mejor atención médica a quien lo necesite.Las organizaciones privadas sin fines de lucro que atienden a los más necesitados demuestran hoy que todavía es posible la solidaridad sin obligatoriedad. Por último pensemos quién creemos que manejará de manera más eficiente los recursos destinados a los humildes ¿una organización pública donde políticos y burócratas administran el dinero de otros o una organización privada donde los que la financian gestionan sus propios recursos?

Los liberales sentimos un deber la defensa de los derechos básicos del individuo que son la base de su autodesarrollo. Si se defienden los derechos fundamentales de los individuos, no se pueden aceptar las restricciones impuestas por la comunidad a otras formas elegidas para la vida privada. Es decir apoyamos la diversidad. Y por supuesto que creemos que la solidaridad es fundamental. Que el otro somos nosotros, por eso deseamos para ese otro la posibilidad concreta de crecer, de ser y vivir con todos los derechos que otorga nuestra carta magna en forma plena. Se habla hoy en día de derechos de solidaridad, en realidad es difícil pensar la solidaridad como un derecho. En primer lugar, la solidaridad es siempre, o casi siempre, un acto supererogatorio. Somos solidarios en la medida en que somos conmovidos por el sufrimiento, desventaja o marginamiento de otros. De ahí que pueda preocupamos tanto la suerte de una minoría étnica o religiosa en un país lejano, como la suerte de los trabajadores inmigrantes de nuestros propios países. No es una coincidencia que hoy en día los problemas que surgen a partir de la negación de
derechos humanos fundamentales, se hayan internacionalizado de tal manera que ningún gobierno pueda contrarrestarlos con el ya muy inútil calificativo de «intervencionismo».
El respeto por los individuos debe en ocasiones, por encima de cualquier otra consideración, mantener intacto el ámbito de lo privado. En segundo lugar, la apelación al reconocimiento de derechos colectivos se hace posible a partir del reconocimiento de derechos individuales. Pero aun si partimos de colectividades como minorías étnicas, religiosas, extranjeras, etc., podemos perder de vista que es a los individuos, dentro de estos grupos, a quienes se busca proteger a través del reconocimiento de unos derechos morales que eventualmente llegan a tener peso jurídico y que operan como exigencias válidas, de mutuo respeto, tanto en el plano nacional como en el internacional y tanto en el plano de lo colectivo como en el de lo individual.

Si deseamos encontrar una base contractual para la solidaridad, dicha base no podría ser la reciprocidad. Solamente podría hallarse en la conciencia de que hemos sido o seremos protegidos por el reconocimiento que otros nos confieren como individuos y colectividades dentro de la humanidad.
Es ese reconocimiento el que también nosotros podemos reclamar para todos los seres humanos. Incluso para las generaciones futuras. Suena a utopía. Una necesaria.
El liberalismo no es ajeno a ella.

Diario de Cuarentena: Ruido

“Para quien tiene miedo, todo son ruidos.”
SÓFOCLES

Pongo en juego el día de ayer. A 125 días de la cuarentena, nuestra ciudad está en fase 5, por ahora, porque la inequidad llega hasta las arbitrarias fases. Este absolutismo aciago que nos rige los últimos meses , ya más de cuatro, parece escrito por Mariana Enríquez o algún otro maestro del terror. La noche de ayer. Día del amigo, hijo de 21 años. Primera salida en 125 días. Birrería con cuatro amigos. Aunque no dije nada, hasta lo alenté al festejo, sentí miedo.

Me quedé con esa sensación en la boca del estómago que tenemos las madres cuando los hijos salen, y lo resolví comiendo unos cereales -estoy tratando de ser saludable- y viendo una serie muy mala, pero es lo que va quedando por ver. Cuando llegó le dije como autómata: lavate las manos. Y ahí el miedo fue peor. Me dí miedo. ¿Qué estoy haciendo? Sí, amigos lectores, caí en la maquinaria propagandista maquiavélica de este gobierno. Tuve miedo por mi hijo, a pesar de estar en fase 5 (que no se aún porqué está tan cerca de la 3) y de combatir la construcción del temor y la falta de libertades. El engranaje del miedo nos pega donde está depositado nuestro amor. Por eso usan el miedo para que este pueblo siga quieto a pesar de las atroces políticas públicas, de la denigrante situación a la que nos someten y de la destrucción del país en pos de salvar algunas pocas cuestiones personales de dirigentes sin ética. Porque el miedo es ruido y aturde, confunde y altera las propias creencias.

Ya lo dijo Aristóteles: el miedo siempre permanece. Un hombre puede destruir todo lo que tiene dentro de sí mismo, el amor y el odio y las creencias, e incluso la duda; pero mientras se apega a la vida no puede destruir el miedo.

Toda la lógica que apliqué, en una ciudad con dos casos y sabiendo que estamos ante una pandemia exagerada por intereses políticos internacionales, y aprovechada por el licencioso gobierno nacional; no alcanzó para frenar el miedo creado tras cuatro meses de encierro totalitario. Me considero liberal, y respeto al liberalismo como la ideología que nació contra el miedo,  liberalidad que se encuentra hoy abatida ante el resurgimiento de un fascismo rejuvenecido y tecnologizado. Aunque no fui vehemente en transmitirlo, lo sentí. Y pienso trabajar en ese miedo para construir una libertad más firme, por mis hijos y por los hijos de otros. El miedo somete. Seamos libres.