La Real Academia Española de la Lengua (RAE) define solidaridad como la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Ante algunos cuestionamientos sobre mi solidaridad. que tuve ayer por un posteo en el que critiqué los decretos presidenciales y la pena de prisión que rige si uno decide en su propia casa no acatar órdenes como: ventilar, lavarse las manos o reunirse con gente, claro avasallamiento de los derechos individuales. Estos decretos son dictatoriales e impropios de una democracia, pero me interpeló el comentario, porque me gusta poner en duda todo lo que pienso y me puse a analizar el tema de la solidaridad.
Algunas personas confunden la creación de leyes impositivas y de regulaciones laborales feroces con la solidaridad. Otros confunden gastar el dinero de otros con ser solidario. Como parezco un pez raro en un mar de peces que van claramente hacia la izquierda conceptual, creo oportuno explicarles lo que los liberales solemos entender por solidaridad.
Adam Smith decía,que «por muy egoísta que se suponga que es el hombre, es evidente que hay en su naturaleza algunos principios, que le hacen interesarse por la fortuna de los demás, y hacerle necesaria su felicidad, aunque nada derive de ella si no es el placer de verla». ¿Cual es mi punto de enlace con Smith? que pienso, como él que la solidaridad solo se da en libertad. Es decir, el individuo, para ser solidario, tiene que tener la libertad de elegir cómo, cuánto y a quién da parte de sus recursos y de su tiempo. No puede ser algo impuesto.
Y esto tiene mucho que ver con el individualismo, palabra que suele ser considerada sinónimo de egoísmo, y no son lo mismo en absoluto.El individualismo es la tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás y el egoísmo es el inmoderado y excesivo amor de sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Y así se fue distorsionando lo que los liberales entendemos por individualismo. Friedrich Hayek, uno de los pensadores liberales más importantes del siglo XX, decía que «el individualismo verdadero afirma el valor de la familia y de todos los esfuerzos conjuntos de las comunidades y grupos pequeños, cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y, de hecho, el caso en su favor descansa fuertemente en el argumento de que mucho por lo cual usualmente se pide la acción coercitiva del Estado puede lograrse mejor mediante la colaboración voluntaria».
Y si no veamos el día de hoy, donde el estado cree que con 10000 pesos quitado de los impuestos «solidarios» resuelve el impedimento de trabajo y derechos y el hambre de una familia, mientras que los ciudadanos, entre ellos, de manera voluntaria asisten alimentariamente a niños, familias, abuelos; se cuidan, crean grupos de protección vecinales, compran comida a aquellos que emprenden culinariamente ante la imposibilidad laboral, panes y tortas a otros, donan materiales, ayudan en construcciones, y apoyan los negocios locales con pequeñas compras para que no mueran. Lo importante es que lo hacen sin que nadie los obligue y lo podrían hacer más si tuvieran ingresos más altos y si el Estado no se llevara un gran porcentaje de esos ingresos. También podrían hacerlo más si el Estado no obstaculizara la creación de riqueza. Si desde hace años no se intentara nivelar hacia abajo, impidiendo con el asistencialismo la movilidad de clases y manteniendo la riqueza en manos que hablan de solidaridad con la impunidad de los hipócritas.
Si queremos de verdad ser solidarios, por qué no pensar en la cantidad de recursos que reciben las entidades del Estado que deberían ocuparse del desarrollo social, y consideremos qué harían las personas en forma privada con esos cuantiosos recursos , unidos en una causa común como darle una mejor educación o mejor vivienda o mejor atención médica a quien lo necesite.Las organizaciones privadas sin fines de lucro que atienden a los más necesitados demuestran hoy que todavía es posible la solidaridad sin obligatoriedad. Por último pensemos quién creemos que manejará de manera más eficiente los recursos destinados a los humildes ¿una organización pública donde políticos y burócratas administran el dinero de otros o una organización privada donde los que la financian gestionan sus propios recursos?
Los liberales sentimos un deber la defensa de los derechos básicos del individuo que son la base de su autodesarrollo. Si se defienden los derechos fundamentales de los individuos, no se pueden aceptar las restricciones impuestas por la comunidad a otras formas elegidas para la vida privada. Es decir apoyamos la diversidad. Y por supuesto que creemos que la solidaridad es fundamental. Que el otro somos nosotros, por eso deseamos para ese otro la posibilidad concreta de crecer, de ser y vivir con todos los derechos que otorga nuestra carta magna en forma plena. Se habla hoy en día de derechos de solidaridad, en realidad es difícil pensar la solidaridad como un derecho. En primer lugar, la solidaridad es siempre, o casi siempre, un acto supererogatorio. Somos solidarios en la medida en que somos conmovidos por el sufrimiento, desventaja o marginamiento de otros. De ahí que pueda preocupamos tanto la suerte de una minoría étnica o religiosa en un país lejano, como la suerte de los trabajadores inmigrantes de nuestros propios países. No es una coincidencia que hoy en día los problemas que surgen a partir de la negación de
derechos humanos fundamentales, se hayan internacionalizado de tal manera que ningún gobierno pueda contrarrestarlos con el ya muy inútil calificativo de «intervencionismo».
El respeto por los individuos debe en ocasiones, por encima de cualquier otra consideración, mantener intacto el ámbito de lo privado. En segundo lugar, la apelación al reconocimiento de derechos colectivos se hace posible a partir del reconocimiento de derechos individuales. Pero aun si partimos de colectividades como minorías étnicas, religiosas, extranjeras, etc., podemos perder de vista que es a los individuos, dentro de estos grupos, a quienes se busca proteger a través del reconocimiento de unos derechos morales que eventualmente llegan a tener peso jurídico y que operan como exigencias válidas, de mutuo respeto, tanto en el plano nacional como en el internacional y tanto en el plano de lo colectivo como en el de lo individual.
Si deseamos encontrar una base contractual para la solidaridad, dicha base no podría ser la reciprocidad. Solamente podría hallarse en la conciencia de que hemos sido o seremos protegidos por el reconocimiento que otros nos confieren como individuos y colectividades dentro de la humanidad.
Es ese reconocimiento el que también nosotros podemos reclamar para todos los seres humanos. Incluso para las generaciones futuras. Suena a utopía. Una necesaria.
El liberalismo no es ajeno a ella.