Cursando el quinto mes de cuarentena, ya no me interesan las recetas culinarias, ni tengo ganas de pintar paredes o renovar vajilla. Tampoco queda resto económico para todo lo que sugieren desde spots publicitarios y desde cada boca afín al gobierno con la que uno se cruce en las redes. Necesito ver a mis afectos, extraño a mis hermanos, sobrinos, amigos, quiero salir, disfrutar, proyectar, vivir. Por expresar mis deseos he sido tildada desde asesina, a libertina, idiota,, incapaz de practicar la alteridad, hasta el suave mote de anticuarentena. Pero como cuando digo lo que pienso y siento, no necesito enojarme con otros o rebajarlos, mucho menos maltratar a un semejante, solo lograron que piense, investigue y me interese más en las tensiones que tanto odio al disenso, me provoca. Y he llegado a algunas conclusiones que voy a compartir en el diario de hoy.
En primer lugar, me pregunto por qué es tan poco soportable para el pueblo peronista, o kirchnerista confeso, que alguien los cuestione. Yo creo que son militantes de una cuasi religión, no olvidemos que Perón seguía los preceptos del fascista Giovanni Gentile, y la propaganda tanto como la sacralización de las figuras hacen que ese «sentimiento» peronista, sea de por vida. No importa lo que hagan ni cómo lo hagan, un verticalismo claramente secular los alinea. No soy anti peronista, mal que les pese a algunos, incluso hay muchos que me parecen cuadros interesantes, claro que no llegan a primera línea. El Kirchnerismo por el contrario, se aleja de esa ortodoxia y cae en cuestiones de una raigambre más aleatoria, donde lo que importa es el poder por el poder. Y para eso todos los medios valen. Toma cierta doctrina justicialista, pero, en mi opinión la desacraliza. No lograron santificar al ex presidente fallecido y menos a la actual vice. Tampoco soy radical ni aliada de ese partido, he padecido la coordinadora en mi juventud, y la considero muy similar a la cámpora. Ni soy pro, porque siento que fue una fuerza interesante que cayó en manos de otra que tenía la estructura nacional para accionar, como le ocurrió a la UCeDe con el Menemismo.
La cuestión es cultural, y es grave. Hace años que se estableció una política cultural orquestada para cuestionar los cimientos sobre los que se asienta la concordia y el reconocimiento entre los argentinos. Este proyecto cultural e ideológico no se limitó a la Grieta y se hizo extensible en torno a la legitimidad de quién puede gobernar en democracia y no sea de tendencia peronista, kirchnerista o de izquierda. El centro, el liberalismo o la centro derecha no puede gobernar porque no es democrático, la izquierda sí y, por ende, hay que echar a la derecha, ya sea a través de falsas acusaciones, utilizando cuestiones sanitarias, o demonizando a sus líderes como antipatriotas o oligarcas. La democracia sólo es “real” sin alternancia democrática . Es real si es de ellos.
No se trata de ningún secreto. A falta de proletarios, buenas son las identidades. El progresismo de las últimas cinco décadas ya no se centra en lo económico, ni en los intereses de quienes cobran un sueldo. De hecho, hay autores como Alain Touraine que afirman que ya no hay en el mundo socialismo, sino postsocialismo. Esta nueva izquierda (o New Left) intenta más bien alzarse en representante exclusivo de todos los colectivos que hayan sido alguna vez oprimidos: mujeres, minorías sexuales, etnias, nacionalidades, inmigrantes, hablantes de lenguas minoritarias… Grupos en apariencia con escaso poder, pero que unidos a sus aliados bien pueden alcanzar una mayoría. Y aquí estamos.
Por ello no debería sorprender a nadie que haya leído algo de política en los últimos cincuenta años que la izquierda intente monopolizar el feminismo, lo LGBTQ, los nacionalismos o cualquier otra reivindicación identitaria. Ni que excluya virulenta de esas mismas reivindicaciones a todo lo que quede a su derecha. No se trata de ningún despiste: como el escorpión de la fábula, es simplemente su (nueva) forma de ser.
Siguiendo este mismo discurso, la democracia liberal no es democracia en tanto que está sujeta al imperio de la Ley. La democracia es dejar que los pueblos decidan a pesar del resto, a pesar de la norma fundamental que garantiza los derechos y establece las obligaciones de todos.
Y en ese juego cultural perverso donde solo se puede pensar de una manera, donde solo es válido y sentido lo que plantea esta supuesta élite progresista populista que es sabia y valiosa y no puede ser cuestionada, queda el pueblo, La gente real con problemas reales, Sometidos hoy a medidas draconianas que además no resultan y con nuevos líderes de cartón que dicen y desdicen en cuestiones fundamentales, en voz baja y mientras cantan una canción al lado de un perro collie. Por el otro lado de la realidad, la gente vive insegura, muerta de hambre y sin futuro. Ninguno de los premios nobeles de izquierda propone recursos para resolver el tema. El pueblo joven que dice ser libre, acepta cabizbajo los condicionamientos de planes asistencialistas y asume un «es lo que hay» que choca con esa propia libertad,
Los partidos políticos y las elites se negaron a dar contenido a la idea republicana argentina, y hoy vemos vapuleada la Constitución Nacional con el silencio cómplice de los ciudadanos. Se ha abandonado el discurso constitucional en el imaginario social como consecuencia de la asimilación del programa cultural elaborado por la izquierda por un lado y el nacionalismo (otro agente clave que ha entendido tan bien como la izquierda la importancia de la política cultural) por el otro.
Todo ello nos ha llevado a quedarnos sin un relato cultural integrador que garantice la unidad de la ciudadanía como Nación, no por falta de recursos propiamente culturales, económicos y materiales. Simplemente se ha dejado la política cultural en manos de la izquierda, y cuando se ha intentado hacer una política cultural más ambiciosa y plural, que no excluya la izquierda o los verticalistas justicialistas, pero que abarque otras mirada, quienes tenían que hacerlo ha abandonado la tarea, tal vez avasallados por la realidad.
Los invito a pensar, a contarme que opinan, abriendo un diálogo multicultural necesario para poder despegar de este mundo que solo construye inequidad en nombre de la igualdad.