Diario de Cuarentena: Carne

Mi casa parece un espacio para congelar carne, claro que la carne somos nosotros. Antes de la cuarentena, estábamos modificando cuestiones que hacen a nuevas regulaciones de gas. Pero decretaron la cuarentena, y aquí quedamos mi casa y yo esperando la reapertura de los organismos oficiales muertos de frío. Achis!

Por las mañana tiendo a leer los diarios, todos los que puedo, incluso los locales, para tener un panorama informativo local, regional y mundial. Y lo que leo es como mínimo, devastador. Cuánta tristeza ver la humanidad sin una mínima conciencia de su propia construcción, política, social, humana.

Una vez convencida de que no voy a poder cambiar todo esto, (es que por las mañanas a veces me levanto todopoderosa hasta que la vida me cachetea sola), comienzo a planificar mi día, y me doy cuenta que tengo dos zoom maravillosos por la tarde y que debo terminar una novela, y que la clase con Betina González es la última. Y entonces me gusto un poco yo, y la humanidad que habito.

Al fin de cuentas, somos los que la conformamos, y si lográramos mejorarnos en lo mínimo cada uno, toda la carne que habita el planeta dejaría de ser monstruosa y fagocitante y podría ser finalmente, enriquecedora y productiva. Es cuestión de aprender.

¿Vos planeaste algún aprendizaje para hoy? te dejo un poema de Sylvia Plath

Una vida

Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.

Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,<<<<

A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.

Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.

En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.

Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.

Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.

El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.

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