El confinamiento al que nos somete el virus también otorga oportunidades, pequeñas, aunque placenteras. La lectura es una de ellas. El encuentro con los clásicos es bienvenido, para releer las bondades de lo tradicional, y así redescubrir autores. Este es el caso de José Ingenieros (1877-1925) escritor, filósofo y médico egresado de la Universidad de Buenos Aires con estudios en Paris, Ginebra y Heidelberg.
Premiado en 1903 por la Academia Nacional de Medicina por su libro Simulación de la locura. En El Hombre Mediocre, Ingenieros define la mediocridad en varios pasajes de su obra como “el hábito de renunciar a pensar”, “llaman hereje a quienes buscan una verdad” (sin comprender que como señaló Shakespeare “El hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende”), “sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra”, “la originalidad les produce escalofríos”, “pronuncia palabras insustanciales”, “el esclavo o el siervo siguen existiendo por temperamento o por falta de carácter.
No son propiedad de sus amos, pero buscan la tutela ajena”, “incapaces de elevarse de la condición de animales de rebaño”, “rechazan la aristocracia del mérito”, “creen que el buen humor compromete la respetuosidad” y “su pasión es la envidia”. Estas definiciones que van desde el humor, dejando constancia que seriedad no necesariamente es pomposidad, hasta el acento final en la envidia, que, a mi humilde entender personal, se parece mucho a la horizontalidad; esa cuestión de igualarnos en una línea infinita donde todos debemos tener lo mismo, como si el mérito o el talento fueran cuestiones ominosas.
Se vislumbra en la obra de Ingenieros la importancia de la libertad de pensamiento, considerando que la mediocridad tiene lugar cuando nos dejamos influenciar por el medio, perdiendo de vista nuestro propio ideal. Esta lectura lleva a pensar nuevamente en la búsqueda de la perfección evolutiva que da sentido a la vida. En los procesos que los idealistas se permiten desde la fuerza de la juventud a la crítica madura y los mediocres sin evolución funcionando como quienes solo busca pertenecer. Podemos acordar o no con Ingenieros, pero lo que no permite es la indiferencia.
Y en este punto se une a una gran autora contemporánea, cuya novela Las aventuras de la China Iron es finalista del Premio Booker Internacional 2019 debido a que «(…) El jurado del Booker Prize lo definió con precisión: «maravillosa reelaboración feminista y querer de un mito fundacional americano (…) con un lenguaje y una perspectiva tan frescos que cambian 180 grados la idea de lo que una nueva nación americana podría ser”.
Se trata de Gabriela Cabezón Cámara, escritora y periodista argentina. Es considerada de una de las figuras más prominentes de la literatura latinoamericana contemporánea, además de ser una destacada intelectual y activista feminista. “Las aventuras de la China Iron”, es una obra llena de intertextualidades que nos interpela como lectores y que sigue la línea iniciada por Kerouac en los cincuenta, contando un viaje transformador.
Desde el título, “Las aventuras de la China Iron” alude a otra obra literaria. Apenas leemos: “Me llamo China, Josephine Star Iron y Tararira ahora. De entonces conservo sólo, y traducido, el Fierro, que ni siquiera era mío, y el Star, que elegí cuando elegí a Estreya” ya hay algo más vislumbra la certeza de que se refiere a una obra fundacional. Cuando la autora se refiere a “la bestia de Fierro, mi marido” y dice que “se llevaron a la bestia de Fierro como a todos los otros” queda claro para un lector que se precie que hablamos del “Martín Fierro”. Desde ahí debe leerse la novela, para poder vivirla como la aventura que promete.
Cabezón Cámara se pasea en su narrativa por la profusión y el exceso, juega con la cómica popular en su lenguaje con la maestría suficiente para bordear el realismo grotesco de Bajtín sin consecuencias. El aprendizaje de la China Iron, más allá de las nuevas costumbres, lengua y ropas, atraviesa su cuerpo. Liz, la inglesa colorada y culta, la inicia y le abre a un universo inexplorado que es todo nuevo mundo.
Si tomamos a la “Intertextualidad” como “el conjunto de relaciones que un texto literario puede mantener con otros” y que algunas de sus formas son la cita explícita y la alusión implícita, entonces podemos convenir que “Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Cámara es una de las grandes novelas intertextuales de los últimos tiempos. Esto se hace evidente con la aparición del mismísimo José Hernández y de su identidad discutida de autor/plagiador de Martín Fierro.
Como El Hombre Mediocre de José Ingenieros, Las aventuras de la China Iron se mueve en un territorio complejo y peligroso: el de proponer una cuestión de identidad. El primero nos invita a pensarnos como mediocres o idealistas, y Cabezón Cámara, se atreve a no temer que otros textos se coman el suyo, haciendo alarde de una voz propia y una originalidad excluyente. “La China Iron” supera con la claridad literaria de su autora a muchos textos conocidos, y dialoga con códigos propios y con los de otros, llevándonos como lectores a nadar en un mundo salvaje y despojado de prejuicios, poético y despiadado, que crea la escritora.
Leer en cuarentena no es tarea sencilla, el miedo impide a veces la concentración y los ruidos familiares promueven distracción, pero estas obras sin ninguna duda merecen el esfuerzo. Parafraseando a Borges, la lectura es una forma de felicidad.