Sábado 6 de Junio, verano y otoño fueron tomados por el virus. Con las estaciones se llevaron también la vista, que tanto zoom y tanta pantalla está afectando. Se llevaron la lealtad, ya que nos estamos apuntando con el dedo, denunciando, discriminando como fieras enjauladas. Nos arrebataron la fé, la comunión de la oración conjunta, la posibilidad del abrazo fuerte y cálido, la entereza que da la verdadera solidaridad que no está basada en el miedo o la desconfianza sino en el amor.
Cuando digo nos llevaron o nos quitaron, hablo de los que nos gobiernan tan irrespetuosamente. A ciegas, sin proyecto, sin hoja de ruta, sin otra meta más que la construcción de poder para salvarse ellos mismos. Y para eso nos necesitan en el fondo del mar. De un mar profundo y enfermo en el que nos creemos todos capaces de todo. Un mar donde la agresión está permitida por el anonimato y la distancia hace que nos olvidemos de la piel del otro, del olor del otro, y del propio.
En el trayecto de estos meses de forzada restricción a la libertad solo vi miserias y miserables. La injusticia, la destrucción de la república y de la economía, y la falsa ideología de algunos que suspiran por pobres en un mundo de ricos. Ayer se corrió la voz de que hay un caso de la COVID-19, sí, la, es una enfermedad, y lo mínimo que dicen de este trabajador es que es un asesino. Les tengo una pregunta: ¿le dicen lo mismo a quien contrae gripe o neumonía? o pensamos que estamos ante algo que no es una enfermedad. ¿Por qué vamos a estar exentos? elijamos pelear contra el poder desmedido, la falta de test, de orden político, de división de poderes. No nos agredamos, o nos denunciemos entre nosotros volviéndonos fascistas de perogrullo. Luchemos contra los que se eligieron para hacernos más libres, los que deben apoyar la construcción de riqueza y no de villas, los que deben fomentar el trabajo y no el asistencialismo. De lo contrario seguiremos caminando ciegos en el fondo de un mar ficticio creado por los que nos quieren así. Quietos y sin fe.