Diario de cuarentena: Lenguaje.

“Todo lenguaje no es ni reaccionario ni progresista; es simplemente fascista, ya que el fascismo no es impedir que hablemos sino obligarnos a hacerlo” R. Barthes.

Uff, que cargada de tensiones viene la vida en la cuarentena. Ayer tuve que ir a realizar un trámite a un organismo del estado, y comenzó la primera contradicción del día. Una cola de veinte minutos, con gente a poca distancia, algunos con barbijo, otros sin, solcito fresco. Sale un oficial de atención y me pregunta a qué voy, con tono de no tenés otra cosa que hacer. Explico mi situación y vamos cuesta arriba hasta que comprenden, me apoyan un termómetro digital en la frente (pienso que no debería tocarme pero bueno) y me echan un mínimo toque de alcohol en gel en la mano, llevo en ella el dni, que uso también para frotarme, accedo al interior. Hay cinco empleados y una recepcionista, digo buen día, nadie saluda, me siento sola en una silla de espera en tándem de otra repartición que ha sido donada. Dos empleadas conversan sin barbijos entre ellas, me gusta. Porque veo una confianza diaria, están ahí, son compañeras, se apoyan. Deja de gustarme cuando no me atienden, aunque soy la única. Al rato una se sienta, se coloca el tapabocas negro y me llama, le explico y me mira como si hablara otro idioma, lo digo más alto, pienso que el barbijo me impide ser clara. Me mira, y le grita a otro compañero, se acerca, le explica. Ah! dice y toca dos teclas. El trámite se logra. Alivio.Cuando me retiro, vuelvo a saludar, nadie me contesta. Afuera hay mucha gente «reunida» esperando.

De ahí vamos al super a retirar un pedido online. Toman la fiebre, alcohol, mucha gente conversando en la puerta, los empleados hartos de tener que ejercer un poder de policía que no les corresponde, me dan las cajas, toco las cajas, me dan el ticket, toco el ticket. Mismo procedimiento y cola y gente en la farmacia, y en los trámites básicos que me toca, nos toca, realizar. Me alegra ver gente paseando y viendo vidrieras, implica trabajo, comercios que van a poder sustentarse. SIento que, como nadie nos hizo test a tiempo, tal vez seamos miles o millones los portadores de covid en el país (la mayoría asintomáticos o leves, gracias a Dios), que sin palabras, vamos creando una inmunidad colectiva. Porque esto que vi en mi ciudad, es un botón respecto a los que ocurre en AMBA, que es donde el virus circula a full. Y como soy escritora, pienso en el lenguaje, en cómo lo utilizaron, en la retórica del miedo y la mentira. Y me doy cuenta que hemos sido obligados a hablar todo el día de esto. Todo el día hablamos de cuarentena y COVID y SARS y la reverenda pandemia. Mientras, en el sur, una madre tiene que parir hijos muertos en un baño de hospital porque no la atienden, desaparecen jóvenes, los ancianos se mueren solos y enfermos de otras cosas, balean adolescentes que escapan de ladrones, en el centro del país, por pasar un control, sin ver a los verdaderos delincuentes. Nos obligan a hablar de un virus que mata a algunos, y me aterra que lo haga, para poder matarnos a todos. Porque dejarnos sin derechos, sin justicia, sin dinero, sin trabajo, sin proyectos, es morir.

Apelo a volver a pensarnos como éramos, para que el lenguaje pase de ser un fascismo obligatorio a un idioma de los sentimientos, de la palabra como eco de una vida, y cito a Cortázar en Rayuela: “Pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días
y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso”.

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