A veces me llama, como a una hermana muerta de frío. Y tiemblo
Pamela Terlizzi Prina
Si uno piensa en viejas, piensa en madres, en abuelas, en tías, en vecinas, en escritoras, en políticas, en muchas y variopintas mujeres que pasaron, nos tocaron, nos marcaron, nos dolieron, o simplemente nos facilitaron nacer. Pensar en viejas, es pensar en algo del orden de lo ancestral, vieja viene del latín Vetulus «de cierta edad, algo viejo, viejecito, que en latín vulgar sustituyó el cásico vetus-eris, viejo, del que aquél era diminutivo. Pero también la conforma oculus, que es huevo, origen. Es cierto que las viejas con las que Terlizzi Prina nos invita a conversar, son sus viejas, pero la autora logra que con las preguntas, los miedos, el desparpajo, la crítica, la búsqueda de cada uno de sus poemas, se vuelvan universales. Y entonces nos damos cuenta que en cada lector hubo una Emilce, una Olivia, Belén, una madrina para sumar a la charla.
Pero la autora no se queda en contarnos el mundo femenino del viejo mundo. Nos trae las violencias implícitas, a veces imperceptibles con las que estas viejas convivieron, se enfrentaron, se sometieron y hasta se volvieron gángsters para no morir ante lo inevitable. O morir de a poco. O trascender en un libro de poemas tan reales, tan bien puestos que se vuelven piel, y nos forran preciosos y pinchudos como una de las copas rotas en la batea de la primera vieja, la que dio inicio, la pudo, no pudo, supo, contó, calló o ató para no quedar en el agujero negro de la ignorancia.
Que violencia perfecta la del mundo viejo debería ser de lectura obligada para todos los que amamos la literatura, gracias Santos Locos poesía por volverlo libro.
La autora, de lujo.
