Si los chinos comen perro, nosotros comemos perro. Después me mostró qué partes servían y qué partes podíamos tirar a los juncos, porque con los juncos, me dijo, también hay que tener buena voluntad.
Curabichera es la nueva novela de mi querido y admirado Luis Mey, editada, esta vez, por La Crujía. Es una novela que puede asombrar a quienes no han leído al autor y crean que en él, lo gore o el terror puedan ser una apuesta extrema, sin embargo, en toda su obra Mey nos pone frente a infancias vulneradas, ambientes tremendos y destinos tachados desde el parto. Por eso fluye en Curabichera, y la leemos sabiendo que algo malo va a pasar, algo siniestro hay ahí, pero solo él nos permite cuando conocer esa trama maravillosa que teje con literatura de la buena. Martiniano «El Tano» es el protagonista de la historia, y parece un pobre pibe al que la vida le deparó todas las tragedias, como si hubiera nacido con mala estrella, y entonces el Tano va construyendo lejos, pero cerca, un pequeño nombre como escritor, y trata de alejarse de su barrio, de su gente, tal vez haciéndonos creer que es su deseo.
La historia está en dos escenarios, el campo de Villa Rosa, un lugar donde la luz mal existe, y el borde, con todo lo que esta palabra significa, del conurbano, una suerte de encrucijada en Florida en donde la General Paz se hace oír. Pero el Tano quiere y la vida dispone. Cuando muere la abuela, Martiniano deja su departamento en Recoleta y vuelve a esa zona que bordea Vicente López alumbrada por la cancha de Platense. Desde niño, el personaje supo de la maldad, la vivió, la vio en sus seres más queridos, y también sabe del más allá. Y el vive acá, pero no es el pibe que parece dejarse influenciar, hay en su aura la oscuridad y el espesor suficiente para que pueda hacer y decir lo que sea, por más grotesco que suene, por más repulsivo que parezca. El Tano es un tipo que tiene como mascotas una familias de ratas, tal vez por su clara identidad, porque no mienten, ahí están, son eso. Y en la novela hay muchas caretas que se cuentan, en la niñez y en los adultos que los rodean. Otra vez Luis Mey se atreve a los niños abusados, pero ahora nos muestra en que adultos pueden convertirse, y así la historia transcurre y comienzan las muertes, inválidas, como deben ser, los amores derrotados, la fe pisoteada por la realidad, el verdadero terror, que es el de lo posible.
