“La mayoría de los chicos que faltaban eran chicas adolescentes. Que se iban con un tipo mayor, que se asustaban por un embarazo. Que huían de un padre borracho, de un padrastro que las violaba de madrugada, de un hermano que se les masturbaba en la espalda, de noche”
Mechi, la protagonista, trabaja en el archivo de chicos perdidos y desaparecidos en la ciudad de Buenos Aires, un rejunte de mujeres y burocracia donde terminan los casos que no se investigan. Son esos chicos que no van a volver, secuestrados por sus padres, los casos que nadie va a volver a mirar. Salvo Mechi. . Ellla se hace cargo, los clasifica, agrega los datos que a veces, traen parientes o amigos, también perdidos. Y usa sus almuerzos en el Parque Chacabuco para estudiarlos, mirar las fotos, casi como única porción de placer en su vida. Hay historias que la obsesionan, como la de Vanadis, una piba exótica de 14 años que se prostituía en Constitución hasta desaparecer. Vanadis es quien la induce al inframundo de la calle, los vendedores de droga, la más absoluta privación de humanidad, el Moridero, la prostitución, los cuerpos destruídos por abusos de toda calaña, tomados por la mierda de otros, por el vicio, por la indiferencia. Los cuerpos como resultado del dolor social.
Con la profunda densidad que nos trae siempre Mariana Enriquez, Chicos es uno de los que más pega, aterroriza, incomoda, tal vez porque la rutinaria vida opaca de Mechi nos toca cerca, la soledad, ese enemigo que horada hasta soportar el asco de acostarse con Pedro, su amigo periodista investigador de trata. La autopista como ruido y como escape, la escena terrible de una vida mínima. Los chicos raptados como parte de un todo aciago, que a nadie incomoda.
Y de golpe, los chicos perdidos van apareciendo. Y el lector se alivia, pero claro, no son los mismos, lo siniestro se hace lugar, estos chicos de un más allá que nos rodea toman la vida de los otros, a veces literatalmente. Y los periodistas que se vanagloriaban de hablar de ellos, callan, porque lo inexplicable se anuncia, y todo lo que se susurra y desconoce se vuelve miedo. Nos cala, nos atraviesa.
Chicos que vuelven es una novela corta, impresionante, muy bien escrita, que otra vez trae a una autora que sabe el valor de los cuerpos, para que sangren, para que griten, para que nos duelan al leera. Aquí faltan cuerpos durante gran parte de la novela. Y nos hacen falta, pero cuidado, hay chicos que vuelven.