Diario de Cuarentena: Árbol Blanco

Los proyectos sociales muy aparentes son en los que más vale posponer la apariencia si uno quiere entender algo.  Y empiezo mi diario de hoy con una frase entre filosófica y esotérica, buscando crear una especie de árbol blanco de la paz entre lo que deseo y lo que veo.

Me cuesta mucho acordar con lo que acontece en nuestro país. Veo todo forzado, obligado, totalitario, plagado de simbolismos decadentes. Sin embargo quiero y deseo mantener la esperanza, es cuestión de empatizar y balconear con un vecino, de abrazarse porque sí con un amigo y de tomar una cerveza con risas en el bar del centro. Aunque se ve más movimiento, perdimos la espontaneidad. Y además es loco que abran todo cuando la pandemia nos golpea cerca y duro. ¿Entonces nos encerraron ocho meses de gusto?

Ahora se va a poder veranear, ahora esto, ahora lo otro. Y el tiempo que nos robaron? Los negocios que fundieron? los amores quebrados? los proyectos? la vida… Estamos quebrados. Y poco me importa cuánto colaboraron los gobiernos anteriores, casi todos del mismo color que éste. Ahora hay un gobierno que llevó el dólar a su máximo valor , los ingresos a su menor valor, las muertes literalmente al cielo y la ineficacia de elefante blanco del estado a su máximo esplendor.

Tal vez debamos contratar a Sou Fujimoto, para que transforme ese elefante nefasto en un arbre blanc que nos priorice de una vez por todas, antes de que nos volvamos un árbol muerto.

 En el medio del llano,
un árbol seco su blasfemia alarga;
un árbol blanco, roto
y mordido de llagas,
en el que el viento, vuelto
mi desesperación, aúlla y pasa.

   De su bosque, el que ardió, sólo dejaron
de escarnio, su fantasma.
Una llama alcanzó hasta su costado
y lo lamió, como el amor mi alma.
¡Y sube de la herida un purpurino
musgo, como una estrofa ensangrentada!

   Los que amó, y que ceñían
a su torno en septiembre una guirnalda,
cayeron. Sus raíces
los buscan, torturadas,
tanteando por el césped
con una angustia humana…

   Le dan los plenilunios en el llano
sus más mortales platas,
y alargan, por que mida su amargura,
hasta lejos su sombra desolada.
¡Y él le da al pasajero
su atroz blasfemia y su visión amarga!

Gabriela Mistral

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