Tendríamos que aceptar que el comportamiento del ser humano es mucho más complejo que cualquier virus.
Jonathan Mann
En un momento donde abundan las metáforas y faltan los hechos y en el día que la justicia brillará por su ausencia, que los políticos creen ser eternos y el pueblo con sus luces encendidas dejó de temer, me parece interesante reflexionar sobre las metáforas de esta pandemia, y en especial de la cuarentena sin fin a la que nos someten, para ello, voy a recordar a una escritora que poco fue leída porque la metáfora de su propia fama silenció su obra.
Susan Sontag escritora e intelectual americana escribió La enfermedad y sus metáforas, una obra que se centra en el tratamiento tan diverso que han tenido, a nivel social, las grandes pandemias. Sontag analizó sobre cómo diferentes sociedades o históricos distintos generan discursos completamente diferentes a la hora de explicar las enfermedades. Las metáforas con que nos referimos a las enfermedades, debido a que estas son siempre traumáticas para la vida de las personas, y más si son mortales, son construcciones lingüísticas que a menudo son sólo un subterfugio para no mirar nuestros miedos de cara.
Sontag fue una de las primeras críticas modernas en señalar de manera convincente que la enfermedad adquiere significado mediante el uso de la metáfora. Sontag señala que las fantasías inspiradas por la tuberculosis en el siglo XIX -la “buena reputación” de la tuberculosis provenía de los artistas que la habían sufrido como Chéjov, Chopin, Modigliani, Poe, Balzac, Novalis, Schiller, o Whitman- y por el cáncer en el siglo XX son reacciones ante enfermedades consideradas intratables y caprichosas (que la ciencia no comprende), en una época en que medicina supone que todas las enfermedades pueden curarse. Lo mismo ocurre hoy con la COVID 19. Las enfermedades de este tipo son misteriosas. “Aunque la mixtificación de una enfermedad siempre tiene lugar en un marco de esperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”.
Bastaría oír el vocabulario de guerra utilizado para hablar de un virus, que es similar al usado en su momento para el cáncer: “el coronavirus invade”, “coloniza nuestros órganos”, “las defensas del organismo”, y en este léxico bélico también tenemos nuestra guerra química: que tal droga, que el plasma, la ivermectina, ibuprofeno líquido, dexametasona, etc. Según la autora, y adhiero, todo esto hace que se estigmatice ciertas enfermedades y, por extensión, a quien está enfermo. La pandemia actual del Covid-19 ha puesto de manifiesto todas estas contradicciones a la hora de tratar una enfermedad que no podemos controlar y que nos paraliza social y económicamente. Ojalá recordar a Sontag nos devuelva algo de pensamiento crítico, porque como bien decía, la metáfora de la enfermedad no era sólo una figura retórica, sino también, y sobre todo, un mecanismo epistemológico totalitario del lenguaje cotidiano.