En esta costumbre encuarentenada, los domingos recomiendo alguna obra de algún autor, y este domingo de primavera lluviosa, que parece bendecir y salvar los humedales incendiados y las tierras de Códoba y la sequía del campo y las lágrimas sin agua ni sal que suspiramos, me decidí por la locura psicodélica de un autor de culto. Cesar Aira y su Prins.
En el eje de esta novela hay un escritor de novela gótica comercial, muy consciente de lo pueril de su obra, que decide dejar de escribir e invertir en el consumo de opio la media hora diaria que le permite esa decisión. Claro que el asunto no es simple, porque el opio que adquiere en un extraño local llamado La Antigüedad resulta ser un paralelepípedo blanco del tamaño de una lavadora, entregado a domicilio por un tipo decidido a instalarse en su casa por tiempo indeterminado. Encima, los antiguos ghostwriters del narrador, ahora desocupados, se convierten en una banda criminal que siembra la delincuencia en Buenos Aires siguiendo cada tip de los clásicos e inamovibles relatos góticos que antes producían en negro. Desde luego, este es un caso para el Doctor Aira, de modo tal que le permitirá escribir su irónica y casi psicodélica Casa Tomada.
«Tras una sobria y concienzuda consideración me decidí por el opio», dice el narrador de Prins. Esta novela, tiene todo lo que Aira ofrece: un narrador que se nos ríe en la cara pero que nos divierte; personajes que parecen hologramas charlatanes que se proyectan espacial y temporalmente; lo poblacional, lo barrial y lo urbano; pero también filosofa sobre la necesidad de escribir; o de no escribir; o sobre la necesidad de drogarse. Sobre necesidades.»Me preguntaba cómo era posible que esa enorme cantidad de gente se las arreglara sin el opio», dice el narrador de Prins. «Eran vidas realistas; iban por los carriles de bronce de la realidad». Increíble parábola esta de carriles de bronce, adustos, quietos cuando deberían ser ágiles. Así es todo el texto que como en todas sus novelas, las fortalezas de Aira en Prinz pueden ser también sus flaquezas. Como la prosa pesada y rebuscada que se pone onanista y entonces cambia nuestra mirada del maestro y los hologramas son a veces de un papel glacé. Pero en realidad todo eso la vuelve verosímil y nos deja sabor a poco, como siempre con Aira uno termina con un hueco en el estómago, con un vacío intenso que solo se llena con más Aira. Y más Aira. Y más. Y más Aira. Sí, como una droga.
Aira es un viaje de ida… ¿como el opio?
Por suerte, hay mucho Aira para consumir…
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Aira es un viaje de ida… ¿Como el opio?
Por suerte, hay mucho Aira para consumir!
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