Diario de Cuarentena: Todo lo que tengo lo llevo conmigo

Como cada domingo de cuarentena, a partir del mes 4, recomiendo un libro de los que que he leído en cuarentena. Hoy, Herta Müller. Se sitúa en Rumania, en los finales de la II Guerra Mundial. De las conversaciones con su compatriota y amigo el poeta Oskar Pastior (1927-2006) y con otros supervivientes, Herta Müller reunió el material con el que después escribió esta gran novela. Así, basándose en la historia íntima de un hombre joven, logra recrear un capítulo diría que desconocido, de la historia europea y lo hace por medio de imágenes únicas. La autora logra mostrar la persecución sufrida por los alemanes rumanos en tiempos de Stalin a partir de una historia individual.

Siempre es un reto leer un premio Nobel reciente. Las opiniones encontradas de los últimos tiempo dejan al pueblo lector con una sensación de extrañeza ante los desconocidos y pocos publicados recientes premiados. Todo lo que tengo lo llevo conmigo lo voy a ver desde dos ópticas: el libro en sí mismo y el mérito de la autora para ser Nobel .

Sin dudas, Herta Müller se merece dicho galardón más que los últimos premiados, su calidad literaria supera a la mayoría de los escritores actuales. Merece ser premiada, es una autora con poca traducción al castellano.

Paso a la obra: es un texto que conmueve y que está lleno de una poética increíble que no necesita lugares comunes o golpes bajos para ser.  Leopold Auberg es un joven alemán residente en Rumanía (como la autora ) que es llevado por los rusos a un campo de internamiento ucraniano. Sus años en el gulag ocupan a la autora en casi todo el libro. Sus experiencias se asientan en lo que Müller conversó con su amigo poeta Oskar Pastior quien padeció esa realidad, aunque los recuerdos de muchos otros personajes quienes como la propia madre la autora, nutren el recuento de la historia.

Otros autores como  Grossman o Shalamov, tratan el tema , pero en la obra de Müller todo simple y de un exquisita sensibilidad. Lo humano determina la historia, pero embriagado de poesía. El hambre se transforma en el ‘ángel del hambre’, una presencia sostiene el contacto con la realidad. La libertad es un borroso recuerdo y, lograrla sólo es la puerta al futuro, a uno que se presenta sombrío. Los componentes del campo son convertidos en personajes que cohabitan con los presos, así el cemento, el carbón, los abetos, la arena amarilla y la escoria se personifican más allá de la materia para ser protagonistas. Los detalles engrandecidos, un recurso netamente poético, crea un ambiente onírico que nos reconoce parte de ese espacio, y comenzamos a sentir: el hambre, el agotamiento del trabajo continuo, las penurias , una realidad difusa y tenue nos envuelve como al protagonista, para protegernos de una realidad cruel. Son los mecanismos mentales de autodefensa del protagonista que nos embargan.

Es un relato lleno de sensaciones, sin caer en sensiblerías. La pérdida como sentimiento no aparece, tampoco el desarraigo o el odio.Cabe aclarar que el título original, ‘Ritmo respiratorio’ es más acorde a su contenido, vivir en el gulag es seguir el ritmo de la respiración y del presente en ese respirar, que es nada menos que estar vivo. Más allá no hay nada.
Sin dudas ésta obra de Herta Müller merece ser leída. Es una gran obra pequeña, de esas que valen la pena.

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