El aroma a torta de banana hecha por un hijo remonta a la infancia. A ese espacio que parece seguro a la distancia. Y la perra llorando para entrar desde la galería me trae memorias eternas. No tengo miedo. Ya lo he tenido.
El cuello tensión es igual al cuello yoga, porque ambos me hacen doler, ¿no te pasa que te despertás con el cuerpo apretado en tu piel? como si no entrara en ella todo lo que contiene. Mientras me tomó un café un poco quemado de ayer, trato de sentir lo verdadero.
Todos mis seres queridos están bien. Papá, mi amor, mis hijos, hermanos, sobrinos, amigos. ¿por qué la angustia? Mientras se sigue tensando mi piel con tanta lectura, tanta música, tanta serie, tanto instagram live en tan solo un mes, me doy cuenta que respiro menos. A pesar de la hora de ejercicio diaria y de la rutina que establezco tal cual Manes y un montón de super médicos nos piden. A pesar de cubrir con este diario que te muestro la terapia online que no puedo pagar.
Y respiro menos porque me falta el bien más preciado, no sé vos, pero yo creo que los seres humanos debemos ser libres. Y si salgo a comprar me siento en una loca película distópica llena de barbijos que solo nos quitan aire y no nos salvan de nada, con gente que se los pone y se apila en colas por horas. Y si saco a pasear la perra una policía feminista me pregunta a donde voy y me dice que me meta adentro, olvidándose de la libertad pregonada hace dos meses. Y si quiero trabajar no puedo. Pero pueden un montón de otras personas que parece que no nos van a contagiar pero contagian. Y lo más grave que nos contagian no es el virus. Es una conciencia pegajosa y maloliente, llena de terror y de una supuesta cordura que en su propio andar contradicen.
¿Vos también sentís que la vida es más que esto? El olor a banana me acerca a la cocina, donde mi vida me espera. Pero la piel me sigue quedando chica.