‘Recetas invernales de la comunidad’ 

Después de Noche fiel y virtuosa y un año después de obtener el Premio Nobel de Literatura, Louise Glück (Nueva York, 1943) en su nuevo libro. nos trae algo así como una elegía sobre la buebna muerte, medita sobre la vejez y la poesía: esta obra es un laberinto desandado en el que la autora escribe como e escribe cuando el viaje se acerca a su final, a la certeza inevitables y llo que resta es el silencio que ya anunciaba el lienzo en blanco del pintor de su libro anterior.

Los poemas de Recetas invernales para la comunidad –una sinfonía de voces transhumantes, acotadasy proféticas– nos hablan de la precaria fortaleza de un sujeto que en el invierno de la vida, en medio de los bosques, el frío, el viento y un sol del que sólo nos muestra su sombra, recuerda, sin embargo el pasado nítido y hasta vivaz, mientras comprende que el futuro es tan verdadero como la desesperanza; “todo regresa, pero lo que regresa no es lo mismo que se fue”, nos dice Louise Glück, que se caracterizó en general por hablar del vacío, la pérdida, el inquietante silencio, pero en esta obra, se vuelven verdad irrefutable, descamada de todo lo que pueda suavizarlo.

En uno de los poemas de Recetas invernales de la comunidad, Louise Glück se confiesa: «Nunca se me han dado muy bien los seres vivos», y con esa sinceridad encara los temas de siempre pero los agrava, los vuelve indispensables con la madurez de quien entra en el tramo final y sabe vivir su muerte.

Los inviernos se vuelven, entonces, en múltiples sentidos: soledad, vulnerabilidad, miedo, tal vez resignación, cada vez más lejos de los días felices. Pero no es melodramática en su obra, por el contrario, es ascética, con una mirada que se vuelve a otro tiempo y dice «Qué llena tengo la cabeza/ con las cosas del pasado./ ¿Habrá suficiente espacio/ para que quepa el mundo?»

La poesía es indispensable frente al mundo líquido de hoy, y la de Glück se vuelve imprescindible, nos obliga a pensar más allá, a mirar de frente la belleza de la muerte, dejando a un costado, aunque sea por un rato, las ruidosas cuestiones de la vida diaria, para zambullirnos en lo sublime.