El infinito en un junco

En diferentes épocas, hemos ensayado libros de humo, de piedra, de tierra, de hojas, de juncos, de seda, de piel, de harapos, de árboles y, ahora, de luz —los ordenadores y e-books —. Han variado en el tiempo los gestos de abrir y cerrar los libros, o de viajar por el texto… Han tenido muchas formas, pero lo incontestable es el éxito apabullante del hallazgo. Debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas fabricadas por la especie humana. (pág.333)

Leer a Irene Vallejo es exquisito, pero eso no significa que sea un solaz, por el contrario nos aventuramos a todo cuando abrimos su obra, incluso podemos ser uno de los personajes a caballo con los que Ptolomeo III pretendía rescatar los libros para la Biblioteca de Alejandría, con las versiones oficiales de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides preservadas en el archivo de Atenas .

El infinito en un junco (2019) es amor, puro, amor por los libros como objetos de memoria, como significantes y significados, en toda la esencia que la literatura les otorgó al contenerla por siglos. Vallejo narra hilando pasado y presente, para deslumbrarnos con una búsqueda ancestral que nos construye en el ahora. Investigadora voraz, la autora nos regala sus datos para que vivamos el pasado con realidades y con certezas, entonces es que nos pasea, por Alejandría, Atenas, Florencia, Cartago, Timgad y recorremos con ella esas calles llenas de historia, reflejo de un trabajo escrupuloso e íntegro que se vuelve valor agregado al ver la frondosa bibliografía de la obra. Es un ensayo que excede el género y da valor a la figura del bibliotecario, desde Demetrio de Falero, y da cuenta de la fogocidad de la sociedad alejandrina por los libros,o pone en blanco el regalo de Marco Antonio a Cleopatra, esos doscientos mil volúmenes para encender la pasión. Esta oda al libro como camino que elimina fronteras y el sueño de Alejandro Magno se nos impregna en la piel, pero también pone en valor al papiro: “En el tercer milenio a. C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura, y en el primer milenio ya habían extendido su hallazgo a los pueblos de Próximo Oriente. Durante siglos, los hebreos, los griegos y luego los romanos escribieron su literatura en rollos de papiro”. (pág.32). Los esclavos de Roma como constructores de cultura, un gran acierto de la autora, desarrollando la ilustración de estos griegos esclavizados frente a las nuevas generaciones. Tal vez una paradoja que nos baña en la cruda realidad actual.

El infinito en un junco  cuenta el funcionamiento las bibliotecas en el imperio romano, desde las exquisitas bibliotecas de los foros a las frívolas salas de lectura de los baños. Irene nos incomoda y convida a pensar la Biblioclastia del siglo XX: las bibliotecas bombardeadas en las dos guerras, la Revolución Cultural china, las purgas soviéticas, las librerías atacadas y el alzamiento contra Salman Rushdie, lo dice así: “El siglo XXI empezó con el saqueo, consentido por las tropas estadounidenses, de museos y bibliotecas de Irak, donde la escritura caligrafió el mundo por primera vez”. (pág.194). Vallejo deslumbra con su buen escribir y con la introspección que genera en el lector, a punto tal que El infinito en un junco un concilio único entre la historia de la humanidad ylos libros.

Invito a su lectura con la vehemencia de lo necesario, nos permite crecer, reconocer, olvidar, asombrarnos, desplazarnos y entonces sí, comprender. La contundencia investigativa genera sabiduría y la continua circularidad de la historia planteada, donde presente y pasado van y vienen tejiendo trama está lograda con rigurosidad histórica. Este libro contribuye a la memoria de los pueblos y de los libros, como objetos de significación necesarios para construir identidad.

Librazo

La Vaca

«Yo había permitido que la vaca me mirara y que me viera —esto nos hizo iguales—, y de golpe yo mismo me convertí en animal».

Witold Gombrowicz

La Vaca es un ensayo editado en un libro bilingüe, con prólogo de Alan Pauls, y con una serie fotográfica que ilustra, con la significación de la imagen, lo dicho en sus tres secciones: «Carne viva», «Carne cruda» y «Carne asada». Podría ser, como el mismo ensayo lo sugiere, una composición al mejor estilo escolar con La Vaca como título, pero Becerra lo transforma, incomoda, y sostiene a partir de la vaca, una serie de discusiones sobre nuestra identidad.

Comienza con una línea histórica respecto al origen biológico del animal, desde sus arribo al continente, pasa por una pormenorizada clasificación de las razas, técnicas de producción y de explotación desde el siglo XIX hasta la actualidad y en ese devenir. describe como nadie, con una prosa que no deja dudas. los espacios en los que el animal es transformado en carne, en todo tipo de carne, así nos cuenta de las jaulas de hacienda, los saladeros, los mataderos y los frigoríficos. Por supuesto en Carne Asada también hay un discurrir histórico hasta llegar al asado, un cacho de carne, un cacho de identidad, y esto es licencia personal. Juan José Becerra detalla gustos, maderas, puntos de cocción, sabores, pero la crudeza del matadero, Echeverría incluido,. impide que se nos haga agua la boca.

La pampa, hábitat vacuno, es uno de los puntos en que se detiene el autor a la hora de marcar argentinidad y cito su mirada sobre la llanura: «produce el extraño hábito de reflexionar sobre ella, de intelectualizar su oferta inabordable de espacio».

Todo el ensayo de Becerra nos permite la reflexión y nos llena de citas de grandes autores que tienen que ver con la evolución y el arraigo, además del nombrado Echeverría, encontramos a Borges, Sarmiento, Darwin, Martínez Estrada, por citar a algunos.

En La vaca abunda la barbarie, paralela al avance tecnológico, hay sangre, hay violencia. Pero no moraliza, nos deja solos con nuestra conciencia pensando nuestras propias conductas animales, la naturalización de la matanza, la canibalización de la identidad. Para mostrar, elige a Stevenson, cuando argumenta: «comemos bebés que, sencillamente, no son los nuestros», y aquí sí cae tal vez, en un anti carnívoro decreto. Con auto crítica, buscando pensar, historizar, y siempre sin salir de la línea del ensayo, el autor termina sosteniendo que el asado, pilar de la reunión, símbolo de la argentinidad «es menos una operación alimenticia que una bacanal de ex caníbales».

Nos muestra tres momentos de un mismo ser: la vaca. Un animal propio de una pampa sangrienta, que nos sostiene en lo económico pero también en la tradición. Un ‘mamífero pasivo de dos dedos’ que es nuestro más preciado alimento. La Vaca es un libro de Juan José Becerra que con buena prosa, contundente y a veces irónica, fiel a su estilo, juega a investigar, pero a mi juicio, ensaya el derrotero del animal que come el argentino, y como tales terminamos preguntándonos ¿Qué o a quién comemos?