Diario de cuarentena

Sábado de espera. Esperamos los católicos la resurrección. Nos recogemos en la reflexión y la angustia de pensar si hay un paraíso para nuestro líder. Eso era Jesús, un revolucionario, que cuestionaba y se levantaba contra las autoridades injustas. Me lavé la cara a las diez. Por las dudas, no vaya a ser cosa que tenga más castigo que perder la libertad.

Soy una gata enjaulada. Incapaz de sobrevivir si no tuviera el diario que comparto con ustedes, mis escritos, la novela y dos hijos que amo. Porque la libertad es fundamental. Tanto como respirar. Y en un juego macabro en el que estamos metidos, donde la amenaza es no tener respirador, les propongo hacer eso. Respirar. Tomarnos un respiro.

Un sábado donde el virus no nos contamine, porque no es cuestión de coronas, hay muchos virus dando vuelta. El populovirus, el pavorvirus, el totalivirus, el discriminovirus. Propongo tomarnos un sábado de aire no viciado. Respirando profundo, liberando tensiones, ojalá que sea con mates más ricos que los míos. O con un buen café brasilero.

Pero no lo transformemos en un sábado tonto, solo para respirar aire de todos. Pensemos y tal vez mañana podamos inyectar otros virus más positivos en nuestra sociedad. Un tranquivirus por acá, un valorvirus por allá.

Cuando era chica lo llamábamos sábado de gloria. Hay un himno de Ofra Haza que deberíamos cantar todas las humanidades, terrestres y aquellas que se muestran últimamente por el cielo, para recordarnos que la gloria nunca está exenta de dolor. Entre algún estornudo producto del fresco de la época y una leve carraspera, envuelta en una manta gris porque no pienso vestirme todavía, me voy a arreglar el mate, antes de irme al patio, que será mi salida diaria, pesas rojas en mano y colchoneta azul en el piso. Pero primero, y agradeciendo la sabiduría de Ofra, les dejo esta alabanza.

Aire de montaña cristalino como el vino y aroma de pino

Y cuando se duerme el árbol en la piedra presa de tu sueño

la ciudad que solitaria esta y en su corazón una muralla

vuelan con el viento de la tarde con sonidos de campanas

Jerusalén de oro y de bronce y de luz

Oh, de todas tus canciones soy violín

Donde hubo pozos de agua la plaza del mercado vacía está

y nadie visita el Monte del Templo en la Ciudad Vieja

Y en las cuevas de piedra lloran vientos

y nadie viaja al mar Muerto por el camino de Jericó